sábado, 18 de septiembre de 2021

EL APORTE DE LA CONGREGACIÓN DE LA MISIÓN A LA EDUCACIÓN EN LOS SEMINARIOS EN LOS PRIMEROS AÑOS DE LA REPÚBLICA

 

Ensayo para el curso de La Iglesia en el proceso de la independencia del Perú

P. Pablo Roberto Romero Vargas, CM

Lima, 4 julio del 2020

 

1. Introducción.

A San Vicente de Paúl se le conoce normalmente como el "apóstol de la caridad", debido a que su labor pastoral la realizó evangelizando a los pobres de su tiempo a través de misiones populares y organizando obras de caridad. Sin embargo, la vocación sentida por Vicente desde los primeros años de su búsqueda espiritual no se limitaba a las misiones. La reforma del clero formaba parte de ella como algo no menos importante. Por esa razón fue incorporada a los fines y actividades de la Congregación de la Misión: "Nuestro Instituto - decía Vicente aun antes de la redacción definitiva de las Reglas Comunes– no tiene más que dos fines principales, esto es, la instrucción de la pobre gente del campo y los seminarios"[1]. Ambas finalidades figuraban expresamente en los contratos de fundación de la mayoría de las casas de la Congregación, y Vicente se preocupaba de que se atendiera por igual a los dos oficios aun en momentos en que uno de ellos podía parecer superfluo. Al superior de Saintes, cuyo seminario contaba con poquísimas vocaciones, le recordaba: "Espero que esa buena obra, en vez de hundirse, irá cada vez mejor. No debe usted olvidarla para atender únicamente a las misiones; las dos son igualmente importantes y usted tiene la misma obligación con una que con otra; me refiero a toda la familia, que ha sido fundada para las dos"[2].

 

Esta convicción se debió a la gran estima que el santo tenía por el sacerdocio: "¿Qué cosa hay más grande en el mundo que el estado eclesiástico? No pueden compararse con él los reinos ni los principados"[3]. Formar un sacerdote para la misión era, para San Vicente, contribuir a la salvación de las personas. Su vocación a la formación de los sacerdotes empezó a cristalizar, en primer lugar, con los ejercicios a los ordenandos. Muy pronto, desde 1632, la sede principal de la Congregación, San Lázaro, empezó a recibir a los futuros sacerdotes para su formación previa a la ordenación. Y a los ejercicios de ordenandos quería Vicente que contribuyera toda la comunidad, no sólo los encargados de dirigirlos. La humildad, la oración, el buen ejemplo y la cuidadosa ejecución de las ceremonias litúrgicas eran los medios que todos, incluso los hermanos coadjutores, tenían a su alcance para colaborar. "Con frecuencia, al empezar una tanda, Vicente dirigía a la comunidad de San Lázaro unas palabras en ese sentido. Así, poco a poco iba creando una conciencia colectiva de la importancia y excelencia de la obra, que sería la mejor garantía de su permanencia"[4].

 

Tiempo después, y como fruto de los ejercicios a los ordenandos, San Vicente dio origen a otra obra que resolvió en parte el problema de la formación del clero existente en esa época: los seminarios. El primer ensayo de seminario por parte de Vicente respondió a la línea tridentina. Hacia 1636, San Vicente decidió dedicar el colegio de Bons Enfans para un seminario de adolescentes. Luego, con el tiempo, estos seminarios se fueron multiplicando por París y toda Francia. La concepción que San Vicente tenía del seminario no era la de una escuela de teología, y menos aún de filosofía. Para él lo esencial era la formación espiritual de los seminaristas en las virtudes propias del estado sacerdotal, su entrenamiento en las funciones litúrgicas (celebración de la misa y administración de los sacramentos) y la preparación para el oficio de confesor; todo esto en miras a que los futuros sacerdotes se dediquen a las misiones populares. La formación estrictamente intelectual seguía siendo cometido de las facultades o colegios universitarios cuando la proximidad lo permitía: "El ideal de Vicente se acercaba más a lo que hoy llamaríamos una escuela técnica sacerdotal de donde salieran no sabios - ésa era la función de la Universidad -, sino buenos párrocos, llenos de piedad y vida interior, competentes, celosos y bien preparados para la práctica pastoral"[5].

 

Como vemos, pues, la formación del clero y, en general, la educación de los jóvenes, estuvieron desde un inicio en el deseo de San Vicente y en los fines de la Congregación de la Misión. De hecho, las actuales Constituciones de la Congregación de la Misión llevan plasmada esta inspiración de San Vicente: "En fin de la Congregación de la Misión es seguir a Cristo evangelizador de los pobres. Este fin se logra cuando sus miembros y comunidades, fieles a San Vicente, 1° procuran con todas sus fuerzas revestirse del espíritu del mismo Cristo, 2° se dedican a evangelizar a los pobres, sobre todo a los más abandonados, 3° ayudan en su formación a clérigos y laicos y los llevan a una participación más plena en la evangelización de los pobres"[6]. Todos los misioneros vicentinos, a lo largo de la historia, han intentado vivir este carisma expresado en su Carta Magna. Y esto fue, precisamente, lo que hicieron los primeros misioneros vicentinos que llegaron al Perú procedentes de Francia en 1858. El Perú estaba viviendo sus primeros años como República, y tan solo a los pocos años de su establecimiento formal en estas tierras, ya existían colegios y seminarios atendidos por ellos en varias ciudades. Hoy en día, el legado educativo de los Padres Vicentinos en el Perú es reconocido por muchos. Veamos ahora cómo empezó esta labor.

 

 

2. Llegada al Perú y primeros pasos.

En 1858 era Superior General de la Congregación de la Misión el P. Jean-Baptiste Étienne. En una circular fechada el 1 de enero de 1858, el P. Étienne comunicaba a la toda la Congregación que "el nuevo país donde la Providencia nos acaba de convocar el Perú". Probablemente, esta petición llegó por el excelente resultado de las misiones que los hijos de San Vicente habían realizado en Chile. Pero quizá hubo otra razón: "Además estaba la atención y presión de la Señorita Virginia Carasa. Su padre era el director de la organización pública de caridad de Lima, la Beneficencia, y ella promovió cierto apoyo entre las familias de su círculo. Como resultado, estas personas promovieron a los más altos niveles gubernamentales la invitación para que fueran a Perú las hermanas y los misioneros"[7]. Las tratativas empezaron algunos años antes. Primero la Beneficencia estudió y preparó un proyecto de contrato, que permitiera contar con sus servicios. Luego, se elevó el proyecto al Gobierno del General Castilla y éste fue aprobado por Decreto Dictatorial el 03 de abril de 1956[8]. El Gobierno del Perú pidió la anuencia del arzobispo de Lima, Mons. José Manuel Pasquel. Y listos todos estos trámites, el P. Étienne ordenó al P. Félix Benech, superior de la recién formada Provincia de Chile, ver las posibilidades del establecimiento de la Congregación en el Perú[9].

 

El contrato elaborado por el Gobierno del Perú para la llegada de los misioneros es examinado por ambos Consejos Generales (el de la Congregación de la Misión y el de las Hijas de la Caridad), y es aceptado y firmado el 29 de mayo de 1857 por el P. Juan Bautista Etienne, Superior General de la Congregación de la Misión; Sor Isabel Montceller, Superiora General de la Hijas de la Caridad; Sor Luisa Huret, asistenta; Sor Felícitas Lequett, ecónoma; y Sor María Costa, oficiala. Por el Gobierno del Perú lo hace el Sr. José Marcos del Pont, cónsul general en Francia. Parte del contrato establecía lo siguiente: "El Superior General de la Congregación de la Misión se obliga a enviar al Perú, en el curso del presente año, tres sacerdotes y un Hermano Coadjutor para fundar una casa de la Misión; y la Superiora General de la Compañía de las Hijas de la Caridad se obliga igualmente a mandar dieciocho Hermanas al Hospital de San Andrés, catorce para el Hospital de Santa Ana, ocho para el Hospital de San Bartolomé y cuatro para la casa de Misericordia o Huérfanos"[10].

 

En cumplimiento de este compromiso contractual, el P. General designó a los PP. Damprun, Theilloud y al Hno. Deberles para constituir la primera Comunidad Vicentina en el Perú[11]. Esta expedición misionera salió de Francia el 17 de setiembre de 1857, a los cuatro meses de aceptación del contrato. Según la orden del P. Étienne, el P. Damprun, que funcionaría como Director de las Hermanas y responsable de la Misión. Parten del puerto de L'Havre en el velero "San Vicente", hacen escala en Río de Janeiro y el 8 de diciembre emprenden la etapa de Río a Valparaíso. Semanas después, salen de Valparaíso el 25 de enero 1858 y llegan a Callao el 1 de febrero. En la Eucaristía del 2 de febrero, celebrada en el mismo barco antes de desembarcar, emite los votos el P. Theilloud. El recibimiento en Lima fue caluroso y pronto los misioneros comenzaron su obra. Al poco tiempo de llegar, el P. Damprun le escribió una carta al P. General explicándole la situación: "Un año más tarde, Damprun le informó extensamente al P. Étienne sobre las fundaciones de Lima. Esa capital, como Santiago, tenía alrededor de 100.000 habitantes -incluyendo a los mestizos, así como a miles de personas indígenas, chinos, algunos otros asiáticos y negros africanos, que vivían en las afueras de la capital. Su formación religiosa llevaba la impronta de la piedad española, impuesta por el numeroso clero enviado de Europa. La casa vicenciana, concluía Damprun, era pequeña, pero 'tiene todo lo necesario para quien ama el estudio y la oración, esto es, para quien busca ser Cartujo en casa y apóstol en campaña'"[12].

 

El ministerio inicial de la comunidad fue ayudar a las Hijas de la Caridad en su trabajo. Por ejemplo, en el orfanato o Casa de la Misericordia, donde las hermanas se encargaban de la enfermería, los misioneros celebraban misa los días de fiesta. Como eran franceses, también se dedicaron a atender espiritualmente a una colonia francesa de unas cinco mil personas. Pronto, el P. Theilloud tuvo que admitir que esta casa vicentina, que jurídicamente estaba bajo el Superior general en París, debía comenzar pronto con las misiones del campo, ya que ese es básicamente el carisma de San Vicente. Por su parte, el P. Damprun tomó la dirección de la obra internacional de la Asociación para la Propagación de la Fe y realizó una bonita pastoral catequética: "Había desarrollado una vida pastoral rica y plena, con muchas confesiones y retiros regulares. Una de sus obras más duraderas fue la catequesis. Escribió un catecismo popular e hizo de la catequesis su apostolado principal, extendiéndolo a las parroquias de Lima, apostolado que fue continuado, más tarde, por Duhamel, tanto en Lima como en Arequipa"[13].

 

A modo de resumen, podemos decir que los primeros misioneros se dedicaron, durante sus primeros años en Perú, al ejercicio de la caridad y a las misiones populares, acompañando estas labores con la atención espiritual a las Hijas de la Caridad y las catequesis en distintas parroquias de Lima. Pero faltaba un ministerio para imitar del todo al santo fundador. Como hemos visto, desde sus inicios la Congregación tuvo como una de sus funciones la atención a los seminarios y la formación del clero. Este ministerio tardaría una década en ponerse en marcha, y eso que era una de las recomendaciones dadas por el P. Étienne al P. Damprun antes de salir de París: "La víspera de mi partida fui a la habitación de nuestro M.H.P. General para pedirle que me diera las últimas instrucciones. Su caridad me dio dos recomendaciones: 1° trabajar con todas mis fuerzas en la reforma del clero; 2° establecer las damas de la Caridad para el cuidado de los pobres enfermos. Estas palabras se grabaron profundamente en mi alma y han sido el germen de mis obras"[14].

 

 

3. La labor educativa en los primeros años.

En el año 1962, el P. Étienne envió cinco sacerdotes más a Perú, y con este nuevo contingente la comunidad peruana de misioneros pudo extender su labor pastoral y también su ámbito geográfico de acción. Muy pronto salieron de la capital para ejercer una labor educativa importante en otras ciudades del Perú.

 

3.1. El seminario San Antonio Abad de Cuzco.

En una carta escrita el 27 de diciembre de 1862, el P. Theilloud manifestaba al P. General que el P. Damprun había tenido un intercambio de ideas con el clero de Cuzco respecto al proyecto de la dirección del Seminario San Antonio Abad[15]. Quien había hecho la invitación para dotar de personal al seminario de Cuzco era Julián de Ochoa y Jara, rector del seminario desde 1850: "Su experiencia en ese cargo había sido mala, y estaba buscando una congregación que dirigiera este apostolado. Después de acceder a su nombramiento como obispo de Cuzco, tras un largo periodo de dudas, Ochoa se manifestó gustoso de poder dar la bienvenida a los misioneros de la C.M."[16].

Los misioneros que tenían el encargo de trabajar en el seminario de Cuzco llegaron a Lima el 18 de setiembre de 1964. Después de un periodo de aclimatación, salieron para el sur, haciendo escala en Arequipa. Llegaron, por fin, a Islay y de allí emprendieron el viaje a lomo de mula hasta Cuzco, donde llegaron el 13 de noviembre. El superior era el P. Marcel Touvier, y estaba acompañado de tres sacerdotes más. La entrega oficial del seminario se realizó el 1 de diciembre de 1864.

Los primeros años de trabajo en el seminario cuzqueño fueron muy difíciles. Los misioneros tuvieron que ejercer su apostolado en medio de un seminario que se estaba desmoronando, una economía muy precaria y la oposición de casi todo el clero cuzqueño: "El nuevo superior, Marcel Touvier (1825-1888), informó: 'El primer día (el obispo) no tuvo miedo de decirme que él era el único sacerdote que nos quería de verdad. Si no hubiéramos venido, o si no pudiéramos quedarnos, ni veía ninguna esperanza en su país.' (…) Cuando comenzó el año académico, el 1 de diciembre de 1864, los misioneros afrontaron un problema incluso mayor: los estudiantes no habían pagado matrícula alguna y llegaban en masa para recibir la educación gratis, con alojamiento y comida"[17]. Sin embargo, a pesar de estas contrariedades, la Congregación continuó con su labor. El P. Damprun viajó desde Lima para examinar la nueva obra e informó al Superior general: "Nosotros decimos, muy honorable Padre, que el seminario de Cuzco tiene su origen en Dios, y que es Él quien ha puesto los cimientos por una disposición especial de su bondad y misericordia sobre esta tierra"[18].

El clero local, sin embargo, tenía una visión menos benigna y conspiraban para echar por la fuerza a los misioneros. Habían estado sin obispo durante más de cuarenta años, y el obispo Ochos nunca gobernaría realmente la diócesis. Por lo tanto, el P. Damprun previó un periodo largo y doloroso de crecimiento ante tan grandes dificultades. De hecho, esta obra vicentina tuvo una vida muy corta, pero no lo suficiente como para no inspirar a un joven candidato a unirse a la Congregación el 1867, el primer peruano en hacerlo. Los informes personales del P. Touvier ocasionaron que los superiores decidieran no enviar más misioneros para apoyar la obra y se abandonó. Esto ocurría en octubre 1866. El 31 de diciembre, el P. General escribió al P. Damprum lo siguiente: "el Perú no está maduro para instituciones propias para regenerar el clero"[19]

 

3.2. El colegio apostólico y seminario conciliar San Jerónimo en Arequipa.

En los Anales Congregación de la Misión de 1873, al presentar el resumen de las noticias más importantes de ese año, se señala: "Después de dos años de espera, los misioneros, al fin han ocupado su puesto. Los PP. Portes y Coutard hace 6 meses están en Arequipa. Nuestras Hermanas los habían precedido en el hospital San Juan de Dios"[20]. Esto nos indica que los padres vicentinos llegaron a Arequipa en agosto de 1872. Las hijas de la Caridad habían llegado año y medio antes.

En el Libro de Personal de esta casa, que actualmente se encuentra en los archivos de la Casa Provincial de los Padres Vicentinos en el Perú, se aprecia que, en los 86 años que duró como parte de la Provincia de Chile, pasaron por ella 42 miembros de la Congregación, 41 sacerdotes y 1 Hermano Coadjutor. También se puede observar una apreciable movilidad: generalmente no permanecen más de dos años, salvo una excepción: el P. Hipólito Duhamel. Él permaneció 28 años en esa casa y, de hecho, murió allí. Es considerado una personalidad en Arequipa, que incluso le ha dedicado un monumento en una de sus plazas.

Esta fundación, motivada por la atención a las Hijas de la Caridad, fue adquiriendo una personalidad propia que se concretó en dos establecimientos: el Colegio Apostólico del P. Duhamel y el Seminario Conciliar San Jerónimo.

 

3.2.1. El colegio apostólico San Vicente del P. Duhamel.

El 28 de agosto de 1880 moría en Arequipa el P. José Coutard, encargado de las Hijas de la Caridad. Para sustituirle fue designado el P. Duhamel, que llevaba ocho años en Lima, dirigiendo los catecismos organizados por el P. Damprum. En ellos ponía la experiencia adquirida en China, donde sustituyó al P. Juan Gabriel Perboyre, que murió martirizado. Él mismo llevaba una señal en el cuello, signo permanente de un intento de martirio[21].

Durante dos años se dedicó a organizar el catecismo y observar el ambiente, en el que detecta una angustiosa necesidad de sacerdotes. Su reacción no se hace esperar: "Ante tal necesidad, no es posible a un hijo de San Vicente permanecer indiferente y con los brazos cruzados"[22]. En 1883 comenzó a reunir, bajo su vigilancia, a algunos niños del Catecismo. El 24 de Julio de 1884, moría el P. José Domingo César, argentino miembro de la comunidad. Quedaba el P. Duhamel sólo en la comunidad de Arequipa. La Guerra con Chile hacía casi imposible la venida del algún sustituto. Fue entonces cuando se decidió renovar el empeño por nuevas vocaciones. Al principio, el P. Duhamel pone su atención en familias de nivel social más elevado.

El colegio empezó a funcionar en la casa de la Beneficencia que quedaba en la calle San Juan de Dios, frente al templo del mismo nombre, y que constaba de tres habitaciones y un pequeño patio. Los primeros alumnos fueron unos 15. Entre ellos se encontraban los futuros Mons. Valentín Ampuero, Mons. Emilio Lisson, Mons. Domingo Vargas –que pasó a los dominicos y fue obispo de Huaraz en 1921- y los padres Pantaleón Salas, Pedro José Escobar, Rubén L. Olivares[23]. La casa era reducida, pero los resultados agudizaron su ingenio y, con esfuerzos y sacrificios, el P. Duhamel logró levantar 4 ambientes de madera sobre los tres de la primera planta. Allí funcionó el internado de los futuros sacerdotes.

Resuelta la dificultad básica del local, surge la del profesorado. Vinieron de Francia los padres Noé y Eugenio Leblond, que no lograron adaptarse, por eso el P. Duhamel tuvo que recurrir a la ayuda de los profesionales desinteresados y alumnos avanzados en su estudio. La necesidad impuso una metodología en la que los propios alumnos también enseñaban. A larga, esto hizo que los estudios no solo no cedieran en seriedad a la de los mejores colegios de Arequipa, sino que los superaran. Los "guadamecos" -así apodados por su vademécum o syllabus- eran reconocidos en los exámenes públicos y la matrícula en la Escuela Apostólica fue muy solicitada.

 

Estrictamente hablando, la escuela San Vicente no era un seminario. Era un colegio abierto a quienes no necesariamente querían seguir la vida sacerdotal. Sin embargo, sí lo era en la mira del director, ya que siempre en estuvo en su intención hacer de él un semillero de buenas vocaciones sacerdotales. Por eso pudo escribir al secretario General de Congregación el 15 de febrero de 1893: "En fin, nada habla tan alto y nada más concluyente en favor de nuestra Escuela Apostólica, como los resultados logrados hasta aquí. No cuenta más que 12 años de existencia y ha enviado ya 7 futuros misioneros al Seminario Interno de París; ha dado a la diócesis de Arequipa y a otras órdenes religiosas una quincena de sacerdotes ya ordenados o en vísperas de ordenarse. En cuanto a nuestras esperanzas para el futuro, se fundan en los 100 alumnos -latinos, filósofos y teólogos- que constituyen actualmente nuestra Escuela de Arequipa"[24].

En el año 1900, los padres vicentinos tomaron la dirección del Seminario Conciliar San Jerónimo. Ello significó la decadencia y desaparición de la Escuela Apostólica. El 30 de agosto de 1908 los alumnos antiguos organizaron la celebración de las Bodas de Plata de la Escuela –ya desaparecida- y las de oro sacerdotales del director[25].

 

3.2.2. Seminario Conciliar San Jerónimo.

En 1900, Monseñor Pedro Gasparri, Delegado Apostólico de la Santa Sede, le pidió a Monseñor Manuel Segundo Ballón, obispo de Arequipa, que pusiera al frente del seminario del Arequipa a los padres vicentinos. Para ese entonces, el seminario se había reducido a una escuela de educación primaria y hacía mucho que no daba un solo sacerdote a la diócesis.

Durante dos años y medio, tres misioneros se encargaron del Seminario Mayor y Menor: uno de ellos dirigía el Mayor, otro el Menor y el tercero se encargaba de la economía. El P. Duhamel también colaboraba con el seminario, pero no se acercaba más que para la lectura espiritual. Pero, dándose cuenta de que era imposible llevar la dirección de tres casas a la vez (la capellanía de las Hijas de la Caridad, la Escuela Apostólica y el Seminario) pidió ser liberado de la dirección del Seminario. El P. Ourliac, cuya salud no le permitía seguir en Trujillo, fue nombrado superior del Seminario. Con su paciencia inalterable y la experiencia de Trujillo pudo vencer numerosas y graves dificultades[26]. La angustia económica fue la principal y, junto a ella, lo inadecuado del local. Gracias a los esfuerzos de Monseñor Holguín, obispo de Arequipa desde 1908, se pudo conseguir uno más adecuado, un local más amplio llamado el palacio del Buen Retiro, ubicado en el centro de la ciudad[27].

En 1911, Mons. Scapardini, nuevo Delegado Apostólico, exigió la concentración de todos los Seminarios Mayores en el Seminario Santo Toribio de Lima, como era costumbre en algunas naciones de Europa. Quedarse solo con el Seminario Menor significaba, para los Padres, quedarse solo con un colegio católico, y la obra pasaba a ser económicamente insostenible. Por estos motivos optaron por entregar el Seminario al Obispo. Se quedaron solo con la casa para la atención de las Hijas de la Caridad.

 

3.3. Seminario San Carlos y San Marcelo en Trujillo.

El 18 de enero de 1882, Monseñor Juan Antonio Falcón, Vicario Capitular de la diócesis de Trujillo, vacante por la muerte del Sr. Obispo, escribió una carta al P. Fiat, Superior General de la Congregación ese año. Le informa sobre la visita del P. Benech, Visitador de Chile, y le comenta sobre un posible contrato, cuya copia le adjunta, para que los padres vicentinos asuman una obra allí. Se trataba de un colegio-seminario similar a los que ya conocía la comunidad. El 26 de agosto vuelve a escribir, esta vez remitiendo una Letra de Cambio por cinco mil cuatrocientos francos para cancelar los gastos de viaje, necesidades personales de los misioneros y el sostenimiento del primer mes[28]. El 26 de diciembre vuelve a comunicarse con el P. Fiat para agradecerle la llegada de 3 sacerdotes. Estos llegaron el 23 de ese mes. Acepta la designación del P. Esteban Tanoux como superior y director del Seminario Conciliar. Sus compañeros eran el P. Leandro Daydí y el P. Juan Maresca[29].

El año 1883 fue muy difícil para los misioneros. Les supuso la reorganización total del seminario. Su infraestructura estaba muy deteriorada, pues había sido ocupada por los chilenos para hospital de sangre durante la guerra del Pacífico. En lo pedagógico, era necesario un cambio total en el hábito de estudiar, lo que no era nada fácil. En lo espiritual y funcional se pensó y ordenó la disciplina para seminaristas, que antes habían sido colegiales. El alumnado estaba constituido por una docena de seminaristas con sotana -mayores- y ochenta en el Seminario Menor, divididos en dos secciones[30]. Otras dificultades provenían del ambiente político. El 10 de octubre se dio el combate entre las fuerzas del gobierno de Iglesias y los Montoneros. Trujillo sufrió mucho. Hubo 500 muertos, 200 heridos y 450 prisioneros. Los daños materiales fueron cuantiosos, aunque el seminario en sí no sufrió nada[31].

En 1885 el P. Fiat, que está en el séptimo año de su mandato, desea visitar las casas provinciales de los padres y hermanas de las Provincias fundadas en los últimos 30 años en América. Envía como Comisario Extraordinario al P. Mariano Joaquin Maller. Cuando estaba visitando Lima, recibió una carta del P. Fiat rogándole que visitara el Seminario de Trujillo. Al llegar, encontró toda clase de problemas: problemas de orden interno, de orden externo, escasez de personal, falta de concordia, de organización, etc.[32]. El P. Maller propone algunas medidas acertadas que el P. Fiat las aceptó: "Después de Dios, la diócesis de Trujillo depende de este seminario, pues se encuentra en una espantosa penuria de sacerdotes y, sobre todo, de buenos sacerdotes. En los 2 años que tiene de existencia, ha levantado las esperanzas de los buenos y encendido la rabia y el furor de los enemigos de la Religión. Abandonarlo sería una calamidad. Con uno o dos buenos profesores que se enviaran, bastaría para sostenerlo. No hay necesidad de cambiar a ninguno de los actuales"[33].

 

Poco a poco fueron disminuyendo los candidatos, hasta que el en año 1886 fue cerrado el seminario. No se sabe a ciencia cierta el motivo por el que los vicentinos dejaron la ciudad de Trujillo. Lo cierto es que, en el Catálogo de comunidades de la Congregación de la Misión del año 1900, todavía aparece una comunidad constituida en esa ciudad.

 

4. Conclusiones.

Cuando se acercaba el final de la vida de San Vicente, en una reunión con sus misioneros, el santo dijo lo siguiente: "Dios se servirá de esta compañía en beneficio del pueblo mediante las misiones; en beneficio del clero que empieza, mediante las ordenaciones; en beneficio de los que ya son sacerdotes, al no admitir a nadie en los beneficios y en las vicarías sin hacer el retiro y ser instruidos en el seminario, y en beneficio de todos, por medio de los ejercicios espirituales. ¡Quiera Dios, en su divina bondad, concedernos su gracia para ello!"[34]. No sabía él cuánta verdad había sus palabras. En los más de 400 años que tiene el carisma vicentino, lo expresado por San Vicente se ha hecho realidad en muchas partes del mundo, desde Bons Enfans allá en París, hasta los colegios que hoy dirigen los vicentinos en el Perú.

Cuando los padres vicentinos llegaron al Perú, no tardaron tanto en poner en marcha esa dimensión del carisma que implica la formación del clero. Fue esa razón que entre sus primeras obras en el Perú se encuentran los seminarios de Cuzco, Arequipa y Trujillo. Coincidió el trabajo educativo de los vicentinos con las primeras décadas de la república del Perú. Y, a juzgar por los frutos de ese trabajo, podemos decir que el aporte de la Congregación de la Misión en el ámbito educativo, así como el de las Hijas de la Caridad en el ámbito de la salud, fue significativo para la naciente república. No solo han salido de las escuelas dirigidas por los hijos de San Vicente grandes personajes de la historia del Perú y de la Iglesia peruana, sino que también han dejado una impronta que hoy continúa en los colegios que los misioneros atienden en las ciudades de Ica, Tarma, Chiclayo y Lima.

Los inicios de los trabajos educativos de los padres vicentinos en el Perú han sido relatados de forma resumida en este artículo. Ojalá que en los años venideros se amplíe la historia de los vicentinos en este rubro, con los mismos frutos, de manera que el deseo de San Vicente siga siendo una realidad.

 

5. Bibliografía.

BERROA, FRANCISCO R., La obra pedagógica del Reverendo Padre Hipólito Duhamel, 1945, Lima.

CONGREGACIÓN DE LA MISIÓN, Anales de la Congregación de la Misión, París.

ROMÁN, José María, San Vicente de Paúl I, biografía, BAC, Madrid, 1981.

RYBOLT, John. E., Historia general de la Congregación de la Misión, Tomo IV, Ed. La Milagrosa, Madrid, 2018.

SAN VICENTE DE PAÚL, Correspondencia, entrevistas, documentos, Ed. Sígueme, Salamanca, 1976.



[1] San Vicente de Paúl, Correspondencia, entrevistas, documentos, Tomo III, p. 251. (En adelante, estos documentos que contienen las Obras Completas de San Vicente de Paúl serán citados como SVP, seguido del número de tomo y la página correspondiente).

[2] SVP V 463.

[3] SVP XI 704.

[4] Román, J.M., San Vicente de Paúl I, biografía, pp. 371-372.

[5] Ibid., p. 380.

[6] Constituciones de la Congregación de la Misión, n. 1.

[7] Rybolt, John. E., Historia general de la Congregación de la Misión, pp. 569-570.

[8] Diario "El Comercio", abril de 1856.

[9] Anales de la Congregación de la Misión, París, 1863, p. 291 (En adelante estos fascículos serán citados solo como Anales CM, seguido del año y la página correspondiente.

[10] Beneficencia Pública de Lima, Sección Judicial, Copia fotostática en el archivo de la Casa Provincial de los Padres Vicentinos en el Perú.

[11] Anales CM, 1873, p. 569.

[12] Rybolt, John. E., o.c. p. 570.

[13] Ibid., p. 572.

[14] Anales CM., 1867, p. 97.

[15] Anales CM.,1864, p. 471.

[16] Rybolt, John. E., o.c. pp. 577-578.

[17] Ibid., p. 578.

[18] Anales CM., 1867, p. 89.

[19] Anales CM., 1866, p. 305.

[20] Anales C.M, 1873, p. 18.

[21] Cf. Berroa, F. R., La obra pedagógica del Reverendo Padre Hipólito Duhamel, p. 4.

[22] Anales C.M., 1893, p. 474.

[23] Cf. Berroa, F. R., o.c., p. 9.

[24] Anales C.M.,1893, p. 478.

[25] Cf. Berroa, F. R., o.c., p. 37.

[26] Anales CM., 1911, pg. 384.

[27] Anales C.M., 1911, pg. 385.

[28] Archivo de la Casa Provincial de los Padres Vicentinos en el Perú.

[29] Anales C.M., 1884, p. 620.

[30] Anales C.M., 1884, p. 621.

[31] Anales C.M., 1885, p. 309.

[32] Anales C.M., 1962, p. 321.

[33] Anales C.M., 1962, p. 325.

[34] SVP II, 127.