Durante el gobierno de Felipe II gobernaron la arquidiócesis de Lima dos arzobispos: Jerónimo de Loaysa (1543-1575) y Toribio Alfonso de Mogrovejo (1581-1606). En ambos casos el monarca ejercitó su autoridad como Patrono de la Iglesia del Perú en forma plena y constante, al punto d que –según todos sus biógrafos- invadía con frecuencia las facultades pontificias y-desde luego- las propiamente arzobispales. El Regio Patronato era la perla preciosa de la corona y ello explica el excesivo celo y ardor con que el Rey Prudente procedió en todos sus actos.
En tiempos de Loaysa Felipe II pidió al Papa Pío IV la creación de dos Patriarcados de las Indias occidentales: uno para el Perú y otro para Nueva España. Pero la petición no fue concedida. Fundó el Tribunal de la Santa Inquisición. Autorizó la ejecución de los decretos del Concilio de Trento, que tuvieron la calidad de "Leyes del Reino", y sólo después de la intervención del monarca pudo el arzobispo promulgar los dichos decretos. Y reúne en Madrid la Junta Magna para "ordenar" la vida eclesiástica en Indias. Sobre todo, según el monarca, y para que el Real Patronato fuese guardado estrictamente, ninguna autoridad eclesi8ástica podría designar un cargo eclesiástico sin la previa presentación real.
Por cierto que Felipe II se preocupó por asegurar el buen éxito de la evangelización en Indias enviando numerosas expediciones de religiosos a las provincias de Ultramar. Tanto franciscanos y dominicos, como agustinos, mercedarios y jesuitas llegaron a nuestras para misionar estas tierras y edificar sus iglesias, conventos y residencias.
Aunque es algo anecdótico, pero que ilustre las larguísimas demoras o retrasos en las comunicaciones entre la Península y nuestro Virreinato, puede citarse el hecho de que el 5 de agosto de 1577 el rey Felipe II firmó una Real Cédula en que se ordena al arzobispo de Lima efectúe la visita del territorio del Arzobispado. Pero resulta que el arzobispo Jerónimo de Loaysa había fallecido en Lima el 25 de octubre de 1575, es decir, casi dos años antes de la Real Cédula. (La elección de Santo Toribio fue en 1578).
Con la llegada de Toribio Alfonso de Mogrovejo a su arquidiócesis y felizmente desaparecidas las turbaciones de las guerras civiles, el prelado inicia las trabajosas tareas de las visitas pastorales de su extensa arquidiócesis, tal vez la más extensa del mundo católico de entonces. Al llegar a Lima se encuentra con quien hay en su despacho cuatro Reales Cédulas de Felipe II, fechadas en noviembre y diciembre de 1578. La primera es la dirigida al virrey Toledo "para que guarde y cumpla todo lo relativo al Real Patronato. La segunda contempla las sanciones que el obispo debe imponer a los clérigos que maltraten a los indios. La tercera dispone la obligación de los clérigos de i9ndios de conocer la lengua general (es decir, el quechua). Y la cuarta establece que "no se concedan las sagradas órdenes a los mestizos" y prohíbe que se nombren párrocos de indios a quienes ignoren las lenguas nativas.
El gobierno eclesiástico de Santo Toribio se vio muy perturbado con la llegada del virrey García Hurtado de Mendoza, marqués de Cañete, personales de modales bruscos hacia el arzobispo, a quien hizo sufrir mucho pro su autoritarismo destemplado. El virrey denuncia al arzobispo –en cartas a Madrid- porque no se halla en Lima; porque hace colocar el escudo episcopal en el nuevo Seminario; porque convoca sínodos sin la autorización del Patronato, etc.
Si bien en el asunto del escudo Felipe II se pone del lado del arzobispo con una reprensión al virrey (20 mayo 1592), el 29 de mayo de 1593 ordena a Hurtado de Mendoza que reprenda al arzobispo por su "mal proceder" en los asuntos del Real Patronato.
Al nuevo virrey Luis de Velasco, Felipe II le envía una extensa Instrucción de 72 capítulos sobre el mantenimiento del Real Patronato. Y el 7 de agosto de 1596 el rey amonesta a la real Audiencia de Lima "por no haber urgido al arzobispo el cumplimiento del Real Patronato". Y no terminan allí las tribulaciones del Santo. El virrey, aunque de suave condición, se ve obligado a cumplir órdenes de Madrid que le mandan reprender al arzobispo por de obediencias al poder civil durante el gobierno del marqués de Cañete. Esta fue la última reprensión de Felipe II al arzobispo Mogrovejo, hecha sólo seis meses antes del fallecimiento del monarca.
Un dato sí muy positivo y edificante sobre el período gubernativo de Felipe II es el relativo al numeroso personal eclesiástico enviado al Perú durante los 42 años del reinado filipino: fueron 2.682 religiosos y 376 clérigos seculares.
Armando Nieto Vélez S.J.