jueves, 15 de octubre de 2015

GREGORIO XVI Y SU ENCÍCLICA "MIRARI VOS" SOBRE LOS ERRORES MODERNOS

Amigos:

 Les comparto una encíclica clave para el mundo contemporáneo, obra del Papa Gregorio XVI, quien denuncia los ERRORES DE NUESTRO TIEMPO. Veamos que muchos de ellos siguen o se han agravado aunque hayan cambiado de nombre.

Conviene recordar en este año de la vida consagrada que fue el último papa religioso antes del actual.

Transcribo la interesante biografía de ACIPRENSA http://ec.aciprensa.com/wiki/Papa_Gregorio_XVI y la encíclica de http://www.mercaba.org/MAGISTERIO/gregorio_16.htm

 

Papa Gregorio XVI: (MAURO, o BARTOLOMÉ ALBERTO CAPPELLARI).

Nacido en Belluno, entonces territorio veneciano, el 8 de sept. De y su madre 1765 y muerto en Roma el 9 de junio de 1846. Su padre Giovanni Battista y su madre Giulia Cesa-Pagani, pertenecían ambos a la pequeña nobleza del distrito y las familias de ambos habían ocupado en el pasado puestos prominentes al servicio del estado. Cuando cumplió dieciocho años dio muestras de vocación religiosa y después de una cierta oposición familiar entró en el noviciado del monasterio camandulense de San Miguel de Murano, en 1783, tomando el nombre de Mauro. Tres años después emitió los votos solemnes y en 1787 fue ordenado sacerdote.

El joven monje dio pronto señales de una dotación intelectual inusual. Se dedicó al estudio de la filosofía y teología y fue encargado de enseñar esas materias a los jóvenes de S. Miguel. En 1790 fue nombrado censor librorum para su orden así como para el Santo oficio de Venecia. Cinco años después fue enviado a Roma donde al principio vivió en una casita (que se destruyó más tarde) en la Piazza Veneta y después en el gran monasterio de S. Gregorio en el Celio.

Los tiempos no eran favorables para el papado. En1798 tuvo lugar el escandaloso secuestro de Pío VI por el general Berthier, por orden de Napoleón y al año siguiente la muerte del papa en el exilio de Valence. Este mismo año 1799, Dom Mauro publicó su libro "Il trionfo della Santa Sede", defendiendo la infalibilidad papal y su soberanía temporal. El libro no llamó mucho la atención hasta después de haber sido elegido papa, aunque tuvo tres ediciones y fue traducido a diversas lenguas. En 1800 el cardenal Chiaramonti fue elegido papa en Venecia y tomó el nombre de Pío VII, volviendo a Roma ese mismo año, en que Dom Mauro era elegido abad vicario de S. Gregorio. En 1805 el papa le nombró abad de la antigua casa. Se retiró a Venecia a descansar, pero volvió en 1897 como procurador general, para ser expulsado al año siguiente cuando el general Miollis repetía con Pió VII lo que Berthier había perpetrado con Pío VI. Dom Mauro volvió a Venecia, pero S. Miguel fue cerrado al año siguiente por orden del emperador. A pesar de ello los religiosos permanecieron, en monasterio, vestidos de seglares y Dom mauro enseñó filosofía a los estudiantes del colegio camaldulense de Murano. Pero en 1813 el colegio fue transferido al convento camaldulense de Ognissanti de Padua, ya que Venecia estaba demasiado alterado y inamistosa.

Al año siguiente Napoleón cayó Napoleón, Pío VII volvió a Roma y Dom Mauro fue enseguida llamado a la urbe, donde el sabio camaldulense fue nombrado consultor de varias Congregaciones, examinador de obispos y de nuevo abad de S. Gregorio. Le fue ofrecido el obispado por dos veces y en ambas rehusó. Se consideraba seguro que sería creado cardenal y la sorpresa fue general cuando en 1823 Pío VII eligió a Dom Placido Zurla, un geógrafo (también camaldulense). Ese mismo año murió el papa y fue elegido el cardenal della Genga que tomó el nombre de León XII. El 21 de marzo de 1825 el papa creó a Dom Mauro cardenal in petto, y hecho público al año siguiente, como cardenal de San Calisto y Prefecto de la Congregación de Propaganda. Mientras estaba en este puesto tuvo éxito en firmar concordatos (1827) entre los católicos belgas y el rey Guillermno de Holanda; entre los católicos armenios y el imperio otomano (1829). Y el día de S. Jorge de éste año Capellaria tuvo la alegría de saber que los católicos habían logrado la emancipación en las Islas Británicas. El 10 de febrero Murió León XII y Pío VIII, destrozado por las revoluciones de Francia y los Países Bajos le siguió a la tumba el 1 de diciembre de 1830. Quince días después comenzó el cónclave, que duró siete semanas. Por un momento parecía que el cardenal Giustiniani iba a conseguir los votos necesarios, pero España se opuso con un veto. Por fin, los distingos grupos llegaron a un acuerdo y el día de la Purificación fue elegido Capellaria por 31 de los 45 votos. Tomó el nombre de Gregorio XVI en honor de Gregorio XV, el fundador de Propaganda.

Apenas elegido, las llamas de la revolución se encendieron en todos los estados pontificios. Ya el 2 de febrero el duque de Módena había avisado al cardenal Albani para que el cónclave llegara a una rápida conclusión puesto que la revolución era inminente. Al día siguiente el duque cercó la casa de su anterior amigo Ciro Menotti, en Módena, y le arrestó junto con varios conspiradores. La revuelta estalló en Regio y el duque huyó a Mantua, llevándose a los prisioneros. Los disturbios se extendieron con rapidez organizada. El 4 de febrero Bolonia estalló en desórdenes, expulsó de la ciudad al pro-legado y el 8 ha había izado la bandera tricolor en vez de la papal. En quince días casi todos los estados pontificios habían repudiado la soberanía papal y el 19 el cardenal Benvenuti, enviado a reprimir la rebelión, fue hecho prisionero por el "Gobierno Provisional". En la misma Roma la rebelión proyectada para el 12 de febrero apenas pudo ser evitada por el cardenal Benvenutti, nuevo secretario de Estado. Las fuerzas papales eran incapaces de manejar la situación y Gregorio decidió pedir socorro a Austria. Enseguida obtuvo respuesta: el 25 de febrero un potente ejército salió hacia Bolonia y el "Gobierno provisional" huyó hacia Ancona. En un mes el movimiento había colapsado y el 27 de marzo el cardenal Benvenutti fue liberado por los líderes rebeldes con la condición de que el papa concediera una amplia amnistía. El compromiso del cardenal no estaba sustentado por la autoridad y no fue ratificado ni por el gobierno papal ni por el general austriaco. Pero de momento la rebelión fue sometida y tras un intento abortado de tomar Spoleto, del que fueron disuadidos por el arzobispo Mastai-Ferretti, todos los líderes que pudieron huyeron del país. El 3 de abril el papa pudo afirmar que se había restablecido el orden.

En ese mismo mes, los representantes de los cinco poderes, Austria, Rusia, Francia, Prusia e Inglaterra se reunieron en Roma a considerar la cuestión de la "Reforma de los Estados pontificios". El 21 de mayo emitieron un memorandum conjunto urgiendo gobierno papal reformas en lo judicial. La introducción de laicos en la administración, elecciones populares de los consejos comunales y municipales, la administración de las finanzas por un grupo elegido sobre todo entre laicos preparados.

Gregorio intentó llevar a cabo esas reformas a medida que las creía posibles pero había dos puntos en los que no iba a ceder: la elección popular de los consejos y el establecimiento de un Consejo de Estado compuesto de laicos, paralelo al Sagrado Colegio Cardenalicio. En una sucesión de edictos, fechados el 5 de julio, y el 5 y 21 de noviembre, se puso en marcha un plan de reforma de la administración y de los tribunales. Las delegaciones habían de dividirse en una compleja jerarquía de gobiernos central, provincial y comunal y a la cabeza de cada uno de ellos debía ir un pro-legado, un gobernador o un alcalde, que representaba al papa y que estaban asistidos, y en cuestiones financieras controlados, por un consejo elegido por el gobierno de una lista triple. Todos estos organismos habían de mantener al papa informado de los deseos y necesidades de sus súbditos. La reforma de la justicia, en lo tocante a la legislación civil, aun fue más completa. Se puso fina a la confusa multiplicada de tribunales (en Roma fueron abolidas no menos de doce de entre las quince jurisdicciones conflictivas, incluyendo la del uditore santísimo) y se establecieron tres jerarquías, compuestas cada una de tres tribunales civiles, una para Bolonia y las legaciones, una para la Romaña y las Marcas y una para Roma.

En cada una de éstas, el acuerdo entre dos cortes impedía que se siguiera apelando; la mayoría de las cortes debían estar ampliamente formadas por laicos preparados en derecho. Las cortes criminales no fueron reformadas tan radicalmente pero hasta en estas se puso fin al frecuente, vejatorio y tiránico secretismo e irregularidades que habían existido hasta entonces. Estas reformas, sin embargo, a pesar de su amplitud estaban lejos de satisfacer al partido revolucionario. Las tropas austriacas se retiraron el 15 de julio de 1831 y para diciembre en gran parte de los estados pontificios campaba la revuelta. Se destacaron tropas pontificas APRA ayudar a las legaciones pero el único resultado fue la concentración de 2000 revolucionarios en Cesena. El cardenal Alabani que había sido nombrado comisionado extraordinario de as legaciones apeló por iniciativa propia al general austriaco Radetsky, que envió tropas inmediatamente. Estas fuerzas se unieron a las del papa en Cesena, atacaron y derrotaron a los rebeldes y a finales de enero habían tomado en triunfo posesión de Bolonia.

Esta vez intervino Francia y como protesta contra la ocupación austriaca tomó y retuvo Ancona, en clara violación de la ley internacional. El papa y Bernetti protestaron enérgicamente y hasta Prusia y Rusia desaprobaron el hecho, aunque después de largas negociaciones el comandante francés recibió órdenes de reprimir los ultrajes de los revolucionarios en Ancona, el caso es que las tropas francesas no se retiraron de Ancona hasta que las austriacas lo hicieron de los Estados Pontificios, en 1838. La rebelión fue suprimida y no volvió a surgir en quince años.

Pero entre todas estas alteraciones en sus estados, Gregorio no había estado libre de ansiedad por la fe en la Iglesia universal. Las revoluciones de Francia y los Países Bajos habían creado una situación difícil: se esperaba que el papa fuera la parte que condenaba los cambios y por otra parte se esperaba que los aceptara. En agosto de 1831 emitió un Breve, "Sollicitudo Ecclesiarum", en el que reiteraba las afirmaciones de sus predecesores respecto a la independencia de la Iglesia y su rechazo a verse mezclado en las políticas dinásticas.

En noviembre de ese mismo año el abad de Lamennais y sus compañeros vinieron a Roma presentar al papa las cuestiones en disputa entre el episcopado francés y el director de "L ´Avenir". Gregorio los recibió amablemente, pero les hizo saber que por insinuaciones que el resultado de su apelación podía no serles favorable y que fueran muy prudentes en no presionar para conseguir una rápida decisión.

A pesar de la representación de Lacordaire, Lamennais persistió con el resultado de que, en la fiesta de la Asunción de 1832 el papa publicó la encíclica "Mirari vos", en la que condenaba no solo la política de "L ´Avenir", sino también muchas de las doctrinas sociales y morales que se manifestaban en las escuelas revolucionarias. La encíclica, que ciertamente no puede ser considerada favorable a ideas que desde entonces se han convertido en lugares comunes de la política secular, levanto un tormenta de críticas en toda Europa. Es de recordar sin embargo que muchos de sus adversarios no la habían leído con mucha atención y es con frecuencia criticada por afirmaciones que no están en el texto. Dos años después e su publicación el papa creyó necesario publicar otra encíclica "Singulari nos", en la que condenaba el "Paroles d'un croyant", la réplica de Lamennais a la "Mirari vos".

Pero los errores no sólo surgían en Francia. En Alemania, los seguidores de Hermes fueron condenados por la Carta Apostólica "Dum acerbissima", del 26 septiembre de 1835. Y en 1844, al final de su pontificado, emitió la encíclica "Inter praecipuas machinationes", contra la propaganda sin escrúpulos anti católica en Italia de la London Bible Society y la New York Christian Alliance, que entonces, como después, fueron responsables del éxito de convertir a los ignorantes católicos italianos en crueles anticlericales y librepensadores.

Mientras que estaba ocupado en combatir los movimientos libertarios del momento en Europa, Gregorio hubo de luchar con los gobiernos de los estados para conseguir justicia y tolerancia para la Iglesia Católica en sus países. En Portugal el acceso al trono de la reina Maria da Gloria fue la ocasión de un estallido de legislación anticlerical. El nuncio en Lisboa fue obligado a dejar la ciudad y la nunciatura fue suprimida. Se abolieron todos los privilegios eclesiásticos, los obispados cerrados por el ex rey Dom Miguel fueron declarados vacantes y las casas religiosa suprimidas. El papa protestó en consistorio pero su protesta solo llevó a medidas severas y sus esfuerzos no tuvieron éxito alguno hasta 1841, cuando la inquietud popular obligó a la reina a ceder. En España la regente María Cristina pudo, durante la minoría de su hija la reina Isabel llevar a cabo un programa anticlerical. En 1835 se suprimieron las órdenes religiosas y después se atacó al clero secular: se dejaron sin obispo 22 diócesis y se admitió a sacerdotes jansenistas en el comité para la "reforma de la Iglesia", además de confiscar los salarios de los curas. En 1840 los obispos fueron echados de sus sedes y cuando el nuncio protestó contra los actos arbitrarios del gobierno, fue conducido hasta la frontera. La paz volvió a al iglesia española hasta después de la muerte de Gregorio.

En Prusia, muy al principio de su pontificado causaba dificultades por la cuestión de los matrimonios mixtos. Pío VIII había tratado de ellos en el Breve de 28 de marzo de 1830. Pero no satisfizo al gobierno prusiano y von Bunsen, el embajador prusiano, intentó cambiar la política católica, por todos los medios honestos y deshonestos. El arzobispo de Colonia y los obispos de Paderbron, Münster y Tréveris fueron inducidos a no ejecutar la legislación papal las leyes papales; pero el arzobispo murió al año siguiente y su sucesor von Droste zu Vischering, era un hombre de calibre muy diferente. En 1836 el obispo de Tréveris, sintiendo que se acercaba su fin, revelo toda la conspiración al papa. Los hechos se sucedieron rápidamente. El nuevo arzobispo de Colonia anunció su intención de obedecer a la Santa Sede y fue inmediatamente encarcelado por el gobierno prusiano. Su arresto causó una indignación general en toda Europa y Prusia trató de justificar su acción inventando cargos contra el prelado. Nadie creyó la historia oficial y el arzobispo de Gnesen y Posen que había imitado el valiente ejemplo de su hermano en Colonia también fue apresado. Pero esta arbitraria acción levantó la indignación de los católicos alemanes y cuando el rey Federico Guillermo III murió en 1840, su sucesor estaba más dispuesto a llegar a acuerdos. Por fin, al arzobispo Droste zu Vischering le pusieron un coadjutor y se retiró a Roma; el arzobispo de Gnesen fue liberado incondicionalmente y la cuestión en disputa se decidió rápidamente a favor de la doctrina católica.

En Polonia y Francia no tuvo tanto éxito. En Polonia la religión católica estaba íntimamente unida con las aspiraciones nacionalistas. Como consecuencia se empleo toda la fuerza de la autocracia rusa en reprimirla. Con crueldad monstruosa los Uniatas Rutenos fueron metidos en la comunión ortodoxa. Los heroicas monjas de Minsk fueron torturadas y esclavizadas y más de 160 sacerdotes deportados a Siberia. Los católicos de rito latina no fueron mejor tratados. Encarcelaron a los sacerdotes deportaron a los prelados Gregorio protestó en vano y en 1845, cuando el emperador Nicolás le visitó en Roma echo en cara al autócrata su tiranía. Se dice que el Zar prometió cambiar su trato a la Iglesia, pero, como era de esperar, nada se hizo.

En Francia, el éxito del renacimiento católico había sido tan grande que los anticlericales estaban furiosos. Se presionaba al gobierno para que suprimiera a los Jesuitas, siempre los primeros en ser atacados. Guizot envió a Roma a Pelegrino Rossi, antiguo líder del partido revolucionario en Suiza, a negociar directamente con el Cardenal Lambruschini, que había sustituido a Bernetti en 1836 como secretario de Estado. Pero Gregorio y Lambruschini se opusieron firmemente a los ataques a la Compañía. Entonces Rossi entonces volvió su atención al Padre Roothan, general de los Jesuitas y a través de la Congregación de Asuntos eclesiásticos, logró obtener una carta a los provinciales franceses avisando que los noviciados y otras casas debían gradualmente vaciarse o ser abandonados.

El pontificado de Gregorio llegaba a su fin. En agosto de 1841 emprendió un viaje por algunas de las provincias con la intención de estrechas relaciones con su gente. Atravesó Umbría hacia Loreto, de allí a Ancona y hacia Fabriano, donde visitó las reliquias de S. Romualdo, el fundador de los Camaldulenses. Vovió a Asís, Viterbo y Orvieto, llegando a Roma a principios de octubre. El viaje había costado dos millones de francos, pero es dudoso de que consiguiera el resultado apetecido.

El cardenal Lambruschini, en el que el papa confiaba más y más al hacerse viejo la dirección real de los asuntos de Estado, era más arbitrario e inaccesible a las doctrinas políticas modernas que Bernetti. El descontento crecía y se hacía amenazador. En 1843 hubo intentos de revueltas en la Romaña y Umbría, suprimidas con severidad por los legados especiales, los cardenales Vanniocelli y Máximo. En septiembre 1835 la ciudad de Rímini fue capturada de nuevo por una fuerza revolucionaria, que sin embargo hubo de retirarse y buscar refugio en Toscana. Pero las apasionadas llamadas de Niccolini, Gioberti, Farini d'Azeglio, se extendieron por toda Europa y se temía con fundamente que los Estados Pontificios no sobrevivirían a Gregorio XVI.

El 20 de mayo de 1846 se sintió mal y ordenó a Cretineau-Joly escribir la historia de las sociedades secretas contra las que había luchado en vano. Unos pocos días después el papa cayó enfermo con erisipelas en el rostro. Se pensó que el ataque no era serio pero 31 de mayo le fallaron las fuerzas y se vio que el fin se acercaba. Murió el 9 de junio, temprano con dos personas que le atendían. Su tumba, obra de Amici, está en S: Pedro.

Gregorio XVI ha sido tratado con escaso respeto por los historiadores posteriores, aunque no ha merecido su desdén Es cierto que la cuestiones políticas se mostró casi tan opuesto como sus antecesores inmediatos al más mínimo progreso democrático.

Pero en esto era igual que la mayoría de los gobernantes de su tiempo, la misma Inglaterra, como apuntó sarcásticamente Bernetti, dispuesta a sugerir reformas a otros que no aplicaba en su casa.. Gregorio creyó en la autocracia y ni sus inclinaciones ni sus inclinaciones eran tales que le hicieran favorable a incrementar la libertad política. Probablemente la política de sus predecesores había hecho muy difícil para cualquiera, excepto un papa fuerte, oponerse a la creciente revolución con reformas eficientes. De cualquier manera tanto su temperamento y su política fueron tales que dejó a su sucesor una casi imposible tarea. Pero no era un oscurantista en absoluto. Su interés en el arte y el todas las formas de saber está claramente atestiguada pro la fundación de los museos etrusco y egipcio en el Vaticano, así como el Museo Cristiano del Laterano, por el apoyo que daba a hombres como los cardenales Mai y Mexxofanti, Visconti, Salvi, Marchi, Wiseman, Hurter, Rohrbacher y Guéranger y por la generosa ayuda dada para reconstrucción de S. Pablo Extramuros y de Santa Maria degli Angioli en Asís., por las investigaciones en el Foro Romano y en las catacumbas.

Su preocupación por el bienestar social de su gente se nota en la tunelación del Monte Catillo para prever la devastación de Tivoli por las inundaciones del río Anio, en el establecimiento de botes de vapor en Ostia, emisión de monedas decimales en los Estados Romanos, de una oficina de estadística en Roma, la reducción de varios impuestos y la re-compra del appanage de Eugeni Beauharnais, la fundación de baños públicos, hospitales y orfanatos.

Durante su pontificado las pérdidas de la Iglesia en Europa quedaron compensadas por sus ganancias en el resto del mundo.

Gregorio envió misioneros a Abisinia, a India, a China, a Polinesia, al los indios norteamericanos. Duplicó el nombre de Vicarios Apostólicos en Inglaterra, aumentó el número de obispos en Estados Unidos En los cinco años de su pontificado canonizó a cinco santos, treinta y cinco beatos y se fundaron muchas ordenes nuevas o se les dio apoyo a otras, la devoción de los fieles a la Inmaculada Madre de Dios aumentó. Tanto en su vida pública como privada Gregorio era notable por su piedad, amabilidad, simplicidad y firme amistad. Quizás no fuera un gran papa, o no estuviera a la altura de los complicados problemas de su tiempo, pero su devoción , su munificencia y sus trabajos, Roma y la Iglesia Universal están en deuda con él por los muchos beneficios.

 

Bibliografía

BIANCHI, Storia documentata della diplomazia europea in Italia dall' anno 1814 al 1861 (Turin, 1865-72), III; Cambridge Modern History, X, iv, v (Cambridge, 1907); CIPOLLETTA, Memorie politiche sui conclavi da Pio VII a Pio IX (Milan, 1863); COPPI, Annalo d'Italia dal 1750, VIII (Florence, 1859); CRETINEAU-JOLY, L'Eglise romaine en face de la Revolution (Paris, 1859); DARDANO, Diario dei conclavi del 1829-30-31 (Florence, 1879); DARRAS and FEVRE, Histoire de l'Eglise, XL (Paris, 1886); DASSANCE, Gregoire XVI in Biographie Universelle, XVII (Paris, 1857); DOLLINGER, The Church and the Churches (London, 1862); FARINI, Lo stato romano dall' anno 1815 (Turin, 1850-3); GIOVAGNOLI, Pellegrino Rossi e la rivoluzione romana (Rome, 1898); GUIZOT, Memoires pour servir a l'histoire de mon temps (Paris, 1858-67); KING, History of Italian Unity (London, 1899); LAVISSE and RAMBAUD, Histoire generale du IVe siecle a nos jours, X (Paris, 1898); LUBIENSKI, Guerres et revolutions d"Italie (Paris, 1852); MAYNARD, J. Cretineau-Joly (Paris, 1875); METTERNICH, Memoires (Paris, 1880-4); Nielsen, Gregor XVI in Realeneyk. fur prot. Theol., VII (Leipzig, 1899); NIELSEN, History of the Papacy in the Nineteenth Century, 11, 51-101 (London, 1875); ORSI, Modern Italy, 1748-1898 (London, 1900); PHILLIPS, Modern Europe, 1815-1899 (London, 1902); SILVAGNI, La corte e la societa romana ne' secoli XVIII e XIX, III (Rome, 1885); SYLVAIN, Gregoire XVI et son Pontificat (Lille, 1889); VON REUMONT, Zeitgenossen, Biografien u. Karakteristiken, I (Berlin, 1862); WARD, Life and Times of Cardinal Wiseman, I (London, 1897); WISEMAN, Recollections of the last four Popes and of Rome in their times (London, 1858).

 

Leslie A. St. L. Toke.


Transcrito por Janet van Heyst.


Traducido por Pedro Royo

MIRARI VOS

SOBRE LOS ERRORES MODERNOS

Carta Encíclica
del Papa Gregorio XVI
promulgada el 15 agosto 1832


1.      Los males actuales 

2.      Los Obispos y la Cátedra de Pedro 

3.      Disciplina de la Iglesia, inmutable 

4.      Celibato clerical 

5.      Matrimonio cristiano 

6.      Indiferentismo religioso 

7.      Libertad de conciencia 

8.      Libertad de imprenta 

9.      Rebeldía contra el poder 

10.  Remedio, la palabra de Dios 

11.  Los gobernantes y la Iglesia

Admirados tal vez estáis, Venerables Hermanos, porque desde que sobre Nuestra pequeñez pesa la carga de toda la Iglesia, todavía no os hemos dirigido Nuestras Cartas según Nos reclamaban así el amor que os tenemos como una costumbre que viene ya de los primeros siglos. Ardiente era, en verdad, el deseo de abriros inmediatamente Nuestro corazón, y, al comunicaros Nuestro mismo espíritu, haceros oír aquella misma voz con la que, en la persona del beato Pedro, se Nos mandó confirmar a nuestros hermanos [1].

Pero bien conocida os es la tempestad de tantos desastres y dolores que, desde el primer tiempo de nuestro Pontificado, Nos lanzó de repente a alta mar; en la cual, de no haber hecho prodigios la diestra del Señor, Nos hubiereis visto sumergidos a causa de la más negra conspiración de los malvados. Nuestro ánimo rehúye el renovar nuestros justos dolores aun sólo por el recuerdo de tantos peligros; preferimos, pues, bendecir al Padre de toda consolación que, humillando a los perversos, Nos libró de un inminente peligro y, calmando una tan horrenda tormenta, Nos permitió respirar. Al momento Nos propusimos daros consejos para sanar las llagas de Israel, pero el gran número de cuidados que pesó sobre Nos para lograr el restablecimiento del orden público, fue causa de nueva tardanza para nuestro propósito.

La insolencia de los facciosos, que intentaron levantar otra vez bandera de rebelión, fue nueva causa de silencio. Y Nos, aunque con grandísima tristeza, nos vimos obligados a reprimir con mano dura[2] la obstinación de aquellos hombres cuyo furor, lejos de mitigarse por una impunidad prolongada y por nuestra benigna indulgencia, se exaltó mucho más aún; y desde entonces, como bien podéis colegir, Nuestra preocupación cotidiana fue cada vez más laboriosa.

Mas habiendo tomado ya posesión del Pontificado en la Basílica de Letrán, según la costumbre establecida por Nuestros mayores, lo que habíamos retrasado por las causas predichas, sin dar lugar a más dilaciones, Nos apresuramos a dirigiros la presente Carta, testimonio de Nuestro afecto para con vosotros, en este gratísimo día en que celebramos la solemne fiesta de la gloriosa Asunción de la Santísima Virgen, para que Aquella misma, que Nos fue patrona y salvadora en las mayores calamidades, Nos sea propicia al escribiros, iluminando Nuestra mente con celestial inspiración para daros los consejos que más saludables puedan ser para la grey cristiana.

I. Los males actuales

2. Tristes, en verdad, y con muy apenado ánimo Nos dirigimos a vosotros, a quienes vemos llenos de angustia al considerar los peligros de los tiempos que corren para la religión que tanto amáis. Verdaderamente, pudiéramos decir que ésta es la hora del poder de las tinieblas para cribar, como trigo, a los hijos de elección [3]. Sí; la tierra está en duelo y perece, inficionada por la corrupción de sus habitantes, porque han violado las leyes, han alterado el derecho, han roto la alianza eterna [4]. Nos referimos, Venerables Hermanos, a las cosas que veis con vuestros mismos ojos y que todos lloramos con las mismas lágrimas. Es el triunfo de una malicia sin freno, de una ciencia sin pudor, de una disolución sin límite. Se desprecia la santidad de las cosas sagradas; y la majestad del divino culto, que es tan poderosa como necesaria, es censurada, profanada y escarnecida: De ahí que se corrompa la santa doctrina y que se diseminen con audacia errores de todo género. Ni las leyes sagradas, ni los derechos, ni las instituciones, ni las santas enseñanzas están a salvo de los ataques de las lenguas malvadas.

Se combate tenazmente a la Sede de Pedro, en la que puso Cristo el fundamento de la Iglesia, y se quebrantan y se rompen por momentos los vínculos de la unidad. Se impugna la autoridad divina de la Iglesia y, conculcados sus derechos, se la somete a razones terrenas, y, con suma injusticia, la hacen objeto del odio de los pueblos reduciéndola a torpe servidumbre. Se niega la obediencia debida a los Obispos, se les desconocen sus derechos. Universidades y escuelas resuenan con el clamoroso estruendo de nuevas opiniones, que no ya ocultamente y con subterfugios, sino con cruda y nefaria guerra impugnan abiertamente la fe católica. Corrompidos los corazones de los jóvenes por la doctrina y ejemplos de los maestros, crecieron sin medida el daño de la religión y la perversidad de costumbres. De aquí que roto el freno de la religión santísima, por la que solamente subsisten los reinos y se confirma el vigor de toda potestad, vemos avanzar progresivamente la ruina del orden público, la caída de los príncipes, y la destrucción de todo poder legítimo. Debemos buscar el origen de tantas calamidades en la conspiración de aquellas sociedades a las que, como a una inmensa sentina, ha venido a parar cuanto de sacrílego, subversivo y blasfemo habían acumulado la herejía y las más perversas sectas de todos los tiempos.

II. Los Obispos y la Cátedra de Pedro

3. Estos males, Venerables Hermanos, y muchos otros más, quizá más graves, enumerar los cuales ahora sería muy largo, pero que perfectamente conocéis vosotros, Nos obligan a sentir un dolor amargo y constante, ya que, constituidos en la Cátedra del Príncipe de los Apóstoles, preciso es que el celo de la casa de Dios Nos consuma como a nadie. Y, al reconocer que se ha llegado a tal punto que ya no Nos basta el deplorar tantos males, sino que hemos de esforzarnos por remediarlos con todas nuestras fuerzas, acudimos a la ayuda de vuestra fe e invocamos vuestra solicitud por la salvación de la grey católica, Venerables Hermanos, porque vuestra bien conocida virtud y religiosidad, así como vuestra singular prudencia y constante vigilancia, Nos dan nuevo ánimo, Nos consuelan y aun Nos recrean en medio de estos tiempos tan tristes como desgarradores.

Deber Nuestro es alzar la voz y poner todos los medios para que ni el selvático jabalí destruya la viña, ni los rapaces lobos sacrifiquen el rebaño. A Nos pertenece el conducir las ovejas tan sólo a pastos saludables, sin mancha de peligro alguno. No permita Dios, carísimos Hermanos, que en medio de males tan grandes y entre tamaños peligros, falten los pastores a su deber y que, llenos de miedo, abandonen a sus ovejas, o que, despreocupados del cuidado de su grey, se entreguen a un perezoso descanso. Defendamos, pues, con plena unidad del mismo espíritu, la causa que nos es común, o mejor dicho, la causa de Dios, y mancomunemos vigilancia y esfuerzos en la lucha contra el enemigo común, en beneficio del pueblo cristiano.

4. Bien cumpliréis vuestro deber si, como lo exige vuestro oficio, vigiláis tanto sobre vosotros como sobre vuestra doctrina, teniendo presente siempre, que toda la Iglesia sufre con cualquier novedad [5], y que, según consejo del pontífice San Agatón, nada debe quitarse de cuanto ha sido definido, nada mudarse, nada añadirse, sino que debe conservarse puro tanto en la palabra como en el sentido [6]. Firme e inconmovible se mantendrá así la unidad, arraigada como en su fundamento en la Cátedra de Pedro para que todos encuentren baluarte, seguridad, puerto tranquilo y tesoro de innumerables bienes allí mismo donde las Iglesias todas tienen la fuente de todos sus derechos [7]. Para reprimir, pues, la audacia de aquellos que, ora intenten infringir los derechos de esta Sede, ora romper la unión de las Iglesias con la misma, en la que solamente se apoyan y vigorizan, es preciso inculcar un profundo sentimiento de sincera confianza y veneración hacia ella, clamando con San Cipriano, que en vano alardea de estar en la Iglesia el que abandona la Cátedra de Pedro, sobre la cual está fundada la Iglesia [8].

5. Debéis, pues, trabajar y vigilar asiduamente para guardar el depósito de la fe, precisamente en medio de esa conspiración de impíos, cuyos esfuerzos para saquearlo y arruinarlo contemplamos con dolor. Tengan todos presente que el juzgar de la sana doctrina, que los pueblos han de creer, y el régimen y administración de la Iglesia universal toca al Romano Pontífice, a quien Cristo le dio plena potestad de apacentar, regir y gobernar la Iglesia universal, según enseñaron los Padres del Concilio de Florencia[9]. Por lo tanto, cada Obispo debe adherirse fielmente a la Cátedra de Pedro, guardar santa y religiosamente el depósito de la santa fe y gobernar el rebaño de Dios que le haya sido encomendado. Los presbíteros estén sujetos a los Obispos, considerándolos, según aconseja San Jerónimo, como padre de sus almas[10]; y jamás olviden que aun la legislación más antigua les prohíbe desempeñar ministerio alguno, enseñar y predicar sin licencia del Obispo, a cuyo cuidado se ha encomendado el pueblo, y a quien se pedirá razón de las almas[11]. Finalmente téngase como cierto e inmutable que todos cuantos intenten algo contra este orden establecido perturban, bajo su responsabilidad, el estado de la Iglesia.

III. Disciplina de la Iglesia, inmutable

6. Reprobable, sería, en verdad, y muy ajeno a la veneración con que deben recibirse las leyes de la Iglesia, condenar por un afán caprichoso de opiniones cualesquiera, la disciplina por ella sancionada y que abarca la administración de las cosas sagradas, la regla de las costumbres, y los derechos de la Iglesia y de sus ministros, o censurarla como opuesta a determinados principios del derecho natural o presentarla como defectuosa o imperfecta, y sometida al poder civil.

En efecto, constando, según el testimonio de los Padres de Trento[12], que la Iglesia recibió su doctrina de Cristo Jesús y de sus Apóstoles, que es enseñada por el Espíritu Santo, que sin cesar la sugiere toda verdad, es completamente absurdo e injurioso en alto grado el decir que sea necesaria cierta restauración y regeneración para volverla a su incolumidad primitiva, dándola nueva vigor, como si pudiera ni pensarse siquiera que la Iglesia está sujeta a defecto, a ignorancia o a cualesquier otras imperfecciones. Con cuyo intento pretenden los innovadores echar los fundamentos de una institución humana moderna, para así lograr aquello que tanto horrorizaba a San Cipriano, esto es, que la Iglesia, que es cosa divina, se haga cosa humana[13]. Piensen pues, los que tal pretenden que sólo al Romano Pontífice, como atestigua San León, ha sido confiada la constitución de los cánones; y que a él solo compete, y no a otro, juzgar acerca de los antiguos decretos, o como dice San Gelasio: Pesar los decretos de los cánones, medir los preceptos de sus antecesores para atemperar, después de un maduro examen, los que hubieran de ser modificados, atendiendo a los tiempos y al interés de las Iglesias [14].

IV. Celibato clerical

7. Queremos ahora Nos excitar vuestro gran celo por la religión contra la vergonzosa liga que, en daño del celibato clerical, sabéis cómo crece por momentos, porque hacen coro a los falsos filósofos de nuestro siglo algunos eclesiásticos que, olvidando su dignidad y estado y arrastrados por ansia de placer, a tal licencia han llegado que en algunos lugares se atreven a pedir, tan pública como repetidamente, a los Príncipes que supriman semejante imposición disciplinaria. Rubor causa el hablar tan largamente de intentos tan torpes; y fiados en vuestra piedad, os recomendamos que pongáis todo vuestro empeño en guardar, reivindicar y defender íntegra e inquebrantable, según está mandado en los cánones, esa ley tan importante, contra la que se dirigen de todas partes los dardos de los libertinos.

V. Matrimonio cristiano

8. Aquella santa unión de los cristianos, llamada por el Apóstol sacramento grande en Cristo y en la Iglesia, [15], reclama también toda nuestra solicitud, por parte de todos, para impedir que, por ideas poco exactas, se diga o se intente algo contra la santidad, o contra la indisolubilidad del vínculo conyugal. Esto mismo ya os lo recordó Nuestro predecesor Pío VIII, de s. m., con no poca insistencia, en sus Cartas. Pero aun continúan aumentando los ataques adversarios. Se debe, pues, enseñar a los pueblos que el matrimonio, una vez constituido legítimamente, no puede ya disolverse, y que los unidos por el matrimonio forman, por voluntad de Dios, una perpetua sociedad con vínculos tan estrechos que sólo la muerte los puede disolver. Tengan presente los fieles que el matrimonio es cosa sagrada, y que por ello está sujeto a la Iglesia; tengan ante sus ojos las leyes que sobre él ha dictado la Iglesia; obedézcanlas santa y escrupulosamente, pues de cumplirlas depende la eficacia, fuerza y justicia de la unión. No admitan en modo alguno lo que se oponga a los sagrados cánones o a los decretos de los Concilios y conozcan bien el mal resultado que necesariamente han de tener las uniones hechas contra la disciplina de la Iglesia, sin implorar la protección divina o por sola liviandad, cuando los esposos no piensan en el sacramento y en los misterios por él significados.

VI. Indiferentismo religioso

9. Otra causa que ha producido muchos de los males que afligen a la iglesia es el indiferentismo, o sea, aquella perversa teoría extendida por doquier, merced a los engaños de los impíos, y que enseña que puede conseguirse la vida eterna en cualquier religión, con tal que haya rectitud y honradez en las costumbres. Fácilmente en materia tan clara como evidente, podéis extirpar de vuestra grey error tan execrable. Si dice el Apóstol que hay un solo Dios, una sola fe, un solo bautismo[16], entiendan, por lo tanto, los que piensan que por todas partes se va al puerto de salvación, que, según la sentencia del Salvador, están ellos contra Cristo, pues no están con Cristo[17] y que los que no recolectan con Cristo, esparcen miserablemente, por lo cual es indudable que perecerán eternamente los que no tengan fe católica y no la guardan íntegra y sin mancha[18]; oigan a San Jerónimo que nos cuenta cómo, estando la Iglesia dividida en tres partes por el cisma, cuando alguno intentaba atraerle a su causa, decía siempre con entereza: Si alguno está unido con la Cátedra de Pedro, yo estoy con él[19]. No se hagan ilusiones porque están bautizados; a esto les responde San Agustín que no pierde su forma el sarmiento cuando está separado de la vid; pero, ¿de qué le sirve tal forma, si ya no vive de la raíz? [20].

VII. Libertad de conciencia

10. De esa cenagosa fuente del indiferentismo mana aquella absurda y errónea sentencia o, mejor dicho, locura, que afirma y defiende a toda costa y para todos, la libertad de conciencia. Este pestilente error se abre paso, escudado en la inmoderada libertad de opiniones que, para ruina de la sociedad religiosa y de la civil, se extiende cada día más por todas partes, llegando la impudencia de algunos a asegurar que de ella se sigue gran provecho para la causa de la religión. ¡Y qué peor muerte para el alma que la libertad del error! decía San Agustín [21]. Y ciertamente que, roto el freno que contiene a los hombres en los caminos de la verdad, e inclinándose precipitadamente al mal por su naturaleza corrompida, consideramos ya abierto aquel abismo [22] del que, según vio San Juan, subía un humo que oscurecía el sol y arrojaba langostas que devastaban la tierra. De aquí la inconstancia en los ánimos, la corrupción de la juventud, el desprecio -por parte del pueblo- de las cosas santas y de las leyes e instituciones más respetables; en una palabra, la mayor y más mortífera peste para la sociedad, porque, aun la más antigua experiencia enseña cómo los Estados, que más florecieron por su riqueza, poder y gloria, sucumbieron por el solo mal de una inmoderada libertad de opiniones, libertad en la oratoria y ansia de novedades.

VIII. Libertad de imprenta

11. Debemos también tratar en este lugar de la libertad de imprenta, nunca suficientemente condenada, si por tal se entiende el derecho de dar a la luz pública toda clase de escritos; libertad, por muchos deseada y promovida. Nos horrorizamos, Venerables Hermanos, al considerar qué monstruos de doctrina, o mejor dicho, qué sinnúmero de errores nos rodea, diseminándose por todas partes, en innumerables libros, folletos y artículos que, si son insignificantes por su extensión, no lo son ciertamente por la malicia que encierran; y de todos ellos sale la maldición que vemos con honda pena esparcirse sobre la tierra. Hay, sin embargo, ¡oh dolor!, quienes llevan su osadía a tal grado que aseguran, con insistencia, que este aluvión de errores esparcido por todas partes está compensado por algún que otro libro, que en medio de tantos errores se publica para defender la causa de la religión. Es de todo punto ilícito, condenado además por todo derecho, hacer un mal cierto y mayor a sabiendas, porque haya esperanza de un pequeño bien que de aquel resulte. ¿Por ventura dirá alguno que se pueden y deben esparcir libremente activos venenos, venderlos públicamente y darlos a beber, porque alguna vez ocurre que el que los usa haya sido arrebatado a la muerte?

12. Enteramente distinta fue siempre la disciplina de la Iglesia en perseguir la publicación de los malos libros, ya desde el tiempo de los Apóstoles: ellos mismos quemaron públicamente un gran número de libros [23]. Basta leer las leyes que sobre este punto dio el Concilio V de Letrán y la Constitución que fue publicada después por León X, de f. r., a fin de impedir que lo inventado para el aumento de la fe y propagación de las buenas artes, se emplee con una finalidad contraria, ocasionando daño a los fieles[24]. A esto atendieron los Padres de Trento, que, para poner remedio a tanto mal, publicaron el salubérrimo decreto para hacer un Índice de todos aquellos libros, que, por su mala doctrina, deben ser prohibidos [25]. Hay que luchar valientemente, dice Nuestro predecesor Clemente XIII, de p. m., hay que luchar con todas nuestras fuerzas, según lo exige asunto tan grave, para exterminar la mortífera plaga de tales libros; pues existirá materia para el error, mientras no perezcan en el fuego esos instrumentos de maldad [26]. Colijan, por tanto, de la constante solicitud que mostró siempre esta Sede Apostólica en condenar los libros sospechosos y dañinos, arrancándolos de sus manos, cuán enteramente falsa, temeraria, injuriosa a la Santa Sede y fecunda en gravísimos males para el pueblo cristiano es la doctrina de quienes, no contentos con rechazar tal censura de libros como demasiado grave y onerosa, llegan al extremo de afirmar que se opone a los principios de la recta justicia, y niegan a la Iglesia el derecho de decretarla y ejercitarla.

IX. Rebeldía contra el poder

13. Sabiendo Nos que se han divulgado, en escritos que corren por todas partes, ciertas doctrinas que niegan la fidelidad y sumisión debidas a los príncipes, que por doquier encienden la antorcha de la rebelión, se ha de trabajar para que los pueblos no se aparten, engañados, del camino del bien. Sepan todos que, como dice el Apóstol, toda potestad viene de Dios y todas las cosas son ordenadas por el mismo Dios. Así, pues, el que resiste a la potestad, resiste a la ordenación de Dios, y los que resisten se condenan a sí mismos [27]. Por ello, tanto las leyes divinas como las humanas se levantan contra quienes se empeñan, con vergonzosas conspiraciones tan traidoras como sediciosas, en negar la fidelidad a los príncipes y aun en destronarles.

14. Por aquella razón, y por no mancharse con crimen tan grande, consta cómo los primitivos cristianos, aun en medio de las terribles persecuciones contra ellos levantadas, se distinguieron por su celo en obedecer a los emperadores y en luchar por la integridad del imperio, como lo probaron ya en el fiel y pronto cumplimiento de todo cuanto se les mandaba (no oponiéndose a su fe de cristianos), ya en el derramar su sangre en las batallas peleando contra los enemigos del imperio. Los soldados cristianos, dice San Agustín, sirvieron fielmente a los emperadores infieles; mas cuando se trataba de la causa de Cristo, no reconocieron otro emperador que al de los cielos. Distinguían al Señor eterno del señor temporal; y, no obstante, por el primero obedecían al segundo [28]. Así ciertamente lo entendía el glorioso mártir San Mauricio, invicto jefe de la legión Tebea, cuando, según refiere Euquerio, dijo a su emperador: Somos, oh emperador, soldados tuyos, pero también siervos que con libertad confesamos a Dios; vamos a morir y no nos rebelamos; en las manos tenemos nuestras armas y no resistimos porque preferimos morir mucho mejor que ser asesinos [29]. Y esta fidelidad de los primeros cristianos hacia los príncipes brilla aún con mayor fulgor, cuando se piensa que, además de la razón, según ya hizo observar Tertuliano, no faltaban a los cristianos ni la fuerza del número ni el esfuerzo de la valentía, si hubiesen querido mostrarse como enemigos: Somos de ayer, y ocupamos ya todas vuestras casas, ciudades, islas, castros, municipios, asambleas, hasta los mismos campamentos, las tribus y las decurias, los palacios, el senado, el foro... ¿De qué guerra y de qué lucha no seríamos capaces, y dispuestos a ello aun con menores fuerzas, los que tan gozosamente morimos, a no ser porque según nuestra doctrina es más lícito morir que matar? Si tan gran masa de hombres nos retirásemos, abandonándoos, a algún rincón remoto del orbe, vuestro imperio se llenaría de vergüenza ante la pérdida de tantos y tan buenos ciudadanos, y os veríais castigados hasta con la destitución. No hay duda de que os espantaríais de vuestra propia soledad...; no encontraríais a quien mandar, tendríais más enemigos que ciudadanos; mas ahora, por lo contrario, debéis a la multitud de los cristianos el tener menos enemigos [30].

15. Estos hermosos ejemplos de inquebrantable sumisión a los príncipes, consecuencia de los santísimos preceptos de la religión cristiana, condenan la insolencia y gravedad de los que, agitados por torpe deseo de desenfrenada libertad, no se proponen otra cosa sino quebrar y aun aniquilar todos los derechos de los príncipes, mientras en realidad no tratan sino de esclavizar al pueblo con el mismo señuelo de la libertad. No otros eran los criminales delirios e intentos de los valdenses, begardos, wiclefista y otros hijos de Belial, que fueron plaga y deshonor del género humano, que, con tanta razón y tantas veces fueron anatematizados por la Sede Apostólica. Y todos esos malvados concentran todas sus fuerzas no por otra razón que para poder creerse triunfantes felicitándose con Lutero por considerarse libres de todo vínculo; y, para conseguirlo mejor y con mayor rapidez, se lanzan a las más criminales y audaces empresas.

16. Las mayores desgracias vendrían sobre la religión y sobre las naciones, si se cumplieran los deseos de quienes pretenden la separación de la Iglesia y el Estado, y que se rompiera la concordia entre el sacerdocio y el poder civil. Consta, en efecto, que los partidarios de una libertad desenfrenada se estremecen ante la concordia, que fue siempre tan favorable y tan saludable así para la religión como para los pueblos.

17. A otras muchas causas de no escasa gravedad que Nos preocupan y Nos llenan de dolor, deben añadirse ciertas asociaciones o reuniones, las cuales, confederándose con los sectarios de cualquier falsa religión o culto, simulando cierta piedad religiosa pero llenos, a la verdad, del deseo de novedades y de promover sediciones en todas partes, predican toda clase de libertades, promueven perturbaciones contra la Iglesia y el Estado; y tratan de destruir toda autoridad, por muy santa que sea.

X. Remedio, la palabra de Dios

18. Con el ánimo, pues, lleno de tristeza, pero enteramente confiados en Aquel que manda a los vientos y calma las tempestades, os escribimos Nos estas cosas, Venerables Hermanos, para que, armados con el escudo de la fe, peleéis valerosamente las batallas del Señor. A vosotros os toca el mostraros como fuertes murallas, contra toda opinión altanera que se levante contra la ciencia del Señor. Desenvainad la espada espiritual, la palabra de Dios; reciban de vosotros el pan, los que han hambre de justicia. Elegidos para ser cultivadores diligentes en la viña del Señor, trabajad con empeño, todos juntos, en arrancar las malas raíces del campo que os ha sido encomendado, para que, sofocado todo germen de vicio, florezca allí mismo abundante la mies de las virtudes. Abrazad especialmente con paternal afecto a los que se dedican a la ciencia sagrada y a la filosofía, exhortadles y guiadles, no sea que, fiándose imprudentemente de sus fuerzas, se aparten del camino de la verdad y sigan la senda de los impíos. Entiendan que Dios es guía de la sabiduría y reformador de los sabios [31], y que es imposible que conozcamos a Dios sino por Dios, que por medio del Verbo enseña a los hombres a conocer a Dios [32]. Sólo los soberbios, o más bien los ignorantes, pretenden sujetar a criterio humano los misterios de la fe, que exceden a la capacidad humana, confiando solamente en la razón, que, por condición propia de la humana naturaleza, es débil y enfermiza.

XI. Los gobernantes y la Iglesia

19. Que también los Príncipes, Nuestros muy amados hijos en Cristo, cooperen con su concurso y actividad para que se tornen realidad Nuestros deseos en pro de la Iglesia y del Estado. Piensen que se les ha dado la autoridad no sólo para el gobierno temporal, sino sobre todo para defender la Iglesia; y que todo cuanto por la Iglesia hagan, redundará en beneficio de su poder y de su tranquilidad; lleguen a persuadirse que han de estimar más la religión que su propio imperio, y que su mayor gloria será, digamos con San León, cuando a su propia corona la mano del Señor venga a añadirles la corona de la fe. Han sido constituidos como padres y tutores de los pueblos; y darán a éstos una paz y una tranquilidad tan verdadera y constante como rica en beneficios, si ponen especial cuidado en conservar la religión de aquel Señor, que tiene escrito en la orla de su vestido: Rey de los reyes y Señor de los que dominan.

20. Y para que todo ello se realice próspera y felizmente, elevemos suplicantes nuestros ojos y manos hacia la Santísimo Virgen María, única que destruyó todas las herejías, que es Nuestra mayor confianza, y hasta toda la razón de Nuestra esperanza[33]. Que ella misma con su poderosa intercesión pida el éxito más feliz para Nuestros deseos, consejos y actuación en este peligro tan grave para el pueblo cristiano. Y con humildad supliquemos al Príncipe de los apóstoles Pedro y a su compañero de apostolado Pablo que todos estéis delante de la muralla, a fin de que no se ponga otro fundamento que el que ya se puso. Apoyados en tan dulce esperanza, confiamos que el autor y consumador de la fe, Cristo Jesús, a todos nos ha de consolar en estas tribulaciones tan grandes que han caído sobre nosotros; y en prenda del auxilio divino a vosotros, Venerables Hermanos, y a las ovejas que os están confiadas, de todo corazón, os damos la Bendición Apostólica.

Dado en Roma, en Santa María la Mayor, en el día de la Asunción de la bienaventurada Virgen María, 15 de agosto de 1832, año segundo de Nuestro Pontificado.


[1] Luc. 22, 32. 
[2] 1 Cor. 4, 21. 
[3] Luc. 22, 53. 
[4] Is. 24, 5. 
[5] S. Caelest. pp., ep. 21 ad epp. Galliarum. 
[6] Ep. ad Imp., ap. Labb. t. 2 p. 235 ed. Mansi. 
[7] S. Innocent. pp., ep. 2: ap. Constat. 
[8] S. Cypr. De unit. Eccl. 
[9] Sess. 25 in definit.: ap. Labb. t. 18 col. 527 ed. Venet. 
[10] Ep. 2 ad Nepot. a. 1, 24. 
[11] Ex can. ap. 38; ap. Labb. t. 1 p. 38 ed. Mansi. 
[12] Sess. 13 dec. de Euchar. in prooem. 
[13] Ep. 52 ed. Baluz. 
[14] Ep. ad epp. Lucaniae. 
[15] Hebr. 13, 4 y Eph. 5, 32. 
[16] Eph. 4, 5. 
[17] Luc. 11, 23. 
[18] Symb. S. Athanas. 
[19] S. Hier. ep. 57. 
[20] In ps. contra part. Donat. 
[21] Ep. 166. 
[22] Apoc. 9, 3. 
[23] Act. 19. 
[24] Act. Conc. Later. V. sess. 10; y Const.
Alexand. VI Inter multiplices. 
[25] Conc. Trid. sess. 18 y 25. 
[26] Enc. Christianae 25 nov. 1766, sobre libros prohibidos. 
[27] Rom. 13, 2. 
[28] In ps. 124 n. 7. 
[29] S. Eucher.: ap. Ruinart, Act. ss. mm., de ss. Maurit. et ss. n. 4. 
[30] Apolog. c. 37. 
[31] Sap. 7, 15. 
[32] S. Irenaeus, 14, 10. 
[33] S. Bernardus Serm. de nat.
B.M.V. **** 7.