Envíame adonde quieras; y, si conviene, aun a los indios
Como indica mi breve presentación, he tenido la dicha de ser misionero fidei donum durante seis años. Normalmente no indico que pertenezco a la Archidiócesis de Toledo, porque no quiero que mis posturas personales se confundan con las de la Archidiócesis. Es una precaución que en otros tiempos resultaría absurda, pero no en la situación actual. Hoy, sin embargo, tengo que decir que, efectivamente, como sacerdote diocesano de Toledo pasé mis seis años como misionero en una de las dos misiones diocesanas de Toledo.
Hay que explicarlo un poco. En 1994, el Cardenal D. Marcelo González Martín, verdadera luz de la Iglesia en los oscuros momentos del inmediato posconcilio, tomó la iniciativa de abrir una misión diocesana en la que, como opción preferencial, ni exclusiva ni excluyente, los sacerdotes de Toledo pudieran vivir la dimensión universal de la Iglesia. La iniciativa cristalizó en una colaboración permanente entre las Archidiócesis de Toledo y de Lima, con una presencia de sacerdotes diocesanos de Toledo en una parroquia de Villa el Salvador, uno de los inmensos pueblos jóvenes de los conos de la capital peruana. Cuando partieron los primeros sacerdotes, D. Marcelo escribió una carta pastoral hermosísima titulada Toledo y Lima, diócesis hermanas. Me gustaría mucho poder compartir el texto, pero lamentablemente, aunque estoy haciendo lo posible, soy incapaz de encontrarlo.
Con el tiempo, Lima se dividió en cuatro diócesis, resultando que las entonces parroquias en las que trabajaban los sacerdotes de Toledo quedaron dentro de la nueva diócesis de Lurín. Allí hemos llegado a estar hasta ocho sacerdotes de Toledo simultáneamente, en tres parroquias, el seminario diocesano y una casa de ejercicios.
Más adelante, se vio la posibilidad de que la Archidiócesis de Toledo asumiera una colaboración permanente en una prelatura misionera, de manera similar a como las congregaciones religiosas asumen territorios de misión en los que la Iglesia aún se está estableciendo. De esta manera surgió la presencia de los misioneros de Toledo en la Prelatura de Moyobamba, en el Departamento de San Martín en Perú. En 2004 la Santa Sede encomendó a la Archidiócesis de Toledo, durante el episcopado del Cardenal D. Antonio Cañizares, el cuidado pastoral de esta prelatura, por la que han pasado ya un gran número de sacerdotes diocesanos. En 2007 Mons. Rafael Escudero fue elegido obispo prelado de Moyobamba. Por Moyobamba han pasado también sacerdotes de otras partes de España, especialmente de la diócesis de Córdoba, que mantiene allí una parroquia de forma permanente.
La prioridad del trabajo pastoral en Lurín y en Moyobamba han sido las vocaciones sacerdotales. Particularmente he sido formador durante algo más de un año del Seminario San José de Lurín, del que han salido ya un número considerable de sacerdotes, teniendo en cuenta la juventud de la diócesis. En Moyobamba funcionan el Seminario Menor San Juan Pablo II y el Seminario Mayor San José, del que también han sido ordenados un buen número de sacerdotes.
La necesidad de sacerdotes en Perú, como en la mayor parte de América, es enorme. Se unen dos realidades: la desproporción entre la cantidad de personas y el escaso número de sacerdotes y, simultáneamente, la demanda de atención pastoral de la gente, ansiosa de recibir la Palabra de Dios y los sacramentos. Estoy profundamente convencido de que la realidad histórica de que el Evangelio llegara a América desde España nos hace a los españoles especialmente responsables de la Iglesia americana, y que, al igual que entonces, la Iglesia española puede recibir enormes gracias de la entrega misionera en América, de forma particular.
Recientemente ambas diócesis han pasado por situaciones difíciles parecidas en cuanto a esta necesidad de sacerdotes. En Lurín, el 1 de abril de 2016 fallecía el P. Juan Carlos Marca, con solo tres años de sacerdote, después de una dura enfermedad. En Moyobamba, hace unos días, el 27 de noviembre de 2017, fallecía el P. Alonso Sinarahua, tan solo doce días después de su ordenación sacerdotal.
Hoy he recibido una carta escrita por jóvenes sacerdotes de Moyobamba, con ocasión de la fiesta de San Francisco Javier, patrón de las misiones, y no puedo dejar de compartirla aquí. Creo que después de la introducción que he escrito se entenderá mejor su contenido. Da la casualidad, además, que a inicios de 2013 yo redacté una carta semejante dirigida a los sacerdotes de mi diócesis, aunque tengo que reconocer que no llegué a enviarla. Me ha llamado mucho la atención que estos sacerdotes y yo tuviéramos la misma inquietud, por lo que he decidido añadir mi carta, como un apéndice, a este post. No he querido retocarla, por lo que refleja, quizá demasiado intensamente, mis sentimientos en aquel momento. Espero que mis palabras no ofendan a nadie, pues no es mi intención.
Oremos por las misiones, por los misioneros y la generosidad de los sacerdotes y sus obispos.
Carta de los sacerdotes de Moyobamba
Amado hermano Sacerdote de Jesucristo, nos atrevemos a escribirte para desearte que el Espíritu Santo guíe tu vida entera, y bendiga abundantemente los trabajos que por la salvación de las almas y mayor gloria de Dios estás realizando.
Estos días, en nuestra Iglesia local, hemos estado consternados — un hermano que llevaba 12 días de recibir tan precioso don del Sagrado Sacerdocio falleció de modo inesperado, y otro sacerdote ha sido diagnosticado de cáncer, y está ofreciendo su dolor y sufrimiento por la Iglesia —. En una Iglesia local como la nuestra, que se está estableciendo con dificultad, estos sucesos nos hacen recordar lo que dice el Señor por medio del profeta: «mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos» (Is 55,8).
Todo ello, y sobre todo la constatación de que muchos pueblos se ven privados de la atención de Pastores, convirtiéndose en caldo de cultivo de las sectas — cuya acogida no es sino señal de la sed de Dios en las almas —, nos llevan a tocar la puerta de su corazón, y a pedirle que, al rezar las Palabras de Cristo en el Altar, pida por el aumento de vocaciones sacerdotales, y de un modo especial sacerdotes misioneros para estas tierras. Reconocemos que el impulso misionero lo da el mismo Espíritu Santo, y por ello le pedimos que supliques conjuntamente con nosotros esta gracia.
Nuestro Señor Jesucristo, que ama tanto su rebaño, pues le ha costado su vida, ha ido sacando del adormecimiento y del sueño a tantos consagrados que han depositado la tarea misionera sólo en las espaldas de algunas congregaciones e institutos religiosos. Poco a poco «se está afianzando una conciencia nueva: la misión atañe a todos los cristianos, a todas las diócesis y parroquias, a las instituciones y asociaciones eclesiales» (Redemptoris Missio, 2). Prueba de ello es que algunos sacerdotes se han alistado para la misión, y después de un generoso tiempo de misión en tierras ajenas, han retornado a sus Iglesias locales. Aquí reconocemos la extraordinaria labor que la Diócesis de Toledo está haciendo. Y elevamos nuestra gratitud por los sacerdotes de esta Iglesia que se han desgastado, y por aquellos que lo siguen haciendo, en tierras de misión. A ellos les debemos mucho en Cristo Jesús.
No obstante, nos desconcierta que la tarea misionera ha sido sacada del corazón y de la mente de muchos consagrados, por distintas circunstancias.
Ante esta realidad, y para motivarte a suplicar por las misiones, tomamos las palabras de san Francisco Javier, patrón de las misiones: «Muchos cristianos se dejan de hacer en estas partes, por no haber personas que en tan pías y santas cosas se ocupen. Muchas veces me mueve pensamientos de ir a los estudios de esas partes, dando voces, como hombre que tiene perdido el juicio, y principalmente a la universidad de París, diciendo en Sorbona a los que tienen más letras que voluntad, para disponerse a fructificar con ellas: ¡cuántas ánimas dejan de ir a la gloria y van al infierno por la negligencia de ellos!». En toda la Iglesia son muchos a quienes les parece ajeno a su condición de sacerdote diocesano la tarea misionera ad gentes.
Éstos, desconocen que la naturaleza del sacerdocio ministerial es estrictamente misionera. «El don espiritual que recibieron los presbíteros en la ordenación no los dispone para una misión limitada y restringida, sino para una misión amplísima y universal de salvación "hasta los extremos de la tierra" (Hch 1, 8) […] Piensen, por tanto, los presbíteros que deben llevar en el corazón la solicitud de todas las iglesias. Por lo cual, los presbíteros de las diócesis más ricas en vocaciones han de mostrarse gustosamente dispuestos a ejercer su ministerio, con el beneplácito o el ruego del propio ordinario, en las regiones, misiones u obras afectadas por la carencia de clero» (Presbyterorum Ordinis, 10).
Tarea que atañe de modo especial a los sucesores de los Apóstoles, nuestros Obispos: «Incumbe a la Iglesia el deber de propagar la fe y la salvación de Cristo, tanto en virtud del mandato expreso, que de los Apóstoles heredó el orden de los Obispos con la cooperación de los presbíteros» (Ad Gentes, 5). «Su caridad de legítimo sucesor de los apóstoles por institución divina y en virtud del oficio recibido, le hace solidariamente responsable de la misión apostólica de la Iglesia, conforme a la palabra de Cristo a sus apóstoles: "Como me envió el Padre, así también yo os envío" (Jn 20, 21). Esta misión, que tiene que abarcar a todas las naciones y a todos los tiempos (cf. Mt 28, 19-20), no cesó con la muerte de los apóstoles: continúa en la persona de todos los obispos en comunión con el Vicario de Jesucristo» (Fidei Donum, 11). «Todos los Obispos, están consagrados no sólo para una diócesis, sino para la salvación de todo el mundo. […] Creciendo cada vez más la necesidad de operarios en la viña del Señor y deseando los sacerdotes diocesanos, participar cada vez más en la evangelización del mundo, el Sagrado Concilio desea que los Obispos, considerando la gravísima penuria de sacerdotes que impide la evangelización de muchas regiones, envíen algunos de sus mejores sacerdotes que se ofrezcan a la obra misional, debidamente preparados, a las diócesis que carecen de clero, donde desarrollen, al menos temporalmente, el ministerio misional con espíritu de servicio» (Ad Gentes, 38).
Esta solicitud por todas las Iglesias la heredamos también nosotros: «Los presbíteros (…) estén profundamente convencidos que su vida fue consagrada también al servicio de las misiones» (Ad Gentes, 39). Aferrándonos a esta verdad le invitamos a pedir en el Altar por las misiones.
Y si percibe una suave brisa que le empuja a tierras de misión — aunque ya hayas estado en estas brechas por algunos años — no tarde en responder a esta llamada sagrada a configurarse con los Apóstoles, enviados a la misión.
Y si le asalta la idea de responder como el Señor en una ocasión: «Yo no he sido enviado más que a las ovejas perdidas de la casa de Israel» (Mt 15,24) — o sea mi Iglesia local —, permítenos repetir el gesto cargado de fe de la mujer cananea y pedirte que nos ayudes con tu oración, y si Dios te pide algo más, respondiendo con prontitud y diligencia.
Es más, así como a san Pablo se le presentó en una visión un macedonio (cf. Hch 16, 9-10) para pedirle que le ayude a conocer a Cristo, así nosotros también osamos pedirte «ven a Moyobamba y ayúdanos» — aunque ya estuvo alguna vez por estas tierras —.
Moyobamba 02 de diciembre, vísperas del I domingo de adviento, y de la fiesta de San Francisco Javier, patrón de las misiones.
Atentamente: Augusto César Bernal Gómez, Johnny García Abad, Saulo Vásquez Urrutia, Henry Carrero, Evander Bernardo Cortez, Moisés Pérez.
Apéndice: Mi carta a los sacerdotes de Toledo
Querido hermano sacerdote:
Por si no me conoces, soy Francisco José, uno de los sacerdotes que formamos parte de la misión diocesana de Toledo en la diócesis de Lurín, en Perú. Tengo treinta años y me ordené hace algo más de cinco. Actualmente soy párroco y único sacerdote de una parroquia pequeñita (creo que ya vamos para los 30.000 habitantes) en una de las zonas más pobres de la diócesis.
Te escribo esto para saludarte y para compartir brevemente algo que me brota del corazón. Créeme que voy a intentar ser breve, porque sé que estás ocupado, pero tengo miedo a la vez de que, con tanta brevedad, se malinterprete lo que quiero decir.
El Papa, dentro del año de la fe, nos ha pedido que miremos al Concilio Vaticano II. Cuando me acerqué a sus textos en los años de seminario, recuerdo una frase de Presbyterorum Ordinis, n. 10 que se me quedó grabada. Te la recuerdo: «los presbíteros de las diócesis más ricas en vocaciones han de mostrarse gustosamente dispuestos a ejercer su ministerio, con el beneplácito o el ruego del propio ordinario, en las regiones, misiones u obras afectadas por la carencia de clero». Me vino a la memoria algo que yo no he escuchado de boca de D. Marcelo, pero que me han dicho que repetía con frecuencia: «el sacerdote no se ordena para la diócesis sino para la Iglesia Universal», o algo así.
No hace falta que insista en que eso de «los presbíteros de las diócesis más ricas en vocaciones» se refiere a ti y a mí, sacerdotes de Toledo. Ni en que «las regiones afectadas por la carencia de clero» pueden ser claramente Lurín y Moyobamba. Ni que son incontables las veces que D. Antonio rogó y que D. Braulio ha rogado que te ofrezcas (que todos nos ofrezcamos) para venir a Lurín o a Moyobamba.
No creo que seas de esos que dicen que el Concilio ha corrompido la Iglesia, ni de los que apelando a no sé qué «espíritu» desoyen totalmente los textos conciliares. Por eso, lo que quiero es preguntarme contigo, ¿por qué muchos de los sacerdotes de Toledo no parecen estar «gustosamente dispuestos» a ofrecerse a trabajar en las misiones diocesanas?
Creo que he escuchado ya todas las excusas posibles y no me convence ninguna. Mucho menos esa de que «Toledo es también zona de misión». Yo creo que todavía no, pero al paso que avanza la descristianización puede ser que lo sea pronto. Y no creo que la situación esté mejorando por el hecho de que haya tantos sacerdotes. Me pregunto por qué no hacer caso a la Iglesia y recordar lo que escribía el Beato Juan Pablo II: «En efecto, la misión renueva la Iglesia, refuerza la fe y la identidad cristiana, da nuevo entusiasmo y nuevas motivaciones. ¡La fe se fortalece dándola! La nueva evangelización de los pueblos cristianos hallará inspiración y apoyo en el compromiso por la misión universal» (Redemptoris Missio, 2).
Posiblemente en muchos casos hay razones sobradas para no ofrecerse, pero pienso que, probablemente, haya también casos en los que manden la comodidad, la flojera y la falta de ardor evangélico. Tristemente a veces también hay «grupismos» y tonterías que nos hacen perder las fuerzas. Quería traer aquí unas palabras que me han impactado hondo siempre que las he leído:
«Muchos cristianos se dejan de hacer, en estas partes, por no haber personas que en tan pías y santas cosas se ocupen. Muchas veces me mueven pensamientos de ir a los estudios de esas partes, dando voces, como hombre que tiene perdido el juicio, y principalmente a la universidad de París, diciendo en Sorbona a los que tienen más letras que voluntad, para disponerse a fructificar con ellas: ¡Cuántas ánimas dejan de ir a la gloria y van al infierno por la negligencia de ellos!
Y así como van estudiando en letras, si estudiasen en la cuenta que Dios, nuestro Señor, les demandará de ellas, y del talento que les tiene dado, muchos de ellos se moverían, tomando medios y ejercicios espirituales para conocer y sentir dentro de sus ánimas la voluntad divina, conformándose más con ella que con sus propias afecciones, diciendo: Aquí estoy, Señor, ¿qué debo hacer? Envíame adonde quieras; y, si conviene, aun a los indios».
Como sabes son de S. Francisco Javier, que, sin duda, podría haber hecho mucho bien en esa Europa del barroco, herida por la herejía protestante, quedándose a misionar por nuestras tierras. Pero que prefirió atender a la voluntad de Dios y partir a la misión para el resto de su vida.
Quiero pedirte, de corazón, que pienses seriamente en ofrecerte para la misión. Que pongas tu confianza en el discernimiento del obispo, que te enviará si conviene a la Iglesia y a tu vida sacerdotal. Que aprecies un poco más a los hermanos que estamos aquí; que nos sientas parte de la diócesis y que el espíritu y la disponibilidad misionera sea el alma de la labor que te toca realizar «en casa».
Espero que no sientas que te estoy juzgando o recriminando algo, pues no es mi intención. Pero tenía esto dentro y no sabía cómo compartirlo. Me gustaría poder compartir todavía algo más, la experiencia. Por eso te invito a que vengas a pasar un tiempo aquí. Mi casa está abierta, y estoy seguro que la de todos los demás que estamos en la misión diocesana. Además, me imagino que D. Braulio estará encantado de enviar a quien te pueda suplir en tu parroquia si lo necesitas por el tiempo que vengas.
Te pido, por último, una oración por este mísero sacerdote.
En Cristo Sacerdote. Tu hermano, Francisco José