martes, 23 de abril de 2019

Quiles García, Fernando. Santidad Barroca. Roma, Sevilla y América hispana. Sevilla: Universo Barroco Iberoamericano, 2018, pp. 231.

 

Recensión de Carlos Piccone Camere

 

A lo largo de su fecunda trayectoria académica, Fernando Quiles García se ha distinguido por conjugar su incuestionable pasión por el arte y el patrimonio cultural iberoamericanos con una profesionalidad que ha sabido recrearse de acuerdo a los estándares contemporáneos de investigación. He aquí la razón del porqué el presente volumen no defrauda la expectativa. En él se recoge una serie de estudios de relevancia llevados a cabo por el autor desde 1999, año en el que inauguró un sugerente ciclo de estudios interdisciplinares sobre la reformulación de la imagen sagrada a partir de las directrices del concilio de Trento.

Desde el punto de vista historiográfico, algunas páginas son realmente provocadoras. Acaso el mérito más plausible sea la capacidad del autor para abordar cuestiones espinosas sin demasiados miramientos y formalismos, trascendiendo la esfera de lo políticamente correcto. Quiles es consciente de que detrás de las causas de canonización existen también motivaciones políticas que, en cierta medida, determinan el éxito de dichos procesos.

El autor deja en claro que su intención no es cuestionar la virtud de los hombres y mujeres que han entrado a formar parte del santoral romano: no espere el lector encontrarse con comentarios ambiguos ni críticas ácidas encubiertas. Por el contrario, el debate se desarrolla dentro de ámbitos histórico-críticos, historiográficos y artísticos, en los que el autor demuestra plena destreza. Lo que sí entra en cuestión es el modus operandi a través del cual los siervos de Dios llegaron a ser inscritos en el catálogo de los santos y el rol protagónico que llegó a ocupar la construcción hagiográfica por medio de los escritos y de las artes visuales.

El autor adopta, de esta manera, una aproximación crítica que le permite detectar los sofisticados mecanismos que funcionaban silenciosamente en el andamiaje montado alrededor de las imágenes más representativas de la santidad canonizada del barroco Hispano-Americano. Así, sale a la luz el accionar de los delegados de la jerarquía eclesiástica y de los agentes de las distintas entidades seculares, desde la Casa de Contratación sevillana hasta los propios monarcas hispanos. El interés de ambos lados era grande: canonizar a una persona implicaba también la 'canonización' de sus obras, escritos, métodos de evangelización y posturas políticas, lo que convertía al santo en una prenda codiciada tanto por las iglesias locales como por la sociedad civil que se encomendaba al patrocinio del candidato a los altares.

Ciertamente, Trento supuso un hito insoslayable en el proceso de construcción de la santidad barroca (pp. 7-8). En efecto, en un contexto caldeado por las opciones reformistas, adoptado de cara al movimiento protestante, la Iglesia Católica trazaría una tipología nueva de santidad, favoreciendo la transmisión de un rostro cada vez más cercano a la nueva sensibilidad religiosa: "En el Barroco se codificó un nuevo patrón de santidad, más humanizado y cercano a los fieles" (p. 33), de modo que estos lo hiciesen suyo. Una empresa en la que los mentores intelectuales y los artistas tuvieron una labor encomiable.

El normativismo postridentino —establecido especialmente a partir de Urbano VIII— hizo del proceso de canonización un trámite aún más complejo: No bastaba ya con que el candidato a los altares hubiese muerto en olor de santidad o se atribuyera a su intercesión una serie de milagros; era necesario también verificar escrupulosamente su ortodoxia y ortopraxis, y que su imagen hagiográfica diese garantía de ambas. En cierto modo, al amparo de la Sagrada Congregación de los Ritos, la santidad canonizada se estandarizó. En efecto, gracias a la multitud de fronteras abiertas por las que se extendía la cristiandad hispana, se empezó a proponer una especie de santidad globalizada, de manera que los santos de las Indias serían modelados en las hormas de los santos europeos. Una vez finiquitado el proceso de 'fabricación' resta 'vender' el producto; de esto se encargarían personalidades ad hoc que procurarían granjearse el beneplácito de la Santa Sede.

En este arduo itinerario hacia la canonización, el autor se sirve didácticamente de los procesos postulados por la arquidiócesis de Sevilla, haciendo hincapié en el emblemático caso de Fernando III, el rey santo. La suya es una figura cautivante, tanto por el culto que se le tributó desde su muerte cuanto por la instrumentalización política de la que fue objeto en los diversos períodos históricos. Si en el siglo XIII su nombre evocaba la lucha reconquistadora, en los siglos XVI y XVII Fernando III será invocado como el adalid de los países alineados con la Santa Sede contra las potencias protestantes. Estas mutaciones historiográficas serían siempre acompañadas por una evolución iconográfica: desde los retratos inexpresivos de autores anónimos, pasando por el hieratismo y la rigidez áulica de renombrados artistas, hasta la actitud beatífica, atemporal y enternecedora con la que Bartolomé Esteban Murillo lo representaría. Sin embargo, el caso de Fernando III no es la excepción. A través de los diferentes capítulos, Quiles García rastrea también otros fenómenos similares, resaltando ciertos patrones de desarrollo en los procesos de Rosa de Lima, Francisca Dorotea, Fernando de Contreras y Miguel de Maraña.

Profundamente arraigado en el imaginario de los cristianos del s. XVII, el martirio fue otro elemento clave en el diseño de la santidad barroca. El afán de muchas iglesias locales por reavivar el recuerdo de los mártires de la antigüedad y, en el ámbito hispano, del período andalusí, no fue fortuito. Antes bien, supuso "una de las secuelas más importantes del choque religioso y cultural habido con el islam en tierras peninsulares entre los siglos VIII y XV, prolongándose todavía hasta el siglo siguiente con el brote alpujarreño" (p. 46).

A la trama canónico-administrativa, el autor sitúa paralelamente la evolución y estructuración de la divulgación de los siervos de Dios: desde la obsesión de los postuladores de las causas por obtener las veras effigies de sus candidatos hasta los grabados y estampas que ilustrarán sus vidas. La sensibilidad barroca hará brotar manifestaciones cultuales en distintos lugares del orbe. Precisamente, gracias a este dilatado horizonte geográfico y a través de la revitalización de la centralidad romana que propiciarán las nuevas canonizaciones, la Santa Sede será la gran beneficiaria. 

En definitiva, un libro que aborda con competencia de oficio un tema capital que acaso no haya sido valorado aún en su real dimensión por la academia. La santidad canonizada detrás de los bastidores es una veta aún por explorar y de la cual se puede entrever ya el material precioso. Saludamos, pues, el acto de generosidad intelectual por parte del autor que ha querido poner su investigación a disposición de los lectores, permitiendo su descarga gratuita por Internet (https://www.upo.es/investiga/enredars/?page_id=682). Por último, cabe destacar que "EnRedArs Publicaciones", la matriz editorial del área de Historia del Arte de la Universidad Pablo de Olavide – Sevilla, se ha constituido en un proyecto innovador e interesante digno de ser imitado por otras universidades y centros de estudios, especialmente en América Latina.