SAN JUAN MACÍAS. Su vida y la homilía de canonización por Pablo VI
Me encanta compartirles esta bella e ingenua vivencia del extremeño
peruanizado y que vivió en compañía de San Martín de Porres. Su
ascetismo nada tiene de adustez; nace del más puro amor a Dios, de su
felicidad de sentirse abarcado por su don:
"Muchas veces, orando a deshoras de la noche, llegaban los pajarillos
a cantar. Y yo apostaba con ellos a quién alababa más al Señor. Ellos
cantaban y yo replicaba con ellos".
Nace en Ribera del Fresno, pueblo de la Alta Extremadura,
perteneciente entonces al priorato nullius de San Marcos de León,
provisorato de Llerena, de la Orden Militar de Santiago y ahora
diócesis de Badajoz. Era el 2 de marzo de 1585. Sus padres, Pedro de
Arcas e Inés Sánchez, eran modestos labradores.Al año siguiente nace
su única hermana. Sus padres eran fervientes cristianos y transmiten a
sus hijos los principios de la vida cristiana, singularmente la
devoción a Nuestra Señora del Valle, patrona del pueblo, aparecida en
1428.
Huérfano a temprana edad, fue criado por un tío que lo dedicó al
pastoreo. Mientras se dedicaba a esta labor, recibe la visita de un
niño que le revela ser San Juan Bautista, y le anuncia un futuro viaje
a tierras lejanas. Ya mayor, viaja a Cartagena de Indias al servicio
de un mercader. Luego se dirigió hacia el sur para llegar finalmente a
Lima; toma los hábitos dominicos en la Recolección de Santa María
Magdalena de esta ciudad (actual Iglesia de la Recoleta) en 1622.
Allí se ocupó de la portería hasta su muerte, acaecida más de dos
décadas después, en 1645. Ofrendaba a Dios numerosas penitencias,
ayunos y oraciones a cambio de la salvación de las ánimas del
purgatorio. Como Martín de Porres -de quien era amigo-, el santo se
destacaba por su profunda humildad y sencillez. Fue famoso por sus
consejos espirituales, solicitados por los distintos estamentos de la
sociedad limeña, desde los mendigos hasta el propio virrey. Juan
Macías cultivó además una ardiente caridad, y se dedicaba a repartir
diariamente alimentos a los menesterosos. "Al pedir a los ricos para
sus pobres, les enseñaba a pensar en los demás; al dar al pobre lo
exhortaba a no odiar"- apuntará Pablo VI.
Destaca su filial devoción a la Virgen María. En 1630 se le apareció
Nuestra Señora del Rosario en la capilla de su convento con motivo de
un temblor de tierra. El mismo Juan contó que Nuestra Señora del
Valle, cuya imagen veneraba en el cuadro que tenía en su celda, le
había hablado y concedido cuanto le había pedido. Con el rezo del
Rosario invocaba a la Trinidad por medio de María. Su contemplación le
llevaba a amar a la naturaleza, al prójimo, su vida consagrada. Dios
obró por su intercesión varios milagros entre los que sobresalen las
constantes multiplicaciones de alimentos.
Juan tenía la costumbre de rezar todas las noches, de rodillas, el
Rosario completo. Una parte la ofrecía por las almas del Purgatorio,
otra por los religiosos, y la tercera, por sus parientes, amigos y
benefactores. A la hora de su muerte, obligado por la obediencia, Juan
Masías confesó haber liberado durante su vida a un millón
cuatrocientas mil almas. Al finalizar el mes de agosto de 1645 enfermó
de disentería. Su celda era visitada por los pobres y los ricos. A su
cabecera se hallaba el virrey, marqués de Mancera. Murió el 17 de
septiembre de 1645, contaba 6O años. Gregorio XVI le beatificó en 1837
y Pablo VI le canonizó en 1975.
Sus numerosos milagros llevarían a Clemente XIII a declararlo
venerable en 1763. Fue beatificado por Gregorio XVI en 1837. Paulo VI
lo elevaría a los altares en 1975.
El 23 de enero de 1949, desde Olivenza (Badajoz), la cocinera Leandra
Rebello Vásquez no podía dar crédito a lo que vieron sus ojos. Se
encontraba en el Hogar de Nazaret, colegio de niños acogidos a la
Protección de Menores, regentado por una institución religiosa fundada
por el párroco del pueblo don José Zambrano. Era domingo y, además de
la comida para los 5O niños, había de preparar alimentos para los
pobres de la población. Los bienhechores designados para ese día no
trajeron los alimentos. La criada encargada de preparar la comida,
advirtiendo la exigua cantidad de arroz (unos 750 gramos), la arrojaba
para su cocción al tiempo que se abandonó en su paisano beato Juan
Macías:"¡Oh Beato, hoy los pobres se quedarán sin comida!"
A continuación, aquella minúscula cantidad de arroz, al cocer, fe
vista crecer de tal modo que al instante fue preciso trasladarla a una
segunda olla; lo que se hizo una y otra vez. La multiplicación del
arroz duró cuatro horas de una a 5 de la tarde cuando el recipiente
que rebosaba fue apartado del fuego por mandato del párroco. Del
alimento gustaron hasta hartarse los chicos del hogar, como la ingente
multitud de pobres y necesitados. Leandra Rebello, protagonista del
milagro de este "conquistador espiritual", presente el 28 de
septiembre de 1975 en la canonización de Juan Macías, es digna
sucesora de espíritus tan sencillamente magnánimos. Lo demuestra su
confianza audaz que atrae el milagro del Cielo.
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CANONIZACIÓN DE JUAN MACÍAS HOMILÍA DEL SANTO PADRE PABLO VI
28 de septiembre de 1975
Venerables Hermanos y amados hijos,
La Iglesia se siente hoy inundada de júbilo. Es el gozo de la madre,
que asiste a la exaltación de uno de sus hijos. Y precisamente porque
es un hijo pequeño, que no brilló durante su vida con los fulgores de
la ciencia, del poder, de la notoriedad humana, de todo eso que hace a
uno grande a los ojos del mundo, la Madre Iglesia experimenta un
regocijo particular. En esta mañana la Iglesia siente resonar de nuevo
en sus oídos las palabras insinuantes y maravillosamente asombradoras
del Maestro, que proclaman, de manera inequívoca, su preferencia por
los sectores más pobres y humildes: ¡Bienaventurados los pobres de
espíritu! A la escucha perenne y atenta de su Divino Fundador y en
fidelidad indefectible a su mensaje, la Iglesia fija hoy sus ojos en
una figura singular, concreción sublime de ideales evangélicos : ¡Juan
Macías! Un humilde pastor hasta los treinta y siete años de Ribera del
Fresno, en España; emigrante sin recursos a tierras del Perú; por
veintidós años sencillo hermano portero del convento dominico de La
Magdalena en Lima. Este es el nuevo Santo, a quien la Iglesia rinde en
este día su tributo de exaltación suprema, tras haberlo declarado
Beato el veintidós de octubre de mil ochocientos treinta y siete.
En su glorificación, como en la de otras figuras humildes cual el
Santo Cura de Ars, San Francisco de Asís, San Martín de Porres, y
otras tantas que podríamos citar, se hace visible el amor sin reservas
ni distinciones de la Iglesia, que valora y ensalza por igual los
méritos ocultos de grandes y pequeños, de pobres o de facultosos,
sintiendo particular complacencia acaso al elevar a los más pobres,
reflejo más vivo de la presencia y predilecciones de Cristo. Por falta
de tiempo, no haremos la exaltación que merecería la humilde y gran
figura de Juan Macías que, con la ayuda del Señor y en el pleno
ejercicio de nuestro ministerio magisterial, hemos inscrito en el
catálogo de los Santos. Solamente aludiremos a las razones que
embargan nuestro ánimo durante este acto solemne. Canonizando a San
Juan Macías nos parece interpretar la intención del Señor, el cual,
siendo rico, se hizo pobre para que nosotros fuésemos ricos por su
pobreza (Cfr. 2 Cor. 8, 9), existiendo en la forma de Dios, se anonadó
a sí mismo, tomando la forma de siervo (Cfr. Phil. 2, 6-7), fue
enviado por el Padre «a evangelizar a los pobres y levantar a los
oprimidos» (Luc. 4, 18), proclamó bienaventurados a los pobres de
espíritu (Matth. 5, 3), puso la pobreza como condición indispensable
para alcanzar la perfección (Cfr. Marc. 10, 17-31; Luc. 18, 18-27) y
dio gracias al Padre porque se había complacido en revelar los
misterios del Reino a los pequeñuelos (Cfr. Matth. 11, 26).
Estas son las enseñanzas lineares dejadas por el Señor, y que el
Magisterio de la Iglesia nos propone hoy, ilustrándolas con un ejemplo
concreto de la historia eclesial. Juan Macías, que fue pobre y vivió
para los pobres, es un testimonio admirable y elocuente de pobreza
evangélica: el joven huérfano, que con su escasa soldada de pastor
ayuda a los pobres «sus hermanos», mientras les comunica su fe; el
emigrante que, guiado por su protector San Juan Evangelista, no va en
búsqueda de riquezas, como otros tantos, sino para que se cumpla en él
la voluntad de Dios; el mozo de posadas y el mayoral de pastores, que
prodiga secretamente su caridad en favor de los necesitados, a la vez
que les enseña a orar; el religioso que hace de sus votos una forma
eminente de amor a Dios y al prójimo; que «no quiere para sí más que a
Dios»; que combina desde su portería una intensísima vida de oración y
penitencia con la asistencia directa y la distribución de alimentos a
verdaderas muchedumbres de pobres; que se priva de buena parte de su
propio alimento para darlo al hambriento, en quien su fe descubre la
presencia palpitante de Jesucristo; en una palabra, la vida toda de
este «padre de los pobres, de los huérfanos y necesitados», (no es una
demostración palpable de la fecundidad de la pobreza evangélica,
vivida en plenitud?
Cuando decimos que Juan Macías fue pobre, no nos referimos ciertamente
a una pobreza -que nunca podría ser querida ni bendecida por Dios-
equivalente a culpable miseria o inoperante inercia para la
consecución del justo bienestar, sino a esa pobreza, llena de
dignidad, que ha de buscar el humilde pan terreno, como fruto de la
propia actividad. ¡Con cuánta exactitud y eficiencia se dedicó a su
deber, antes y después de ser religioso! Sus dueños y superiores dan
claro testimonio de ello. Fueron siempre sus manos las que supieron
ganar el propio pan, el pan para su hermana, el pan para la
multiplicada caridad. Ese pan, fruto de un esfuerzo socialmente
creador y ejemplar, que personaliza, redime y configura a Cristo,
mientras deja en lo íntimo del alma la filial confianza de que el
Padre, que alimenta a las aves del cielo y viste a los lirios del
campo, no dejará de dar lo necesario a sus hijos: «buscad primero el
reino de Dios y su justicia y todo lo demás se os dará por añadidura»
(Cfr. Matth. 6, 25-34). Por otra parte, la ardua tarea de Juan Macías
no distraía su ánimo del Pan celestial.
El, que desde su niñez había sido introducido en el mundo íntimo de la
presencia de Dios, fue en medio de su actividad un alma contemplativa.
El campo, el agua, las estrellas, los pájaros, le hablaban de Dios y
le hacían sentir su cercanía: «Oh Señor, qué mercedes y regalos me
hizo Dios en aquellos campos», mientras guardaba el rebaño. Así
exclama ya anciano. Y recordando su vida de convento, aquel jardín a
donde con frecuencia se retiraba a orar de noche, dirá: «Muchas veces,
orando a deshoras de la noche, llegaban los pajarillos a cantar y yo
apostaba con ellos a quién más alababa a Dios». ¡Frases de encantadora
poesía, que dejan entrever las largas horas dedicadas a la oración, a
la devoción a la Eucaristía y al rezo del rosario! Pero esta vida
interior nunca representó para Juan Macías una evasión frente a los
problemas de sus hermanos; antes bien, partiendo de su vida religiosa,
llegaba a la vida social. Su contacto con Dios no sólo no le hacía
retraerse de los hombres, sino que le llevaba a ellos, a sus
necesidades, con renovado empeño y fuerza para remediarlos y
conducirlos a una vida cada vez más digna, más elevada, más humana y
más cristiana.
El no hacía con ello sino seguir las enseñanzas y deseos de la
Iglesia, la cual, con su preferencia por los pobres y su amor por la
pobreza evangélica, jamás quiso dejarlos en su estado, sino ayudarles
y levantarles a formas crecientemente superiores de vida, más
conformes con su dignidad de hombres y de hijos de Dios. A través de
estos trazos parciales, aparece ante nuestros ojos la figura
maravillosa y atractiva de nuestro Santo. Una figura actual. Un
ejemplo preclaro para nosotros, para nuestra sociedad. Evidentemente,
la cuestión económica se plantea hoy con características bien diversas
de las que tenía en tiempos de San Juan Macías. Los nuevos sistemas
productivos, la acelerada industrialización, la creciente
tecnificación y las conquistas en campo nuclear o electrónico, por más
que hayan hecho surgir no indiferentes problemas para el hombre, han
determinado ciertamente un superior nivel económico y asistencial en
vastas áreas del mundo, por desgracia todavía demasiado limitadas. Por
otra parte, la sensibilidad social se ha incrementado, dando paso con
frecuencia a un tipo de humanismo radical, disociado de toda
referencia al trascendente.
En este contexto se nos ofrece en todo su valor actual el mensaje de
Fray Juan Macías. El no miró la humildad de su tarea, sino que la
cumplió con entrega total y de manera ejemplar. Se dio siempre a los
demás y, en el darse a todos, encontró a Cristo. Su trabajo fue una
exigencia de su condición de hombre y de cristiano, un ejercicio de
fecunda pobreza, un medio de proveer noblemente a su sustento y al de
los pobres. Sin pretender nunca hacer de sus experiencias una
elaborada sociología, ni convertirse en un experto economista, hizo
cuanto estuvo a su alcance por atenuar necesidades y flagrantes
desigualdades. Al pedir a los ricos para sus pobres, les enseñaba a
pensar en los demás; al dar al pobre, lo exhortaba a no odiar. Así iba
uniendo a todos en la caridad, trabajando en favor de un humanismo
pleno. Y todo esto, porque amaba a los hombres, porque en ellos veía
la imagen de Dios. ¡Cuánto desearíamos recordar esto a cuantos hoy
trabajan entre pobres y marginados! No hay que alejarse del Evangelio,
ni hay que romper la ley de la caridad para buscar por caminos de
violencia una mayor justicia. Hay en el Evangelio virtualidad
suficiente para hacer brotar fuerzas renovadoras que, trasformando
desde dentro a los hombres, los muevan a cambiar en todo lo que sea
necesario las estructuras, para hacerlas más justas, más humanas.
Juan Macías supo en su vida honrar la pobreza con una doble
ejemplaridad: con la búsqueda confiada del pan cotidiano para los
pobres, y con la búsqueda constante del Pan de los pobres, Cristo, que
a todos conforta y conduce hacia la meta trascendente. ¡Estupendo
mensaje para nosotros, para nuestro mundo materializado, tarado con
frecuencia por un consumismo desenfrenado y por egoísmo sociales!
¡Ejemplo elocuente de esa «unidad interior», que el cristiano debe
realizar en su tarea terrena, imbuyéndola de fe y caridad! (Cfr. Mater
et Magistra, 51).
Amadísimos hijos, No quisiéramos terminar nuestras palabras sin
mencionar algunas características que concurren en la vida de San Juan
Macías. La primera es su origen español; hijo de una Nación, cuya
historia encuentra sus expresiones más altas y decisivas -que marcan
el carácter de su pueblo- en las figuras de sus Santos, como Santo
Domingo de Guzmán, San Ignacio de Loyola, San Francisco Javier, Santa
Teresa de Ávila, San Juan de la Cruz. Nombres estos que, con sólo
recordarlos, constituyen por sí mismos un auténtico homenaje que se
tributa a España. Un homenaje que nos sentimos contento de poder
subrayar por parte Nuestra, como dirigido a una Nación por Nos tan
amada, y que la Iglesia entera, tan bien representada en el cuadro
solemne de esta plaza de San Pedro por los millares de peregrinos
venidos de todo el mundo, desea rendir con Nos a esa tierra de Santos.
Experimentando en ello un gozo de comunión eclesial, un latido más de
espiritualidad entre los muchos del Año Santo, una manifestación de
fraterna e intensa alegría. Aunque esta alegría podría ser más plena,
si estos días no hubiesen sido ensombrecidos por los acontecimientos
por todos conocidos. El nuevo Santo continúa la tradición recibida
como por una especie de herencia familiar. Una herencia que crece y se
desarrolla en el hogar, en la vida familiar, en el ambiente social y
en la sensibilidad religiosa del pueblo. Esta canonización ¿no es,
pues, un acontecimiento que glorifica una tan alta y noble tradición,
preanunciando al mismo tiempo un nuevo renacer de fervor y de santidad
en los hijos de esa amada Nación? Nos así lo esperamos. La secunda
característica es que San Juan Macías se hizo peruano y en Perú se
santificó. Mientras muchas personas llegaban a América en busca de
riquezas materiales, el nuevo Santo supo encontrar allí una riqueza
espiritual de la que se alimentaron ya los primeros Santos de aquel
Continente. Una riqueza integrada por elementos milenarios del pueblo
antiguo, los indios, y del nuevo, los colonizadores, a quienes va el
mérito de la evangelización de aquel Continente, y que nuestro Santo
incrementó decididamente con su vida.
Desde entonces ¡que vitalidad religiosa a pesar de sus lagunas e
imperfecciones! ¡Qué corrientes de vida espiritual han marcado la
historia de todas aquellas naciones! A todos sus hijos los exhortamos
a ser dignos del ejemplo de santidad dejado por San Juan Macías. Por
último, San Juan Macías fue religioso dominico, de esa gran familia
que tantos Santos ha dado a la Iglesia y cuya labor al servicio de la
Verdad ha sido tan unánimemente reconocida. A ellos dirigimos en este
solemne día un saludo especial, exhortándoles a seguir sus grandes
tradiciones de santidad, a ejemplo de San Juan Macías, de San Martín
de Porres y de Santa Rosa de Lima, síntesis de la santidad dominica en
las nobles tierras latinoamericanas. Un ejemplo y exhortación que
extendemos a todos los miembros de las otras familias religiosas, para
que también ellos sientan una nueva incitación hacia cumbres más altas
de cercanía divina, de esmero espiritual, de clima en el que se
escucha la voz de Cristo. Y ojalá que el nuevo modelo de santidad que
hoy proponemos suscite abundantes fuerzas jóvenes, que se consagren
sin reserva a los ideales siempre válidos, siempre atractivos, del
Evangelio de Jesucristo.
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Onoriamo nel nuovo santo Religioso: dopo svariate esperienze, a
trentasette anni Giovanni Macías si sentì chiamato a servire Dio
nell'ordine Domenicano, ma nella sua umiltà volle essere Fratello
Laico. Per un quarantennio, fino alla morte, fu destinato al servizio
di portineria nel convento di Lima. E in questa umile incombenza egli
seppe realizzare e vivere profondamente ed autenticamente la sua
consacrazione religiosa, radicata nell'amore ardente 1009 a Dio, nella
smisurata carità Verso i fratelli più bisognosi, nella pratica fedele
dei Consigli evangelici, nella continua preghiera, lasciando a noi
l'esempio di come si possa testimoniare l'impegnativo messaggio di
Cristo anche nelle piccole ed umili tose.
Cette grande fete de famille a laquelle vous avez le bonheur de
participer réveille certainement en vous le désir d'une vie sainte,
d'une vie enfin engagée sur les pas du Modèle Unique: le Christ! C'est
le chemin ardemment suivi par Saint Jean Macías que Nous venons de
canoniser. Il a surtout voulu être pauvre comme Jésus, et vivre pour
les pauvres! Que cette leçon évangélique, si difficile a entendre
aujourd'hui, gagne enfin nos cœurs. Oh oui, demandons les uns pour les
autres cette grâce de choix, qui est la première des Beatitudes!
On this joyous occasion, as we proclaim and bless the power of God and
the merits of Jesus Christ that have produced in Saint John Macias a
full measure of holy charisms, we honour him and offer him to the
entire Church as a model of the zealous emigrant. After the example of
the Apostles and holy men and women of all ages, he left his homeland
to go forth and to bring Christ to his brethren. In this way he
endeavoured to answer the cal1 of the Evangelist, receiving with joy
the message: «. . . let us love, not in word or Speech, but in deed
and in truth» (1 Io. 3, 18). May all who have emigrated for the
Kingdom of God find strength in the intercession of Saint John Macías.
Liebe Söhne und Töchter!
Die wunderbare nächstenliebe des heiligen Johannes Macías war vor
allem die Frucht seines tiefen, lebendigen Glaubens. Er war ein Mann
des Gebetes, der aus der innigen, mystischen Vereinigung mit Gott sein
Leben in der Nachfolge Christi gestaltete. Seine glühende Verehrung
galt insbesondere der heiligen Eucharistie und dem Rosenkranzgebet.
Gerade als Mystiker zeigt uns der neue Heilige die letzte und
unergründliche Quelle christlicher Heiligkeit. Möge er uns allen darin
Vorbild und durch sein Gebet im Himmel unser aller Fürsprecher sein.
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domingo, 17 de septiembre de 2017