lunes, 22 de junio de 2020

ANTE UN MUNDO APESTADO ¡UN MUNDO ENSANTADO!

Felicito al portal "Religión y Libertad" por su campaña "Oración de urgencia" en la que invita a escribir a "personalidades católicas relevantes" [quienes] pedirán a Jesucristo, a la Santísima Virgen o a los santos de su elección que nos protejan de estos males y nos ayuden a ponerles fin para que el mundo cumpla la finalidad para la que fue creado: dar gloria a Dios, en vez de arrebatársela". https://www.religionenlibertad.com/mundo/655573732/desconcierto-mundo-religion-en-libertad-campana-oracion-urgencia.html

Me han encantado las contribuciones de Miguel Ángel Velasco, J.M. Cotelo, Olaizola, Vallejo Nájera y desde el Perú colaboro con mi granito de arena.

Estoy convencido con Donoso Cortés que "hacen más por el mundo los que oran que los que pelean", así que oremos, en público y privado, a título corporativo y personal, en familia global planetaria y en la de nuestro hogar, porque aquí también tiene razón el P. Peyton "familia que reza unida permanece unida".

Si el mal de la pandemia nos ha unido de modo misterioso pero real, la lucha para vencerlo debe encadenarnos con un arma clara y mucho más letal, la enseñada por el mismo dador de vida y que se proclamó como la misma Vida, Jesús, el rostro de Dios hecho hombre y el rostro del hombre Dios; basta con recordar su lección: "Padre nuestro…venga a nosotros tu reino".

Si vivimos en un planeta apestado, oremos para que se convierta en un mundo ensantado. ¿Qué hicieron los santos ante las pandemias?

En la tierra ensantada del Perú los cinco santos oraron y actuaron. Así lo declaran los testimonios de su proceso de beatificación.

De Toribio Mogrovejo, segundo prelado limeño y patrono de todos los obispos de América, se lee que- "en el tiempo de las viruelas, que fue peste general en aquel Reino, proveyó de botica y médico y barbero a todos los pobres  y al hospital de san Lázaro, de todo lo necesario; En especial, en el tiempo de las viruelas y peste general que hubo en este reino, que por estar todos los indios en sus casas caídos con la dicha enfermedad, se andaba el dicho señor Arzobispo de casa en casa, a confirmarlos, sufriendo el hedor pestilencial y materia de la dicha enfermedad".

Martín de Porres convirtió el convento en hospital. "Y en este tiempo hubo una peste en esta ciudad de una enfermedad que llaman alfombrilla o sarampión en la cual tuvo este testigo en su enfermería sesenta enfermos, los más de ellos mancebos novicios. Esta enfermedad daba crueles calenturas que se subían a la cabeza… El siervo de Dios estuvo sin parar de día y de noche, acudiendo a dichos enfermos con ayudas, defensas cordiales, unturas, llevándoles también a medianoche azúcar, panal de rosa, calabaza y agua para refrescar a dichos enfermos.

Francisco Solano, cuando en 1604 Arequipa se vio afectada por la peste del vómito negro, predicó contra los pecados capitales, llenándose las iglesias; cientos de personas hicieron penitencia y pidieron a gritos que se expusiese el Santísimo. Un año después, en diciembre de 1605, abandonando su retiro y con un crucifijo en la mano, salió por calles y plazas exhortando a todos a la penitencia por sus pecados. "La vista de aquel fraile, espejo de la penitencia, el ardor de su mirada y el fuego de sus palabras, conmueve a sus oyentes; le siguen hasta la plaza mayor y allí el gentío se hace cada vez más numeroso de tal manera que deben dejar abiertas las iglesias por petición popular de la confesión".

Juan Macías visitaba a los pobres de los hospitales: "les daba los dulces y las flores; y les untaba las manos con el agua de olor para que se recreasen; les amonestaba a la paciencia en su pobreza y achaques, y les aconsejaba el amor de Dios y mudanza de sus vidas". Rosa de Lima "curaba a todos los que podía y para este efecto, los traía a su casa doliéndose de sus enfermedades, sin reparar que fuesen negros o indios, ni de enfermedades asquerosas"

 

Culmino invitándoles a orar como hiciese nuestro Papa Francisco ante las reliquias de los cinco santos peruanos en la Catedral limeña

Dios y Padre nuestro,
que por medio de Jesucristo
has instituido tu Iglesia
sobre la roca de los Apóstoles,
para que guiada por el Espíritu Santo
sea en el mundo signo e instrumento
de tu amor y misericordia,
te damos gracias por los dones
que has obrado en nuestra Iglesia en Lima.

Te agradecemos de manera especial
la santidad florecida en nuestra tierra.
Nuestra Iglesia arquidiocesana,
fecundada por el trabajo apostólico
de santo Toribio de Mogrovejo;
engrandecida por la oración,
penitencia y caridad de santa Rosa de Lima
y san Martín de Porres;
adornada por el celo misionero
de san Francisco Solano
y el servicio humilde de san Juan Macías;
bendecida por el testimonio de vida cristiana
de otros hermanos fieles al Evangelio,
agradece tu acción en nuestra historia
y te suplica ser fiel a la herencia recibida.

Ayúdanos a ser Iglesia en salida,
acercándonos a todos,
en especial a los menos favorecidos;
enséñanos a ser discípulos misioneros
de Jesucristo, el Señor de los Milagros,
viviendo el amor, buscando la unidad
y practicando la misericordia
para que, protegidos por la intercesión
de Nuestra Señora de la Evangelización,
vivamos y anunciemos al mundo
el gozo del Evangelio.