miércoles, 13 de mayo de 2015

Al escuchar estos días los nombres de Cocachacra, Valle de Tambo, no puedo por menos de pensar en uno de los personajes más destacados de la historia de Arequipa y del Perú, el Deán Valdivia, oriundo de estas tierras. Les comparto uno de los capítulos de mi libro inédito y que versa sobre la tierra que le vio nacer, en este momento convertida en un auténtico polvorín. Ojalá que su vida comprometida y solidaria nos aporte luces para resolver este conflicto con las armas del diálogo, la sensatez, el bien de todos.

La trayectoria vital de Juan Gualberto Valdivia (Cocachacra 1796-Lima 1884) es la de un sacerdotes peruano que jugó un rol trascendental en la vida nacional y continental tras la Independencia. Formó parte del cabildo catedralicio arequipeño, ocupó cargos en la vida política y universitaria, le tocó regir el más alto centro de estudios universitario del Perú –el Convictorio de San Carlos- y desempeñar parte de su misión en la ciudad-caudillo –Arequipa- como Deán del Cabildo. Luchó duros combates ideológicos en torno al liberalismo, y  asumió tendencias extremadamente revolucionarias en la República naciente del Perú. En su dilatada vida -88 años- convergen, su decidido amor por el Perú en formación y su impertérrita fidelidad a la Iglesia Católica.

 

Nace en Cocachacra, aldea del Valle de Tambo. Ninguno ha descrito la patria de Valdivia con tanta elegancia y belleza como Cateriano. Veamos:

 

"Es robusta y vigorosa su vegetación. Tal se manifiesta en los dilatados y frondosos bosques, donde se ostenta el huacán de la cera, el corpulento álamo y otras maderas de construcción. Las dulces y vivificadoras brisas del mar embalsaman su ardiente atmósfera y mitigan los abrasadores rayos del Sol, ofreciendo plácida mansión a sus habitantes...Los montes que circunvalan a este hermoso valle ofrecen campo vasto a las investigaciones del naturalista, en sus vetas de sulfato de magnesio, de cloruro de sodio, de cal hidráulica, de yeso, de fierro, de cobre y de plata. Y desde que el silbido de la locomotora dejóse oír por las cimas de sus montañas, la comodidad y el bienestar son inseparables de sus moradores".

 

El propio Juan Gualberto nos describe la tierra que le vio nacer, la tierra de sus padres, el lugar que le proporcionó paz y sosiego en su vida tumultuosa. Tanto en "Los fragmentos para la historia de Arequipa" como en su "Miscelánea química" nos demuestra que conoce su paisaje al milímetro. Él nos indica que dista 30 leguas de Arequipa hacia el Sudoeste, que está situado en la quebrada del río que baja de San Antonio de Esquilache, río caudaloso y temible por su corriente en el tiempo de las lluvias. El valle tiene de extensión unas 14 leguas, de las que 5 son haciendas y chacras continuadas. El ancho del valle en su desembocadura al mar tiene 8 leguas que forman playa. Las formas predominantes de su relieve son las lomas en los que se cultivan olivares. El Deán en su descripción paga tributo a la ingenuidad del sabio creyente novecentista que sentía la necesidad de acomodar sus conocimientos a los relatos bíblicos; así, al hablarnos del relieve de los costados del valle de Tambo, nos dirá que "es el resultado del canal hecho por las aguas del Diluvio al recogerse". Sin embargo, en otros momentos, descuella el científico, observador detallista y hasta "devoto" como se ve en esta sencilla descripción del relieve de Caraquén al que compara con cabezas de monjas.

 

Pero el Dr. Valdivia no se contenta con describirnos el paisaje como lo haría un geógrafo o un químico naturalista; hombre de su tiempo, concede gran importancia a la influencia telúrica sobre la población; recordando a Miguel de Unamuno se adentra por el paisaje hacia el paisanaje, esto es hacia el alma colectiva que habita en un espacio geográfico; por esta razón, buen conocedor de su historia externa e interna la intrahistoria- aprovecha para aleccionar acerca de los hijos ilustres de Tambo y del tiempo de la Independencia:

 

"Cuenta entre sus hijos al finado religioso de Propaganda Polar, en el extinguido colegio de Moquegua, al doctor Ayaya, actual prebendado en el Cuzco, catedrático perpetuo de Matemáticas en esa ciudad y autor de un excelente curso de Matemáticas, y al actual Arcediano de Arequipa, Dr. D. JGV, Rector del Colegio de la Independencia. Le toca al Valle de Tambo la gloria de haber sido el único punto que se mantuvo independiente en todo el Sur del Perú después de la dispersión de Santa Cruz y Gamarra en Oruro, y debe la Patria al Valle de Tambo el que sus hijos, el comandante Feijoo y Valerio Arrisueño, que llegó después{es a ser después coronel, hubiesen salado en esa época todos los restos del ejército y la armada que estaba a las órdenes de Guise y aún el auxilio de la fuerza chilena[1]".

 

En 1814, Tambo recibe la visita pastoral del obispo Luis Gonzaga de la Encina en 1814. En jornadas maratonianas, el prelado llegado de las islas Canarias, que tuvo que solventar el difícil problema de la revuelta de Pumacahua y Angulo, predica en las parroquias del Valle de Tambo y confirma cientos de fieles; entre ellos, figuran Felipe y Balbina Valdivia Valdivia, hijos de Genuario Valdivia y Antonia Valdivia; fueron sus padrinos: P. Juan Palacios del primero y M. María Valdivia de la segunda.

 

Desde 1952, la provincia de Islay, bautizó con el nombre de "Deán Valdivia" a uno de sus 5 distritos, junto con el de Mollendo, Cocachacra, La Punta de Bombón y Mejía[2].

 Marcelo Delgado Lacroix, profesor tambeño, en la línea de biógrafos arequipeños, señala al Deán como la encarnación de los valores geográfico-históricos del Valle de Tambo:

 

"Don Juan Gualberto Valdivia, nacido en las feraces tierras de nuestro valle, logra sintetizar en su espíritu la limpidez augusta del cielo tambeño y el ímpetu avasallador del valle de Tambo en creciente que no se detiene ante ningún obstáculo hasta salir a confundirse con el ancho mar, símbolo de libertad y de justicia[3]".

 



[1] Fragmentos para la historia de Arequipa pp.166-171.

[2] Manuel de TORRES MUÑOZ: Mollendo y la Provincia de Islay: Ensayo monográfico (1871-1971  Cooperativa Editoria Universitaria, Arequipa, 1970.

[3] Eco de Mollendo n° 7, 12 de julio de 1952.