P. Esteban PUIG T., Aurora en América (María, estrella de la primera y de la nueva evangelización) (Ediciones Paulinas, Lima, 2016, pp.151)
La obra se publicó en una primera versión en la USAT (Chiclayo, Perú, 2002, 145 pp) y se puede consultar en el repositorio http://alicia.concytec.gob.pe/vufind/Record/UDEP_0efe9bdedcbe2754e1214f5df2d8c4b9/Details
Presenta en portada la imagen de "Nuestra Señora de la Evangelización" de Roque Balduque y que regaló Carlos I a la Catedral de Lima; en la anterior era Nuestra Señora de Copacabana de Lima.
Se prescinde también de la cordial dedicatoria "con amor filial a la siempre Virgen Santa María, Madre y evangelizadora de América" así como del obligado y preciado prólogo de Monseñor Jesús Moliné, en aquel momento obispo de Chiclayo y gran canciller de la universidad editora. En su lugar figura la delicada figura de Nuestra Señora de Guadalupe con sus elocuentes palabras: "¿No estoy aquí yo, que soy tu Madre?".
En la introducción se da cuenta del modo más coherente, según la teología, la historia y el sentido común, que si "María es la Estrella matutina que precede al Sol que es Cristo… convirtiéndose en "el prototipo de la presencia viva de la mujer en la inculturación del evangelio" (p.7) así sucederá en la aurora de la evangelización americana y a lo largo de toda su historia.
Destaca el autor cómo "el amor singular de Madre para con los hijos latinoamericanos, posee matices y rasgos maternales muy característicos y entrañables. Siempre que se aparece o se manifiesta, se dirige a sus hijos con palabras y hechos llenos de profunda ternura. Sus manifestaciones y palabras llegan a lo hondo del corazón porque van impregnadas de cariño" (p.7)
Como preámbulo se inserta la descripción de la Virgen del Pilar, a la que pone fecha exacta dos de enero del 40, y que recoge la tradición según la cual la Virgen María, estando aún viviendo en Jerusalén, se presenta (no se "aparece") en carne mortal al apóstol Santiago, en Zaragoza, y pide levantar una Iglesia para dispensar sus favores.
El P. Esteban señala la feliz coincidencia entre la celebración de la fiesta del 12 de octubre desde tiempo inmemorial y la llegada al Nuevo Mundo de la nao Santa María. Del mismo modo, Nuestra Señora de Guadalupe, en México, se hace presente en la tilma de Juan Diego y manda construir un templo "para allí demostrar todo su amor".
Los destinatarios de sus palabras y de su mensaje son almas francas, sencillas, humildes, pobres, sin dobleces, muy buenas... ¡niños al fin! Todos los que recibieron estas "visitas" de María fueron auténticos evangelizadores enamorados de la Virgen. Se registran sus nombres: Guatícaba, bautizado con el nombre de Juan Mateo, de la República Dominicana, mártir en 1496 Los mexicanos Cristóbal (1527), Antonio (1529) y Juan (1539) oriundos de México, San Juan Diego (1531) el vidente de Guadalupe; Gregorio López, 1596, Sebastián Aparicio, "santo carretero", 1600, el "Negrito" Manuel de Argentina, Beata Mariana de Jesús (1645) "azucena de Quito", Tito Cusi Yupanqui, Sebastián Quimichu, en Perú...
En América surgieron advocaciones propias de cada país, en el modo y manera más fiel a su identidad específica y culturas ancestrales, como lo muestran sus bellos y armoniosos nombres: Guadalupana, Aparecida, Suyapa, Coromoto, Treinta y Tres, Cobre, Cocharcas, Luján, Chiquinquirá...Esto le hará constituir un principio de identificación, unificación y surgimiento de la Patria amada. A Ella acudirán para reafirmar sus valores cuando están amenazados por intereses malsanos que quieran arrancarle el timbre de gloria de cristiana y católica. De ahí que por ejemplo Argentina o Cuba hasta en su misma bandera patria el color azul se deba al manto azul de la Virgen. "María es la Patrona, la Guardiana, la Mariscala, la que vigoriza la raíz de la unidad nacional en su identidad y en su destino" (p.151)
María, Madre de Jesús y Madre nuestra "viene a ser como el nudo de seda que ata, fuertemente, sin apretaduras subyugantes, la cultura hispánica con la autóctona y la africana originando la cultura mestiza, hija vigorosa y espléndida del feliz entramado entre América, África y Europa" (p.11).
Entre las numerosas advocaciones se ha privilegiado las narraciones más clásicas y documentadas.
De forma didáctica, se presentan las naciones dispuestas en orden alfabético. En primer lugar, Argentina, con Nuestra Señora de Luján. De la que se ofrece una foto de su imagen (en blanco y negro en cada capítulo y una selección a todo color en las páginas centrales), la historia de la advocación y su culto, seguido de una síntesis de la historia de la iglesia de la nación y de la bibliografía usada que se brinda un texto. Lo mismo se hará con los veinte países restantes: Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Costa Rica, Cuba, Ecuador, El Salvador, Guatemala, Honduras, México, Nicaragua, Panamá, Paraguay, Perú, Puerto Rico, República dominicana-Santo Domingo, Uruguay y Venezuela.
Si tuviésemos que seleccionar algunos relatos emocionantes estaría el de la Virgen de Copacabana y su devoto y escultor Francisco Tito Yupanqui, a punto de ser declarado siervo de Dios, la de Guadalupe con una espléndida síntesis del relato y retrato de Juan Diego, y para el caso peruano, Nuestra Señora de Copacabana de Lima con la que "se llenaron dos cálices de aquel sobrenatural licor (sudor)" –en frase de Santo Toribio, y Nuestra Señora de Cocharcas, "más bella que la flor de Amancay" y el indio Sebastián Quimichu, según el relato de Pedro Guillén en 1625 y el bello librito de Monseñor Enrique Pélach i Feliu.
Se añade en esta edición la entrañable advocación arequipeña de "Nuestra Señora de la Candelaria de Chapi" con un tierno subtítulo proveniente del habla popular "la Mamita de los lonccos" y que concluye con una bellísima oración en ese lenguaje (pp.120-123).
Culmina con un argumento lógico contundente: "Dios quiera y la Virgen María, Estrella de la Primera evangelización, sea también, impostergablemente, la de la Nueva Evangelización renovada" (p.151).
Agradecemos a su autor el gesto de editar y actualizar con leves retoques esta obra agotada a la que deseamos –gracias a la presencia planetaria de Paulinas- una difusión universal de lo más auténtico del genio latinoamericano surgido al calor de Aparecida del que el Papa Francisco es el mejor representante.
José Antonio Benito