martes, 5 de enero de 2021



 SANTAS IGLESIAS DEL RIMAC  

En el cataclismo de 1746 Santa Liberata habría cubierto con el manto su iglesia recientemente inaugurada en la Alameda de los Descalzos. Eran tiempos de mucha devoción, con olor a santidad, pues, el lugar fue frecuentado en los siglos anteriores por San Francisco Solano, San Juan Masías y seguramente  por Santa Rosa de Lima y San Martín de Porres.

En el siglo XX los sismos la sacudieron y el edificio ha sufrido daños en su estructura sucesivamente.

Las crónicas señalan que antes existió en su lugar un huerto de naranjos. La iglesia se levantó en 1711 en desagravio al Santísimo, terminándose de construir en 1716. Según la tradición el robo de un copón de oro, donde se guardaba las hostias consagradas en la Catedral de Lima, lo convirtió en lugar santo. El escándalo fue general, las iglesias no dejaban de doblar y las investigaciones en los barrios y galpones se sucedieron unos a otros.

El acto sacrílego tuvo lugar a principios del siglo XVIII cuando corrían los veinte primeros días  de enero de 1711. Por esa fecha se presentó un joven bien vestido al cura del Sagrario y le pidió que le dejara buscar una partida de bautismo. Concedido el permiso se quedó solo, buscando en los libros parroquiales. El interesado, según los datos recogidos por el tradicionista don Ricardo Palma, era Fernando Hurtado de Chávez. 'Un dechado de vicios', que 'cantaba en 'El Pollito y el Agua Rica', trovas de moda con más salero que los comediantes de la tonadilla, que 'para bailar el punto y las mollares tenía una desvergüenza que pasaba de castaño claro', que empinaba el codo bebiendo el zumo de parra con más ardor que los campos la lluvia del cielo y que era capaz de tirar puñaladas hasta con el gallo de la Pasión, que  quiquiriqueaba regio'.


El cantor tahúr aprovechó el descuido del registrador para llevarse bajo su chambergo el santo píxide. Nadie se dio cuenta hasta la mañana del 31 en que se necesitó administrar el viático a un moribundo. En ese momento  se descubrió la sustracción. Está demás recalcar el revuelo que se armó. Se suspendieron todas las fiestas y se iniciaron rogativas en todas las iglesias para que cayera el ladrón. El ilustrísimo Virrey Obispo Diego Ladrón de Guevara, de la casa y familia de los duques del Infantado, 'echó tras el criminal toda una jauría de alguaciles y oficiales.'

Las órdenes religiosas desesperaban por encontrar el copón y a los delincuentes cuando un pulpero, el catalán Jaime Albites, según Palma, descubrió al ladrón. Hurtado Chávez fue a venderle por una bicoca las crucecitas de la tapa. Apresado confeso su delito y declaro  que lo había escondido en el Altar de la Sacristía de San Francisco. Sobre el destino de las Sagradas Formas no pudo dar razón. Sólo recordaba que las había enterrado  envueltas en un papel al pie de un naranjo, en una huerta de la Alameda de los Descalzos.

Un negrito de ocho años de edad, Tomas Moya o Mollo, identificó el árbol donde vio arrodillado al ladrón días atrás en forma sospechosa. Al recobrar las hostias el negrito recibió su carta de libertad como premio pagando el  cabildo 400 pesos por él a su amo.

En el sitio donde estuvieron las Sagradas Formas se encuentra el Altar Mayor de Santa Liberata. Así figura en una placa que existe en su bóveda. La iglesia recibió ese nombre por ser ella Patrona de Siguenza, la ciudad donde nació el virrey. Los camilos edificaron a su costado un convento diminuto que llegó a ser casa de estudios. Un día el convento se convirtió en parroquia. Entre los cuadros de la iglesia hay uno que reproduce la escena del hallazgo de las Hostias. Es documental porque muestra la alameda de aquellos años.

El Señor del Rímac que sale en procesión el mismo mes del Señor de los Milagros tiene allí su capilla.

Su imagen, pintada en un lienzo fue encontrada por unos chiquillos en el Solar del Limoncillo, donde corría una acequia del mismo nombre. Una versión dice que la pintura estuvo sumergida en el agua, sin arruinarse; y, otra, que la sacaron de un hoyo que había en el suelo.

El lienzo milagroso es pequeño y está en el Altar Mayor. El que sale en procesión es una copia. Es el único Cristo del Perú que tiene un bastón de mariscal, regalo del Mariscal Oscar R. Benavides. La pieza tiene adornos de plata y piedras preciosas.

En el Patrocinio, edificado en el lado opuesto de la alameda se conserva la silla de San Juan Masías, lego dominico, beato hasta el año de 1975 en que subió a los altares. En el virreinato las señoras embrazadas se sentaban en la silla frailera rogándole al bienaventurado que les concediera un hijo. En esos tiempos el varón era muy deseado por los padres porque podía heredar el mayorazgo si eran nobles, seguir la carrera militar, hacerse cura o leguleyo, de ser segundón. En la actualidad hay señoras que todavía se sientan en la silla milagrera, pero sólo para pedirle un parto feliz. Las mujeres ya no están en desventaja.

El recuerdo de San Juan Masías, natural de la villa de Rivera del Fresno, Extremadura, España, se venera en el Patrocinio donde transcurrió su vida, y que a fines del siglo XVI era huerta de don Pedro Jiménez Menacho. El santo trabajó pastando ovejas y encargándose del cuidado de los frutales. Según la leyenda el Apóstol San Juan le cuidaba el ganado mientras él rezaba en su choza.

Se dice que en la huerta había un naranjo donde grabó una cruz en 1670. Después de su muerte, el arrendatario Juan Peláez mandó cortar el árbol y aparecieron en su corteza dos cruces perfectas de una cuarta que fueron llevadas a la igleia de la Guita y Copacabana. Del naranjo sacaron más tarde hasta doscientas cruces que repartieron entre los fieles.

El beato fue canonizado por un milagro que realizó en España. Multiplicó el arroz que había en la olla  la olla de un asilo hasta que todos los pobres quedaron satisfechos. Después de varios siglos de expedientes para el santo estaba casi terminado. Sólo le faltaba aquel empujoncito.

La iglesia y el monasterio de la Virgen del Patrocinio se construyeron en 1681. Según sus reglas el número de monjas no debía pasar de quince teniéndose en cuenta los quince misterios del Santísimo Rosario que rezaba Santa Rosa de Lima. La elección de su nombre fue providencial. Se barajaban posibilidades cuando llegó un marino para entregar una imagen diminuta de la misma, afirmando que en sueños se le había revelado ordenándole que la llevara al que sería su convento y dejándole las señas del mismo.

La Virgen del altar Mayor es una copia de la auténtica que está en el coro. Las obras de construcción se acabaron en 1734 y el autor fue el maestro albañil Juan José Aspur.

Alfonsina Barrionuevo<miskha100@gmail.com.