domingo, 25 de julio de 2021

Fray Sebastián de la Cruz y del Espíritu Santo, mercedario (Callash, Cajamarca 1668- Lima, 1721)

 

Sebastián de la Cruz González Ayala nació en 1668 en el caserío de Callash, primogénito de Sebastián González y Micaela Ayala, ambos indios caciques. Tuvo, otros dos hermanos, con los cuales compartió una infancia feliz al calor del cristianismo del hogar. Su padre era un hombre muy fervoroso, quien llevaba todos los días a sus hijos a participar en la celebración de la misa y les enseñó a rezar en casa; en concreto, al desayunar y rezar el Padre Nuestro, en llegando a la petición: "danos hoy el pan de cada día", sacaba un pan de la canasta y él mismo se lo daba dándoles a creer firmemente que de Dios lo recibían.

Tan gozosa vida familiar en los primeros años de su vida, se rompe por la muerte de su padre Sebastián primero y dos años después de su madre Micaela, quedando bajo la tutela de unos tíos que sobrevivieron.

La ocupación principal del niño fue la de pastor de las ovejas que sus padres habían dejado, y como ya no había quien lo llevase a la misa diariamente, cuando no podía asistir, mientras las ovejas pastaban, él, arrodillado en el mismo lugar del campo donde cuidaba el rebaño; y mirando en dirección a la Iglesia, como predestinado de Dios, tenía la capacidad de escuchar la Santa Misa que el señor cura celebraba todos los días en la iglesia del pueblo de Cajabamba

Parece que una vez se perdió en el campo, anocheció y estaba en ayunas. Sintió la tentación del Demonio que lo aterrorizó con una visión espantosa. Vio que un horroroso incendio se cerraba a su alrededor para abrasarle; pero Dios acudió a su amparo, ofreciéndole frente a sí una ermita con las puertas abiertas de par en par. Corrió a ella, y en el altar vio a Cristo crucificado, que con los brazos desclavados le mostraba su costado abierto y le invitaba a refugiarse en su Sagrado Corazón. En tal situación, se sintió provisto de alas y, lanzando un rápido vuelo se abrazó con el Cristo de la cruz, que, ensanchando la herida del costado, le introdujo en él; al volver en sí del sueño, se encontró cerca de su casa.

Pasada la infancia y aprendidas las primeras letras, leyó la vida de los santos y otros libros de espiritualidad, sintiendo lo que san Ignacio de Loyola "si ellos lo hicieron yo también puedo hacerlo". Así, el Espíritu Santo, iba inspirándole grandes deseos de ser santo.

Sus biógrafos cuentan sucesos prodigiosos como aquél de sus años de adolescente en que, ayudando en las faenas agrícolas, una yunta de bueyes cayó por un rodado; aunque la gente se lamentaba por la pérdida de los animales, él rezó por su recuperación y los encontró sanos y salvos. De igual manera, cuando contaba unos17 años de edad, una tarde de tormenta en la que estaba cuidando del rebaño de ovejas, un rayo las mató a todas quedando él, milagrosamente ileso, sin ninguna quemadura y sin ningún rasguño. Asustado corrió hasta su casa a contarle a sus tutores lo sucedido. Estos fueron al lugar y al ver a todo el rebaño sin vida, su tío lo reprendió duramente, como si la culpa hubiese sido de él. Decepcionado por esa dureza, se quedó junto a las ovejas muertas llorando amargamente por la incomprensión y egoísmo de sus propios familiares, y así llorando se acercó a cada una de las ovejas muertas. Cuenta la tradición, que las iba acariciando y sus lágrimas caían sobre ellas, una a una se iban levantando y balando vivas y coleando.

Parece ser que este incidente u otro parecido decidió a Sebastián ingresar en algún convento. Guiado por un padrino suyo decide irse a la costa por Araqueda, Huacamochal, Usquil, Otuzco y Trujillo. Fue en uno de los conventos mercedarios de la región donde posiblemente conoció al célebre maestro de espiritualidad, Padre Luis Galindo. Allí enfermó gravemente y estando en el templo, escuchó una voz interior que le decía: "¡Sebastián; a la empresa mayor!".

Alentado por la divina llamada, sin despedirse de nadie, abandonó su puesto y, en compañía de unos arrieros, se dirigió hacia Santa, donde pernoctaron. Aquella noche, tuvo un sueño tan real que despertó preocupado creyendo que sus tíos llegaban para prenderle y obligarle a casarse. Sin pensarlo dos veces, se arrojó a la rápida corriente del caudaloso río, a pesar de que nunca había nadado; como comenzase a hundirse, se le apareció La Santísima Virgen y tomándolo de la mano lo dejó en la otra orilla.

En su patria chica de Cajabamba, se narra una versión parecida en la que Sebastián a orillas del río Santa, de profundas y caudalosas aguas, temeroso de cruzarlo, pero suplicando al buen Dios que le ayudase, y, al cabo de un rato, con la sorpresa de los viandantes, vieron cómo Sebastián extendía su poncho sobre las aguas y subía en él trasladándose como si estuviera en una balsa. Sigue el relato popular, contando, que la mañana de su llegada a Lima, se escuchó el repique de las campanas de sin mano humana las moviera.

Todavía tuvo que sufrir un asalto en el camino por lo que fue ayudado por un rico comerciante que le ofreció su casa para trabajar. Ya en Lima, tocó la puerta del convento de la Merced, en concreto, la celda del recordado Fr. Galindo, quién le preguntó qué deseaba. Sebastián le contestó:

- Padre: vengo aquí, para que vuestra paternidad me enseñe a ser santo.

Cuentan las crónicas que el Padre Galindo se rió, contento, de oír aquella razón tan sincera y encantadora, y le repuso:

-En buena hora; entre al convento de la Madre de la Merced.

Era el padre Luis Galindo de San Ramón, un apóstol en el púlpito con el confesionario, en las cárceles y hospitales y un taumaturgo prodigioso en toda clase de necesidades espirituales y materiales; a todo lo cual añadía una laboriosidad infatigable para el aumento del culto divino y el esplendor del templo de Dios. Además, había alentado la formación de un grupo de devotos -terciarios- quienes portaban un hábito de devoción sin carácter canónico. Fue lo que propuso al saber que Sebastián quería ser donado, con noviciado y profesión. De este modo, siguió un año de noviciado y profesó con votos simples perpetuos como donado, rehusando la capilla de lego que P. Vicario General Fr. Rodrigo de Castro le ofrecía.

Posteriormente continuó al servicio del P. Galindo y le ayudó en la reconstrucción del templo en los terremotos que lo derribaron especialmente el de 1687, el mismo que fue profetizado por Fray Sebastián, no quedando en Lima ni templo ni edificio en pie, pues desde la catedral hasta el palacio virreinal quedaron hechas un montón de ruinas. Desempeñó también el cargo de Despensero, logrando dar de comer a diario a unas 300 personas -entre mercedarios y personal de servicio- que se alojaban en los cinco claustros del convento.

Simultaneó los trabajos administrativos que llevaba en el convento con una vida fervorosa de oración, pues dedicaba a ella pasaba hasta cinco horas diarias, recibiendo grandes favores del Señor; uno de ellos fue el haberse desprendido de la cruz para abrazarle diciéndole: "Hijo, tú me verás porque soy tu Padre". A esta imagen del Señor Crucificado, obra del célebre escultor Martínez Montañés, Sebastián le puso el nombre de "El Señor del Auxilio".

Sólo queda rescatar la gran caridad con el prójimo, como consecuencia de su íntimo amor a Dios, y, que fiel a su carisma mercedario, se explayó en los cautivos de su tiempo, enfermos y necesitados. Así se manifiesta en los numerosos milagros atribuidos a su mediación. Rescatamos dos:

- Un caballero limeño estaba preocupado porque no podía tomar la santa bula de Cruzada por falta de la limosna necesaria, se acercó Fray Sebastián y le entregó secretamente, envueltos en un papel, los trece reales que le hacían falta. El caballero quedó estupefacto por ser lo que necesitaba y porque no se lo había manifestado.

- Otro día, a las diez de la noche, con el convento, el Hermano tuvo revelación de que una familia numerosa no había probado bocado desde el amanecer. La madre había mandado a un hijo a la tienda por pan y sin dinero, cuando, por bilocación, fray Sebastián se presentó al muchacho y lo proveyó de pan abundante para todos.

Más adelante, conocida su vida virtuosa, los personajes importantes de la época lo quisieron tener como amigo y consejero; fue el caso de don Sebastián de colmenares, Conde de Palestinos, quien pidió a Fray Sebastián que llevara a su menor hija a la pila bautismal, niña que con el tiempo se convirtió en la condesa de San Juan de Lurigancho.

Su muerte fue serena, llena de paz, en olor de santidad. Puestos los brazos en cruz sobre el pecho y dilatando los labios con una celestial sonrisa, entregó su alma al Señor, un 17de julio de 1721, a los 53 años de edad. Sus funerales fueron honrados con la asistencia de todas las autoridades civiles y eclesiásticas, entre ellas el virrey-arzobispo Diego Morcillo Rubio de Aruñón, la Real Audiencia, los cabildos civil y eclesiástico, comunidades religiosas y un público tan numeroso, que muchos se volvían sin poder penetrar en la iglesia, en cuya capilla del Señor del Auxilio fue enterrado a una vara de la pilastra del arco del lado del evangelio, en donde se encuentra empotrado un azulejo que indicaba su epitafio, el cual reza así: "El día 17de julio de 1721 murió de edad 53 años el hermanos Fr. Sebastián de la Cruz. Religioso donado del orden de la Merced, de esta provincia de Lima".

En 1837, después de 116 años de su muerte, fue declarado venerable, sin embargo, falta llevar a cabo el canónico exigido por la Iglesia. En este empeño están la gran familia mercedaria al celebrar los 300 años de su partida para la eternidad.

Oración para su pronta Beatificación

Padre de infinita bondad, Señor de toda la creación, que no cesas de aumentar el número de tus santos. Te alabamos y glorificamos por tu gran misericordia. Te pedimos nos concedas la pronta Beatificación de tu siervo Fray Sebastián de la Cruz y del Espíritu Santo, quien en vida sirvió con alegría y sencillez a la Santa madre Iglesia, obedeciendo con prontitud y respeto a sus superiores, ayudando a las personas más necesitadas, practicando el ayuno, la oración y la penitencia, para llegar a ser Santo, como era su deseo y como Tú quieres que todos se salven y sean santos. Te lo pedimos por Jesucristo Nuestro Señor. Amén. (Un Padre nuestro, Ave María y Gloria


BIBLIOGRAFÍA

 

CLOE ANGULO Violeta, Milagro en Callash: Fr. Sebastián de la Cruz y del Espíritu San- to. Lima, 2002, 96 pp.

 

SERRATOSA, Fr. Ramón en su libro: Vida de siervo de Dios, Fr. Sebastián de la Cruz y del Espíritu Santo Provincia Mercedaria del Perú, Lima, 2006, pp. 88-204

SÁNCHEZ-CONCHA B Rafael Santos y Santidad en el Perú Virreinal VE, Lima 2003, p.231

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