Rosa Mística, la perfumada apuesta para un mundo que huele a podrido
Nada de una mujer acaramelada o monjita modosita, todo de una joven creíble, libre, valiente, decidida, que sabe lo que quiere y quiere lo que sabe. Nada de medias tintas, lo quiere todo del todo porque se sabe amada del Todo totalmente. La actriz se ha metido de lleno en la humanidad de la protagonista, brindando la imagen de una limeña del siglo XVII, en su contexto, terciaria dominica, deseosa de imitar a Catalina de Siena, en una vida de soledad pero en continua oración y donación a los enfermos.
El director presenta su DNI al comienzo y nos comunica de entrada que no pretende narrar la historia, sino "su" historia. Y, la verdad es que me ha convencido. Augusto Tamayo lleva toda una vida gestando la obra y, por fin, ha podido darla a luz. ¡Con qué respeto trata a Rosa y cómo termina dejándose ganar por ella que en la última escena el propio director y guionista se torna en progatonista que saca a hombros el cadáver de Rosa, uniéndose al multitudinario homenaje que la Ciudad de los Reyes le tributó! Podemos decir que Rosa cobra color, vida, sigue perfumando todavía. Si las últimas palabras de Rosa nos hablan de fuerza de voluntad ("fue mi decisión") y pasión de amor por Cristo ("Jesús sea conmigo"), la última imagen es una explosión de luz, una resurrección, como indicándonos que tanta cruz sólo podía llevar a tanta luz.
El relato está muy claro y el director se fija en lo que él ha considerado fundamental. La soledad y el silencio como inagotable manantial de una donación fecunda en un servicio concreto. El compromiso con la Lima de su tiempo, asaltado por enemigos de fuera (los priatas) y los enemigos de dentro, los que la teología católica identifica como mundo (concretado en la insistencia de la madre en casarla con un joven rico), demonio (encarnado en el perro rabioso o atractivo galán), carne (tentación de vida cómoda, el creerse santa). Su vida de familia –bastante cordial con el padre y muy tirante con la madre; deliciosa con la familia Maza-Uzátegui; claro que a mí me habría gustado que apareciese su real dimensión con sus 9 hermanos y con las hijas del Contador. Su alta espiritualidad siempre chequeada por los mejores teólogos (Lorenzana, Bilbao, Martínez, Castillo) y alimentada por oración y penitencia; a mi parecer se olvida la dimensión salmódica de su vida que le llevaba a cantar con frecuencia la oración-jaculatoria "Dios mío ven en mi auxilio, Señor date prisa en socorrerme" o remedos de cánticos de la época ("Mi Jesús no viene, quién será la que le entretiene"), yo me imagino a una Rosa mucho más alegre, en contacto con el Creador a través de la creaturas, alegrando la vida de los demás con sus cánticos (hay testimonios de personas que iban sólo por escucharle cantar).
De todos modos, la película ofrece una Rosa que fue santa porque quiso, porque se dejó guiar, porque fue consciente de una vocación personal y social y se entregó a su misión por entero.
Ha habido un esfuerzo considerable en ambientarla en lo mejor de nuestros conventos históricos, casonas, haciendas, huertas. Los actores ¡de primera!
Y no nos confundamos. No es una película catequética ni hagiográfica; pero puede ayudar a reflexionar y mucho a los académicos, a los jóvenes y hasta al gran público. Hay que felicitar la audacia del Director. En este mundo de abusos y de corrupción, que cuesta tanto en creer en los "santos", se lanza al ruedo de la babilonia del celuloide con una obra de arte, brotada de su humanismo y de su amor por el Perú.
Todo es serio, no hay una concesión para lo superficial ni para la distensión, hay que estar dispuesto a contemplar una historia que vale la pena, que tiene sentido, que aporta la clave del por qué hoy, en el 2018, es la embajadora más importante del Perú, Rosa de Lima, Rosa del mundo. ¡Gracias, Augusto; gracias Fiorella; gracias a cuantos han hecho posible esta formidable puesta en escena!
José Antonio Benito