jueves, 24 de junio de 2021

  • P. Enrique Christie Gutiérrez, nacido y muerto en Lima, sirvió heroicamente como capellán en la Guerra del Pacífico (1842-1882)

Resulta conmovedor "descubrir" héroes olvidados, auténticos cristos de bondad y misericordia, hasta en la horrenda guerra peruano-chilena del Pacífico. En medio de tantos odios fratricidas, su inmolación sacerdotal como un nuevo Padre Damián, apóstol de los leprosos, muere en el Hospital Dos de Mayo, apestado contagiado por atender a los enfermos de tifus del Lazareto, nos abre surcos de paz y entendimiento, para momentos tan difíciles como el presente, sin que nadie nos robe la esperanza.

Fue uno de los 47 capellanes que sirvieron en las filas de las fuerzas armadas chilenas en la Guerra del Pacífico. La mayoría eran sacerdotes seculares o diocesanos, el resto fueron Franciscanos, Jesuitas, Claretianos y Dominicos. La coordinación de los mismos fue ejercida por el "Capellán jefe o Capellán mayor", quien aunó voluntades y destinaba a los sacerdotes a los lugares donde más se les necesitaba. Desde Santiago eran dirigidos por el vicario Monseñor Joaquín Larraín Gandarillas quien, de acuerdo con el gobierno, los nombraba y destinaba a los buques de guerra de la armada, hospitales de sangre o a alguna de las divisiones del ejército, y desde allí atender al personal de los diferentes batallones

Nació en Lima el 17 de octubre de 1841, hijo de David Christie, inglés y Carmen Gutiérrez, chilena, quienes habían contraído matrimonio por el rito anglicano. A los cuatro años, la familia se traslada a Valparaíso y posteriormente a Santiago. Ejerció profesionalmente como contador en la Armada y en el Banco Nacional de Valparaíso y de Santiago. Con 35 años, fue ordenado sacerdote el 16 julio de 1876 en Valparaíso. Fue capellán de la Verónica en Santiago, Secretario Contador de la Casa de Refugio. Murió en Lima el 13 de septiembre de 1882.

El 29 de mayo de 1879 recibió el nombramiento de capellán del  Blanco Encalada y en el Amazonas.  Le  correspondió participar en el combate de Angamos dando "elocuentes pruebas de serenidad, valor y patriotismo",  ayudar a rescatar a los heridos y atender a los moribundos del Huáscar. Confiesa, administra el viático, consuela tanto a chilenos como a peruanos.   
También estuvo en las batallas de Tacna, Chorrillos y Miraflores. El hecho de que fuera capellán del Blanco no implicaba que no atendiera a las tripulaciones de los otros navíos ya que según los testimonios de la época, estaba siempre pronto "para prestar sus servicios en las otras naves en que puedan ser necesarios".  
Fue ascendido a Capellán Mayor del Ejército, en reemplazo de Javier Valdés, el 13 de  marzo de 1882.  En la ocupación chilena de Lima, ejerce su ministerio en el Hospital Dos de mayo y el del Callao, así como en las guarniciones del puerto y de Lima.

En su carta de 26 de abril de 1882 comparte la brillantez de la fiesta del Sagrado Corazón en el hospital en que él cantó la misa, predicó el P. Valdés, ante la enorme concurrencia entre la que figuraban "hasta algunas señoras peruanas". Un día de la octava del Corpus, queriendo celebrar misa en la Catedral, se encuentra en la sacristía con el rector del Seminario de Santo Toribio, el P. Manuel Tovar, a quien le solicita permiso y "vi con gusto que el caballero se portó muy bien; todo me facilitó, llamando él mismo al sacristán e indicándome el altar de la Purísima como el más devoto. Por delegación del mismo señor Tovar, uní privadamente en matrimonio en casa particular, a un capitán Orbeta, chileno, con la señorita peruana, María Luisa Ramírez".  En la post data aprovecha para pedir ayuda para las "niñitas peruanas" atendidas por las religiosas del hospital Guadalupe del Callao.

El 26 de abril de 1882 comunica la muerte en Huacho del capellán Juan Francisco Astete y Zapata, quien durante 30 años había residido en Perú y que tanto apoyo le brindó pues era  "excelente sujeto, muy piadoso, instruido y celoso". Da cuenta del apoyo brindado por dos celosos franciscanos descalzos que predican misiones populares en los hospitales y culminan con confesión y comunión general, siendo ayudados por cuatro jesuitas. "No tengo palabras para manifestar el celo, abnegación y piedad de los dos sacerdotes que, sin más inte´res que la gloria de Dios y la salvación de las almas, me acompañan voluntariamente, con permiso de su prelado, en mis tareas. No indico sus nombres, porque ellos a saberlo se ofenderían".

Desgraciadamente, cinco meses después, el 5 de septiembre de 1882,  la muerte lo sorprendió cuando desempeñaba ese cargo, víctima de un tifus, "contraído en la asistencia de nuestros soldados acometidos en esa horrorosa enfermedad durante la campaña del interior. El sacrificio al deber y patriotismo, sin que fueran bastante a salvarle su vigorosa salud, que tanto le ayudó durante la guerra en la que ejerció infatigable su sagrado ministerio, ya sea exhortando al soldado, ya consolando al moribundo y atendiendo al herido, ni los esfuerzos profesionales de los doctores (dos médicos peruanos)".

Recibió cristiana sepultura en el cementerio Presbítero Matías Maestro, cuartel Nuestra Señora de Lourdes, n.50, con una lápida que recuerda su talante sacerdotal por el misal, la estola y el birrete.

Datos tomados de Monseñor Joaquín Matte quien rescató doce de sus cartas personales ("Cartas del capellán mayor de la Guerra del Pacífico, Pbro. D. Enrique Christie Gutiérrez" Anuario de Historia de la Iglesia en Chile, I, 1, 1983, pp181-199), tras cien años de olvido.