P. Víctor Barriga: I. II. El Padre Fray Diego de Porres, misionero insigne en el Perú́ y en Santa Cruz de la Sierra. Siglo XVI.- XII + 27 Mercedarios ilustres en el Perú Arequipa: [s.n.], 1949 (Tall. Graf. La Colmena)
Diego de Porres se relieva con caracteres de energía y fervor en constante acción catequística, de voluntad recia e indeclinable en el ejercicio de su proficua obra. Difunde la Doctrina de Cristo en los más apartados pueblos idólatras del Virreinato del Perú y en Santa Cruz de la Sierra, así como en el Paraguay y parte del territorio argentino; organiza los servicios litúrgicos, impone los Sacramentos a millares de personas, levanta templos y establece escuelas y es uno de los leales y, decididos defensores de los fueros de la Iglesia y de la Corona de España en diferentes conflictos promovidos por las tribus irredentas inconciliables con la nueva civilización. Se ignora el lugar de nacimiento del abnegado Mercedario español, así como el año y lugar de su fallecimiento presumiéndose que recibió el hábito en el Convento de la Merced de Lima. Los testimonios de su activa y múltiple labor apostólica entre los chiriguanos, mojos, itatines y otras tribus indómitas recogidos en este volumen como fruto de nuestra acuciosa investigación, confirman, en gran parte, lo que la tradición recuerda de él y constituyen un acervo documental para la historia de las Misiones Católicas en el Continente. Los Religiosos Mercedarios, en noble y generosa emulación con los de otras Ordenes, han dejado luminosa huella de su misión entre los naturales de las Américas, aportando a cada nación el contingente enorme de sus luces, de su piedad y de sus sacrificios, en frutos de civilización, de buenas costumbres y, sobre todo, de fe y moral cristianas, valores básicos de la dignificación espiritual de la Raza. Ni la Iglesia. ni la Historia olvidan a aquellos mártires de la Fe, los Padres Fray Juan de Salazar y Fray Cristóbal de Albarrán, contemporáneos de Fray Diego de Porres, quienes en Santa Cruz de la Sierra sellaron con su sangre v el holocausto de sus vidas la labor misional estimulada por los mismos Sumos Pontífices desde el Vaticano y por los Reyes de España desde la Metrópoli. A principios del siglo XVIII, el Obispo de Santa Cruz de la Sierra, Don Fray Jaime de Mimbela. encomendó a los Mercedarios la conversión de los naturales de Porongo, de aquella jurisdicción eclesiástica, obra en la cual renovaron nuestros Religiosos su fervor y su temple espiritual, dispuestos a todos los sacrificios en medio de la barbarie de las tribus reacias a la nueva luz que trataron de encender en sus almas entenebrecidas por la ignorancia. XII Aquellos heraldos de Cristo, dados, por una vocación providencial, a la obra munificante de redimir a los pueblos idólatras del Nuevo Mundo, Fray Diego Porras y Fray Cristóbal de Albarrán, entre otros, salieron a realizar su ministerio en tierras de Santa Cruz de la Sierra y otras igualmente hostiles a las legiones conquistadoras, de los claustros del Convento de la Merced del Cuzco, donde acendraron su fervor religioso y re templaron sus energías para la ardua labor a que se habían de dedicar. I llevaron la luz del Evangelio, enseñaron los Misterios de la Redención y difundieron loe beneficios incomparables de la Sagrada Eucaristía, entre millares de gentes de aquellas regiones extensas y densamente pobladas, hasta entonces irredentas. Creemos realizar obra de justicia con la publicación de los documentos contenidos en este libro para reivindicar en el recuerdo de la posteridad la memoria de aquellos adelantados de la civilización y reavivar su ejemplo ante las nuevas generaciones sitiadas por la incredulidad y el materialismo del siglo. La evocación de su obra eucarística trae, desde aquellas edades, una lumbre de glorificación de ese Divino Misterio v un testimonio elocuente de su exaltación por los Misioneros Mercedarios. De allí que nos parece coincidente dedicar este libro al IV Congreso Eucarístico Nacional que habrá de realizarse del 11 al 15 de mayo próximo, en la imperial ciudad del Cuzco como homenaje a esa magna Asamblea que difundirá nuevas luces de verdad y de vida y renovará el fervor religioso en los siglos y en el Catolicismo Nacional.
Arequipa, 30 de abril de 1949. Fr. Víctor M. Barriga Mercedario
Prodigiosa heroicidad la de uno y de muchos conquistadores militares del real orden de Nuestra Señora de la Merced. Célebre barón en todo género de virtudes fue el padre fray Diego de Porres, comendador de Santa Cruz de la Sierra. Gobernaba las armas en aquella conquista don Lorenzo de Figueroa y, conocido el talento y la gran lealtad de éste Prelado, lo admitió a las conquistas de paz y guerra, asegurando sus aciertos en la conducta y consejos de dicho Padre Comendador, quien hizo oficio de alférez en el encuentro más fiero y peligroso que se vio en aquellas partes. Consternado nuestro ejército español y seguido de una increíble multitud de bárbaros o valientes; a riesgo de perecer sin remedio y ser inmediatamente inhumano y fiero, bestial alimento de los feroces vencedores, nuestro alférez fray Diego de Porres levantó en el extremo de una pica un Cristo Crucificado, estandarte con que sujetó Dios todas las fuerzas del Infierno, oyendo por reverencia de Cristo el valiente clamor, con que, destilando [sic] lágrimas, el Crucificado le pedía auxilio para alentarlos a la misma súplica y oración y, con ella y sus prodigios, confundir la ciega necedad de los gentiles, como se vio aquí con dos estupendos prodigios (9).
Luego que éste animoso alférez tremoló al aire la bandera de Cristo Crucificado y la vieron éstos sus enemigos y nuestros, fieramente los bárbaros indios acometieron a los españoles con sus flechas; pero en su daño, porque se volvían contra los que las disparaban siendo ellas sus más implacables enemigos y la más cruel plaga de esos miserables, que los hería y, repentinamente, los mataba. El otro prodigio fue que se vieron en el aire innumerables caballeros con escudos de la Merced en los pechos, montados en caballos blancos que, haciendo cruel estrago en los enemigos, consiguieron la victoria. Estos religiosos caballeros o éstas estrella militares, arregladas en su Real Orden de la Merced, que, desde la celeste espera, pelearon y vencieron al bravo Sisara de ésta gentilidad (10) testifican que la religión de la Merced y sus varones ilustres se ven, tal vez, con súplicas fervorosas, arman los ejércitos celestiales en defensa de la fe y de su rey, siendo a un mismo tiempo redentores de almas y conquistadores de reinos. Este prodigio lo refiere nuestro reverendísimo Salmerón y lo acuerda a la posteridad una antigua pintura en nuestro convento de la imperial ciudad del Cuzco.
Dispuso dicho padre fray Diego de Porres un mapa y descripción de aquella provincia y la remitió al rey nuestro señor don Felipe Segundo, quien le hizo merced de obispado de aquel reino; no lo aceptó, porque deseaba servir en puestos más humildes. Y el año de mil quinientos ochenta y cinco, le asignó Su Majestad seiscientos pesos en la Caja Real, que gozó toda su vida. Hace recuerdo nuestra gratitud, que en aquellos tiempos el rey nuestro Señor sustentó todos nuestros conventos de Lima, Cuzco, Quito, Chile, Tucumán y Santa Cruz, de vino para las misas, aceite para las lámparas del Santísimo Sacramento, de medicinas para curar los enfermos religiosos y, en las fundaciones de los conventos, les dio siempre ornamentos, vajillas para los altares, campanas y libros para el coro. Y a este convento de Lima le hizo merced de la encomienda de Hanac, que gozó hasta que se consumieron los indios. En nuestro archivo está auténtica esta merced.
Fray Diego de Porras: conversión de los indios del Perú.
Archivo General de Indias, PATRONATO,231, N.7, R.8
Título de la unidad: "Fray Diego de Porras: conversión de los indios del Perú."
Archivo: Archivo General de Indias
Signatura: PATRONATO,231,N.7,R.8
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INSTRUCCIÓN Y ORDEN
"decidles allí a lo que va que es a darles doctrina y ejemplo y ley de Dios para que se salven y orden y policía en que vivan como cristianos, no disiparlos, sino conservarlos, y que el que fuere bueno y cristiano será del muy amado y querido y el que no será muy bien castigado" (1952: 27: 29)