viernes, 3 de noviembre de 2017

«Sin la integración de América Latina en una gran confederación de
repúblicas no vamos a ninguna parte» (
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)

Lo afirma el secretario de la Pontificia Comisión para América Latina,
Guzmán Carriquiry (Montevideo –Uruguay–, 1944) viejo amigo de Jorge
Bergoglio con quien comparte una misma visión sobre el continente.
Leer más. (
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)
«El análisis que hace Guzmán Carriquiry es de lo más lúcido que he
leído». Lo dice el Papa en conversación con Hernán Reyes, un
entusiasmo que explica que haya aceptado prologar Memoria, coraje y
esperanza (Nuevo Inicio). Por segunda vez. Porque este libro es, en
realidad, una puesta al día de El bicentenario de la independencia de
los países latinoamericanos, que el actual secretario de la Comisión
Episcopal para América Latina publicó en 2012 con prólogo del entonces
cardenal Jorge Bergoglio.

Frente a interpretaciones de la emancipación de América Latina de
corte liberal o marxista, el Papa valora que usted ponga en el centro
de este proceso histórico al pueblo (de raíz inequívocamente
católica). Pero esta noción de pueblo, ¿no sería igualmente
ideológica, algo así como una añoranza tradicionalista de un mundo que
quizá nunca existió?

La historiografía liberal de fines del siglo XIX, convertida en
oficial, sigue recitándose en la vulgata de textos escolares y
artículos de prensa. Y la historiografía marxista de las décadas del
60 y 70, que sirvió para denunciar no pocas de aquellas interesadas
visiones parciales e ideológicas, agregó solo generalizaciones
groseras sobre los procesos de independencia. Al neoliberalismo
imperante hoy le basta continuar repitiendo la historia oficial en los
torneos de oratoria con ocasión del bicentenario, mientras que el
marxismo se ha convertido, después del desfonde del socialismo real,
en un pálido y silencioso vagabundo en la historia.

Liberales y marxistas detestan la referencia al pueblo. Los primeros
porque consideran la sociedad como un conjunto de individuos –y sobre
los individuos aislados y dispersos se ejerce mejor el poder– y
prefieren utilizar el término aséptico, solo estadístico, de población
(de los pueblos tienen terror). Y los segundos, porque continúan
aferrados a las categorías clasistas, que hacen agua por todas las
partes. No en vano el Papa Francisco convoca los movimientos
populares, que representan los nuevos proletarios de nuestro tiempo,
excluidos de los procesos productivos. Marxismo y liberalismo siguen
pensando que las personas –que son los protagonistas fundamentales de
un pueblo– son meros engranajes en la maquinaria social movida por la
autorregulación del mercado o por la lucha de clases. Por eso, ambos
confunden intencionalmente el pueblo con el populismo. Y hay siempre
siervos intelectuales disponibles para atacar al Papa Francisco
calificándole de «populista».

¿Atacan al Papa o a toda la Iglesia?

Liberales y marxistas siguen repitiendo la leyenda negra sobre la
Iglesia, la utilizada por las potencias emergentes y después
hegemónicas (sobre todo Inglaterra) en su lucha por el poder mundial
contra la España decadente. No es tolerable para ellos que la Iglesia
no sea asimilable a sus esquemas sociales e ideológicos e incluso
plantee una alternativa. Cuando se conmemora el bicentenario de la
independencia se advierte claramente que se logró llevar los procesos
de emancipación a su conclusión solo cuando se logró tocar las fibras
intimas y movilizar a vastos sectores populares, mientras que habían
fracasado las intentonas iluminadas de las oligarquías mantuanas
[aristocracia criolla, NdR] y de los doctores.

¿En qué consiste esa alternativa que menciona de la Iglesia para América Latina?

Siguiendo esa cascada de conversiones que propone el actual
pontificado –conversión personal, conversión pastoral, conversión
misionera, conversión a la caridad y solidaridad con los pobres–, la
Iglesia, desde Cristo, combate para custodiar la dignidad trascendente
de la persona en pos de su liberación y salvación y para ir
reconstruyendo el tejido familiar y social según el modelo de su
propia comunión, que es el ser pueblo nuevo en medio de los pueblos.
La Iglesia católica (que es el pueblo de la nueva alianza) genera y
regenera continuamente a los pueblos para que reconozcan lo que son y
lo que están llamados a ser: verdadera memoria de su historia a partir
de sus acontecimientos fundantes; tradición de su ethos, de los
valores fundantes de su identidad; banco de trabajo fraternal y
compartido que no admite exclusiones; cuidado de la casa común;
tensión hacia el bien común de una sociedad más humana; destino
solidario… Este es un gran desafío, porque la cultura dominante empuja
hacia un individualismo desaforado, por una parte, y, por otra, hacia
el conformismo de masas en la sociedad del consumo y del espectáculo.
Hay quienes ponen sus medios poderosos al servicio de la degeneración
de los pueblos en masas de individuos sin vínculos ni pertenencias.
Generar y regenerar un pueblo es tarea de un continuo recomenzar. Lo
importante es indicar la dirección de marcha. «El bicentenario de la
independencia –escribe el Papa Francisco en la presentación de mi
libro– es una buena ocasión para levantar vuelo y mirar hacia
horizontes mas grandes […]. Necesitamos cultivar y debatir proyectos
históricos que apunten con realismo hacia una esperanza de vida mas
digna para las personas, familias y pueblos latinoamericanos. Urge
poder definir y emprender grandes objetivos nacionales y
latinoamericanos, con consensos fuertes y movilizaciones populares,
mas allá de ambiciones e intereses mundanos y lejos de maniqueísmos y
exasperaciones, de aventuras peligrosas y explosiones incontrolables».
Esa es la dirección de marcha, y no es utopía de laboratorio. Porque
el Papa conoce en carne propia «las energías de fe y sabiduría,
dignidad y solidaridad, alegría y esperanza que laten en el corazón de
nuestra gente». Sabe como «los pueblos, especialmente los pobres y
sencillos, custodian sus buenas razones para vivir y convivir, para
amar y sacrificarse, para rezar y mantener viva la esperanza. Y
también para luchar por las grandes causas». Desde esa base, hay «que
sumar y no dividir». Hay que sumar, sí, «las mas diversas experiencias
que ya viven en ciernes y vigilia ese mundo de hermanos que toda
verdadera patria –que es paternidad y reflejo de la Paternidad de
Dios– anhela y manifiesta». Solo a tontos o a siervos de los intereses
dominantes les puede pasar por la cabeza que esta es una recaída del
Papa Francisco en una visión tradicionalista del ser pueblo.


El abrazo de Maipu (Chile) entre José de San Martín y Bernardo
O'Higgins tras la victoria en la batalla de Maipu en 1818. Obra del
autor chileno Pedro Subercaseaux. Museo Histórico Nacional de
Argentina
¿Es compatible esa centralidad del concepto de pueblo con la
afirmación del Papa (en la entrevista a Hernán Reyes) de corte más
bien liberal según la cual fortalecer la democracia es un deber para
los católicos latinoamericanos?

No hay contradicción. ¡Ninguna! La hay solo para quienes consideran la
democracia para el pueblo pero sin el pueblo. Hoy se impone como nunca
la tarea de rehabilitar la dignidad de la política e inseparablemente
de reconstruir a fondo las democracias. Nunca las democracias habían
estado tan difundidas ni, a la vez, sus fundamentos habían quedado tan
en un tembladeral. Nada puede construirse sobre la base de un
nihilismo relativista y consumista, ni tampoco sobre la base de un
fundamentalismo violento. Ambos son irracionales. Por eso los poderes
financieros y mediáticos tienden a ocupar el lugar de la política. Por
eso también nunca han estado tan desacreditadas las instancias
políticas, resquebrajadas o destruidas las estructuras tradicionales
de los partidos políticos, rechazada la misma política en cuanto
actividad de monopolio de corporaciones de profesionales de la
política, acusada por doquier de corrupción. Cierto es que la
antipolítica tout court es una pésima reacción instintiva. Pero el
Papa Francisco se pregunta y nos pregunta con razón: «¿Acaso nos
resignamos a un pragmatismo de muy corto aliento en medio de la
confusión? ¿Nos limitamos a maniobras de cabotaje sin rumbos
ciertos?». Del mesianismo político-ideológico de décadas anteriores
hemos pasado a ese pragmatismo ramplón o al riesgo de aventuras locas.
No hay autentica refundación y renovación de la democracia sin una
vasta participación popular que sea portadora de sus valores
fundamentales.

Entre el neoliberalismo y el nuevo socialismo bolivariano, ¿cómo se
sitúa esa «nueva gesta patriótica» con la que cierra usted su libro?

¿En que quedó el neoliberalismo radical de la América Latina de los
años 90, al compás del consenso de Washington? Terminó entre crisis
financieras, corrupción generalizada, crecimiento de las formas de
exclusión social y ahondamiento del abismo de desigualdades sociales.
Cuba importa para toda América Latina, pero su socialismo real
conlleva el límite muy pesado de su régimen leninista y colectivista,
no ha logrado dar mejores respuestas a los notorios límites a las
libertades públicas y sobrevive económicamente, sin poder ya poner
como excusa el asedio y el odioso embargo del gigante del norte. De la
autocracia venezolana, en plena confusión amenazadora, no hablemos de
socialismo. Solo Evo Morales, porque viene de la carne misma de su
pueblo, más allá de sus retóricas ultras y de sus desbordes
autoritarios, ha logrado provocar un salto cualitativo de
modernización de su país. No se advierten hoy ni a lo largo ni a lo
ancho de América Latina las fuerzas políticas, sociales y culturales
que ayuden a encaminar el neoliberalismo hacia una economía social de
mercado o que propongan muy nuevas formas de socialismo, cosa que
requiere reconstruir sus premisas ideológicas y criticar a fondo las
experiencias históricas de los regímenes del socialismo real. Sobre
todo, la nueva ola de neoliberalismo que parece emerger en medio de la
incertidumbre y la zozobra que se vive hoy en América Latina ha hecho
plantear al Papa la pregunta: «¿Volvemos a confiar en ideologías que
han demostrado fracasos humanos y devastaciones económicas?». Una
nueva gesta patriótica en América Latina requiere que se emprendan con
perseverancia y creatividad nuevas vías –¡terceras vías!– para el
desarrollo de los pueblos.

¿Que diferencia el patriotismo latinoamericano del Papa del
nacionalismo que emerge en Europa?

Los jefes de Estado latinoamericanos que visitan al Santo Padre quedan
sorprendidos cuando el Santo Padre les habla de la «Patria Grande» que
es América Latina. Ninguna otra región en el mundo cuenta con más
criterios de unidad, escribían los obispos latinoamericanos en Puebla.
Son comunes nuestros orígenes, nuestro mestizaje desigual y
desgarrado, nuestro sustrato cultural barroco, nuestra lengua –
español o portugués son lenguas hermanas, a las que se agregan como
segundas lenguas las indígenas– nuestra tradición cristiana y
católica, nuestras vicisitudes históricas… Por eso, reconocerse como
latinoamericanos es participar en una fraternidad alargada y en un
destino solidario, mas allá de las pluralidades étnicas, de las
diversidades de culturas regionales, de los confines políticos. Pero
los procesos de independencia fueron también de balcanización y
mientras crecían los Estados Unidos de Norteamérica, se sumían en el
atraso y la dependencia los estados desunidos de América Latina. Sin
la integración de América Latina en una gran confederación de
repúblicas –como la soñó Simón Bolívar y como anhelo que recorre toda
nuestra historia–, no vamos a ninguna parte. Quien no apuesta por esta
integración solo nos quiere divididos, es decir irrelevantes y
dependientes. Lamentablemente, los procesos de integración en América
Latina aparecen como bloqueados. Se requiere que la Iglesia, los
pueblos y una nueva dirigencia política, de miras mas altas, los
pongan nuevamente en movimiento. Esto parece exactamente lo contrario
a posiciones nacionalistas que tienden a disgregar la Unión Europea,
de la que en su tiempo los latinoamericanos aprendimos de la
integración. ¡Vaya si tiene que cambiar la Unión Europea para dejar de
ser una insoportable maquina burocrática sin alma! Pero solo renovando
la Unión Europea desde sus cimientos, la Europa unida puede volver a
retomar su mejor tradición y jugar un papel en el escenario mundial.
Agrego que a los latinoamericanos les da mucha pena que España este
ensimismada en sus rencillas internas, en medio de la crisis de su
Estado plurinacional, que le dificulta ser protagonista de la mejor
mediación posible entre América Latina y la Unión Europea.



Latinoamérica marca el paso (
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