domingo, 14 de junio de 2020

P. JOSÉ MATEO AGUILAR (1794-1862), SABIO Y SANTO

P. JOSÉ MATEO AGUILAR (1794-1862), SABIO Y SANTO[1]

 

Nació el 21 de septiembre de 1794 en Ica, de Andrés Aguilar y María Isabel Donayre y, siendo bautizado el 19 de junio de 1795 en la iglesia matriz de San Jerónimo, por el P. José del Río, quien también ofició de padrino.

Su adolescencia transcurrió en Lima, donde se matriculó en el Convictorio de San Carlos en 1808, en tiempos de Toribio Rodríguez de Mendoza, (1750-1825) y José Faustino Sánchez Carrión (1787-1825) y adoptando "doctrinas peligrosas e impías".

Ordenado sacerdote, se le confió la enseñanza de matemáticas y filosofía en los colegios de San Carlos y Santo Toribio, y en vísperas de la Independencia, el 16 de marzo de 1821, fue nombrado examinador de matemáticas y física, en calidad de pasante, en la hasta entonces Real Universidad de San Marcos. Como el Seminario de Santo Toribio había sido clausurado, Aguilar se sumergió en la biblioteca de esa institución para preparar las clases que impartía en el Convictorio carolino. A partir de 1824, José Mateo Aguilar residió en el Seminario de Santo Toribio, y desde 1837, y hasta su deceso, en la casa de la congregación del Oratorio de San Felipe Neri. Tres años más tarde, y hasta el día de su muerte, cumpliría con el cargo de examinador sinodal del arzobispado, por especial pedido de Francisco de Sades Arrieta, quien lo apodaría "Timoteo" por estar dispuesto siempre a cooperar.

En esta segunda etapa de su vida se le pudo ver absolutamente consagrado al prójimo y a la oración. Justamente, los pobres, especialmente las mujeres, constituían una de sus principales preocupaciones y así en mayo de 1853, financió la compra de una casa en la calle de "Llanos", conocida también como la del "Monasterio de Santa Rosa", destinada a damas y doncellas pobres. El P. Mateo vivirá con gran austeridad y se dedicará de lleno al trabajo apostólico con sus sermones y el socorro al necesitado.

Aguilar era naturalmente serio por carácter, sin embargo, en el trato familiar con sus amigos era afable, bondadoso, jovial y hasta festivo en sus conversaciones privadas.

En 1824 tuvo lugar la reapertura del Seminario, nombrándole regente de estudios del mismo. De igual modo se le asigna la dirección y capellanía de la Casa de Ejercicios de San Ignacio de Loyola, conocida también como la del Sagrado Corazón, misión en la que logró numerosas conversiones, contando con el apoyo de los celosos sacerdotes Pedro José Tordoya (1813-1883), Juan Ambrosio Huerta (1823-1897) y Jacinto Amador Sotomayor, y las damas caritativas María de las Mercedes Flores, Josefa Coz y Tiburcia Conde. También en la iglesia de San Pedro, el tercer domingo de cada mes, organizaba retiros para la cofradía de San Luis Gonzaga, fundada en 1824, en el monasterio de Las Trinitarias de Lima, en compañía del P. Juan de Dios Cortés (1788-1843), capellán del convento.

Consciente de los ataques doctrinales del liberalismo supo contrarrestar sus ideas a través de impresos independientes, el diario El Comercio y el Redactor eclesiástico. Son célebres las  controversias con Manuel Lorenzo de Vidaurre y Encalada, Francisco Javier Mariátegui y José Gregorio Paz Soldán y Ureta .

En tiempos del presidente Manuel Ignacio de Vivanco en abril de 1843, fue propuesto para consejero do Estado pero prefirió combatir la injusticia social libre de compromisos políticos. Así lo hizo contra de la usura o "préstamo a interés", contemplada en el artículo 1,265 que venía del Código Civil del Estado Nor Peruano de la Confederación del mariscal Andrés de Santa Cruz, y que se había practicado de forma desmedida en el país.

Lleno de méritos, el Colegio de Abogados de Lima lo incluyó entre sus miembros honorarios, y el 15 de agosto de 1843 la Universidad de San Marcos le otorgó un doctorado en sagrada teología, dándole la cátedra de Nona. Propuesto como obispo en 1855, declinó, aunque el Papa Pío IX no dejó de nombrarlo misionero apostólico y le concedió bendiciones y privilegios espirituales a las obras piadosas que él dirigía.

A fines de 1861, va cayendo su salud por una afección pulmonar y un notorio escorbuto, empezaba a manifestarse y anunciaba el final que tuvo lugar el lunes 28 de abril de 1862.

Ya en el siglo XX, Rubén Vargas Ugarte, S.J. (1886-1975), diría del religioso iqueño que: "Su palabra siempre cálida y penetrante, su caridad inagotable y la austeridad de su vida hicieron de él un nuevo Juan de Ávila"[2]. Su biógrafo, Rafael Sánchez-Concha, le califica como hiciese su discípulo José Antonio Roca y Boloña el san "Jerónimo del Perú".



[1]Basado en el artículo "JERÓNIMO DEL PERU": APUNTES SOBRE LA VIDA Y OBRA DEL DOCTOR JOSÉ MATEO AGUILAR (1794-1862) RPHE, 11, 2011 pp.175-203, Rafael Sánchez-Concha Barrio

[2] VARGAS UGARTE, S.J., Rubén. Historia de la Iglesia en el Perú. Burgos, Imprenta de Aldecoa, 1962, tomo V, p. 348.