Este sábado 5 de abril del 2025, en el marco del 29º aniversario de Basida-Navahondilla "Agarrados a la vida" he tenido el gozo de asistir a la presentación del libro "Basida. Mi segunda placenta". Su autor, Clemente Aguilera Flores, gran amigo de mis días de voluntario en esta casa y con quien he compartido las vivencias del libro. La editora, entusiasta, Guadalupe Romero, a quien pude conocer en el evento. Las ilustraciones de Alex Miclan
Comienza con un sencillo prólogo. Las 130 páginas se articula en tres grandes apartados con simpáticos títulos "La buena", "La no tan buena", "La mejor". Es la trayectoria de su fascinante vida de aventura que "ve un puntito de luz", cuando tras el túnel oscuro en que perdió, llegó a BASIDA providencialmente. De la 115 a la 125 nos narra la historia de las tres casas de Basida y termina con "algunas frases y buenos consejos" que son la quintaesencia de la vida saboreada y compartida de Clemente (pp.126-128); bueno, el fin es una invitación a que el lector se implique y escriba y el superfin es la simpática despedida con el infaltable buenhumor que le acompaña.
Y, lo mejor, lo que se consiga con la venta va cien por cien para BASIDA, su segunda placenta, su Cielo en la tierra.
Gracias, Clemente, ¡enhorabuena! Amigos no se lo pierdan y compartan esta vida, relatada de modo tan sincero y abundante.
Les comparto su testimonio escrito en "Sencillamente" (Diciembre 2023, nº 33, p.38)
BASIDA = MI SEGUNDA PLACENTA.
Nací en Cabra, pueblo de Córdoba, en 1950, y me pusieron de nombre Clemente como mi padre. Cuando tenía cuatro años y ya éramos muchos en casa, nos trasladamos a un piso de Madrid. Al poco tiempo, me llevaron a un internado de monjas; luego, a otro internado, hasta que por edad no podía seguir y me inscribieron en un colegio estatal. La familia había crecido ya hasta llegar a 17 los hermanos.
Aproximadamente, cuando tenía unos catorce o quince años, nos juntábamos un grupito de amiguitos del barrio, nos íbamos al cine, al baile etc. Entre el grupito había una vecinita que me gustaba y, con el tiempo, noté que ella me miraba de una manera diferente. Cuando salíamos los domingos, era mi sombra, le contaba chistes y ella se partía de risa. Éramos inseparables por lo que la relación se convirtió en un amor, ¡de verdad!
Recién cumplidos los dieciocho años, me saqué el carnet de conducir y me compré a plazos una moto Vespa 125 c. c., luego vendría una citroén. Aunque trabajé de botones en la adolescencia, mi trabajo tuvo que ver siempre con el tema de la construcción; se me daba tan bien, que siempre solicitaban chaperones así que me puse por a trabajar por mi cuenta, llegando a tener una secretaria y dos chavales conmigo; si algún domingo salía un urgencia la tenía que hacer yo. Fui prosperando en el trabajo, llegando a ir fuera de Madrid, hasta Barcelona. Y tantas veces ocurrió que mi novia -con mucha razón- se cansó y me dejó. No pasado mucho tiempo lo volvimos a intentar, pero no funcionó. Me sentí tan deprimido que -con veinticinco años- me lié la manta a la cabeza, lo dejé todo y firmé tres años en la legión.
Ni que contar las aventuras vividas por las tierras africanas de Melilla. Como siempre me ha gustado meterme de lleno en el asunto, fui instructor, participé en varias operaciones especiales y mis superiores me pidieron que renovase. Pero, la verdad, es que cuando cumplí los tres años que firmé, añoraba regresar a mi casa y enseguida lo hice. Retomé mis trabajos y enseguida me dispuse a ganar mucho dinero; alguna chiquita que otra, pero nada cuajó, porque yo casarme por casarme y no quedarme soltero no entraba en mi convicción y poco a poco me fui picando con el alcohol, hasta el punto de perder la cabeza. Me convertí en un mendigo, un pordiosero, tirado por las calles.
En tales condiciones, necesitaba una ayuda especial. Los médicos le aconsejaron a mi familia que me ingresaran en un Hospital de salud mental. La le dio las señas de BASIDA, casa de acogida donde conocía a la directora y ella misma se encargaría de hablar en su nombre.
Concretamente, el día uno de noviembre hace diecisiete años se me abrieron las puertas de BASIDA y poco a poco volví a ver la luz, pero von muchísima mas claridad que cuando mi madre me trajo al mundo.
BASIDA nunca jamás se acabará porque siempre habrá alguien que coja las riendas y hacia delante seguirá. Esta es mi auténtica realidad.
Clemente Aguilera Flores