lunes, 18 de julio de 2022

Barroeta y Ángel, Pedro Antonio

Ezcaray (La Rioja), s. XVII – Granada, 20.III.1775. Arzobispo de Lima y de Granada (España).

Se educó en el colegio mayor de Cuenca. Fue caballero de la orden de Santiago, canónigo penitenciario de la catedral de Coria, doctoral y provisor de la diócesis de Málaga. Fue presentado por el rey Fernando VI en 1748 al papa Benedicto XIV, quien lo preconizó arzobispo de Lima el 8 de noviembre de 1748. Se embarcó en Cádiz el mes de octubre de 1750. Llegó a Cartagena de Indias, donde le esperaba el presbítero que, más adelante, sería su sucesor en el arzobispado, Diego del Corro. Allí fue consagrado obispo en enero de 1751; en mayo se encontraba en Panamá y desde Paita se trasladó a Lima por tierra.

Arribó a Lima y el 26 de junio de 1751 tomó posesión de su sede arzobispal.

La arquidiócesis de Lima estuvo vacante desde 1745, por la muerte de José Antonio Gutiérrez de Zevallos.

Durante este tiempo se hizo cargo del gobierno de la misma el arcediano del cabildo metropolitano Andrés de Munive y Garavito. En su gobierno ocurrió el terrible terremoto del 28 de octubre de 1746, quedando también muy dañada la iglesia catedral. En este tiempo, el deán, Felipe Manrique de Lara, comunicaba al cabildo que Agustín Delgado, arzobispo de la Plata, había sido elegido arzobispo de Lima. Sin embargo, antes de llegar a su nueva sede falleció en Chuquisaca el 18 de diciembre del 1746. El 25 de mayo de 1747 murió también Andrés Munive, y se hicieron cargo de la arquidiócesis de Lima, sucesivamente, el vicario capitular Fernando de la Sota y Gabriel Chávez, canónigo doctoral.

El arzobispo Barroeta hizo por sí mismo la visita del seminario, pero antes de ella, el rector José Marín de Poveda, canónigo magistral y rector del colegio, presentó su renuncia al deán y Cabildo el 23 de enero de 1751. Barroeta pasó al seminario el 23 de agosto de 1752 en compañía de los canónigos Bartolomé Jiménez Lobatón y Santiago Bengoa y empezó la visita por la capilla, donde dio una plática a los seminaristas y recorrió luego las oficinas y las celdas. Mandó guardar los estatutos vigentes y dispuso que los jueves y días de asueto no gozasen de este descanso los alumnos que en la semana no hubiesen dado prueba de su aplicación. Días más tarde, el 14 de septiembre de dicho año, el rector, Melchor Carrillo de Córdoba, leyó a los colegiales el auto de la visita.

Este arzobispo fue celoso y caritativo, prolífico en edictos y cartas pastorales, pero intransigentes, en ocasiones, como se manifestó en los diversos roces con su Cabildo, con el virrey, con las órdenes religiosas y con varios tribunales. La pugna entre el arzobispo y su Cabildo se agravó tanto que incluso se llegó a firmar un concordato de nueve artículos entre ambas partes que fue promulgado el 2 de junio de 1754; a pesar de todo, los problemas continuaron con más fuerza.

Con la colaboración del virrey José Antonio Manso de Velasco, conde de Superunda, contribuyó eficazmente a la reedificación de la catedral, que halló en ruinas por el terremoto de 1746; se inauguró la mitad de ella, con una gran función el 30 de mayo de 1755.

Desde 1752 visitó su arquidiócesis, pero no todas las provincias. Reimprimió en 1754 las sinodales de sus predecesores en el arzobispado, B. Lobo Guerrero y H. Arias de Ugarte. Recopiló las leyes y estatutos eclesiásticos, que se imprimieron en 1754. Hizo imprimir las pláticas para los sacerdotes del padre Calatayud.

Prohibió los altares de la Purísima y los nacimientos en las casas particulares. Prohibió que se tocase en los templos música profana. Al respecto, el 27 de septiembre de 1754 el Prelado prohibió por edicto la música profana de instrumentos en los templos y urgió las normas de modestia de las mujeres en los templos. Frente a esto se pronunció el Santo Oficio. Prohibió que pidiesen limosna los mendigos dentro de la iglesia. Desterró muchas corruptelas en los monasterios y restableció en ellos la disciplina. Se preocupó por los monasterios de religiosas, su situación económica y el número de religiosas, aún crecido pese a las reducciones adoptadas precedentemente.

Asimismo, publicó el edicto de S. S. Benedicto XIV para disminuir los días festivos. Construyó un hospicio para cuarenta y tres mujeres pobres y prestó apoyo a la casa de recogimiento para las mujeres públicas.

El rey Carlos III, en 1757, cansado de tantas noticias negativas, aprovechó la vacancia de la sede episcopal de Granada para promover a ésta y así, en cierta manera, premiar sus grandes méritos y virtudes. El 18 de septiembre de 1758 se embarcó para Acapulco en el navío Santa Bárbara y llegó a Cádiz a fines de agosto de 1759. Rigió su nueva diócesis hasta 1775, fecha de su muerte.

 

Bibl.: P. García y Sanz, Apuntes para la historia eclesiástica del Perú, Lima, 1876; A. Egaña, L. Lopetegui y F. Zubillaga, Historia de la Iglesia de España en la América Española, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 19651966; J. A.Valle, Galería de retratos de los arzobispos de Lima (15411891), ed. de D. de Vivero, Lima, Imprenta Librería Clásica y Científica, 1892; R. Vargas Ugarte, Historia de la Iglesia en el Perú, Lima-Burgos, Imprenta Sta. María, 1953, 4 vols.; M. Casares, "Barroeta y Ángel, Pedro Antonio", en Q. Aldea Vaquero, T. Marín Martínez y J. Vives Gatell (dirs.), Diccionario de Historia Eclesiástica de España, vol. I, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Instituto Enrique Flórez, 1972, pág. 196.

 

José Antonio Benito Rodríguez

https://dbe.rah.es/biografias/68510/pedro-antonio-barroeta-y-angel

(Ilustración de la exposición "Arzobispos de Lima en el tiempo" coordinada por el Grupo de investigación fotográfica del I.R.A. (enero-abril 2018)

Para más datos sobre su etapa de Granada.

 Pedro Antonio Barroeta y Ángel - Wikipedia, la enciclopedia libre

Arzobispo de Granada

Nombrado arzobispo de Granada el 19 de diciembre de 1757, regresó a España tomando la larga ruta de Acapulco. Llegó a Cádiz en agosto de 1759 y tomó posesión de su sede el 24 de noviembre de 1759.

Continuó recibiendo recibiendo fondos procedentes de América a través de los hermanos que permanecieron en aquel continente, rentas que destinó a la reedificación de la casa solariega de Ezcaray y para fundar una escuela de gramática en su pueblo natal, así como para obras de restauración del santuario de Nuestra Señora de Allende y la financiación de estudios de varios sobrinos.

Empleó quince meses en hacer la visita pastoral de su diócesis, emprendida en el segundo año de su pontificado, que comenzó por algunas parroquias que llevaban más de treinta años sin ser visitadas por su arzobispo; hizo grandes donativos; incidió en la observancia de la disciplina eclesiástica y en la correcta ejecución de las ceremonias litúrgicas; e intervino en el proceso relacionado con las falsificaciones arqueológicas de Albaicín, cuando el Consejo de Castilla ordenó que el presidente de la Chancillería procediera a la detención de los falsificadores de acuerdo con el prelado.

Durante su mandato se inició el funcionamiento del colegio eclesiástico de San Fernando de la Capilla Real, a cuya fundación se mostró favorable.

Recibió, colaboró en la adecuación y comenzó a usar de inmediato para dependencias de la curia el edificio que ocupaba la Universidad de Granada, que había sido donado por el rey. Donó al arzobispado los libros procedentes de los colegios de jesuitas de Motril y de Loja, así como su propia biblioteca personal. También a la catedral hizo donación de diversos y costosos objetos de culto.

Después de dieciséis años de gobierno, falleció el 20 de marzo de 1775 y sus restos fueron sepultados en la cripta de la catedral de Granada.

Dejó un importante legado del cual se entregaron a la Sociedad Económica de Amigos del País 150.000 reales para la creación de una fábrica de manufacturas de cáñamo y de lino.

En Lima se le hicieron exequias solemnes en noviembre de dicho año, y de la oración fúnebre se encargó Ramón de Argote, pariente suyo y cura de Carabayllo.