domingo, 2 de septiembre de 2018

Aprovecho la oportunidad de la gran muestra de las acuarelas de Martínez Compañón en el MALI de Lima para recordar que es uno de los grandes navarros de la historia, egresado y capellán de la Universidad de Salamanca. Como obispo de Trujillo, acometió con su visita pastoral la gran obra cultural recogida en las acuarelas. El 13 de septiembre de 1788,  fue nombrado arzobispo de Bogotá en reemplazo del arzobispo virrey Antonio Caballero y Góngora,  gobernando la nueva diócesis hasta su muerte el 17 de agosto de 1797.

Les comparto algunos de los datos recabados durante el período como rector del Seminario y que he adelantado en mi libro acerca de la historia del Seminario de Santo Toribio. 



En Lima existían varios colegios universitarios, convictorios o residencias de alumnos en los que se proporcionaba a una minoría selecta -aparte de alojamiento y comida- una formación esmerada tanto en el aspecto académico, como en el humano y espiritual. El más conocido era el "Colegio Real de San Felipe y San Marcos"; estaba también el de "San Martín "que en 1770 se fusiona con el primero y se convierten en el Real Convictorio de San Carlos; en tercer lugar estaba el de "Santo Toribio".

 Durante el siglo XVIII la Universidad decayó tanto que llegó decir en 1733 el arzobispo de Lima Francisco Antonio Escandón que era "la cosa más inútil" del Perú, acabando por dejar de asistir los seminaristas. Por esta razón, el arzobispo Diego del Corro introdujo un plan de estudios en el Seminario de acuerdo con su pastoral de 4 de noviembre de 1759 y encargando de su aplicación al rector Agustín de Gorrichátegui. Sin descuidar las humanidades, sobre todo el latín, se exigía se diese más importancia a la Sagrada Escritura, al Derecho Canónico, la Teología Moral.

 

José de la Riva Agüero, buen conocedor de la trayectoria histórica de los centros educativos del Perú, evaluará positivamente su reforma: "En el periodo que media entre la expulsión de los jesuitas (1767) y la reforma del Colegio de San Carlos por Rodríguez de Mendoza, el Seminario de Santo Toribio era el centro de la ilustración de la colonia, el foco de los estudios teológicos y filosóficos"[1].

 

El anterior rector de 1760-70 Dr. Agustín de Gorrochátegui.

Había nacido en Panamá y vino a Lima en compañía del Arzobispo Escandón. Fue cura de la doctrina de San Mateo y de Jauja y luego ingresó al Cabildo de la Catedral de Lima, en donde fue tesorero y más adelante magistral. En el año 1760 se le nombró Rector del Seminario y en este puesto perduró hasta su elevación a la sede cuzqueña. Como la Universidad de Lima entrase en un estado de decadencia en el siglo XVIII, un decreto del Virrey Manuel Amat, 7 de julio de 1770, llegó a suprimir los colegios de san Felipe y San Martín, que fueron refundidos en el célebre Real Convictorio de San Carlos. La Iglesia siempre mostró preocupación de renovar la formación de los clérigos y seminaristas, especialmente cuando observaba deficiencias en San Marcos. Así, el arzobispo D. Diego del Corro introdujo un plan de estudios que plasmaba su gran proyecto proclamado en la pastoral de 4 de noviembre de 1759. Apuntaba el proyecto a profundizar en la Sagrada Escritura, el Derecho Canónico, la Teología Moral, sin descuidar el latín. El responsable de ejecutar tan ambicioso plan fue el nuevo rector y futuro obispo del Cuzco, Agustín de Gorrichátegui, en 1760, tal como nos relata su biógrafo, José Manuel Bermúdez:

 "... donde mostró más luz de su enseñanza fue en este ilustre Seminario, puesto por él en su mayor auge y esplendor, así con las ciencias en que lo hizo florecer como con el crecido número de nobles alumnos que ocurrieron a ponerse bajo su dirección. Allí se dedicó a formar ministros dignos del Santuario, promoviendo con gran fuerza el estudio de la Teología Dogmática: prescribiendo un nuevo método para aprenderla con más facilidad y provecho; señalando y solicitando los libros más acomodados para lograr un fin tan laudable. De esta suerte introdujo el buen gusto en las Escuelas, desterrando las cuestiones inútiles, las sutilezas vanas y las cavilaciones sofísticas y sustituyendo en su lugar el uso de la Escritura Sagrada, de la Historia Eclesiástica y de los Concilios y Padres...De tanto acierto fue la conducta literaria del Señor Gorrichátegui en el gobierno del Colegio, cuyos notorios progresos en su tiempo me dispensan de la necesidad de referirlos"[2].

 

            Tal impulso lo continuó el sucesor en el Rectorado de Gorrichátegui, Martínez de Compañón, en cuyo tiempo el número de los alumnos llegó a ser de 70.

            Para 1760 se abre un libro en el que se asientan las entradas y los actos para los colegiales. En 1769 se redacta el cuaderno donde se recogen datos sobre la visita del P. Carlos Priego y Cano, cura y vicario de la doctrina de Caraz en Huaylas, quien es examinador sinodal y visitador general.

            Este ilustrado rector escribió una censura sobre el Voto Consultivo del Doctor Don Pedro Bravo de Lagunas, impresa en 1756 y Oración fúnebre en las exequias de la Señora Doña María Amalia de Sajonia, Reyna de España y de las Indias impresa en 1761.

            En 1769 fue nombrado obispo de Cuzco; hizo su entrada en octubre de 1771. Fue uno de los asistentes al Concilio de 1772, en el que destacó como eminente teólogo y tomó partido por la corriente probabilista. Con ocasión del motín de Urubamba contra el corregidor Pedro Lefdael y Melo, intentó apaciguarlo, pero resultó agraviado y murió en aquella localidad a consecuencia de ello el 22 de octubre de 1776.

 

1770-78 Dr. Baltasar Jaime Martínez de Compañón Bujanda (1737-1797), natural de Navarra, obispo de Trujillo[3] (1779-91), arzobispo de Santa Fe de Bogotá, donde falleció en 1797. Había sido capellán de la Universidad de Salamanca, donde se recibió como doctor. Consultor del Tribunal del Santo Oficio en 1776,  fue presentado por el rey Carlos III como chantre de la metropolitana de Lima en 1767, posesionándose de su chantría el 17 de julio de 1768.

En Lima desempeñó los cargos de visitador general de cofradías y de obras pías, juez ordinario de diezmos y subdelegado apostólico de la Cruzada en el Perú, con extensión a los reinos de Chile y Río de la Plata.

En 1770, fue nombrado rector del colegio seminario de Santo Toribio en reemplazo del panameño Agustín Gorrichátegui Gómez ejerciendo el cargo con rígida disciplina. Asistió como primer secretario, canonista y consultor al VI Concilio Provincial Limense, sobresaliendo por su trabajo, empeños y fatigas en estudiar y transcribir por sí mismo todos los puntos que se trataban en las juntas, lo que le valió se le tributase pública gratitud al finalizar las sesiones.

 

En calidad de chantre de la catedral, en 1770, fue nombrado administrador de las rentas del Seminario. De ese momento es el libro para asentar las partidas de entradas y actuaciones de los colegiales; se confecciona una lista de los rectores desde 1615. Gracias a los buenos servicios de Don Matías de la Cuesta, se puede contar con una transparente y eficaz administración como se desprende de sus cuadernos de ventas y los libros de ventas, facturas y cuentas corrientes.

Martínez de Compañón, no se limitó a reformar los planes de estudio en conformidad con lo que se había hecho en la Universidad y en los Colegios Mayores, también se preocupó de mejorar las condiciones materiales del edificio que con el tiempo había sufrido algún deterioro. El 3 de Julio de 1775 se dirigía al Arzobispado Parada, pidiéndole autorización para emprender algunas obras. En primer término había que demoler una pequeña habitación, próxima a la entrada, que impedía la conducción del agua del patio principal al patio interior, en donde se encontraban el refectorio y la cocina, dependencias de donde había más necesidad de aquel elemento. En concreto, 1777 la licencia necesaria para la construcción y fábrica de un cuarto más para los colegiales y obras para conducir el agua al traspatio del colegio Fuera de esto pretendía hacer una sala bastante capaz, a fin de acomodar en ella a unos ocho o diez colegiales, semejante a la que se había levantado algún tiempo antes y juntamente con esto apuntalar toda la parte baja que no se hallaba en buenas condiciones. El Arzobispo aprobó sus planes y se ejecutó la obra. En su rectoría, los seminaristas llegaron a ser 70. Tal número llegó a bajar a 41en 1810.

Muy apreciado del Arzobispo Parada, fue escogido para la secretaría del Concilio convocado en Lima en 1772.

El VI Concilio Limense dedica el título VI a los seminarios y, aunque no llegó a contar con la aprobación pontificia, nos muestra la mentalidad de los obispos y padres sinodales. En el Preámbulo, aunque valoran el papel de las Universidades, en la formación humanística y teológica del clero, no pasan por alto el hecho de que el contacto con los estudiantes que no pretendían recibir las órdenes, desmoralizó en ocasiones a los aspirantes al sacerdocio e hizo que padeciese la disciplina. Acerca del protagonismo de los rectores se prescribe:

"Y los Rectores, por su parte, deberán meditar frecuentemente sobre la gravedad de la obligación que les impone el Oficio pues depende la reforma de una diócesis del cuidado que pusiese en la crianza, la instrucción y disciplina de los jóvenes y como el ejemplo es el medio más eficaz para lograr que se digan con gusto las lecciones y se practiquen con amor procurarán manejarse de tal modo que en su conducta vean como en un espejo la imagen de aquella vida que deben con el mayor empeño abrazar y mantener" (c.22)

Se insiste en que los futuros sacerdotes vivan al menos dos años en los seminarios. Entre las condiciones de los candidatos se detallan: que sean originarios de las diócesis, hijos legítimos, pobres y sin notable defecto corporal; inclinado a la virtud y al estudio; menores de 16 años (Tít. V, II-III). Como principal medio para lograr una formación integral se prescriben algunas prácticas cotidianas de piedad "para arreglarles las costumbres": media hora de oración matutina, Misa, rezo del Oficio parvo y Rosario, media hora de lectura espiritual y un cuarto de hora de examen de conciencia. (Tít.V, X). Se insiste en los ocho días de Ejercicios Espirituales anuales, la confesión y comunión, la dirección espiritual, ejercicios de oratoria, conferencias académicas diarias. No olvida la vestimenta, los libros de textos, las rentas, las obligaciones de los obispos. Las lecturas formativas debían restringirse a un autor señalado por cada obispo en su diócesis, añadiendo que debe tenerse "gran cuidado de que sólo en ciertos casos usen otros libros además del señalado, y nunca se les permitan los de comedias, de romances y ningún otro de que aquellos que de algún modo puedan ser nocivos o a la fe o a la religión o a la piedad". Más adelante se puntualiza acerca de la técnica de la oratoria sagrada: "Como la principal obligación de un Cura es predicar, debe ser también el primer cuidado en el Seminario enseñar a predicar, será pues conveniente que a los jóvenes hábiles y más adelantados se les obligue a que una vez cada mes y en el tiempo que se les señalare compongan un discurso (breve a los principios), sobre el asunto que el Rector les diere, que, después de habérselo corregido mirando más a la entidad de las cosas y al orden de ella que al adorno de las palabras, lo diga un día de asueto en el lugar y la hora que se tenga según las circunstancias por más cómodo. Podrá servirle de guía la Instrucción de los Predicadores de San Carlos [Borromeo] o la ´Retórica`de Fray Luis de Granada" (Acción Tercera, Título V).

En el último tercio del siglo XVIII, tiempo inestable en política por las numerosas revueltas y revoluciones, el Arzobispo González de la Reguera, siguiendo lo prescrito por el Concilio Provincial de Lima de 1772, intervino en la admisión de los indígenas en los Seminarios. La sacudida revolucionara provocada por el movimiento acaudillado por José Gabriel Condorcanqui (Túpac Amaru II) indujo al gobierno español a tomar algunas medidas favorables a los naturales, como la Real Cédula de 11 de Setiembre de 1786, en la cual se ordenaba que se admitiese a los indios en las Órdenes Religiosas y Seminarios, se les educase en los Colegios y se los promoviese, según sus méritos, a las dignidades eclesiásticas. El Concilio de 1772 se había pronunciado claramente a favor de que a los indios no se les vedase el ingreso a los Seminarios, aunque todavía fuesen muy pocos los que aspiraban al sacerdocio. En las Órdenes Religiosas ocurría otro tanto, aun cuando en algunas de ellas se ponía obstáculo para que profesaran y a lo más se limitaban a darles el hábito y aceptarlos como donados. El Virrey pasó al Obispo Ordinario la cédula citada y en su oficio le pedía se le enviase una razón individual de todos los alumnos que disfrutaban de beca. A pesar de ejecutarlo fielmente, la medida no llegó a dar resultado, en parte por el retraimiento de los mismos indígenas y en parte también por la indiferencia cuando no olvido con que se trató asunto tan crucial. Se conservan expedientes en los que se solicitan becas en virtud de esta Real Cédula; es el caso del cacique Juan Bautista Yacsa Yauri, indio del pueblo del Espíritu Santo, en Huarochirí, quien la solicita para su hijo Manuel alegando Reales Cédulas sobre la cuarta parte para los indios[4].

Muy poco después de haber terminado sus labores en el Concilio fue presentado para la sede de Trujillo, donde desempeñó una sobresaliente labor cultural y espiritual.de 1778 a 1790[5]. En 1791 fue promovido al obispado de Santa Fe de Bogotá, donde falleció en 1797.

 

1.     1779-1811. Dr. Pablo de Laurnaga

Natural de Lima, hizo sus primeros estudios en el Real Colegio de S. Martín. Abrazó la carrera eclesiástica muy joven, de modo que con sólo 19 años de edad obtenía -el 2 de Setiembre de 1761- una plaza de racionero en el coro de Lima. Obtuvo tamibén en la Universidad de San Marcos la cátedra de Artes que pertenecía a un colegial sanmartiniano. En el año 1784, el Arzobispo Juan González de La Reguera daba al Rey este informe sobre su persona:

"Habiendo entrado en la Iglesia muy mozo, con un año de cura nombrado, sin asistencia de su parroquia (la de Corongo), no se ha notado en su conducta cosa escandalosa. Es de instrucción y los años le van haciendo cada vez más sociable con sus compañeros".

Laurnaga fue ascendiendo gradualmente a Racionero en 1772, a Canónigo en 1785, a Tesorero en 1803 y a Arcediano en 1806. Fue Juez de la Real Junta de Diezmos, Visitador de Capellanías, Comisario Subdelegado de la Santa Cruzada, Rector del Seminario de Santo Toribio y Catedrático del Maestro de las Sentencias.

Tuvo el fime apoyo de los secretarios don Victoriano Antonio Noriega, José Antonio Hurtado y José Justo de Vía y Rada. De su rectorado, se conservan, además de los libros contables, el registro de partidas del 3% que pagan los curas de sínodos al Seminario, así como las capellanías colativas, esto las que debían pagar una colación. Por este tiempo, el Prelado, en carta al Rey, de 15 de mayo de 1783, constata que aunque son 401 los sacerdotes diocesanos con licencia, sin embargo con pocos los que se aplicaban al estado sacerdotal, preocupándole la disminución de vocaciones[6]. Posteriormente, el Seminario cede ante el Colegio de San Carlos donde "se trataba de mejorar el plan de nuestros estudios, promoviendo el gusto más fino y delicado, desterrando las vacías sutilezas y sistemas arbitarios que ocupaban en gran parte las escuelas con total abandono de los conocimientos útiles"[7]. La influencia del Convictorio de San Carlos es decisiva y lleva a decir al Arzobispo Las Heras en 1813 que deseaba dar al Seminario el plan de estudios de San Carlos.

Falleció el 4 de Marzo de 1810. A su muerte gobernó el Vicerrector Pedro M. Nocheto, que era Tesorero de la Catedral, Secretario del Cabildo y Comisario de la Santa Cruzada

 



"Don José Baquíjano y Carrillo" Boletín del Museo Bolivariano I, agosto 1929, pp.454-455.

[2] Oración Fúnebre que en las exequias del Ilmo. Sr. D.D. Agustín Gorrochátegui...dixo el -- Lima 1776. Biblioteca Nacional de Lima

[3] RESTREPO MANRIQUE, Daniel La Iglesia de Trujillo (Perú) bajo el episcopado de Baltasar Martínez Compañon (1780-90) Departamento de Cultura del Gobierno Vasco, Bilbao, 1992 (2 t).

[4] R. VARGAS UGARTE Concilios limenses (1551-1772) II, Lima 1952, pp.98-103. AAL. Causas del Seminario de SantoToribio, V, 50AAL. Causas del Seminario de SantoToribio, V:47.

[5] VVAA Vida y obra del Obispo Martínez Compañón Universidad de Piura, Facultad de Ciencias y Humanidades, Piura, 1991

[6] R. VARGAS UGARTE Un gravísimo problema nacional Lima 1948, p.30, n.3.

[7] M. J. BERMUDEZ: "Oración fúnebre de Morales Duárez". Cit. en J. DAMMERT "Apuntes históricos sobre el Seminario Conciliar de Santo Toribio en Lima" Revista Renovabis sept-oct, n.260, pp. 337, Lima,1960