jueves, 7 de septiembre de 2023



150 AÑOS DE LA MUERTE DE BOLÍVAR[1]:

SU TRAYECTORIA A LA LUZ DE LA FE, UNA ENSEÑANZA Y UN EJEMPLO

(Homilía del P. Armando Nieto Vélez[2] en el Sesquicentenario de la muerte de Bolívar. Catedral de Lima, 17 de diciembre 1980.[3])

Hace 150 años, en la amargura del destierro, entre la ingratitud y la incomprensión de los hombres, más fortalecido y consolado por los auxilios religiosos, falleció el Libertador Simón Bolívar.

Aquel batallador incansable, que había ofrecido a la América hispana su juventud, su fortuna, su genio y su gloria, entregaba su alma a Dios, después de haber perdonado a sus enemigos y exhortado a la unión con memorables palabras: "Mis últimos votos -dijo- son para la felicidad de la patria. Si mi muerte contribuye para que cesen los partidos y se consolide la unión, yo bajaré tranquilo al sepulcro"

El paso de los años -desde aquel melancólico mediodía en la quinta de San Pedro Alejandrino de Santa Marta- ha cumplido su obra de decantación y serenamiento. La Historia ha plasmado ya, con trazos indelebles, al monumento del recuerdo, del homenaje y de la gloria al artífice mayor de la libertad y la integración de los pueblos de América. Desde esta Catedral limeña, una especial coincidencia añade a la fecha de hoy la nota del recogimiento y la oración. El primero de marzo de 1825 el congreso Constituyente del Perú promulgó el decreto que mandaba celebrar el 17 de diciembre de cada año exequias solemnes "por los defensores de la libertad, que murieron en las jornadas de Junín y Ayacucho". En los considerandos del decreto se expresa cuán necesario es "tributar a los ilustres campeones que perdieron sus vidas gloriosamente por la salud de la Patria, un homenaje de agradecimiento conforme a las sagradas instituciones de la religión que profesa la República".

Cuando el 17 de diciembre de 1830 ocurrió el tránsito de Bolívar a la eternidad, muchos pensarían -al comparar las fechas- en un caso fortuito o, como suele decirse, en una ironía del destino. Los cristianos preferimos hablar de circunstancia providencial. Porque aquellas exequias prescritas en que han venido a asumir un doble y profundo significado: reúnen en el recuerdo y en la oración a aquellos americanos que ofrendaron su vida en los campos peruanos de batalla, y al jefe y gobernante insigne que hizo posible la última y definitiva campaña de la libertad de América y entrevió para nuestros pueblos un destino de integración continental.

No se trata de hacer el elogio del héroe de América, sino más bien de colocar la trayectoria general de su vida a la luz de la fe y deducir de esa contemplación una enseñanza y un ejemplo.

Hay en su existencia algo que lo incluye en las palabras de Jesús la noche de la Última Cena: "Nadie tiene mayor que el que da la vida por sus amigos" (Jn 15, 13). Y en verdad que quien puso su vida al servicio de una justa causa es acreedor al reconocimiento de los hombres y a la memoria de la posteridad.

Renunciar a una vida cómoda y tranquila y al bienestar del descanso; abrazar riesgos y sacrificios para legar a las futuras generaciones patrias libres y soberanas, en las que se pudiese desarrollar en paz un proyecto de vida en común en un ambiente de justicia, armonía y libertad, es un programa que ennoblece la existencia; y a él se consagró Bolívar con íntima certeza, sin desánimo, a pesar de obstáculos y adversidades, que no le faltaron ni en los días de sus campañas más gloriosas ni en las horas tristes y desoladoras del exilio.

Aunque educado en un ambiente racionalista, no renegó nunca de la fe recibida en el bautismo. Consecuente con ese legado de sus padres, le escribe al Obispo de Mérida: "Nada deseo tanto como emplear las facultades que me ha concedido el pueblo en mantener la dignidad de la Iglesia y propender a sus mejoras". Y a Páez le dice: "Mi plan es apoyar mis reformas sobre la sólida base de la religión" y" sostenerla como una de las más fuertes barreras que pueden oponerse al torrente de las pasiones anárquicas".

Hubo voces en esa época que le sugirieron fomentar la creación de una Iglesia autónoma americana, separada de Roma, en vista de la fuerte influencia de la monarquía española en la Santa Sede. Pero Bolívar, como prudente estadista, prefirió mantener intacto el vínculo de las nuevas repúblicas emancipadas por él con el Romano Pontífice. Esta decisión guarda coherencia con lo sostenido en su primer discurso de Angostura, en el que proclamó que a su pueblo "·nada puede segregarlo de la comunidad de la Iglesia Romana".

Sinceramente creemos que quien así hablaba no lo hacía por oportunismo o por calculada táctica. Es el caudillo que exige sin respeto humano sus sentimientos religiosos en plena campaña y en los afanes de la administración; que se esmera por que a sus ejércitos no les falten capellanes; que se arrodilla en las gradas de la iglesia venezolana de Trujillo para reverenciar la cruz que le ofrecía el Obispo Laso de la Vega, que ve la mano de Dios en los triunfos de Junín y Ayacucho; que se esfuerza por restaurar la jerarquía eclesiástica en las nuevas repúblicas y en reanudar la comunicación con la Sede Apostólica. "Los descendientes de san Pedro han sido siempre nuestros padres, por la guerra nos había dejado huérfanos, como el cordero que bala en vano por la madre que ha perdido. La madre tierna lo ha buscado y lo ha vuelto al redil: ella nos ha dado pastores dignos de la Iglesia y dignos de la República".

Coincidiendo con la doctrina que la Iglesia habría de exponer claramente en el Concilio Vaticano II, el Libertador reconoció que la Iglesia y el Estado son sociedades autónomas, cada una con plena soberanía en el ámbito que le es propio. Por eso, aún cuando se hallara absorbido por los preparativos de la campaña de Junín y noticiado de la presencia en Chile del Vicario Apostólico Ponceños Giovanni Muzi, dispuso que su Ministro General, José Faustino Sánchez Carrión, le escribiera en los siguientes términos, el 13 de julio de 1824: "El infrascrito Ministro General tiene la honra de saludar a VSI en nombre de S.E. el Libertador, encargado del alto mano de la República del Perú y de transmitir a VSI los votos de su más distinguida consideración y respeto, como a representante del Vicario de Jesucristo en uno de los Estados independientes de Sudamérica; manifestando al mismo a VSI los ardientes deseos que animan a SE de entrar en relaciones con la Cabeza de la Iglesia, por demandarlo urgentemente la salud espiritual de estos pueblos, el estado de orfandad a que se hallan reducidas sus iglesias y el espíritu de fidelidad a la doctrina ortodoxa depositada en la Religión santa que profesa la República. Su Excelencia, además, considerando los derechos del santuario, al paso que está comprometido en cimentar la independencia de la nación y asegurar su libertad bajo las formas que ella misma se ha decretado, desea vivamente que su régimen espiritual se determine conforme a los cánones, y que se arregle un Concordato sobre todos aquellos puntos que podrían causar alteraciones entre ambas potestades, por no reconocerse otra base respecto de ellas que las de un convenio explícito, en consecuencia de la variedad de la disciplina eclesiástica, de lso diversos usos y prerrogativas de los Estados y sobre todo de, la necesidad que compele a los miembros de una misma comunión de procurar y sostener entre sí la más cordial armonía".

He ahí, pues, cómo en la mente de Bolívar existe la necesidad de que los miembros de una misma religión procuren y mantengan entre sí la más cordial armonía. Y esbozó como cauce de entendimiento y cooperación entre la Iglesia y el Estado la norma concordataria, a la que nuestro país y la sede Apostólica han llegado recientemente, después de cuatro siglos de Patronato.

Con la misma lucidez de espíritu con que quiso adoptar un estilo nuevo en las relaciones entre la Iglesia y el Estado, supo el Libertador hacer compatibles los procesos paralelos del nacionalismo y de las integraciones supranacionales, que hoy preocupan a los dirigentes de nuestros pueblos. Complejo problema, en verdad, que no puede ser resuelto sin atender simultáneamente a la visión de nuestro pasado histórico y a los grandes intereses de nuestro continente, que no puede continuar formando por unidades nacionales insolidarias y antagónicas.

El arduo proyecto de la organización política de los nuevos Estados suscitó también la honda reflexión del Libertador. Trató de conseguir caminos institucionales que pudieran conducir a nuestras jóvenes repúblicas hacia la justicia y la libertad, sin caer en los riesgos siempre acechantes de la anarquía y del despotismo. Los hombres de América estamos hoy convocados a dar cima a tarea tan ímproba, que sigue siendo, como en las horas de agonía de Santa Marta, horizonte ideal, anhelo sublime, confortadora esperanza.

Vuelve ahora nuestra imaginación hacia la quinta de San Pedro Alejandrino, donde yace consumido por la fiebre el Libertador de cinco  naciones. El Obispo Esteves se encarga de hacerle saber su estado de gravedad. Bolívar oye al prelado con tranquilidad y resignación, y luego se apresta debidamente para el trance final. El 10 de diciembre de 1830 redacta su testamento: "Hallándome gravemente enfermo pero en mi entero y soberano juicio…, creyendo y confesando como firmemente creo y confieso el alto y soberano misterio de la Beatísima y Santísima Trinidad…y en todos los misterios que cree, profesa y enseña nuestra Santa Madre Iglesia Católica, apostólica y romana, bajo cuya creencia he vivido y protesto vivir hasta la muerte…, hago, otorgo esta mi última disposición testamental". El Libertador pudo recibir con lucidez los santos sacramentos; y un día como hoy, hace 150 años y a los 47 de su edad, expiró. Eran la 1 y 7 minutos de la tarde.

En el histórico recinto de esta Catedral, evoquemos ante el altar del Señor, en la celebración eucarística, al gran americano que supo estimar la fe católica como el más preciado tesoro de las naciones; que no la consideró incompatible con la libertad, el desarrollo y el progreso; y hagamos votos para que nuestros pueblos sean siempre fieles al Evangelio de Cristo.



[1Al hilo de la magnífica muestra del Museo Nacional de Arqueología, Antropología e Historia del Perú por los 200 años de la presencia de Bolívar en el Perú les comparto la ilustrada homilía del recordado P. Armando Nieto con motivo del Sesquicentenario de la muerte del Libertador pronunciada el 17 de diciembre 1980 en la Catedral de Lima. Adjunto foto de la maqueta preparada por Victorio Macho para el túmulo de granito gris pulimentado con las tres estatuas yacentes de mármol. A la izquierda situó la enérgica figura del padre, don Juan Vicente Bolívar, que viste atuendo militar y sostiene sobre su pecho la espada convertida en cruz. A la derecha, la estatua de la madre de Bolívar, doña María Concepción Palacios. Sobre su vientre, el escultor puso una simbólica corona de laurel, glorificando a la mujer que le dio vida. En el centro, la dulce y juvenil efigie de la esposa, María Teresa Rodríguez del Toro, cuyo rostro tiene una angelical expresión. A los pies de los tres bultos yacentes, a medio arrodillar un enjuto y expresivo desnudo en bronce, una figura que en difícil escorzo y dramática actitud (de hinojos y con los brazos tendidos sobre el túmulo) que simboliza al Espíritu de Bolívar. http://angelmartineztorija.com/?p=2603

[2]BENITO, J.A. "P. Armando Nieto Vélez, S.J. (1931-2017). Trayectoria académica y biobibliografía" Revista Histórica, Tomo L, Lima , 2021, pp.53-121. Fue Presidente de la Academia Nacional de Historia del Perú. Desde 1975 fue miembro de la Sociedad Bolivariana del Perú.

[3] Publicado en Enero 1981, nº 30, Boletín del Arzobispado de Lima (pp.8-10).