miércoles, 4 de agosto de 2021

PODER POLÍTICO, CABILDO E IGLESIA EN LA INDEPENDENCIA del PERÚ

 

Margarita Guerra Martiniere

Presidenta de la Academia Nacional de Historia del Perú

Ponencia para el Congreso "La Iglesia Católica ante el Bicentenario"

Lima 29 de julio 2021

 

Nos encontramos ya a 200 años de la proclamación de la Independencia del Perú en las principales plazas de la capital, cuando los españoles la habían abandonado ante la cercanía del Ejército Libertador que inició su entrada a la ciudad el 10 de julio de 1821.

 

La primera plaza donde se hizo la proclamación fue la Plaza Mayor, allí estaban ubicados el palacio de la gobernación, a su izquierda la residencia del arzobispo y la catedral y al frente de ellas, el cabildo. En estos edificios estaban las principales autoridades políticas, civiles y religiosas, que fueron parte principal del público que participó de la ceremonia.

 

¿Podríamos decir que las tres instituciones tuvieron los mismos sentimientos frente a la ceremonia de la cual participaban? Diríamos que no. Si bien todos de una u otra forma estaban conscientes del cambio que debía producirse, la manera de percibirlo y de insertarse en él era distinta por lo que cada uno representaba.

 

San Martín y el Ejército Libertador

 

San Martín tuvo objetivos muy precisos al venir al Perú: conseguir la salida de los españoles del continente, pues su permanencia en América hacía peligrar la libertad de los nuevos estados, pero quienes lo acompañaban en esta expedición tenían además aspiraciones personales, como era el caso del almirante Cochrane y el personal de Marina que lo acompañaba, entre quienes había muchos mercenarios, de allí el pronto retiro de la escuadra.

 

El cabildo

 

Las autoridades edilicias tuvieron,  asimismo, aspiraciones diversas entre las cuales estaba en primer término la independencia del Perú, aunque algunos de ellos buscaban básicamente una autonomía que ya había empezado a darse, incluso bajo la monarquía española, y que les permitía mejorar su estatus como elite local que confiaban se pudiera mantener bajo el nuevo gobierno que se establecería bajo San Martín. Se habla mucho de cómo el cabildo limeño fue una institución que consiguió pasar sin mayor trastorno del virreinato a la república, porque en ambos casos trabajaban por el Perú.  

 

Pero los cabildantes tuvieron, también, objetivos particulares, expresados en el mantenimiento de su posición social dentro de la comunidad peruana. Muchos de ellos conformaban parte de la aristocracia criolla y tenían la certeza de poder mantener sus privilegios en la nueva organización social independiente. Consideraban que les correspondería reemplazar a los españoles en la dirección del estado republicano por haber sido preparados para desempeñar el gobierno político de la nación.

 

La Iglesia católica

 

La autoridad religiosa consideramos que se encontraba en una situación más complicada, especialmente a nivel de la jerarquía, debido a que muchos obispos y arzobispos eran de nacionalidad española y estaban, por el Real Patronato, sometidos a la autoridad real. Desde finales del siglo XVI, el Papa había firmado con los Reyes Católicos el acuerdo para la evangelización del nuevo continente a cambio de ser la corona española la que nombrase a las autoridades máximas y se ocupase de dotarlas de los auxilios económicos necesarios para la edificación de iglesias, y mantenimiento del personal encargado de la evangelización.

 

Con el tiempo hubo ya  misioneros, clero regular y clero secular criollo, y aún mestizo, que empezó a reemplazar al clero español en la conducción de las parroquias, y también en algunos obispados, lo cual al momento de la proclamación de la Independencia ocasionó  la adopción de posturas contestatarias al poder español, sobre todo al confrontar la doctrina que partía de los Evangelios y que hablaba de justicia social, con la realidad, la cual no era ejercida por muchos funcionarios del rey.  

 

Al llegar a 1821 y proclamarse, el 28 de julo, la Independencia, y aún durante toda la década anterior, por lo menos, ya se había observado la presencia de dos tendencias muy marcadas en el clero: quienes seguían leales al rey y que ante el juramento de fidelidad a la Patria en contra de los intereses del rey optarían por abandonar el territorio u operar como capellanes en las fuerzas realistas; el otro partido fue enrolarse en las filas patriotas, igualmente como capellanes o como guerrilleros  dejando atrás los hábitos y tomando las armas por la libertad. Estas dos actitudes dieron lugar a que al formarse las llamadas "Juntas de Purificación fueran numerosos los procesos a los curas para determinar ante estos tribunales cual había sido la conducta frente a la independencia y aplicar sanciones a quienes se habían negado a obedecer a la república. Tales sanciones podían ser confinamiento, supresión de sueldos, suspensión de parroquias, etc.

 

Como puede apreciarse es difícil encontrar una manifestación unánime de la población peruana, especialmente la de Lima, frente a la proclamación de la Independencia debido a las circunstancias personales por las cuales atravesaban los distintos actores que presenciaron y participaron de la proclamación de la Independencia el 28 de julio, día esperado con ansias por unos y con temor por otros.

 

El pueblo de Lima en la Independencia

 

Se habla de cómo el Acta de la Independencia se firmó y se rubricó por alrededor de unas 3,000 personas, entre alfabetos y analfabetos, quienes al no poder firmar, simplemente pusieron alguna señal que pudiera identificarlos. La cifra puede parecernos no muy significativa, pero si se toma en cuenta que la ciudad era básicamente lo que hoy consideramos la Lima cuadrada nos damos cuenta que es un número apreciable, porque, además, como en todo acontecimiento hay curiosos que no llegan a comprometerse con su firma, pero que asisten con tono afirmativo al acontecimiento, de modo que puede considerarse que los asistentes pueden haber sido, por lo menos un 30 % más.

 

Epílogo

 

La Independencia para los diferentes actores que estamos señalando tuvo un significado diferente en algún sentido, debido a las diferentes funciones que ejercía cada sector, las cuales muchas veces interfirieron con las aspiraciones personales. Sin embargo nos atreveríamos a señalar que hubo algunos puntos en común, como fueron el anhelo de una vida mejor, la cual no siempre fue percibida, ni aún hoy, de la misma forma , de lo cual derivan muchas discrepancias.

 

Cuando hablamos del poder político, que en este caso estaría representado por San Martín y quienes lo secundaron en el gobierno, vemos que desde que establece el Protectorado, desde inicios de agosto ya surgieron las contradicciones, y el Libertador empieza a convertirse en dictador, más aun cuando insinúa la posibilidad de un gobierno monárquico.

 

Para los cabildantes la Independencia representaba una de las primeras manifestaciones de prácticas democráticas mediante los cabildos abiertos para la toma de decisiones en las ciudades, contra lo cual parecería estar yendo el poder político, al no convocar de inmediato a elecciones para la conformación del Poder Legislativo. Pero, a la par de la presunta práctica democrática, estaría el partido favorable a la monarquía, para el cual había resultado suficiente la autonomía que estaban ejerciendo en su acceso directo al rey, por lo cual veían con buenos ojos el mantenimiento de la figura del rey.

 

Para la Iglesia es quizá, para la institución que se plantea la Independencia como más complicada, porque depende de las relaciones que se habían establecido desde el siglo XVI, por el Real Patronato y que deberían terminar al establecerse los nuevos estados que dejaban de depender de España.

 

Los nuevos estados soberanos se dijeron herederos del Real Patronato, pero la Santa Sede recordó que esos beneficios solo podían aplicarse a España, que en este tipo de acuerdo no existía una sucesión hereditaria, de manera que los estados soberanos americanos, el Perú entre ellos, debía firmar con Roma un Tratado específico, es decir, un Concordato cuyos términos deberían discutirse entre el estado Vaticano y el Perú.

 

El arzobispo peruano José Sebastián de Goyeneche, que fue, prácticamente, la única autoridad debidamente nombrada que quedó en el Perú y América tuvo que lidiar durante casi medio siglo con las autoridades  políticas para no ceder a las exigencias de los nuevos Estados de reconocer la injerencia de los Presidentes y del Congreso en el nombramiento de las autoridades eclesiales.

 

En cuanto al clero, se encontró con las dudas planteadas en el Vaticano respecto a la orientación liberal que se le adjudicaba a los movimientos de emancipación americanos, como seguidores de las doctrinas liberales, ateas y masónicas, por lo cual se veía la Independencia como un movimiento ateo, contrario a la religión católica, por lo cual resultó difícil que la sede romana diera un reconocimiento pronto a la nueva situación americana.