martes, 3 de febrero de 2015

Jeffrey Lockwood Klaiber, SJ (1943–2014), por Ricardo Felipe Portocarrero

Jeffrey Lockwood Klaiber, SJ (1943–2014)
 
 
Hispanic American Historical Review, 95, 1, 2015, pp. 135-139.

doi:10.1215/00182168-2836940


El martes 4 de marzo último [2014], a los 71 años de edad, 52 años de jesuita y a pocos meses de cumplir 40 años de sacerdocio, falleció en Lima el historiador Jeffrey Klaiber. Un primer problema para hablar de él es cómo clasificarlo desde el punto de vista historiográfico: ¿fue un peruanista? Nacido en la ciudad de Chicago, Estados Unidos, un 11 de enero de 1943, a los 20 años llegó por primera vez a Lima, como novicio de la Compañía de Jesús, y desde 1976, con 33 años, residió ya de manera permanente en el Perú. La totalidad de sus trabajos y la mayoría de cursos que dictó, incluso en los Estados Unidos (donde fue profesor visitante en Georgetown University, 1990–1991, y en Saint Joseph's University, 2000–2001), se refieren a la historia del Perú y de América Latina. No escribió sobre su país de nacimiento, aunque por muchos años dictó un curso titulado "Historia de Estados Unidos", con el fin de introducir la historia y la cultura norteamericanas a un público peruano que, en algunos casos, podía tener una relación antagónica con este país. 

En 1961, año en el que Klaiber entró a la orden jesuita, el Papa Juan XXIII pidió a las órdenes religiosas y al clero diocesano de Estados Unidos, Canadá y Europa que enviasen el 10 por ciento de sus miembros a América Latina. La razón era clara: éste era el continente que entonces concentraba la mayor población católica del planeta y, sin embargo, históricamente enfrentaba una severa escasez de sacerdotes. Así, casi como por encargo, Klaiber llegó en 1963 a un Perú oligárquico que empezaba a resquebrajarse, con masivas movilizaciones campesinas y tomas de tierras, grupos guerrilleros "foquistas", militares que reprimían a los izquierdistas radicales y monitoreaban las elecciones, y antiguos y nuevos partidos reformistas que competían por la presidencia. 

Un año antes [se] había iniciado el Concilio Vaticano II (Roma, 1962–1965), que abrió a la Iglesia católica a la renovación de su doctrina y de su práctica misional. En plena Guerra Fría (1947–1990), la Iglesia católica en América Latina no sólo debía enfrentar ideológicamente al comunismo, sobre todo tras el triunfo de la Revolución Cubana (1959), sino que sufría también las consecuencias de su fiel defensa del orden político y social en tanto fuerza cohesiva de la sociedad. Esto la ponía, en la mayoría de los casos, del lado de dictaduras militares o de oligarquías que gobernaban a costa de la desigualdad y la pobreza de la mayoría de la población, sobre todo indígena. La Iglesia se encontraba, pues, inmersa en una severa crisis de legitimidad. Por ello, en 1968 los cambios propuestos en el Concilio fueron adaptados al conflictivo contexto latinoamericano durante la Segunda Conferencia de Obispos Latinoamericanos (CELAM) en Medellín, Colombia. Allí se planteó por primera vez la "opción preferencial por los pobres". Tres años después, este impacto se vería reflejado en el libro del sacerdote peruano Gustavo Gutiérrez, Teología de la Liberación (1971). 

En este contexto, al llegar Klaiber al Perú encontró un fértil campo en el papel renovador, la sensibilidad social y el compromiso con el pobre característicos de las comunidades de base católicas de aquellos años. Generalmente, los sacerdotes extranjeros se establecían en pequeñas parroquias en las zonas urbano-marginales o en los barrios de clase media en expansión. Además, los sacerdotes provenientes de la Compañía de Jesús tenían un elemento adicional: su tradicional presencia e influencia en el sistema educativo. Sin embargo, para los extremos políticos locales, la presencia masiva de sacerdotes norteamericanos llegó a ser vista simultáneamente como una "ofensiva imperialista" para unos y como una "invasión de curas rojos" para otros. 

En este marco inició Klaiber su etapa de formación e inserción en la sociedad peruana. Klaiber no sólo vino a conocer el país en el cual realizaría su trabajo pastoral, sino también a continuar sus estudios y realizar la investigación para su tesis de Maestría en Historia en la Universidad (jesuita) de Loyola en Chicago. En 1968, a sus 25 años, presentó un estudio sobre las primeras actividades del líder político Víctor Raúl Haya de la Torre (1895–1979). El tema surgió de su sorpresa ante la gran influencia del Partido Aprista Peruano (PAP) y el carisma de Haya, fenómenos que evidenciaban el papel de la religión en la política y la vida peruanas. No era para menos. El PAP era en los años sesenta la principal fuerza política popular que, tras treinta años de existencia, no había alcanzado el poder. Pese al viraje ideológico de Haya de la Torre, el PAP era visto todavía con recelo por sectores de la oligarquía peruana. Para otros, en cambio, era la única fuerza política que podía enfrentar la penetración del comunismo y el incremento del número de organizaciones políticas marxistas en el Perú. En ese sentido, como todo buen historiador, Klaiber estableció una relación entre el tema de sus investigaciones y los problemas del presente. En el caso del PAP, su interés se relacionaba también con otros dos factores: el papel que había cumplido la educación en la difusión de las ideas del aprismo (las "Universidades Populares González Prada") y la formación de una cultura política popular aprista inspirada en parte en el cristianismo (el "martirologio" y las "catacumbas" apristas). El PAP era visto como la expresión de "una izquierda no comunista en América Latina", como Klaiber tituló su primer artículo académico, publicado en 1971. 

El 3 de octubre de 1968 se produjo el golpe militar encabezado por el General Juan Velasco Alvarado, quien aplicó un radical programa de reformas estructurales con el fin de modernizar el país y poner fin al Perú oligárquico. La "Revolución Peruana" había llegado. Klaiber continuó sus investigaciones históricas, esta vez enfocándose en la estrecha relación existente entre religión y revolución en la tradición política peruana. Durante ese proceso, en 1974, a los 31 años se ordenó sacerdote, y en 1976, a los 33, sustentó su tesis doctoral en la Universidad Católica de América (Washington, DC), titulada "Religion and Reform in Peru, 1824–1945". Al año siguiente la publicaría con el título modificado de Religion and Revolution in Peru, 1824–1976 (1977), y llegaría a tener dos ediciones más en castellano (1980, y ampliada en 1988). Éste es un libro de gran importancia para la historia política e intelectual peruana, aunque por desgracia tuvo poco impacto en su momento. 

Terminado su período de formación, Klaiber se estableció definitivamente en el Perú a principios de 1976. Comenzó entonces a enseñar en la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP), donde continuaría trabajando hasta su muerte. Allí ejerció diversos cargos, entre ellos el de jefe del Departamento de Humanidades. Dictó cursos en Estudios Generales Letras y en la especialidad de Historia. En ello fue un pionero, pues dictaba los cursos de historia contemporánea (Universal y del Perú) en una época en que predominaba la etnohistoria y la historia colonial. También dictó los cursos de Historia de Estados Unidos, Historia de la Iglesia e Historia de Latinoamérica Contemporánea. Además estuvo vinculado a la Universidad del Pacífico, fundada en 1963 con participación jesuita, y a la universidad jesuita peruana "Antonio Ruiz de Montoya" (UARM), fundada en 2002. 

A partir de la década de 1980 su interés se enfocó en estudiar el papel de la institucionalidad católica a lo largo de la historia peruana: desde Túpac Amaru II y la Independencia hasta la historia social de la Iglesia, pasando por las organizaciones y los partidos católicos. Este esfuerzo culminó en su libro La Iglesia en el Perú: su historia social desde la  Independencia (1988), traducido al inglés (1992) y luego publicado en una segunda edición castellana ampliada (1996). Complementariamente, lo convocó la realidad latinoamericana, y se interesó por la historia de la Iglesia católica en la región y especialmente en los países andinos  — Perú, Ecuador y Bolivia —  con fines comparativos, sobre todo por la presencia de una amplia población indígena. Así, formó parte de la Comisión de Estudios de Historia de la Iglesia en Latinoamérica dirigida por Enrique Dussel, y escribió el volumen correspondiente a los países andinos de la Historia general de la Iglesia en América Latina (1987). Una década después continuaría estos estudios con Iglesia, dictaduras y democracia en América Latina (1997), que apareció también en inglés (1998), y que constituye el primer estudio panorámico del rol desempeñado por la Iglesia católica en la lucha por defender los derechos humanos y promover la democracia en la región durante el siglo XX. Su último libro en esta línea de estudio institucional-social de la Iglesia latinoamericana estuvo dedicado a una historia de su propia orden religiosa, la Compañía de Jesús. Titulado Los jesuitas en América Latina, 1549–2000: 450 años de inculturación, defensa de los derechos humanos y testimonio profético (2007), cuenta, como prácticamente toda su obra, con una traducción al inglés (2009). 

En tanto miembro de las instituciones que estudió, el padre Klaiber enfatizaba los consensos y minimizaba las contradicciones y conflictos surgidos en el interior de la Iglesia católica. Esto no significó evadir temas y problemas espinosos, como la relación de la Iglesia con las dictaduras, los enfrentamientos entre sectores eclesiásticos conservadores y progresistas, o de estos últimos con el Vaticano. Su propio trabajo fue objeto de discusión en el interior de la Iglesia, pues fue criticado por un grupo de obispos conservadores. Sin embargo, cuando se le preguntaba por ello, moderadamente respondía con una sonrisa sin dar mayor importancia al incidente. Este particular enfoque histórico, centrado en la búsqueda de puntos de encuentro y en una matización de los puntos de vista en conflicto, no sólo es expresión de su formación católica jesuita que, como señalamos, se forjó dentro del contexto de las décadas de los sesenta y setenta, caracterizado por las corrientes progresistas dentro de la Iglesia, sino también de su propia personalidad: afable, dialogante, honesta. Klaiber fue un sacerdote tolerante, crítico y con una fe sincera. Tanto así, que su admiración por José Carlos Mariátegui (1894–1930) lo llevó a plantear un supuesto retorno al catolicismo juvenil en los años finales de la vida del pensador marxista peruano. 

Todo lo anterior se reflejó en su labor pedagógica, tanto académica como eclesial. En su metodología dialogante, la organización de los temas de clase con papelógrafos (antecedente del PowerPoint, que nunca utilizó), y el incentivo a la participación de los alumnos a través de su clásico e insistente: "¿Preguntas? ¿Comentarios? Y todo eso", formaron a varias generaciones de historiadores. En los años ochenta, yo era el único estudiante interesado en el siglo XX peruano y encontré en él, pese a las distancias ideológicas, al único interlocutor con mis directos intereses historiográficos. Hoy la historia republicana y/o contemporánea está bien desarrollada en las universidades peruanas, y en gran parte se lo debemos a él. ¿Qué fue aquello en lo que más influyó sobre nuestra generación? Más que una corriente historiográfica o una metodología precisa, nos afianzó en la idea de que no existía una disociación entre el trabajo propio del historiador y el compromiso social, la apuesta por transformar la realidad de desigualdad y pobreza del Perú y América Latina. Fue más práctico que teórico: pregonaba con el ejemplo. No será de extrañar, entonces, que en los años de endurecimiento y de mayor represión política del régimen militar de los años setenta, se haya visto obligado, como otros sacerdotes "rojos" de la época (norteamericanos, sobre todo) a huir hacia la frontera boliviana para evitar ir a prisión. 

Además de su trabajo eclesial, Klaiber, incansable, desempeñó cargos administrativos y académicos, fue director de tesis, responsable de grupos de trabajo y organizador de actividades. Acaso fue esta actividad febril y valiosa la que no le permitió percibir la silenciosa enfermedad que se desarrollaba en su cuerpo tan activo y vital. Su partida ha dejado entre sus colegas un gran vacío. Nos dejó de manera tan rápida y sorpresiva como el curso de su vida, como la flecha que iba en busca de su destino.