P. Vicente Rafael Folgado Ramírez, un párroco misericordioso.
Testimonio del P. Gustavo Arriola Guzmán
(Les comparto el hermoso testimonio elaborado como trabajo del curso de Licenciatura en la Facultad Redemptoris Mater de La Punta)
En esta breve historia, complemento de la de la Parroquia Santa María de la Providencia, quisiera contar la experiencia del encuentro con la misericordia de Dios. Es verdad que muchos se pueden encontrar con Dios a través de personas que hayan practicado con ellas alguna obra de misericordia, ya se corporales o espirituales. Pero también es verdad que la experiencia del encuentro con la misericordia divina se da a través de saberse amado por Dios tal y como uno es. Me refiero a la experiencia del perdón de los pecados.
Creo que resumiría los factores que contribuyeron al descubrimiento de mi vocación sacerdotal a tres encuentros: el retiro espiritual del Movimiento de Retiros Parroquiales Juan XXIII, los ángeles que me anunciaron que Dios me podría estar llamando al sacerdocio (mis amigos Fidel Orbe y Cinthya Ganoza) y mi encuentro con la misericordia a través del P. Vicente Folgado en aquel lugar privilegiado para esta experiencia: el confesonario de la parroquia Santa María de la Providencia.
El P. Vicente no es peruano, es español; pero por la cantidad de años que sirvió en el Perú, en la iglesia particular de Carabayllo sobre todo, por todo lo que hizo como un celoso evangelizador, creo que esta historia vale la pena contarla.
Historia
El Padre Vicente nació en Valencia (España) el 23 de octubre de 1951. Desde niño acompañaba a su hermano -que era 5 años mayor que él- a la iglesia porque éste ayudaba como acólito. Siguiendo el ejemplo de su hermano Vicente también empezó a realizar este servicio aunque como él mismo cuenta, más por estar con su hermano, pero poco a poco "le fue entrando el gusanillo" y que comenzara este "proceso lento" de su vocación sacerdotal.
Recibió la confirmación cuando tenía ocho años de edad. Le confirmó el venerable Mons. Lissón, del que conserva un recuerdo muy grato de santidad, de entrega, de pastor entre los sacerdotes que había ordenado. De su confirmación no recordaba mucho aunque conservaba la fotografía.
Ingresó al Seminario Menor de la Diócesis de Valencia con tan sólo doce años de edad. Muchos le han preguntado si a los doce años uno ya puede querer ser sacerdote. El respondía que no lo sabía pero que durante ese proceso lento el deseo de ser sacerdote iba aumentando, de manera tal que nunca hubo una ruptura grande en esa decisión aunque como es lógico haya habido momentos de crisis, de problemas de maduración, de crecimiento. Al final, llegó al día de la ordenación con mucha alegría y siempre se sintió feliz.
Vicente Folgado recibió la ordenación sacerdotal en 1977 en Valencia y fue vicario parroquial en Nuestra Señora de los Ángeles del barrio valenciano del Cabañal. Asimismo fue párroco de San Miguel Arcángel de Enguera. También fue responsable de la pastoral vocacional de la diócesis y consiliario diocesano del Movimiento Juniors. Desde 1996 se encontraba como misionero al servicio de la Obra de Cooperación Sacerdotal Hispano Americana (OCSHA) en Lima (Perú) donde entregó su vida realizando numerosas obras.
El 31 de diciembre de 1994 asumió la parroquia Santa María de la Providencia de la diócesis de Carabayllo, Lima (Perú), junto con el P. César Buendía. En esta parroquia permaneció hasta el año 2013 en el que viajó a España para tratar su cáncer pero nunca volvió, ya que el Señor lo llamó a su lado.
En el trabajo complementario a este sobre la historia de la parroquia Santa María de la Providencia he mencionado las actividades de la parroquia que tienen que ver con las obras de misericordia. Todas estas actividades no podrían haberse realizado sin alguien que las diseñe e impulse. Y nadie las podría impulsar si no tuviera este ser dentro de sí, si no tuviera la misericordia dentro de su corazón, si no se hubiese encontrado con esta misericordia.
Falleció en el hospital de Manises el día 7 de julio de 2014. Tenía 62 años. Su misa de exequias fue concelebrada por más de 50 sacerdotes en la parroquia Asunción de Nuestra Señor, en la localidad de Ribarroja del Turia de la que era natura. Fue presidida por el arzobispo de Valencia, Mons. Carlos Osoro quien recordó que todos los obispos de Valencia le pidieron estar presentes. El obispo emérito de Mondoñedo Ferrol, el valenciano Mons. José Geo Escolano también estuvo presente y recordó los siete años en la Parroquia Santa María de la Providencia donde trabajó una vez jubilado al lado del P. Vicente, a quien recordó como "infatigable en el servicio a los demás, que no paraba ni dejaba parar".
Como seminarista nunca viví con él, tampoco como cura. Los que sí lo hicieron me contaron sobre su carácter explosivo, sobre sus llamadas de atención fortísimas, su presión para ponerte a trabajar sin darte un minuto de descanso, su perfeccionismo. Comprendí entonces que el hombre que conocí en el confesonario era signo de una gracia especial. Cuando confesaba era otra persona…
Experiencia
Yo conocí al Padre Vicente Folgado en el confesonario. Dice el Papa Francisco que hay momentos que cambian tu vida. Él recuerda uno de ellos que precisamente fue una confesión. A mí me pasó más o menos lo mismo. Conocí al Padre Vicente en un momento crucial de mi vida, un momento de crisis existencial, de búsqueda angustiosa de felicidad, de verdad, de paz.
Tal y como comentaba en la introducción del trabajo, el inicio de mi conversión fue gracias al Movimiento de Retiros Parroquiales Juan XXIII. Fue allí donde escuché por primera vez que Dios me amaba siendo un pecador. Éste es el Kerygma. Yo me había alejado de la Iglesia desde los catorce años y ya tenía veintinueve. Puesto que al perseverar en el Movimiento me empezaban a llamar a trabajar en los retiros, necesitaba confesarme porque según las normas tenía que trabajar "en gracia". En ese tiempo vivía el drama de la vida doble, ya que el anuncio de la gratuidad no lo volví a escuchar luego del retiro. Este es precisamente uno de los problemas, no sólo del Movimiento, sino que creo que lo está en toda la Iglesia. Hemos dejado de anunciar la gracia para caer en un semipelagianismo.
Pues bien, fue en este momento de desesperanza que buscaba un sacerdote. Curiosamente descubrí que era difícil encontrar uno, un lugar donde hallar confesión, un lugar de misericordia. Una tarde llegué a la parroquia Santa María y vi un confesonario con a luz encendida. Cuando me acerqué vi al Padre Vicente.
Hay momentos que marcan. A mí me marcó esa sonrisa. Me marcó esa mirada cuando yo sacaba toda la podredumbre de mi corazón porque esa mirada no se inmutaba, ni esa sonrisa se acababa. Sentía que nada le escandalizaba. Y siempre al final la frase que jamás olvidaré: "¡No tires la toalla!". Este es un término deportivo, específicamente del boxeo. Significa que no dé por terminada la pelea, que aunque parezca que estoy perdiendo no me rinda, que siga confiando, que siga creyendo en que Dios me sigue amando, que siga esperando, ¡aun contra toda esperanza! Cuando uno experimenta todos los meses confesarse de lo mismo y recibe siempre estas palabras, algo inevitablemente sucede. Surge la pregunta de tu corazón: "¿Quién eres tú, Señor?, ¿quién eres para amarme tanto?, ¿por qué me perdonas tanto?, ¿no ves que sigo siendo el mismo?, ¿no ves que siempre cometo lo mismo?, ¿no ves que no me convierto?, ¿no ves que no vale la pena que me sigas llamando, que me sigas personando?". Es imposible que ante estas preguntas uno no reciba respuesta de un Dios que te ama. Yo descubrí algo que no conocía: la misericordia. Era el año 2004.
Poco a poco, descubrí que Dios me llamaba al sacerdocio. Y fue gracias también al Padre Vicente. Nunca me presionó, siempre esperó paciente a que yo volviera corriendo el riesgo de que tal vez no vuelva más. Y de hecho a veces me ausentaba por largo tiempo para volver "al mundo". El poder de atracción del mundo era muy fuerte en mí. Escogí a san Agustín por patrón porque cuando leí su historia me di cuenta de que yo también tenía esperanza.
El padre Vicente nunca me llamó a formar parte del grupo de los pre-seminaristas. Tenía mucho discernimiento para ver que si lo hacía, yo saldría corriendo a los dos días. El ritmo de la parroquia santa María me asustaba mucho, yo no soportaba estar dos horas allí. Iba, me confesaba, escuchaba una que otra charla hasta la mitad y me iba. El padre Vicente nunca me dijo nada. Hasta que llegó el momento crucial…
La penúltima confesión
Yo empezaba a asentir a la idea de que Dios me llamaba desde aquel año 2004. Pero también es cierto que tenía mucho miedo y me resistía por tanto a esa llamada. El Padre Vicente ya sabía que tenía esa inquietud, y ahora sé que él ya sabía que Dios me llamaba. No hablamos directamente del tema hasta aquella tarde de noviembre del 2005 en el confesonario de siempre. Fue un diálogo tenso, ahora diría que fue un exorcismo, el día en que Dios venció el miedo. Aquella tarde no había nadie en la cola de las confesiones y aproveché. Luego de confesarme toqué nuevamente el tema de la llamada…
- Pero dime: ¿Tú quieres ser sacerdote?
- Padre, creo que esa no es la pregunta
- Y por qué crees que esa no es la pregunta
- Porque yo nunca podría decirle que quiero ser sacerdote
- Gustavo, ¿quieres ser sacerdote?
- Padre, ¡usted no me entiende!
- ¡Es que sí te entiendo!
- ¡No! Usted no me entiende. Yo sólo quiero saber qué quiere Dios de mí, ¡sólo eso! Estoy dispuesto a hacer lo que Él me diga, pero, ¡cómo saber si esto es lo que Él quiere para mí!
- Si Él no quisiera esto para ti, no estarías aquí sentado en este momento. ¿Sabes por qué? Porque yo no te he llamado. Tú has venido solo.
Estas palabras traspasaron mi corazón. Pensé que esto sólo sucedía en las películas, pero toda mi vida empezó a pasar frente a mí en retroceso, desde ese momento hacia mi nacimiento. Comencé a ver que Dios siempre estuvo conmigo. Comencé a comprender que si Dios no hubiese querido esto para mí no hubiera permitido que me cruce con tanta gente, ¡que escuche tantas voces! Voces que me decía que Dios me llamaba a ser sacerdote. Sí, Dios no puede ser perverso. Dios no juega con nadie. A través de todas esas voces, Él me llamaba. Cuando levanté la mirada vi un cuadro en el confesonario, el rostro de Jesús y una barca con unas redes. Y vi que Jesús me sonrió, como diciendo: "¡Vaya! ¡Por fin te diste cuenta!".
No sé cuánto tiempo duró mi silencio. Pero cuando volví en mí, ahí estaba el Padre Vicente, mirándome con la misma sonrisa. Había sido él espectador de un silencio que no sé cuánto duró, el silencio donde la voz potente de la llamada de Dios entra al corazón del hombre, y retumba para ya no salir más…
- Gustavo, por última vez, ¿quieres ser sacerdote?
- Sí.
Puso sus manos sobre las mías y me dijo:
- No tengas miedo. Él sólo quería escuchar eso. Ahora Él lo hará todo. Perdóname por alzar la voz, estuve a punto de darte una bofetada, pero era necesario. Ahora no te preocupes, que Dios te ayudará a renunciar a tu trabajo, a dejar a tu familia, te ayudará en todo. Sólo quería ese "Sí".
- No se preocupe, Padre, más bien gracias por ayudarme. Ahora me voy.
- Sí, ya seguiremos hablando.
Cuando salí del confesonario había una cola impresionante. Me sentí mal por toda aquella gente. Pero ahora veo, que era la gente que simbolizaba a los miles que esperaban por mí, los miles que esperaban que yo me convierta para que ellos se salven. Dos meses después ingresé al Seminario Corazón de Cristo. Diez años después entré a ese confesonario como sacerdote a salvar a aquellas personas que esperaron tanto por mí.