lunes, 23 de septiembre de 2019

Aguchita. Una vida entregadaa Dios y al prójimo

Aguchita. Una vida entregada a Dios y al prójimo (Congregación Nuestra Señora de la Caridad del Buen Pastor, Lima 2019, 176 pp)

 Reconforta, anima, estimula la lectura de vidas de santos, especialmente cuando se refiere a personas de nuestro tiempo, de nuestra tierra. El Perú ensantado no es arqueología, si alguno fuese tentado de pensar que el Perú virreinal –en concreto el de los cinco santos Rosa, Martín, Toribio, Francisco Solano, Juan Macías- lo fuera; el Perú ensantado es vida y vida en abundancia, porque es vida entregada por Dios y por el prójimo, porque es trigo viejo y podrido que germina en nueva vida.

Así sucede con la bella obra que ha hecho llegar la Hermana Alicia Corvacho de la Congregación Nuestra Señora de la Caridad del Buen Pastor que se titula "Aguchita. Una vida entregada a Dios y al prójimo" y que ha sido recolectada y ordenada por Luis Mujica y Paloma Mujica" de acuerdo a en los datos facilitados por la propia Congregación.

El libro se abre con la página evangélica de Juan 10, 7-18 referido al Buen Pastor que da su vida por las ovejas.

El prólogo- magistral en contenido y belleza literaria- se debe a Gustavo Gutiérrez y lleva por título "con las manos llenas".  (pp.9-11)

La presentación corre a cargo de la actual Animadora Provincial Hna. Eliana Guisa quien trasunta afecto por Aguchita y desborda en razones para recordarla hoy , pero fundamentalmente para "hacer memoria" de su vida y obra, "la historia de una mujer que desde su vida sencilla supo construir puentes de igualdad y ser gestora de nuevas oportunidades para aquellas personas, especialmente niñas y mujeres, que no eran tomadas en cuenta y exigían a gritos ser escuchadas" (p.14); de igual manera para "comprometernos a vivir la misión con amor, entrega y dedicación y en constate apertura para responder de forma creativa y audaz a las necesi8dades de nuestra realidad". El libro pretende acercarnos a Aguchita, ejemplo de pastora, con una mirada renovada que sirva de inspiración para "seguir construyendo un mundo más humano, justo e inclusivo, tal como lo propuso Jesús de Nazaret" (p.15)

La primera parte nos habla de sus orígenes, en Coracora (Ayacucho), 13 de junio de 1920, de la recia fe de sus padres Dámaso y Modesta y sus diez hermanos, uno de ellos misionero redentorista. También de su trayectoria en Lima, su formación en el Instituto Sevilla, su cambio de Antonia Luzmila a Sor María Agustina de Jesús.

La segunda parte nos presenta su proyecto de vida como servicio a través de una fervorosa vida de oración reflejada en su cuaderno de meditaciones (1960-63), en su preparación profesional mediante los estudios de enfermería (1966), su servicio como enfermera a las religiosas contemplativas y en el día a día de la vida comunitaria. De sus encantadores apuntes, comparto dos textos que reflejan su intimidad con Jesús y su celo de almas: "Junio, mes de mi Jesús…Sola y todo para ti ¡Señor! Recibe todo y por todo y hazme más y más alma sacerdotal, porque la mies es mucha y los operarios pocos… ¡Gastarme por Cristo! Es una preocupación que debiera obsesionarme: ¡Vivir días llenos! ¡La vida es tan corta…y penden tantas almas de nuestra vida! (p.65). Sus hermanas destacan su pasión por la Eucaristía, la tierna devoción por san José a quien encomendaba como "su protector y ecónomo, el fervoroso rezo del Rosario y su constante petición de oraciones "por su club de madres y por sus niños abandonados" (p.79)

La tercera parte recoge su vida cotidiana y su trabajo pastoral como reflejo de una rica y honda espiritualidad manifestada en los "pucheros" que diría Santa Teresa y que ella vivió con tanta alegría y dedicación como consumada cocinera y lavandera. Ello nos lleva cuando le toca hacer las compras al caótico mercado de La Parada donde tejió tan entrañables amistades. O los clubes de madres y la vida cotidiana con la gente más sencilla del barrio. La obra es pródiga en testimonios como el de la Hna. Celina Jugo, quien destaca su pericia en ganarse a las chicas más traviesas gracias a su cariño y paciencia, su saber dar responsabilidades.

La cuarta y última y parte nos lleva a la consumación de su vida, con su destino misionero al centro poblado La Florida. Allí despertó el cariño y la admiración entre sus pobladores. La veían feliz, contemplativa y activa, disfrutando de la belleza de la creación, del servicio para promocionar a la mujer, de su espiritualidad. A pesar de sus setenta años se mostraba siempre jovial, serena e incansable. Como rescatan sus compañeros de trabajo "a su lado los niños aprendían a rezar, a tejer, a hacer pan, a cuidar las plantas y los animalitos" (p.141). Allí donde encontró el martirio, un 27 de septiembre de 1990. "Aguchita fue alcanzada por una ráfaga de cinco disparos y quedó como queriendo arrodillarse y con las manos juntas, como una paloma, cae junto a la banca y ahí queda" (p.148).

Emociona leer los "comunicados" de la Conferencia Episcopal Peruana, la CONFER, el Centro Amazónico de Antropología y Aplicación Práctica (CAAAP) y de modo especial el de su Congregación quien manifiesta "su dolor y esperanza ante la violenta muerte de su queridísima hermana" quien "como su Buen Pastor al que amaba y seguía muy de cerca, ofrendó su vida sin apartarse del rebaño, sufriendo la misma suerte de Jesús, la muerte de los abandonados de la tierra", marcándonos "un camino a seguir y nos habló de lo que puede significar la fidelidad a un carisma de amor, de acogida y reconciliación. María Agustina vive en Jesús resucitado y vive entre nosotros para siempre" (pp.158-161).

La obra logra contextualizar la vida de esta mujer encantadora, plena, feliz, que hizo de lo ordinario (cocinar, lavar, curar, enseñar) algo extraordinario que le preparó para inmolarse como el Buen Pastor, donde las papas queman, cuando el terror asoma, para vencer con el servicio, con el amor, sin ruidos, sin muecas, sin ser notada, como la flor delicada únicamente ocupada en dar su mejor olor, su mayor color, su total donación.