domingo, 2 de septiembre de 2018

Compartimos el ilustrado artículo del DRAE y añadimos el nuestro acerca del tiempo en que fue rector del Seminario de Santo Toribio. Hasta la fecha se sabe muy poco de esta etapa por lo que consideramos de interés nuestro aporte. 

Baltasar Jaime Martínez Compañón y Bujanda

Biografía

Martínez Compañón y Bujanda, Baltasar Jaime. Cabredo (Navarra), 10.I.1737 – Bogotá (Colombia), 17.VIII.1797. Obispo de Trujillo en Perú y arzobispo de Santafé de Bogotá.

Hijo de Mateo Martínez de Albéniz y de María Martínez de Bujanda y Pérez de Viñaspre, originarios de la provincia de Álava. Aprendió las primeras letras en Cabredo, de donde pasó en 1748 a la ciudad de Quintana para estudiar Latín. Estudió Filosofía en el convento de la Merced de Calatayud. Cursó Leyes y Cánones en las Universidades de Huesca y Zaragoza.

Ganó una beca de jurista en el colegio de Sanctis Spiritus de Oñate del cual fue catedrático de Instituta y Prima de Leyes, desempeñando por tres veces el rectorado del colegio Universidad. Después de cursar Sagrada Teología en Victoria, se ordenó sacerdote en 1761 a los veinticinco años. En 1763 obtuvo por oposición la canongía doctoral de Santo Domingo de la Calzada. En 1765 fue recibido por capellán de manto en el colegio de San Bartolomé de Salamanca.

Fue juez sinodal del Obispado y representante del Cabildo en varios negocios ante el Consejo y Cámara de Castilla. En 1766 era consultor de la Suprema Inquisición.

En 1767 fue presentado por el rey Carlos III como chantre de la metropolitana de Lima posesionándose de su chantría el 17 de julio de 1768.

En Lima desempeñó los cargos de visitador general de cofradías y de obras pías, juez ordinario de diezmos y subdelegado apostólico de la Cruzada en el Perú, con extensión a los reinos de Chile y Río de la Plata.

En 1770, fue nombrado rector del colegio seminario de Santo Toribio en reemplazo del panameño Agustín Gorrichátegui Gómez ejerciendo el cargo con rígida disciplina. Asistió como primer secretario, canonista y consultor al VI Concilio Provincial Limense, sobresaliendo por su trabajo, empeños y fatigas en estudiar y transcribir por sí mismo todos los puntos que se trataban en las juntas, lo que le valió se le tributase pública gratitud al finalizar las sesiones.

Por Cédula Real de 25 de febrero de 1778, se le promovió al Obispado de Trujillo, siendo consagrado como tal en Lima en 25 de marzo de 1779. Ejercería el pontificado en Trujillo por espacio de once años, años prolíficos en realizaciones y trabajos durante los cuales reedificó la iglesia catedral de Trujillo y su sagrario, construyendo en ella una nave completa para enterramientos, formó asimismo la colección de retratos de sus predecesores que existe en la sala capitular, creó cuarenta y un curatos, fundó veinte pueblos, y trasladó diecisiete, construyó cincuenta y cuatro escuelas, seis seminarios, cuatro casas de educación para indios y treinta y nueve iglesias, reparando además otras veintiuna, construyó seis caminos nuevos y tres acequias. Fomentó la siembra de cascarilla, cacao, lino y algodón. Convocó un Sínodo y confirmó ciento sesenta y dos mil personas. En 1789 celebró concurso para proveer algunas de las noventa y siete parroquias de su jurisdicción y el mismo año se declaró patrón de ese Obispado al santo arzobispo de Lima Toribio Alfonso de Mogrovejo. De su visita pastoral al Obispado de Trujillo, que duró cinco años, quedó una crónica gráfica que bastaría por sí sola para inmortalizar la imagen de este ilustre prelado.

Se trata de la Historia Natural, Moral y Civil de la Diócesis de Trujillo del Perú. Antes de partir en su visita, Martínez Compañón envió a todos los curas párrocos de la diócesis una doble carta circular con su correspondiente interrogatorio revelador de su propósito, por un lado, relacionado con la obra catequística y de administración eclesiástica, y, por el otro, con un franco e inequívoco intento de averiguación etnológica. El resultado de este empeño es una colección de 1.421 dibujos y acuarelas recogidos en nueve tomos y distribuidos más o menos de la siguiente manera.

El primer tomo, además de los retratos de Carlos III y Carlos IV, lleva un mapa topográfico del Obispado de Trujillo, un estado que demuestra el número de habitantes del Obispado, y otro que demuestra el número de iglesias que se han construido desde el año 1779. Otro que demuestra los nuevos caminos y acequias y otro con el número de escuelas de primeras letras. Tiene una carta topográfica de la provincia de Trujillo y un plano de la ciudad, además de imágenes de funcionarios civiles y militares, una planta de la iglesia catedral de Trujillo, los retratos de sus obispos, los eclesiásticos seculares y regulares, un plano de la nueva casa de educandas y recogidas y cartas topográficas de las provincias de Piura, Jaén y Cajamarca.

El tomo II contiene un plan de las cuarenta y tres voces castellanas traducidas a las ocho lenguas que hablan los indios de la costa, sierras y montañas y numerosa imágenes de los habitantes locales del Obispado tales como: española con bolador, otra con mantilla, otra con manto, otra a caballo, otra en calesa, otra en litera. Español en hamaca, a caballo, indio con traje ordinario, indio con traje de iglesia, indio de Lamas carguero, india de Hivitos con carga y su hijito a las espaldas, india de Moiobamba cargando plátanos, indio arrancándose la barba, quarterón de mestizo, mestizo, mestiza, negro, mulato, mulata, sambo, samba, casamiento de indios, indios colando chicha, y despumándola, indio bailando en el patio de la chichería, indios barbechando, indios sembrando, trilla de trigo, molino de moler trigo, rodeo de yeguas, indias ordeñando vacas, indios haciendo quesos, indios pescando con chinchorro, indios pescando con red, etc. De gran interés son los cuadros referentes a las diversiones, juegos y bailes, tales como: indio dando la lanzada (variante colonial de la fiesta de toros), juego de gallos, indiecitos jugando a los cholones, ídem jugando a la pelota con ganchos, ídem jugando al trompo, ídem jugando a las tres en raya, ídem jugando a los naipes, ídem jugando a las conchitas, ídem jugando a la pelota, juego de carnestolendas, danza de Bailanegritos (estas danzas son mezcla de las de origen español e indígena, son, pues, un producto puramente colonial resultado de la convivencia de ambas culturas). Ídem de negros, ídem tocando marimbas y bailando, danza de los Parlampanes de los doce pares de Francia, de los diablitos, de carnestolendas, de Pallas, de hombres vestidos de mujer, de huacos, de caballitos, de espadas, del Chusco, del doctorado, de los pájaros, de los monos, de la degollación de Inga, etc.

En este tomo, Martínez Compañón hizo recoger también numerosas melodías indígenas que están escritas en pauta pentagramada, así: Allegro Cachua a Duo y quatro con violines y bajo, al nacimiento de Christo Nuestro Señor, Allegro tonada el congo a voz y bajo para bailar cantando. Majestuoso baile del Chimo a violín y bajo, Allegro tonada de Donosa a voz y bajo para bailar cantando, Andno tonada para cantar, llámase la Sclosa del pueblo de Lambayeque para cantar y bailar, Andno tonadilla, llámase el Palomo del pueblo de Lambayeque para cantar y bailar, Andno tonada el Diamante para bailar cantando de Chachapoyas. Allegro tonada el Tupamaro de Cajamarca, Allegro tonada La Brujita para cantar de Guamachuco, etc.

El tomo III está dedicado principalmente a los dibujos de árboles nativos, entre los que se cuentan, el aliso, el algarrobo, el fresno, la guayusa, la jagua, el laurel, el palo de balsa, el poroto, el sauco y el totumo, entre otros. Son cincuenta y tres especies. Los fructices de los que hay veintiséis, sufructices setenta y uno, bejucos diecisiete, etc.

El tomo IV comprende la flora, árboles frutales como el plátano, el chirimoyo, la granadilla, la guanábana, la papaya, el tumbo, la cereza, el níspero, el cacao, el café, el zapote, el almendro, el caimito, el marañón y el caucho. Maderas como el cedro, el bojo, el melonsillo, el espino, la sabina, la cucharilla, cuarenta y dos especies. Palmas como la nuezmoscada, el coco, el añame, el palmito, la chonta, etc. Yerbas frutales como el pepino, el poroporo, el anís, el arroz verde, el arroz seco, la lenteja, el fríjol montañés, la yuca, el maní, los ollocos, la pitaya y la piña, entre otros. Flores como la peregrina, la ambarina, la trinitaria, la achupa y la siempreviva.

El tomo V comprende las yerbas medicinales: abrojos, adormideras, barbasco, borraja, canelilla, cardo santo, chicoria, coronilla, cucharilla, grama, yerbabuena, llantén, manzanilla, ortiga común, poleo, ruibarbo, romerillo, toronjil. Un total de ciento treinta y ocho especies.

El tomo VI comienza con la fauna y la dedica a los cuadrúpedos, reptiles y sabandijas. Entre éstos están el cui, el conejo, el huanaco (llama), el armadillo, la ardilla, diez y seis especies de monos, la danta negra, la danta pintada, el jabalí, el gato montés, el tigre de la costa, el oso hormiguero, el zorrillo, la mariposa de seda, los grillos, el lagarto, la iguana, el gusano de chirimoia, la araña de seda, el sapo de árbol, la langosta y el alacrán.

El tomo VII está dedicado a las aves y allí se encuentran entre otros el pato común el pato real, el paujil, la perdiz, varias especies de pavas, el periquito, el trompetero, la paloma torcaz, el jilguero, el ruiseñor, el chiroque, el gorrioncito, los carpinteros, el alcatraz, el siete colores, el cuatro colores, el organero, el flautero, el cuervo, la lechuza, el murciélago, el gallinazo, además de otros como el guaiachu pisco, el aiapumau, el mana caracuc, el unchara, el pumapisco, el pucuchiliu, etc.

El tomo VIII comprende los cetáceos: la vaca marina, la manta, el pej espada, el perro marino, y los escamosos, además del azote, el camotillo, el barbudo, el róbalo, la sardina, etc. Y los sin escamas, como el pulpo, la anguilla, el caballito, el lenguado, el pulpo.

Cartilaginosos como el cangrejo, la jaiba, el camarón de agua dulce, la langosta, etc. Y, por último, los testáceos entre los que figuran las conchas, los caracoles, el muimui o almeja, el erizo, la estrella, la tortuga, etc.

El tomo IX y último, comprende principalmente planos de edificios y lugares notables en el Obispado de Trujillo tales como: "Vista en perspectiva de la sala principal de la casa del cacique de las siete Guarangas, Don Patricio Astopilco, que es la misma que según común tradición ofreció Atahualpa llenar de oro y plata por su rescate". "Plano que demuestra los vestigios de una población de tipo de los reyes Chimos que dominaron en la costa del mar del sur que hoy pertenece al Obispado de Trujillo", "Plano del palacio de los reyes Chimos con sus murallas, piezas, puertas, plazas, patios, estanques, etc.", "Plan que demuestra los fragmentos de una población de piedra de tipo de los incas del Perú situada a dos leguas de distancia del pueblo de Guamachuco, diócesis de Trujillo", "Huaca situada en el cerro de Tautallac de la provincia de Cajamarca etc". Hay además, láminas de ajuares funerarios, tejidos, y mallas, diversos objetos de uso industrial y doméstico, de metal y maderas, collares y cerámica.

Hasta el presente se ignora quienes fueron los autores de los dibujos y acuarelas de tan vasto proyecto cuya calidad artística al decir de los especialistas, es dispar. Lo que si no puede negarse es el incalculable valor documental de la obra. En la Biblioteca Nacional de Bogotá, en el Fondo Antiguo, Sección de Manuscritos, se conserva un duplicado del primer tomo de la Historia Natural, que debió pertenecer al arzobispo durante su permanencia en la capital.

De 1788 a 1790, datan los envíos que Martínez Compañón hace a España con destino al príncipe de Asturias de la magnífica serie de vasos peruanos y otras antigüedades que constaban de veinticuatro cajones de arte y naturaleza recogidas por el arzobispo en su diócesis.

En 13 de septiembre de 1788, Martínez Compañón fue nombrado arzobispo de Bogotá en reemplazo del arzobispo virrey Antonio Caballero y Góngora. En mal estado de salud y llevando a su tierra trujillana "a todas partes en su corazón" el arzobispo arribó al puerto de Cartagena de Indias en el año de 1790 y subió por el río Magdalena hasta el puerto de Honda adonde llegó en enero de 1791. Allí le fue impuesto el palio arzobispal. Después de visitar las iglesias de Honda y Mariquita y demás pueblos de su tránsito, llegó a Bogotá el 12 de marzo de 1791 haciendo su entrada con toda la solemnidad acostumbrada en estos casos.

Una vez en Bogotá, en el mes de abril, adquirió de Luis Caicedo y Flórez, una casa alta y baja, de tapia y teja y tres tiendas por valor de 14.200 pesos y luego en el mismo mes, diez tiendas por un valor de 3.780 pesos a María Micaela de Mena Felices, todas en la colación de la catedral y vecinas al colegio de la enseñanza. Durante su permanencia en Bogotá, el arzobispo habría de dedicar todo su cariño y predilección al monasterio de la Enseñanza fundado por María Gertrudis Clemencia de Caicedo y Vélez (1707, 1779) para la educación de la mujer, tanto de las niñas nobles como de las niñas del pueblo. De la renta episcopal saldrían grandes aportes no solamente para la extensión y comodidad del edificio del monasterio, sino para la fundación y dotación de sillas tanto para religiosas de velo negro y blanco, como para adjutoras, invirtiendo en el todo más de 80.000 pesos de los fondos de sus limosnas.

Consagró Martínez Compañón las iglesias de la Capuchina, San Francisco y la santa iglesia metropolitana de Bogotá, costeando la urna de plata con las reliquias de los mártires que fue colocada en la capilla del Sagrario de la misma catedral. Fue amigo de José Celestino Mutis, fundador de la Real Expedición Botánica, a quien nombró examinador sinodal del Arzobispado, cargo que éste declinó. En 1793, se opuso fuertemente a la construcción del primer teatro de la ciudad, el Coliseo, proyecto presentado por José Tomás Ramírez a quien trató de disuadir del intento; el teatro, de todas formas, se construyó. En ese mismo año, bendice el primer cementerio que se construye en la ciudad.

En 1795 solicita del Rey el perdón para los jóvenes condenados por la fijación de los pasquines. Con general sentimiento de la comunidad, Martínez Compañón murió en Bogotá el 17 de agosto de 1797, a los cincuenta y nueve años de edad. En su testamento instituyó como universales herederas a la santa iglesia metropolitana de Bogotá, a la de la ciudad de Lima, a la de su antiguo Obispado de Trujillo del Perú y a las de Cabredo y Bernedo en su patria. En noviembre de ese mismo año, las monjas del monasterio de la Enseñanza, le hicieron unas honras fúnebres muy solemnes como benefactor que fue de su convento. Predicó la oración fúnebre Fernando Caicedo y Flórez, futuro arzobispo de Bogotá.

 

Obras de ~: Historia Natural, Civil y Moral de Trujillo del Perú por Mapas, Planos y Estampas con sus Memorias para ella. 1780-1785, Madrid, Ediciones Cultura Hispánica del Centro Iberoamericano de Cooperación, 1978.

 

Bibl.: F. Caycedo y Flórez, Oración fúnebre que en las solemnes exequias funerales hechas por el Monasterio de la Enseñanza de Santa Fe de Bogotá a su insigne benefactor y padre, el Illmo.

señor Arzobispo de esta Metropolitana, Don Baltazar Jaime Martínez Compañón de gloriosa memoria, Santafé de Bogotá, en la Imprenta Patriótica, 1798; M. Ballesteros Gaibrois, "Un manuscrito colonial del siglo XVIII, su interés etnográfico", en Journal de la Société des Americanistes Nouvelle Serie (Paris), facs. I, t. xvi (1935); R. Vargas Ugarte (SJ), "Don Baltazar Jaime Martínez de Compañón y Bujanda, Obispo de Trujillo", enRevista Histórica de Lima (Lima), t. X, entrega 11 (1936), págs. 161-191; J. M. Pérez Ayala, Baltazar Jaime Martínez Compañón y Bujanda, prelado español de Colombia y el Perú. 1737-1797, Bogotá, Imprenta Nacional, 1955.

 

Pilar Jaramillo de Zuleta

http://dbe.rah.es/biografias/13509/baltasar-jaime-martinez-companon-y-bujanda


RECTOR DEL SEMINARIO DE SANTO TORIBIO

1770-78 Dr. Baltasar Jaime Martínez de Compañón Bujanda (1737-1797), natural de Navarra, obispo de Trujillo[1] (1779-91), arzobispo de Santa Fe de Bogotá, donde falleció en 1797. Había sido capellán de la Universidad de Salamanca, donde se recibió como doctor. Consulto del Tribunal del Santo Oficio (1776), chantre de Lima desde 1767.

En calidad de chantre de la catedral, en 1770, fue nombrado administrador de las rentas del Seminario. De ese momento es el libro para asentar las partidas de entradas y actuaciones de los colegiales; se confecciona una lista de los rectores desde 1615. Gracias a los buenos servicios de Don Matías de la Cuesta, se puede contar con una transparente y eficaz administración como se desprende de sus cuadernos de ventas y los libros de ventas, facturas y cuentas corrientes.

Martínez de Compañón, no se limitó a reformar los planes de estudio en conformidad con lo que se había hecho en la Universidad y en los Colegios Mayores, también se preocupó de mejorar las condiciones materiales del edificio que con el tiempo había sufrido algún deterioro. El 3 de Julio de 1775 se dirigía al Arzobispado Parada, pidiéndole autorización para emprender algunas obras. En primer término había que demoler una pequeña habitación, próxima a la entrada, que impedía la conducción del agua del patio principal al patio interior, en donde se encontraban el refectorio y la cocina, dependencias de donde había más necesidad de aquel elemento. En concreto, 1777 la licencia necesaria para la construcción y fábrica de un cuarto más para los colegiales y obras para conducir el agua al traspatio del colegio Fuera de esto pretendía hacer una sala bastante capaz, a fin de acomodar en ella a unos ocho o diez colegiales, semejante a la que se había levantado algún tiempo antes y juntamente con esto apuntalar toda la parte baja que no se hallaba en buenas condiciones. El Arzobispo aprobó sus planes y se ejecutó la obra . En su rectoría, los seminaristas llegaron a ser 70. Tal número llegó a bajar a 41en 1810.

Muy apreciado del Arzobispo Parada, fue escogido para la secretaría del Concilio convocado en Lima en 1772.

El VI Concilio Limense dedica el título VI a los seminarios y, aunque no llegó a contar con la aprobación pontificia, nos muestra la mentalidad de los obispos y padres sinodales. En el Preámbulo, aunque valoran el papel de las Universidades, en la formación humanística y teológica del clero, no pasan por alto el hecho de que el contacto con los estudiantes que no pretendían recibir las órdenes, desmoralizó en ocasiones a los aspirantes al sacerdocio e hizo que padeciese la disciplina. Acerca del protagonismo de los rectores se prescribe:

"Y los Rectores, por su parte, deberán meditar frecuentemente sobre la gravedad de la obligación que les impone el Oficio pues depende la reforma de una diócesis del cuidado que pusiese en la crianza, la instrucción y disciplina de los jóvenes y como el ejemplo es el medio más eficaz para lograr que se digan con gusto las lecciones y se practiquen con amor procurarán manejarse de tal modo que en su conducta vean como en un espejo la imagen de aquella vida que deben con el mayor empeño abrazar y mantener" (c.22)

Se insiste en que los futuros sacerdotes vivan al menos dos años en los seminarios. Entre las condiciones de los candidatos se detallan: que sean originarios de las diócesis, hijos legítimos, pobres y sin notable defecto corporal; inclinado a la virtud y al estudio; menores de 16 años (Tít. V, II-III). Como principal medio para lograr una formación integral se prescriben algunas prácticas cotidianas de piedad "para arreglarles las costumbres": media hora de oración matutina, Misa, rezo del Oficio parvo y Rosario, media hora de lectura espiritual y un cuarto de hora de examen de conciencia. (Tít.V, X). Se insiste en los ocho días de Ejercicios Espirituales anuales, la confesión y comunión, la dirección espiritual, ejercicios de oratoria, conferencias académicas diarias. No olvida la vestimenta, los libros de textos, las rentas, las obligaciones de los obispos[2]. Las lecturas formativas debían restringirse a un autor señalado por cada obispo en su diócesis, añadiendo que debe tenerse "gran cuidado de que sólo en ciertos casos usen otros libros además del señalado, y nunca se les permitan los de comedias, de romances y ningún otro de que aquellos que de algún modo puedan ser nocivos o a la fe o a la religión o a la piedad". Más adelante se puntualiza acerca de la técnica de la oratoria sagrada: "Como la principal obligación de un Cura es predicar, debe ser también el primer cuidado en el Seminario enseñar a predicar, será pues conveniente que a los jóvenes hábiles y más adelantados se les obligue a que una vez cada mes y en el tiempo que se les señalare compongan un discurso (breve a los principios), sobre el asunto que el Rector les diere, que, después de habérselo corregido mirando más a la entidad de las cosas y al orden de ella que al adorno de las palabras, lo diga un día de asueto en el lugar y la hora que se tenga según las circunstancias por más cómodo. Podrá servirle de guía la Instrucción de los Predicadores de San Carlos [Borromeo] o la ´Retórica`de Fray Luis de Granada" (Acción Tercera, Título V).

En el último tercio del siglo XVIII, tiempo inestable en política por las numerosas revueltas y revoluciones, el Arzobispo González de la Reguera, siguiendo lo prescrito por el Concilio Provincial de Lima de 1772, intervino en la admisión de los indígenas en los Seminarios. La sacudida revolucionara provocada por el movimiento acaudillado por José Gabriel Condorcanqui (Túpac Amaru II) indujo al gobierno español a tomar algunas medidas favorables a los naturales, como la Real Cédula de 11 de Setiembre de 1786, en la cual se ordenaba que se admitiese a los indios en las Órdenes Religiosas y Seminarios, se les educase en los Colegios y se los promoviese, según sus méritos, a las dignidades eclesiásticas. El Concilio de 1772 se había pronunciado claramente a favor de que a los indios no se les vedase el ingreso a los Seminarios, aunque todavía fuesen muy pocos los que aspiraban al sacerdocio. En las Órdenes Religiosas ocurría otro tanto, aun cuando en algunas de ellas se ponía obstáculo para que profesaran y a lo más se limitaban a darles el hábito y aceptarlos como donados. El Virrey pasó al Obispo Ordinario la cédula citada y en su oficio le pedía se le enviase una razón individual de todos los alumnos que disfrutaban de beca. A pesar de ejecutarlo fielmente, la medida no llegó a dar resultado, en parte por el retraimiento de los mismos indígenas y en parte también por la indiferencia cuando no olvido con que se trató asunto tan 

crucial. Se conservan expedientes en los que se solicitan becas en virtud de esta Real Cédula; es el caso del cacique Juan Bautista Yacsa Yauri, indio del pueblo del Espíritu Santo, en Huarochirí, quien la solicita para su hijo Manuel alegando Reales Cédulas sobre la cuarta parte para los indios[3].

Muy poco después de haber terminado sus labores en el Concilio fue presentado para la sede de Trujillo, donde desempeñó una sobresaliente labor cultural y espiritual.de 1778 a 1790[4]. En 1791 fue promovido al obispado de Santa Fe de Bogotá, donde falleció en 1797.

José Antonio Benito



[1] RESTREPO MANRIQUE, Daniel La Iglesia de Trujillo (Perú) bajo el episcopado de Baltasar Martínez Compañon (1780-90) Departamento de Cultura del Gobierno Vasco, Bilbao, 1992 (2 t).

 

[3] R. VARGAS UGARTE Concilios limenses (1551-1772) II, Lima 1952, pp.98-103. AAL. Causas del Seminario de SantoToribio, V, 50AAL. Causas del Seminario de SantoToribio, V:47.

[4] VVAA Vida y obra del Obispo Martínez Compañón Universidad de Piura, Facultad de Ciencias y Humanidades, Piura, 1991