DICIEMBRE 16, 2024
Conferencia magistral del Cardenal Castillo: La fe cristiana en el corazón de la Independencia
Compartimos el texto íntegro de la ponencia magistral del Cardenal Carlos Castillo desarrollado en el marco de una conferencia por el Bicentenario de Ayacucho, titulado: «La fe y la libertad en las Américas», desarrollado en la Pontificia Universidad Gregoriana, en Roma.
El evento contó con la participación de autoridades de la Pontifica Universidad Católica del Perú; la Embajada de Perú ante la Santa Sede; el Dicasterio para los Obispos y la Pontificia Comisión para América Latina; el Dicasterio de Cultura y Educación; el Comité Pontificio de Ciencias Históricas; y los Estados Miembros del GRULAC.
La fe cristiana en el corazón de la Independencia
(1821-1924)
Cardenal Carlos Castillo Mattasoglio
Mi reflexión quisiera ser más teológica que histórico-política, intentando recoger la misión de la teología y los teólogos que el papa Francisco ha propuesto, sobre todo las últimas semanas, tanto en su visita a la PUG, como en Comisión Teología Internacional, en desarrollo y sintonía con el video mensaje a la Facultad de Teología de PUC Argentina en 2015 y que retomó SER. Mons. José Tolentino Mendonça, en la PUCP en 2023.
Esa línea teológica comprende el ir abandonando progresivamente la excesiva atención a temas e interrogaciones poco relacionadas con las realidades complejas de la humanidad, especialmente los desafíos de las realidades periféricas del mundo, y los procesos que no se ven desde ciertas cátedras, manteniendo, sin duda, la seriedad académica.
En efecto, a veces solo se tratan temas sociales e históricos en su trama política o económica, sin las profundizaciones en niveles más hondos. Y viceversa, se suele hacer teología tendiendo a especulación de ideas teológicas genéricas, importantes pero desituadas, como abandonando a su suerte desafíos históricos acuciantes a los que la Iglesia y la fe no están dando respuestas suficientes, circunscribiéndose o solo a pensar el mundo en sus propios términos internos, o a deducir la realidad compleja mundana de conceptos previamente elaborados en teología. Por ello Papa Francisco recuerda:
"La doctrina, no es un sistema cerrado, privada de dinámicas capaces de generar interrogantes, dudas, cuestionamientos. Por el contrario, la doctrina cristiana tiene rostro, tiene cuerpo, tiene carne, se llama Jesucristo y es su Vida la que es ofrecida de generación en generación a todos los hombres y en todos los rincones. Custodiar la doctrina exige fidelidad a lo recibido y – a la vez – tener en cuenta al interlocutor, su destinatario, conocerlo y amarlo. Este encuentro entre doctrina y pastoral no es opcional, es constitutivo de una teología que pretenda ser eclesial. Las preguntas de nuestro pueblo, sus angustiar, sus peleas, sus sueños, sus luchas, sus preocupaciones poseen valor hermenéutico que no podemos ignorar si queremos tomar en serio el principio de encarnación. Sus preguntas nos ayudan a preguntarnos, sus cuestionamientos nos cuestionan. Todo esto nos ayuda a profundizar en el misterio de la Palabra de Dios, Palabra que exige y pide dialogar, entrar en comunicación. De ahí que no podemos ignorar a nuestra gente a la hora de realizar teología. Nuestro Dios ha elegido este camino. Él se ha encarnado en este mundo, atravesado por conflictos, injusticias, violencias; atravesado por esperanzas y sueños. Por lo que, no nos queda otro lugar para buscarlo que este mundo concreto, esta Argentina concreta, en sus calles, en sus barrios, en su gente. Ahí Él ya está salvando".
Es decir, la teología se hace desde la riqueza de la experiencia histórica en la que se encarna el Verbo, por tanto, desde el futuro de Dios que quiere conducir a toda la humanidad a su Reino.
Me alegra que mi querida Universidad Gregoriana, una de mis tres Almas Mater, siga dejándose inspirar cuando el Papa dice que hay seguir los acontecimientos teológicamente e incluso que por ello urge una "teología de la sinodalidad" , es decir, una teológica del camino en común de los creyentes en medio, y ante los sujetos humanos periféricos y los acontecimientos interpelantes que nos desafían como iglesia para darles, oportuna y vivamente, una respuesta adecuada desde la fe, que signifique, como Jesús, una esperanza que no defraude o como nos enseñó P. Juan Alfaro, en esta misma aula, una "esperanza esperante".
1. Las vicisitudes del Bicentenario de la independencia americana en el Perú y las personas, sectores y acontecimientos más recordados.
Solemos describir los distintos acontecimientos, personajes, problemas y soluciones del Bicentenario refiriéndonos siempre a los más destacados, a la llegada de San Martín a las costas de Ica, formando huestes independentistas con las poblaciones nativas que contornean Lima, que suben por la sierra de Huancayo, llegan a Cerro de Pasco, triunfan en la batalla de Uliachin, y luego bajan por el valle de Huaura hasta la declaración independiente en el sagrado balcón de este pueblo, llegando luego a Lima, que se preparara a recibirlo luego de su abandono por el Virrey La Serna que va a concentrarse en Cuzco, firmando días antes, sus vecinos notables el acta de la independencia, la que se jura en 28 de julio en la plaza de armas, con las palabras que todos sabemos de memoria, y luego se celebró el Te Deum.
En la mayoría de lo que hemos aprendido, se deja bastante de lado que todo terminará en 1824 en Junín y Ayacucho, y muy poco se habla de los colaboradores peruanos -criollos y mestizos, y en su mayoría provincianos- que fueron fundamentales en ambos momentos.
Ya ha sido un logro que varios historiadores hayan recuperado en estos relatos las figuras de estos ilustres provincianos , que aportaron todos sus conocimientos para lograr una patria independiente y democrática, aunque la mayoría son poco conocidos, y brilla más bien la imagen de los dos libertadores, San Martín y Bolívar , o de José de Sucre, como si hubieran actuado solos. También ha sido un gran logro el estudio de las conspiraciones, movimientos, montoneras, rebeliones de los pueblos peruanos que ayudaron a comprender la bastedad de lo acontecido, aunque son estudios poco conocidos o conocidos desarticuladamente.
Si a esto agregamos que muy rápidamente se pasa a escribir una historia a partir de los presidentes, la historia profunda y compleja se simplifica y se frustra nuestra conciencia histórica porque no nos sentimos comprometidos con ella, no seguimos el hilo conductor de tal diversidad, y seguimos poco la profundidad de la que ha ido ocurriendo. El trágico presente que nos acecha es quizás la ocasión para retomar la tarea de comprender más hondamente nuestra complejidad con ayuda también de una teología que asuma esta misión.
Es verdad que recorrer los hechos históricos partiendo de los procesos políticos permite tener un esquema básico de comprensión, pero sucede siempre el problema de la simplificación, incluso en grandes autores que han marcado nuestro horizonte más serio como Basadre, quien atribuye el nacimiento de la nación peruana a un ideal, proveniente de "algo así como una 'angustia metafísica'" que denomina "promesa", que tuvieron "los americanos" y que se "resolvió en la esperanza de que viviendo libres cumplirían su destino colectivo".
Si tomamos las batallas de Junín y Ayacucho, que conocemos muy limitadamente, para muchos es una sorpresa la referencia a la genialidad y perspicacia de José Andrés Razuri, provinciano, natural de San Pedro de Lloc, que cambia la orden dada por Bolívar a través de La Mar, y produce un giro fundamental que convierte la derrota en victoria. Como es también una sorpresa la referencia a que siendo mucho menor el contingente del ejercito libertador en la Pampa de la Quinua, el nivel de cansancio que llevaban las fuerzas realistas después de recorrer casi 4,000 kilómetros fue un factor decisivo para su derrota, así como la dispersión de su organización, ya que cuanto más grande es un componente, más difícil es organizarlo y agilizarlo.
Y aquí también sorprende una observación respecto a los soldados. El componente en ambos bandos era preferencialmente indígena, recogido de todos los pueblos por donde pasaban ambos ejércitos, recogiéndolos o con amenazas o con negociaciones acerca del tributo indígena o liberación de la condición esclava. En todo caso, no se valora las intencionalidades propias de la población nativa, y se supone una participación pasiva, y hasta oportunista, por el uso que de ellos hicieron realistas e independentistas.
De modo que si además de enarbolar a los grandes libertadores, a duras penas se destaca la presencia real y efectiva de los ilustrados intelectuales provincianos, llegados a la población de base, ya no queda sino considerarlos masa de uso, sin responsabilidad de conciencia. Y así también se podría seguir calificando la presencia de movimientos populares locales que hubo en resistencia contra el poder realista, sin valorarse el sentido preciso y profundo de su participación.
Por ello, me alegra compartir esta reflexión en la PUG porque siendo una universidad teológica estamos llamados a una mayor profundidad, más allá del análisis de las ciencias históricas, sociales y humanas, es decir, de acuerdo a las orientaciones del Papa Francisco. Permítaseme hacer un acercamiento a estos hechos, luego de que también las investigaciones históricas han avanzado, lo que nos permite una mejor reflexión teológica, tan requerida por el Santo Padre para nuestros tiempos. La profundización del sentido de los hechos y personas y pueblos participantes podrá llevar a aprender mejor de la historia, y encausar mejor nuestra misión evangelizadora y eclesial sinodal.
2. Las vicisitudes del bicentenario en las personas, pueblos, sectores y acontecimientos más olvidados.
En los relatos que hemos recordado aparece una especie de pueblo pasivo en medio de un escenario de líderes realistas e independentistas como realmente protagonistas activos.
Pero todos sabemos que la historia colonial no había sido así, entonces ¿cómo no podría serlo la historia independentista? Lo que ha sido expuesto en los estudios de diversos movimientos populares; estuvo marcada ya desde sus inicios por la enorme organización de diversas comunidades, que no pudieron impedir la entrada y asentamiento de los españoles, pero que supieron organizarse para que usando el mismo sistema jurídico colonial consiguieran abrirse paso en medio de un sistema social de castas, y cultural de desprecios y prejuicios que hasta hoy hemos heredado como costumbre aunque en realidad afirmemos una abstracta igualdad general.
Es innegable el efectivo protagonismo de españoles peninsulares y americanos, y que estos hicieron uso de las poblaciones nativas, pero se ha de seguir estudiando aun los diversos tipos de participaciones que tuvieron poblaciones nativas, que ya habían sido muy organizadas durante el virreinato y mantuvieron un papel activo de defender y ampliar sus derechos durante todo el periodo colonial y así habría de ser también en el republicano. En efecto, la estructura de dominio colonial no se hubiera podido sostener si los pueblos nativos sometidos, de las diversas culturas y lenguas, no aceptaban pactos en que reivindicaran, en parte, sus propios derechos.
Es verdad también que estos pueblos nativos no tuvieron una unidad uniforme, dado que también el incanato había sido una imposición. Con mayor razón, la cierta estabilidad colonial dependía de que estos pueblos no se unieran contra ella. Resultó mejor para los españoles mantener esa división por medio de pactos diferentes, haciendo alianzas con unos para neutralizar a otros. Pero esto no quitaba su derecho y autonomía organizativa, solo que les costó formar una unidad mayor siempre difícil y compleja por la diversidad no solo cultural sino también geográfica, lo que dura hasta hoy. Y desde ya está claro que el Perú, para ser unido antes incluso de la conquista, debería haber llegado a acuerdos inter-regionales e intercomunitarios que hoy incluso son sumamente difíciles. Pero esto no los hace ser pueblos "objeto", solo los hace ser sujetos de base, organizados, pero sin horizonte común. Por eso muchos que no entienden la sed de unidad, usan la diversidad para imponerse, abandonando la búsqueda de armonía.
Una prueba la tenemos desde los inicios de la colonia con la gestión de Toribio de Mogrovejo protector de indios que muestra una comprensión muy profunda del nivel de subjetividad social creativa y letrada por parte de los indios. Eso por ejemplo sucedió con los indios de San Lázaro que refleja lo que se ira acumulando con los siglos, no solo en "leguleyismo" sino también la legalidad jurídica, en sabiduría y en fe cristiana, reconocidos y relanzados universalmente por el Arzobispo Toribio como su protector, cosa que pocos han sabido hacer, dada la superficialidad con que ven a nuestros pueblos.
Es verdad que, en el caso de San Lázaro se trataba de indios "adelantados" (Yanaconas), pero…¿No lo eran más las comunidades de Huancayo que lograron mantenerse comunidades sin gamonalismo y aunque usadas para golpear al Cuzco mantuvieron su dignidad y organización intacta hasta hoy?
Quisiera, por eso, ir más allá, hasta la raíz antropológica y espiritual que se expresa también en la dinámica social popular indígena presente en las huestes realistas e independentistas, y que no parece ser una mera "indiada" como algunos dicen.
Para esto, permítaseme referir otro hecho más cercano a la época independentista y que, debido a la calidad del esfuerzo que realizaron las comunidades nativas, muestra la importancia decisiva y el sentido antropológico y espiritual de la participación popular de base en el Perú, ya antes de la declaración de la independencia y del inicio de la república.
Me refiero a la llamada rebelión de los olleros de Huarochirí en Lima (1750) estudiada acuciosamente por Scarlett O'phelan, la cual la califica en forma de pregunta con "¿Primer grito independentista?". Este fue respondido con la respectiva represión inmisericorde de parte española, 30 años antes del levantamiento de Túpac Amaru en 1780, 71 años antes de la declaración de San Martín y 74 años antes de la batalla y acuerdo de Ayacucho, y contemporánea del movimiento de Juan Santos Atahualpa, en la selva de Cuzco.
Este hecho estudiado por O'Phelan, también comenzado en el Rímac (como el de la reducción del Cercado), esta vez se organizó durante las fiestas de Amancaes después del cataclismo producido por el terremoto del 28 de octubre de 1746, en que se remecieron también todas las bases de la poderosa capital limeña. Este hecho nos puede ayudar a comprender la profundidad de la presencia de las bases populares en su respuesta al desafío del mundo colonial arrinconado en un momento de debilidad y que contribuyó en cierto modo a sentar las primeras bases de la sociedad que se generara en el siglo XIX, aunque sin plasmar aun el sentido universal de este movimiento profundo que el hecho anuncia.
Esta rebelión fue preparada por la comunidades de Huarochirinos en Lima que se dedicaban a fabricar ollas, en el barrio de Cocharcas, y vecinos indios amancaes de Lima, durante las fiestas de Amancaes, los 24 de junio de los años posteriores al terremoto del 28 de octubre del 1746. Aquella vez Lima estaba en el suelo y las condiciones de deterioro del centro del poder se prestaron para un intento de más amplio radio, partiendo desde derechos agredidos por el Virrey Manso de Velazco (pérdida del derecho a que los hijos de los olleros huarochirinos de Cocharcas se educaran y prepararan para entrar a colegios y educacion reales), con el solo pretexto de que se emborrachaban y generaban escándalos, hasta estrategias muy bien pensadas de una rebelión de amplio radio, que implicaba, entre otras medidas, dos muy extremas: el desborde del río Rímac para que inundara la ciudad y la muerte del propio Virrey durante la fiesta de San Miguel Arcángel el 29 de setiembre del 50. Se trataba de aprovechar esta fiesta dado que los huarochirinos podían vestirse de ángeles arcabuceros y recibir armas para el efecto. Más elementos motivadores pueden encontrarse en el trabajo de O'phelan.
Lo cierto es que se trató de una ambiciosa intentona, que al final fracasará debido a la confesión de una persona -se dice que era un mulato- con el párroco de San Lázaro, quien pasó la voz urgente al Virrey, tras lo cual este preparó premeditadamente la respuesta sorpresiva sobre los rebeldes, y finalmente desencadenó ajusticiamiento sangriento que se pretendió ejemplar de los rebeldes, visible y advertiente del castigo a lo que se consideró una traición. Estos hechos se agregaron la ya dramática tragedia del terremoto, y que se sumó a la diversidad de levantamientos en ese siglo. Se sabe que se colgaron varios cadáveres en la muralla de la ciudad, la cual despedía un espantoso olor a carne podrida.
Fuera de este hecho casi desconocido, rescatado por O'phelan, no deja de ser curioso que en el discurso de reinauguración de San Lázaro el 23 de abril de 1758, ocho años después de la rebelión, en el sermón del Jesuita Juan Sánchez, acordado oficialmente por las principales autoridades, exista un virulento llamado, y fundado en una profunda teología, hacia las clases bienestantes criollas y españolas, al auxilio de los pobres leprosos, y del llamado a dar donaciones para esta obra, y ni una palabra del cruel ajusticiamiento realizado solo ocho años antes.
Y he aquí la confluencia entre, tragedia natural, tragedia social y política, intento de rebeldía india, derrota y factor religioso. Dado que este último terremoto fue el tercero de una serie que comenzó en 1651, después de que un mulato del barrio de Monserrat pintó en un muro la imagen de Jesús crucificado.
Algún motivo habría tenido aquel mulato para diseñar esta pintura ya en 1651. Esto no ha sido investigado aun, podría haberse tratado de movimientos de tierra anteriores, o quizás maltrato a la población afrodescendiente. Lo cierto es que se sucedieron a partir de ese año tres terremotos: en 1655, 1667, y el más demoledor del 20 de octubre de 1746. Años durante lo que se fue gestando la hermandad del Señor de los milagros y las procesiones que fueron creciendo en Lima al calor de sus problemas geofísicos, sociales y sobre todo humanos.
Entonces algo importante ocurre aquí. Como vimos, en la reinauguración de San Lázaro, 13 de abril de 1758, el P. Juan Sánchez S.J. predica una ardorosa, encendida y fundada homilía, teológicamente muy bien elaborada en defensa de los leprosos de San Lázaro, dedicándole a la obra caritativa, en favor de ellos y de las hermandades de San Lázaro que los cuidaban, un pleno aliento y protección. Esta fue dirigida a la clase alta de Lima allí presente, presidida por el Virrey Manso de Velasco, Conde de Superunda, recibiendo la exigencia y misión de servir a los leprosos, y de no ambicionar vivir de forma frívola. Algo así como una devoción paralela a la del Señor de los Milagros en sus inicios.
Por otra parte el crecimiento instituido de la hermandad de los milagros y de la procesión fue notable durante esos años. Cosa que debemos estudiar mas y recoger de esta historia. Y allí quisiera entrar con nuestra reflexión. ¿Se trataba de una devoción construida en San Lázaro para disminuir, de cierto modo, la fuerza de la que había surgido en el barrio de Monserrat?.
Es lo que se me ocurre por más que resulte un poco difícil de pensar. Como he sido párroco de San Lázaro durante 5 años, he podido verificar que las hermandades en favor de los leprosos de San Lázaro habían desarrollado todo un sistema organizado de acompañamiento a los leprosos, que supieron convertir la iglesia en una parte litúrgica complementaria del espacio de la caridad, de modo que eran inseparables.
Ya en el siglo XVI San Lázaro había sido declarada, por el mismo Toribio de Mogrovejo, vice parroquia de indios. Para este tiempo también la virgen de Copacabana ya estaba en su templo, después de que Toribio trasladó esa imagen, que era la Madonna del Eiposo llevada por los indios de San Lázaro a la Reducción de El Cercado, y luego la devolvió en un templo propio reconociéndola como Virgen de Copacabana, debido a su universalidad devocional entre todos los indios de América.
No es casual que en este centro de indios y negros que era San Lázaro se propiciara un culto y una obra social especial de todos los ricos de Lima. No deja de ser sugerente la hipótesis de que era una manera de calmar los ánimos por medio de la hipersensibilización de los ricos hacia el tema de los leprosos, para tapar el peligro de una rebelión como la ocurrida antes entre los Huarochirinos y preparada en Amancaes. En todos los relatos aparece que fue una rebelión y un ajusticiamiento no tan grande (de 11 a 13 indios muertos), pero se sospecha un sin pruebas que se habría tratado de mas ajusticiados y expuestos en público por varios días.
Además, la reconstrucción de San Lázaro se debía a un agradecimiento al cura confesor. Años después llegaron los 150 candelabros de bronce con algunos más de plata que la familia del Conde de Superunda donó y que fueron extraídos y llevados a la catedral.
Es muy probable que se quisiera canalizar hacia otro horizonte espiritual, más dramático que el de los ajusticiados en la rebelión, instituyendo a San Lázaro como una especie de bicatedral de los pobres. O como he pensado tal vez como una Betania, en relación a Lima como Jerusalén. De modo que con el tiempo, pasó a aminorarse el culto a San Lázaro, porque desaparecen las hermandades y el leprosorio, y San Lázaro se centra en el culto a la eucaristía, y luego se rige un templo especial, santa Liberata, cuando alguien hace el acto sacrílego con la eucaristía, y se comienza solo a rendir culto al Señor crucificado del Rímac, diferente al Señor de los milagros, es decir, más pequeño.
En conclusión, si tanto preocupó a las autoridades, incluido Manso de Velasco, calmar los ánimos mediante un drama peor, puede ser que sea porque sintió la fuerza de la presencia de la devoción del Señor de los Milagros que recordaba los mayores dramas del terremoto y el terrible ajusticiamiento. Necesitaba ensanchar el apoyo al drama extremo de los leprosos para acallar el peligro de una religiosidad como la del Cristo de Pachacamilla que había surgido al calor del drama del hundimiento del imperio y de la rebelión indígena más grande del siglo XVIII. Y probablemente lo logró políticamente. Experimencialmente, sin embargo, se forjó una unidad entre el Cristo muerto en la cruz y levantado, y todos los que sintieron el dolo de los ajusticiados, muertos inmisericordiosamente para oponerse a un orden basado en el desprecio y en el abuso de poder.
De allí que, cuando se produzca treinta años después la rebelión de Túpac Amaru en el Cusco, crecerá enormemente la sucesión de procesiones y devociones a Cristos crucificados. Aquí unas fotos de la imagen de Jesús en Juli, donde a la vez es crucificado y jalado por cuerdas. Es muy probable que aquí haya un mensaje más profundo de expresar la subjetividad organizada en un pueblo que actuar bajo otros parámetros y así hacer valer su dignidad dentro del fracaso, algo así como se denominaba hace algunos años: "la visión de los vencidos".
Y es que la imagen de Jesús lo es también, un vencido, en palabras teológicas de Dianich, un "mesías derrotado".
3. Las dimensiones olvidadas en la reflexión histórica y el desafío a la teología:. Participación popular activa de los peruanos nativos y dimensiones cada vez más profundas: negociar su situación apoyando a lados opuestos, sentido humano de supervivencia, pero también dignificación y sentido religioso del sacrificio cristiano.
Por tanto, debo extraer de esta historia la enseñanza más profunda. A pesar estar pendiente la tarea de calificar en forma mejor el tipo de participación popular existente en estos movimientos de base, ya se puede adelantar en lo reducida que es la actual presentación, lo interesante que ha resultado siempre en nuestra historia la participación decisiva de los grupos intermedios.
Lo que no ha sido estudiado, y resulta decisivo para la teología y la evangelización actual del Perú, es el estrecho lazo entre sufrimiento colectivo y expresión religiosa explícita y a la vez simbólica. Si bien no hay relación causal entre la masacre de 1750 y la devoción al Señor de los milagros, si hay una relación estrecha, que hace madurar la religiosidad a partir del grado de sufrimiento, que puede comenzar con un maltrato pequeño pero significativo, ligarse a varias tragedias sísmicas seguidas, desembocar en un sufrimiento cataclismático de enormes proporciones que no solo destruye y mata en masa, sino que desestabiliza totalmente un imperio colonial, para finalmente crear las condiciones de posibilidad de actos reivindicativos de defensa generalizada.
El Jesús crucificado y levantado en la procesión sintetiza no solo un llamado a la reivindicación, sino que sintetiza una fe profunda en que solo puede ser rey, dirigente, gobernador, líder, si se es antropológicamente servidor y mártir.
Lo que las ciencias sociales no pueden realizar por el límite de su objeto y su método investigativo, lo puede hacer la antropología teológica y la reflexión espiritual. Y he aquí que dejo en las manos de nuestra misión teológica este punto problemático de la historia peruana, sumamente significativo.
¿Por qué en el Perú confundimos el heroísmo con el martirio, y por qué llamamos héroes preferentemente a los que son mártires?
Se puede revisar nuestra historia. Si bien algunos prestigiosos comandos de las huestes peruanas, como Antonio José de Sucre son considerados héroes, en la mayoría de los casos se llama héroes a los que murieron dando la vida por la causa patriótica.
Así, en la guerra de independencia y, en guerras posteriores, -como la que tuvimos con Chile o con Ecuador- son reconocidos como héroes, los que murieron martirialmente. Igualmente, los que en épocas de epidemia y pandemia, reciben por parte del pueblo el reconocimiento como héroes los que han muerto dando su vida, arriesgándola o muriendo por ella. Por ello, en la independencia héroes son Túpac Amaru, María Parado de Bellido, Mateo Pumacahua, Micaela Bastidas, José Olaya, Mariano Melgar…Mientras que durante la república, en distintas circunstancias tenemos a los inmolados Miguel Grau, Francisco Bolognesi, Alfonso Ugarte, José Gálvez Egusquiza, y en otras, José Abelardo Quiñones, Leoncio Prado, Elías Aguirre, …y en tiempos distintos Jorge Chávez, María Helena Moyano, Daniel Alcides Carrión… y en nuestros días los cientos de médicos, policías y servidores de la sociedad víctimas del coronavirus, por estar en la primera línea de apoyo.
Incluso la simpatía mayor por San Martín respecto a Bolívar como héroes, se debe al acto de renuncia generosa de San Martin a pesar de que se rechazaba su proyecto de monarquía constitucional, en cambio Bolívar siempre fue considerado libertador pero más héroe que mártir, debido a su enorme ambición y el despedazamiento de Bolivia en favor propio.
Nos parece que esta denominación de "mártir" proviene de una comparación antropológica cristiana, identificando en el principio antropológico por excelencia al que esperan los peruanos ser y realizar en la experiencia cotidiana en amor del sacrificio gratuito por los demás en favor de todos.
4. Conclusión: El peor olvido en la historia del Perú es olvidar al pueblo que sufre y a los que se identificaron con ese pueblo sufriente, olvidando con ello a Jesús que dio su vida en rescate por todos.
Y el mejor recuerdo histórico en el Perú sigue siendo el hacer memoria de quien dio su vida y salió de sí mismo para servir al país hasta la muerte, como Jesús.
Por ello, conforme pasa el tiempo, los dirigentes pretenden disfrazarse religiosamente para pasar por mártires y usar esta identificación para fines mezquinos y estrechos.
Quizás el punto más hondo de esta realidad es que el movimiento de base del Pueblo sencillo interviene en nuestra historia con una perspectiva muchísimo más amplia y honda de quienes dirigen los destinos en un corto plazo y solo ven con mirada corta, estrecha e insignificante.
El peso de lo religioso cristiano en el Perú es mucho más que la influencia social de la Iglesia, es el peso de un pueblo que evangelizado "al revés", con "escandalo cristiano", es decir, por medio de males infligidos por personas que se decían católicas, fue comprendiendo le fe cristiana algo distinto y opuesto al comportamiento de los cristianos, lo que consideró Bartolomé de las Casas, en su Historia de las Indias, el "mayor milagro" generado por Dios Padre de Jesucristo por medio de su espíritu, el que los indios creyeran "viendo lo contrario" es decir, las execrables obras de los cristianos. Cuanto más los cristianos españoles los golpeaban tanto más los propios consideraban que a Jesús lo estaban maltratando y matando en ellos mismos. Si además habían algunos cristianos españoles que predicaron con bondad, y los acompañaron, expresaron que la predicación de estos era aliento para asumir y sentir que sus propias vidas como indios oprimidos se transparentaba en la experiencia sufrida por Jesús.
La teología sinodal que se necesita hacer para evangelizar un Perú que se desangra por el mal comportamiento de los cristianos, implica entender que desde el proceso independentista nos viene una gran e inteligente luz, no exclusivamente de los lideres heroicos, sino de los testigos mártires, no solo de la élite, sino del pueblo sencillo, que introduce con su fe en el Señor Crucificado de los Milagros el modelo de peruano que ha de persistir renovándose permanentemente para salvar al Perú, y ahora no solo al Perú sino también al mundo.
El proyecto histórico que está aquí expresado en el Señor crucificado levantado y caminante sinodal, proviene del Principio inspirador que recuerda lo principal: la unidad llegará solo si hay sacrificio solidario, y la paz y el progreso también. No vendrá de mimetizaciones y remedos de piedad, ni de muecas barrocas, no vendrá de restitución de disciplinas y flagelaciones del cuerpo para salvar el alma, vendrá de la misma fuente que brota de Jesús para salvar a la humanidad, y del héroe que si no es mártir no es héroe, es decir, de la gracia que si no es gratuita es una desgracia.