Padre Arróniz: Ejemplar misionero claretiano que vivió en Tr
Luis Miguel González Rosell
En el cementerio principal de Huacho hay una tumba siempre adornada de flores frescas y siempre hay personas orando ante su tumba y pidiéndole favores pese a que quien estaba sepultado ahí ha fallecido hace más de 50 años. ¿De quién se trata? De un sacerdote y misionero claretiano que vivió y evangelizó en Trujillo, Cajabamba, Huacho y Arequipa.
El P. Eusebio Arróniz Gómez, quien vino de España como formador del Seminario Santo Toribio en Lima, pasó luego al Seminario Mayor San Carlos y San Marcelo de Trujillo. Acá realizó un intenso trabajo con los jóvenes, fundando el Movimiento Scout y desarrollando una fructífera labor en la catequesis, así como en la difusión de la devoción a la sagrada eucaristía y al Inmaculado Corazón de María. Cambió la dirección de los aires anticlericales que corrían por aquella época en la ciudad y se adentró en los ambientes culturales.
El Padre Arróniz fomentaba el deporte, realizaba excursiones a diferentes ciudades como Cajamarca y Piura orientando a los jóvenes por el camino del bien. Compró los instrumentos de música y fundó la banda del Colegio Seminario.
Tras fructíferos años, los padres claretianos fundan una misión en Cajabamba donde el P. Arróniz fue nombrado párroco. Para muchos la llegada de este sacerdote significó una verdadera bendición. Construye un campo deportivo que no había en el pueblo, se remanga la sotana y juega al fútbol y enseña a las mujeres a jugar al básquetbol. Y del juego al estudio, los agrupaba en círculos de estudio, habiéndolos sacado a todos profesionales y hombres de bien.
Recorrió a caballo y acémila extensas haciendas como Araqueda, Cauday, Malcas, Jocos, Sitacocha y Marcamachay, sorteando peligrosos abismos, llegando hasta el lejano río Marañón. Fueron célebres sus misiones, administrando bautizos y matrimonios, dejando en el cerro tutelar de cada pueblo la Cruz de la Misión, que aún quedan como testigos mudos de su labor evangelizadora.
Su carácter afable, alegre y siempre optimista, hizo que se ganara la amistad de los habitantes convirtiéndose en una persona muy querida por todos. Cuentan que en los años aciagos de la persecución política de 1930, cuando peruanos se mataban entre peruanos por ideas políticas, y unos perseguían a otros, el padre Arróniz para evitar una matanza escondió a un buen grupo debajo de una de las torres de la iglesia.
Cuando por orden de sus superiores es trasladado a Huacho, la población se levantó impidiendo su salida, por lo que tuvo que hacerlo de noche a escondidas. Trabaja cerca de 13 años en Huacho. Los preferidos de su trabajo son los presos, los pobres, los enfermos y los jóvenes. Va por los pueblos, funda asociaciones religiosas, difunde la devoción al Corazón de Jesús y al Inmaculado Corazón de María. Fomenta la devoción eucarística entre niños y adultos a los que reúne en círculos de estudio y trabajo.
Pero nuevamente sus superiores ordenan un nuevo destino: Arequipa. Los huachanos se oponen al cambio, pero él con humildad acepta y vuelve a dejar el pueblo en horas de la noche. En la Ciudad Blanca sigue con su trabajo, pero al cabo de un año de intensa labor, entrega su alma al Señor el 1 de noviembre de 1959, día de Todos los Santos, en olor a santidad.
Los huachanos que lo quieren, reclaman su cuerpo y tras dos años lo regresan. La ceremonia y cortejo fúnebre fue todo un acontecimiento en la ciudad, donde participaron jóvenes, adultos, instituciones públicas y privadas y se hicieron presentes los padres y seminaristas claretianos que llegaron de Lima. Sus restos han sido trasladados a la moderna cripta de la Catedral de Huacho recién construida, en donde los fieles y devotos siguen visitándolo y colocándole flores.
Ahora el obispo de Huacho, Mons. Antonio Santarsiero, ha iniciado el proceso de beatificación. El postulador de la causa de beatificación está recogiendo datos y anécdotas del trabajo realizado por el Padre Arróniz cuando estuvo en Trujillo, Cajabamba y Huacho, ciudad que es donde más vivo está el recuerdo de este ejemplar sacerdote entregado a sus fieles, fiel discípulo de Jesús, que nunca descansó y al que ya se le atribuyen varios milagros. Un sacerdote, como dice el Papa Francisco, “con olor a oveja”. (Publicado en Emaús, octubre 2013)