lunes, 30 de septiembre de 2019

LA MELCHORITA DE CHINCHA (1897-1951)

Melchorita Saravia Tasayco (1897-1951)

Melchora Saravia Tasayco, llamada "La Melchorita", nació el 6 de enero de 1897 en el pueblo de San Pedro de Grocio Prado, perteneciente a la provincia de Chincha, Ica. Sus padres fueron don Francisco de Sales Saravia Munayco y doña María Agripina Tasayco Rojas, fue bautizada el día 9 de enero de 1895 en la Parroquia de Santo Domingo de Chincha. Su familia fue muy humilde y estaba dedicada al tejido.

Desde los cuatro años mostró inclinación a ir a la escuela, pero su madre, no se lo permitía. Entonces ella agarraba todo libro que podía como queriendo aprender, pero en igual modo tenía que dejarlos porque no le enseñaban a leer. Desde pequeña aprendió a trabajar en la artesanía del tejido; elaboró canastas, petates, bolsos y esteras con caña, totora, junco y carrizo.

Más bien, en lo que aprovechó antes de ir a la escuela fue en aprender las oraciones y catecismo porque eso sí le enseñaron su padre y su madre. Y dado su gran deseo de aprender, pronto los supo de memoria y se aprovechaba de ellos para sus rezos. Debido a la pobreza que los aquejaba, Melchora desde su juventud tuvo que ocuparse en las ocupaciones del hogar, en el cuidado de sus hermanos menores, etc. A medida que iba creciendo en edad aprovechaba las oportunidades para reunir a los niños y jóvenes para hacerles rezar el rosario y enseñarles a dominar el catecismo. Todos los días domingos muy de madrugada acompañada de sus padres se dirigía a Chincha Alta para asistir a la misa de las 4 de la mañana.

El 15 de agosto de 1924 el presbítero, Miguel Gamarra del convento Franciscano de Ica admitió a la joven Melchora al noviciado de la Tercera Orden Franciscana en Grocio Prado. Posteriormente en las Actas de la hermandad aparece nombrada para el cargo de consejera o discreta vicaria del Culto el 31 de enero de 1946. Su vida campesina, sencilla, humilde, caritativa y sacrificada por Dios y por el prójimo la comprendía gráficamente sus vecinos así: "Era una niña muy buena. Su vida era: De su casa a la Iglesia de la Iglesia a su casa, a todos hacía el bien". Dios parece haberle complacido en sacar del anonimato a un alma sencilla, del pueblo, del campesinado criolla, de esa gente tan sufrida y tan frecuentemente despreciada y maltratada, para manifestar una vez más, que, ante Dios, lo que vale no son las riquezas, no los títulos de nobleza o alta alcurnia, sino la virtud y la sanidad. Con su amor a la Eucaristía fue desarrollándose en una gran amor a la riqueza de alma y cuerpo, una clara conciencia de sus deberes religiosos para cumplirlos estrictamente y un gran horror el pecado mortal. El centro de la vida de santidad de Melchora Saravia, fue su fe en el ministerio de la eucaristía, la presencia real de Jesucristo en la hostia consagrada y esa fe en el santo sacrificio de la misa la lleva a entregarse con toda su alma a la contemplación de eso misterios y a sacrificarse por amor a Jesús; de ahí su acendrado afecto a la Santa misa, su ardiente amor a la Sagrada comunión, su desvelo por la limpieza y ornato del templo, su respeto y veneración al sacerdote.

Tenía una especial devoción al divino Niño de Belén y cuando hubo oportunidad comenzó a armar en la parroquia el nacimiento del Niño Dios, arreglándolo muy bien. También en su casa armaba el nacimiento exteriorizando así su amor y devoción. Y es voz corriente en el pueblo que algunos años antes de su muerte brotaba de un pequeño huerto una hermosa flor que no se conocía en la región y que aparecía al regresar de la Misa de Noche Buena y que al morir ya no volvió a aparecer dicha flor.

Era también muy grande su devoción a la Virgen Santísima, en su honor rezaba todos los días el Santo Rosario. También dedicaba todo el mes de mayo a honrar a la Virgen y desde que ingresó a la Tercera Orden Franciscana tuvo una gran devoción a su Seráfico fundado San Franciscano, cuyo espíritu trató de hacerlo propio y cuyos ejemplos de virtud trató de imitar lo más perfectamente posible. A medida que era guiada por el Espíritu Santo; se le abría el corazón a la esperanza practicando esa virtud en grado eminente, practicó en el más excelso grado de caridad, que es el vínculo de la perfección. Buscó y trabajo con insistencia para que hubiera algún padre que fuera a Grocio Prado para celebrar Misa los Domingos y lo consiguió. Ella misma puso en práctica lo que aconsejaba a los demás, evitando los peligros de pecar, por eso huía de la ociosidad, madre de todos los vicios.

Muy espiritual, desde niña visitaba los templos de Chincha y San Pedro. Supo aunar en su vida oración y trabajo, al tiempo que se proyectó en una comprometida acción social y caritativa. Fue terciaria franciscana y se impuso como deber el visitar a los enfermos y socorrer a los pobres. A su humilde vivienda acudían cientos de personas en busca de consejo, ayuda física y vigor espiritual. Construyó en su casa una ermita como hiciese la pionera Rosa en Lima dentro de su casita de cañas. Todavía queda su tosco camastro en el que se recuestan los devotos en espera de algún favor y milagro.

Acerca de la virtud de la paciencia y aceptación del sufrimiento, refiere Marcela Rivera que visitándola antes de ir al nosocomio en su última enfermedad dio muestra de horror al ver su pecho que era una llaga viva y al darse cuenta del efecto que le causó le dijo "Que sería si vieses mi espalda" sin embargo no se lamentaba y se mostraba serena. El propio médico,  al observar que su mal era cáncer y que uno de los senos tenía necrosis quedó maravillado de que padeciera tanto sin quejarse, admirando su heroica fortaleza.

Ingresó al Hospital San José de Chincha el 1 de octubre de 1951 con diagnóstico de cáncer al seno y fue instalada en una sala de pago; dada a su condición humilde no tenía dinero para pagar la pensión por lo que la Superiora de las Religiosas del hospital movida de compasión dispuso que preparen un cuarto aislado y allí la colocó, desde que quedó instalada; el hospital se convirtió en el jubileo a donde comenzó a fluir toda clase de personas a visitarla quienes le dejaban limosnas, de suerte que al ver que se había acumulado una regular cantidad, se pensó que se podía hacer frente a los gastos necesarios para devolverla a la sección de pagantes, pero al proponerlo a Melchora ésta no quiso diciendo que allí estaba bien y quería morir como pobre. Poco antes de su fallecimiento, la superiora autorizó que la Comunidad de Religiosas asistieran al cuarto de la enferma y rezaran el Santo Rosario y se notaba por ciertos gestos que ella lo seguía. Al terminar de rezar, fallece a las 7 de la noche del día 4 de diciembre de 1951.

Al día siguiente se realizó el entierro, el cortejo fúnebre partió de Grocio y como no había cementerio hubo que llevarla a enterrar a Chincha. Sin que mediara propaganda especial, por la forma de santidad que se iba extendiendo comenzó a fluir gente de Grocio Prado, todos los días suelen acudir visitantes a la casita donde vivió la Sierva de Dios y sobre todo el 6 de enero fecha de su nacimiento, acuden tanta gente no sólo de las ciudades y pueblos comarcanos, sino de los diferentes y más alejados departamentos de la República. Refiere Josefa Flores Vda. de Poicón quien compraba, los sombreros que tejidos por Melchorita, mas estando ésta grave en el Hospital le sucedió un caso al que Josefa no dio importancia, pero después al averiguar las circunstancias quedó muy sorprendida. Sucedió, que caminando Josefa Flores por las calles de chincha se encontró con la paciente y abrazándose esta le dijo: "Estoy enferma. Recién salgo del hospital me quieren llevar a Lima, pero mi situación no lo permite. No dejes de ir a la casa, si no me encuentras a mí, ahí mi hermana Eusebia" y le entregó un sombrerito diciendo que "Era el último, que ella no tejería más". Y respecto a sus dos hijos que estaban enfermos y pensaba llevarlos a Lima le dijo: "Que tuviera paciencia, que sanarían", y así sucedió.

Su tumba se ubica en la sección Santa Elena (C-33) del cementerio de Chincha.

Luego de varios años, la diócesis de Ica ha elaborado el expediente para el proceso de beatificación y canonización a través de los testimonios de las personas que la conocieron, recogiendo documentación que manifiestan su vida cristiana y su fama de santidad. La beatificación de Melchorita, una mujer de pueblo, de familia pobre y trabajadora, lleva un mensaje que la santidad se puede vivir en cualquier estado social y particularmente en el caso de ella dentro de su familia. Ella se santificó sirviendo y colaborando mucho con la comunidad parroquial. Era la primera que ayudaba a la gente, enseñaba el catecismo, es decir, era una persona pobre pero generosa. Estaba muy cercana a las familias, a las personas, unía a los que estaban divididos, llevaba la paz a los hogares, animaba a la gente que atravesaba momentos difíciles, y todo el mundo confiaba en ella. Es un ejemplo de vida cristiana en un ambiente pobre y sencillo.

 

Fotos gentileza de Rubén Enzian y de Fabriciocariñosos - CC BY-SA 4.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=42597916

Datos del P. Jorge Cuadros y https://es.wikipedia.org/wiki/La_Melchorita

domingo, 29 de septiembre de 2019

LA PERRICHOLI, CATÓLICA Y DADIVOSA

LA PERRICHOLI, CATÓLICA Y DADIVOSA

Más allá de la leyenda y de lo que se piense de la mujer más célebre del virreinato peruano, si excluimos a Santa Rosa, nos importa la vida histórica y real, especialmente en el momento supremo cual es el de enfrentarse ante la muerte.

A mí me recuerda a la del insigne don Quijote, quien poco antes de confesarse y dictar sus últimas voluntades, declaró que sólo pensaba en "las misericordias que en este instante ha usado Dios conmigo, a quien, como dije, no las impiden mis pecados". 

También Micaela Villegas, al final de su vida, se dio a la oración, limosna, vida de familia, como terciaria carmelita.

La reciente novela titulada La Perricholi: Reina de Lima (Edición Kindle, Lima, 2019, 459 pp) de Alonso Cueto brinda estas motivadoras preguntas: "¿Quién fue Micaela Villegas? ¿La actriz que brilló en el Coliseo de Comedias? ¿La amante que protagonizó junto al virrey Amat una de las historias de amor más polémicas del siglo XVIII en el Perú? ¿La belleza mestiza que sacudió los cimientos de la sociedad limeña de su época, desatando odios, halagos y envidias? ¿La piadosa que se arrodilló frente a un párroco para confesar sus pecados? ¿La díscola acusada de inmoral? ¿La madre que crio a su hijo con orgulloso amor? ¿O la contestataria que supo trocar un insulto en el nombre con el que se hizo famosa: la Perricholi?"

A mí, sólo me interesa compartirles una página de Carlos Miró Quesada Laos De Santa Rosa a la Perricholi (Lima 1958, 1958, 359 pp), quien culmina su obra relatándonos un final ejemplar de nuestra protagonista: "Siempre en su casa hubo reuniones de artistas, escritores y gente importante y hasta se asegura que los virreyes le dispensaron amistad. Era símbolo de la colonia. Amat le dejó dinero y tuvo situación holgada, al margen de necesidades apremiantes. Consagrada a las limosnas, recibió las bendiciones del barrio, el respeto de todos y el afecto de sus relaciones…A los 73 años cumplidos se extinguió la vida de Miquita. Esto ocurrió –tal como apunta L. A. Eguiguren- ante el escribano Ayllón- el 16 de mayo de 1819…Si no murió en santidad, terminó sus días en cristiana resignación, paz de conciencia y edificante recogimiento. Ese testamento encontrado hace pocos años es humilde y ejemplar. Nada hay en él que recuerda a la cortesana de los días de gloria, nada que pueda evocar a la hembra caprichosa y dominante de las tardes de arrebato y de las noches triunfo. En la primera parte, dice así:

"Encomiendo mi alma a Dios Nuestro Señor que la creó y redimió con el precio infinito de su preciosísima sangre, pasión y muerte, y el cuerpo mando a la tierra de que fue formado cuando fuese hecho cadáver, amortajado con el hábito y cuerda de Nuestro Padre San Francisco, será sepultado en el Cementerio General, haciéndose el funeral en la iglesia de la Recolección de San Francisco, sin que acompañe ninguna comunidad, enterrándoseme con sólo cuatro luces y sin la más mínima pompa y sin que dicho mi cadáver sea conducido en carro de distinción, lo que encarezco mucho a mis albaceas no sólo porque no lo merezco por mis pecados, sino principalmente porque ahorrándosete cuanto se pueda de gastos, pueda haber el verdadero acompañamiento que yo deseo, que es el de las limosnas a los pobres"

Añado cuatro documentos que pueden ayudarnos a conocer la verdadera historia de nuestra protagonista, el periodístico de Katherine Subirana Abanto23.05.2019 / (El Comercio), dos semblanzas del autorizado diccionario biográfico de la Real Academia de la Historia de España: http://dbe.rah.es/biografias/9310/micaela-villegas-y-hurtado http://dbe.rah.es/biografias/7149/manuel-de-amat-y-junyent y el didáctico programa de "Sucedió en el Perú".

 

José Antonio Benito

1.   La historia detrás de La Perricholi, por Kathy Subirana

A 200 años de la muerte de Micaela Villegas es justo rescatar la historia de una mujer que fue más —mucho más— que la amante del virrey Amat. https://elcomercio.pe/eldominical/perricholi-noticia-636641-noticia/23.05.2019 / (El Comercio)

 

Por qué conocemos más a la Perricholi que a Micaela Villegas? Son la misma persona, por supuesto, pero examinando la historia, a veces parece que habláramos de dos mujeres distintas. Ya lo dijo el destacado historiador Raúl Porras Barrenechea: "Los biógrafos de Micaela Villegas, criollos y extranjeros, se han ocupado más de la novela o de la leyenda de la Perricholi que de su auténtica historia. La leyenda amada por el pueblo es más fuerte y duradera que la historia, pero esta se recoge obstinada y silenciosa en los papeles viejos, esperando la hora lejana del desquite y de las rectificaciones documentales". 

Esta leyenda que vive en nuestra peruanísima memoria se ha construido gracias a las peculiaridades del carácter de María Micaela Villegas (Lima, 1748 - 1819). Peculiaridades que fueron inmortalizadas —apelando, por supuesto, a la ficción— primero por don Ricardo Palma en una de sus tradiciones más famosas, Genialidades de la Perricholi, y, sobre la base de ella, luego por Michel Gómez en dos producciones audiovisuales. La primera, en 1992, protagonizada por Mónica Sánchez y Alfonso Santistevan; la segunda, en 2011, con Melania Urbina y Alberto Ísola. Estas y otras ficciones que se ocuparon de la Perricholi durante el siglo XIX y XX procuraron resaltar a una mujer grácil, de carácter seductor, caprichoso y lisonjero, reconocida —antes que como una actriz que dio que hablar en el teatro del siglo XVIII— por ser la amante del virrey Manuel de Amat y Junyent. Pero, si exploramos un poco en la segunda mitad del siglo XX y este aún novísimo siglo XXI, podemos encontrar herramientas para conocer a Micaela Villegas más allá de los clichés que alimentaron el siempre atemporal espíritu de cotilleo de la sociedad limeña.

 Lo primero que podemos enmendar de la historia que hizo famosa Palma es que Micaela Villegas no nació en Huánuco, sino en Lima. Así lo anota Luis Alberto Sánchez en su libro La Perricholi (1936). Aunque confunde su fecha de nacimiento —coloca 1739—, Sánchez nos sitúa en el sitio exacto en el que nació la niña de José Villegas y Arancibia y María Teresa Hurtado de Mendoza y de la Cueva. "Rayaba el alba cuando José Villegas oyó el primer vagido de su carne hecha carne. Estremecía las viejas paredes del caserón el isócrono don-don de las campanas, en la vecina torre de San Lázaro. Todas ellas eran como voces hogareñas. Primero, echose a volar la 'María Angola' en la Catedral. A su tañido grave respondió, luego, la estridente voz de la del Sagrario. Y al punto despertaban los esquilones de San Pedro, y más acá devolvían el son, eco multiplicado, las campanas de San Francisco, y a estas replicaba la voz añorante de los bronces de Nuestra Señora de los Desamparados". 

El historiador Luis Rodríguez Toledo escribe en el artículo "Las alegorías femeninas durante la Independencia peruana", publicado en la Hispanic American Historical Review, que la familia vivía en un solar grande en la calle Puno, y que el terremoto de 1746 los obligó a endeudarse para reconstruir su casa. Todo parece indicar que, debido a esto, Micaela no tuvo una infancia muy afortunada, pues los primeros años de su vida transcurrieron en esa casa y en medio de los esfuerzos de su padre por reconstruirla y mantener a la familia. "Así, Miquita parece tener una condición humilde, pero está posicionada lo suficiente como para acceder a las artes escénicas donde inicia su vida social", apunta.

La historiadora Ilana Lucía Aragón en el artículo "El teatro, los negocios, los amores: Micaela Villegas, la Perricholi", incluido en el libro El virrey Amat y su tiempo (2004), anota que Micaela era la mayor de cuatro hermanos y tenía diez años cuando su familia salió de la casa que les servía de morada. Su padre se había declarado en insolvencia. "Sin duda, fue la gravedad de esta situación la que la empujó a trabajar desde temprana edad en el oficio de cómica, para lo cual, quizá, ya había descubierto algunas cualidades", añade Aragón.

"Acababa Amat de encargarse del gobierno del Perú cuando en 1762 conoció en el teatro a la Villegas, que era la actriz mimada y que se hallaba en el apogeo de su juventud y belleza. Era Miquita un fresco pimpollo, y el sexagenario virrey, que por sus canas se creía ya asegurado de incendios amorosos, cayó de hinojos ante las plantas de la huanuqueña", dice don Ricardo Palma en su ya mencionada tradición. Y, aunque es reconocible la musicalidad de su relato, esto es falso. El militar Manuel de Amat y Junyet (Barcelona, 1704 - 1782) llegó a Lima a hacer las veces de virrey el 12 de octubre de 1761; en ese entonces el espacio conocido como el corral de comedias llevaba algunos años clausurado y Micaela Villegas tenía solo 13 años. Sin embargo, el corral reabrió sus puertas a poco de la llegada de Amat a Lima, y el virrey fue asiduo concurrente a las veladas que allí se montaban. Dice Ilana Aragón en el texto ya citado que sí fue en una de esas veladas, pero en 1767, cuando conoció a Micaela.

A decir de Aragón, para ese entonces ella ya había conseguido un espacio en esas funciones desempeñando algún papel secundario bajo las órdenes del reconocido maestro de música Bartolomé Massa. "Tras algunos años de haber trabajado como cómica, desarrolló grandes habilidades para el teatro y el canto, así como una gracia singular capaz de concitar la mirada del representante del rey", apunta.

En La Perricholi, mito nacional peruano, tesis para obtener el doctorado en Filosofía en la Universidad de California, Luz Angélica Campana de Watts recuerda que el virrey Amat tuvo la misión, por orden de Carlos III, de expulsar a la orden jesuita del Perú en setiembre de 1767. "La reacción, no solo de los jesuitas, sino también de los sectores sociales de la vida peruana fue de más o menos pública pero muy violenta oposición", dice. Es claro que todos estaban contra él y que sus actos eran sometidos al escrutinio público. "La Perricholi fue un elemento de discusión y acusación contra el virrey. En su relación fue que sus opositores encontraron el elemento más eficaz para ponerlo en ridículo", añade.

Claro que fue elemento de discusión. En una Lima en la que mujeres que hacían tintinear sus joyas para llamar la atención en la calle —como bien cuenta Alonso Cueto en su reciente novela, La Perricholi —, el oficio de cómica era catalogado entonces como una actividad de baja reputación. A pesar de este estigma, Micaela Villegas, dueña de un carácter dominante y de una personalidad histriónica —dice Ilana Aragón—, no procuró de ninguna forma mantener su relación con el virrey en el anonimato de un anfiteatro o en algún rinconcito íntimo.

Esto dio pie a la circulación de libelos, escritos difamatorios que ventilaban supuestos excesos de la relación del virrey y la cómica, condenada por la más orgullosa élite limeña. Sin embargo, como señala Gisela Pagès en su tesis Mujeres entre dos mundos, escrita para obtener el doctorado en Historia por la Universidad de Barcelona, "algunos episodios de su historia de amor con el virrey Amat, que no pueden ser comprobados con fuentes históricas, han sido interpretados a la luz de las reivindicaciones criollistas considerando que la actriz, de ascendencia criolla, acaba imponiendo sus deseos y ejerce un dominio sobre el virrey español". 

Se dice y se cree y se quiere creer que Manuel de Amat y Junyent hizo y deshizo obras, compró propiedades y hasta emitió decretos en favor de su amada Perricholi; pero en esta historia hay tanto de verdad —él le regaló una lujosa carroza que ella ostentaba cada vez que podía—, como de mentira —la alameda de los Descalzos, por ejemplo, no fue construida en honor de estos amores, pues su origen data de 1611—, como de auténtica duda —¿el paseo de Aguas del Rímac se construyó para impresionar a Micaela Villegas?—, cosa que ayuda a mantener el misterio alrededor de esta relación.

Manuel de Amat y Junyet dejó el país el 4 de noviembre de 1776. Atrás dejó una larga gestión como virrey y una también larga relación con Micaela Villegas. "Cuando se despidieron, él tenía 75 años y ella acababa de cumplir 28. Él no mencionó ni una sola palabra sobre la actriz en las graves páginas de su memoria y ella guardó la misma discreción en su testamento. No quedó rastro de alguna correspondencia epistolar entre ambos", anota Aragón en su texto. De lo que sí quedó registro es que fruto de dicha relación nació un niño: Manuel Amat y Villegas, quien tenía seis años cuando su padre se fue del Perú.

Pero la partida de su amado no detuvo la vida de Micaela Villegas, quien, ya sabemos, era mucho más que la amante del virrey. "Durante los meses de espera para la salida definitiva de don Manuel de Amat, en el año de 1776, Micaela dio a luz a una niña y, vaya sorpresa, esta no era hija del maduro catalán, sino del aún joven navarro Martín de Armendariz", cuenta Ilana Aragón. A esto le sumamos —como anota Alonso Cueto —, que el 22 de julio de 1777 Micaela ya era regente del Coliseo de Comedias.

Nuestra heroína había vivido muchos años en una modesta morada ubicada en la calle del Huevo, en el barrio de San Marcelo —vale la pena aclarar que no se ha podido demostrar que esta fuera un regalo del virrey—, y no es hasta 1781, cuando, ya convertida en próspera empresaria teatral, ella adquiere la casa-molino de la alameda, hermosa finca con huerta, jardines y surtidores de agua. 

Micaela Villegas se hizo de esta vivienda a mucho menos precio de la que valía, aprovechando que al momento de su compra tenía grandes daños producto de una inundación. Con gran intuición comercial, la nueva propietaria logró reparar el molino y ponerlo en marcha. Lo arrendó después a 1.200 pesos anuales. Para 1795, año en el que se casó con Vicente Fermín de Echarri, Micaela Villegas figuraba como una destacada propietaria de uno de los molinos más productivos de la ciudad.

A su muerte, el 16 de mayo de 1819, sus bienes fueron tasados en más de 72.000 pesos. Una verdadera fortuna. No fue hija de padres adinerados, ni heredó fortuna alguna de sus amores, pero sí fue, a fuerza de voluntad y audacia, una de las mujeres más poderosas de la ciudad. Dicho esto, piénselo dos veces antes de decirle, despectivamente, Perricholi.

Quizá vistió el hábito en el convento del Carmen o el de terciaria, sin salir de su casa.

2.   Biografía. Villegas y Hurtado, [María] Micaela. La Perricholi. Lima (Perú), 28.IX.1748-16.V. 1819. Actriz, amante.

Hija del arequipeño Joseph Villegas y de Teresa Hurtado, criollos, era la mayor de siete hermanos, y debió de trabajar en el teatro desde muy joven, para ayudar a sufragar las necesidades económicas familiares, a pesar de que la profesión teatral era considerada en la época indigna e impropia para una mujer.

Debuta como comparsa y antes de los veinte años figura como actriz en el coliseo de la Comedia. "Y [Miquita] no sólo se impuso en la escena gracias a sus ligeras condescendencias (con el actor José Estacio, con el empresario Bartolomé Massa), sino merced a su versatilidad y su gracia indiscutidas, pues con igual destreza se desempeñaba en la comedia, en el canto y el baile, como tañendo el arpa o la guitarra. Aún dicen las crónicas que recitaba hábilmente ciertas tonadillas de intención picaresca, enderezadas al público masculino, y hubo ocasiones en que la vitorearon y la sacaron del teatro en triunfo" (según Tauro), pero sobre todo logró conquistar el amor del virrey Manuel de Amat y Junient, en el coliseo de la Comedia, probablemente en 1766 (Tauro), con cerca de cincuenta años de diferencia con la edad de la actriz, convirtiéndose en su favorita, mientras que para ella era una gran oportunidad para adquirir riqueza y fama. Tres años más tarde, en 1769, tuvo un hijo de él, que le llamó Manuel, al igual que su padre, y gracias a su protección adquirió "la casa del placer" (según Porras Barrenechea), donde vivió con su familia. En este tiempo, envanecida rasgó el rostro del empresario con el que trabajaba, para castigar los reproches que le dirigió en el transcurso de un ensayo, y la queja del agredido ante el virrey, le autorizó para que la echara del teatro e incluso el propio virrey tomó también medidas, negándole en adelante sus favores, de 1773 y 1775. Pero, más tarde, el 4 de septiembre de 1775 reapareció en escena, mientras que su amante virreinal le animaba a voces con el apelativo cariñoso de Perricholi, que hasta entonces sólo lo había pronunciado en la intimidad, y pronto se extendió este seudónimo por la ciudad. Le obsequió con una quinta en El Prado, con capilla, teatrín (teatro) y amplios jardines, y además construyó un importante paseo de Aguas (que aún permanece en el distrito del Rímac) a poca distancia de la casa de la actriz y amante, que "era la envida de la aristocracia limeña". Y todo se convirtió en leyenda cuando Amat dejó el gobierno (17 julio 1776) y se embarcó para regresar a España (4 diciembre 1776), se hablaría de sus provocadores paseos ante la aristocracia por la Alameda de los Descalzos y de que acompañaba a caballo al carruaje del virrey por los paseos campestres a Miraflores. Por esto, un viajero de la época, el francés Max Radiguet dirá que "Mariquita, como buena limeña, tomó todo lo que se le ofrecía, y llenó la ciudad de los Reyes con sus fausto insolente y con sus locas prodigalidades. Celosa de vengar en la persona del mayor dignatario del Estado el menosprecio y los insultos con que el orgullo español empapaba a los de su casta, cada favor se convertía en el precio de sus más caprichosas exigencias. Una noche obligó [como capricho de embarazada] a su real [virreinal] amante a bajar, con el más simple de los vestidos (una camisa) hacia la Plaza Mayor a sacar agua de la fuente, la única que en ese momento podía aplacar su sed" (C. P.).

Con el tiempo, "gracias a oportunos arreglos", adquirió la quinta y el molino situados en la esquina de la Alameda (1781), mientras que dejó definitivamente el escenario para dedicarse al cuidado de su hijo Manuel, y aunque mantuvo un cargo en la dirección de la empresa del teatro limeño, que dejó poco tiempo después, en 1794, para contraer matrimonio con José Vicente Echarri (1795), y sus últimos años de vida los dedicó "a la administración de sus bienes, el hogar y la piedad" (Tauro). Pero, sobre esto último, C. P. señala, en cambio, que Micaela Villegas, mientras que está casada, llega a tener una hija con el coronel de milicias Martín de Armendáriz, que le puso de nombre Manuela, seguramente en recuerdo de quien había sido el gran amor de su vida Manuel de Amat.

 

Bibl.: A. Tauro (dir.), Diccionario enciclopédico del Perú, Lima, Editorial Mejía Baca, s. f.; VV. AA., Personajes de la Historia de España. Madrid, Espasa Calpe, 1999; C. P., J., "Micaela Villegas y Hurtado" en VV. AA. Grandes forjadores del Perú, Bogotá (Colombia), Lexus Editores, 2001.

Miguel Héctor Fernández-Carrión

 

3.   Amat y Junyent, Manuel de. Vacarisas (Barcelona), 1704 – Barcelona, 1782. Virrey del Perú.

Fue el cuarto de ocho hermanos, nacido en el seno de una familia de origen noble. Sus padres fallecieron siendo él niño, y después de pasar un tiempo en Barcelona fue enviado a Valencia, a los ocho años de edad, a estudiar en el Colegio-Seminario de los jesuitas. Un año después regresó a tierras catalanas, y junto con sus hermanos asistió al también colegio jesuita de Cordelles, concluyendo más adelante su educación con un maestro privado. Se sabe que no mantuvo buenas relaciones con su hermano mayor, el cual heredó los títulos nobiliarios del padre.

Decidido a seguir la carrera militar, en enero de 1719 era ya alférez, y durante ese año participó en acciones armadas contra grupos de rebeldes catalanes infiltrados desde Francia. Sus años de juventud estuvieron acechados no sólo por los peligros propios de los encuentros bélicos, sino también por los temibles ataques de las epidemias. Así, en 1721 fue afectado por la peste en una travesía por el Mediterráneo, debiendo guardar cuarentena durante casi dos meses en Palma de Mallorca; y en 1727, sirviendo en el norte de África, fue enviado a la Península por razones de salud, probablemente a causa de sufrir de paludismo. Ceuta y Melilla fueron las dos localidades en las que sirvió durante el tiempo de su estancia en ese continente. En 1726 alcanzó su ascenso a teniente en Ceuta, y tres años después era ya capitán. En 1731 participó en las campañas de Italia dirigidas por el infante Carlos, hijo de Felipe V, en el transcurso de las cuales las fuerzas hispanas tomaron la Toscana y Parma. Al año siguiente pasó a integrar la Compañía de Granaderos a caballo del Rey, con la cual siguió sirviendo en Italia: en el sur luchó contra las tropas austríacas, y participó en el sitio de Capua, localidad que finalmente fue tomada por los españoles en noviembre de 1734. En 1736 fue ascendido a teniente coronel, volviendo a la Península Ibérica, destinado primero en Barcelona y luego en Ciudad Rodrigo, donde recibió su ascenso a coronel.

En 1740 murió el emperador de Austria, y España formó una alianza con Francia, Prusia y Cerdeña en contra de la heredera del imperio, María Teresa. En ese contexto, el coronel Amat pasó nuevamente a Italia, intervino en los intentos de conquista de ciertos territorios que estaban bajo el control de los austríacos, aunque finalmente los españoles salieron derrotados, teniendo que refugiarse en Francia. Luego de participar en otras campañas militares, recibió el nombramiento de brigadier, y en 1747 se hizo cargo del mando del Regimiento de Dragones de Batavia, con sede en Palma de Mallorca. Desde ese destino realizó diversas gestiones ante la Corte para obtener la encomienda de alguna Orden Militar, manifestando además su deseo de servir a la Corona en América.

En 1754 fue nombrado gobernador y capitán general del reino de Chile, jurando su cargo ante el Consejo de Indias y recibiendo el despacho de mariscal de campo. En marzo del siguiente año se embarcó para el Nuevo Mundo, probablemente sin imaginar que allí adquiriría responsabilidades aún mayores. Hizo su entrada en Santiago en los últimos días de 1755. Su labor gubernativa allí comprendió un período de seis años, en los que dio especial impulso a algunas reformas relativas a aspectos militares, por el carácter estratégico de la ubicación geográfica de Chile. En efecto, el reino de Chile constituía el primer territorio que los piratas y corsarios —o, en general, los navegantes enemigos de España— encontraban al pasar al Océano Pacífico por el Estrecho de Magallanes, con lo cual la defensa de esas costas fue de especial trascendencia para el gobernador y capitán general Amat. En ese contexto, dictó normas para reformar las milicias situadas en Valparaíso, Chiloé y Valdivia. Otro foco de inestabilidad era el de la frontera con los araucanos, la cual fue visitada por Amat. Éstos habían protagonizado varias revueltas en décadas anteriores, aunque el período de gobierno de nuestro personaje fue pacífico en ese aspecto.

En otro orden de cosas, promovió la conclusión de la Historia geográfica e hidrográfica, con derrotero general correlativo al plan del Reino de Chile, que fue enviada a la metrópoli, y que constituyó el primer diccionario geográfico de esos territorios. En cuanto a la capital del reino, dispuso diversas acciones para aplacar los altos índices de criminalidad, entre las que cabe destacar el establecimiento de la Compañía de Dragones, que tuvo como finalidad primordial la custodia del orden; además, reorganizó el cabildo secular de Santiago. Si bien los historiadores reconocen la energía desplegada por Amat en el Gobierno de Chile, varios estudiosos han emitido juicios negativos con respecto a su duro carácter, al que han atribuido la comisión de acciones arbitrarias, al igual que una supuesta tendencia a imponer su propio criterio sin valorar otros pareceres. Un factor que otorgó a la figura de Amat ribetes de conflictividad fue su enfrentamiento con importantes sectores de la elite criolla chilena.

En 1761 recibió su nombramiento como virrey del Perú, embarcándose en Valparaíso con dirección al Callao, adonde llegó en octubre de ese mismo año, haciendo luego su solemne entrada en la capital virreinal. Lima era el más importante núcleo del poder español en América del Sur, aunque Amat encontró la ciudad todavía recuperándose del terrible terremoto de 1746, que la destruyó en buena parte. A pesar de que su antecesor, el conde de Superunda, había desplegado importantes esfuerzos por reconstruirla, Amat se enfrentó a muchas tareas por concluir, y además imprimió a esas acciones una orientación acorde con las tendencias urbanísticas que entonces habían adquirido gran fuerza en Europa, en el contexto de la influencia ilustrada. Así, impulsó la creación de plazas y de lugares de recreo, como la plaza de toros de Acho, inaugurada en 1768 y que supuso el que las corridas de toros dejaran de ser una diversión callejera; se propuso la reactivación del coliseo de Comedias de Lima, ya que a su llegada llevaba varios años sin funcionar; puso también gran interés en el paseo de Aguas; plantó árboles y dotó a la ciudad de un aspecto más ordenado. Es éste, en efecto, uno de los aspectos del gobierno virreinal en el que Amat manifestó su condición de virrey del despotismo ilustrado, al igual que su Monarca, Carlos III, demostraba su interés en remodelar la ciudad de Madrid. Se trataba de una nueva concepción urbanística, que entendía la urbe como un ámbito que debía ser agradable para sus vecinos, pero a la vez dotado de seguridad y de medidas preservadoras de la salubridad pública. Así, por ejemplo, en 1769 el virrey estableció un Reglamento de Policía, para asegurar el orden en la capital. Ordenó la reparación del camino de Lima al Callao al igual que la refacción de la caja de agua y de las cañerías y pilas de la antigua alameda; también dispuso se allanara el camino al pueblo de Lurigancho.

Debe entenderse la gestión gubernativa del virrey Amat en el Perú en el contexto de las políticas reformistas de la dinastía borbónica con respecto a América. En efecto, la Corona estaba empeñada en recobrar su poder en el Nuevo Mundo, que a lo largo de la centuria anterior había disminuido notablemente. No sólo la crisis financiera de la Real Hacienda en el siglo XVII contribuyó a esa disminución de la autoridad real, sino también el creciente poder que en el Perú había ido adquiriendo la elite criolla. Incluso muchos de los propios agentes de la administración —por ejemplo, corregidores de indios, oficiales de la Real Hacienda y hasta ministros de la Audiencia de Lima— se habían vinculado de diversos modos con los grupos locales, con lo cual no fue infrecuente el que se dieran muchas situaciones en las que los intereses de éstos se imponían sobre los de la Monarquía. Fue, pues, particularmente delicada su relación con los sectores criollos, y buena parte de las críticas que luego recibió su gobierno provenía de esos sectores. Pero el reformismo borbónico no solo generó resistencia en esos grupos, sino también en muchos otros. En este sentido, los años de gobierno de Amat en el Perú fueron cruciales, ya que a los afanes reformistas que él representaba se añadía una situación de evidente tensión social, que estalló violentamente cuatro años después del final de su gobierno, con la rebelión de Túpac Amaru II en el sur andino. En cierto sentido, fue un virrey de transición: durante las décadas anteriores a su gobierno se habían iniciado las reformas borbónicas, pero fue después de su período gubernativo cuando esas reformas enfrentarían una abierta y violenta reacción.

Un importante propósito del plan de reformas de la Corona fue el de conseguir el crecimiento económico y productivo de España, para lo cual se consideraba que América debía cumplir un papel fundamental: se trataba de integrar a la metrópoli con sus dominios ultramarinos en una unidad económica productiva, para lo cual era preciso que en América se diesen las condiciones que permitieran una explotación eficaz de sus riquezas, a través de reformas administrativas y comerciales. Éstas buscaron aumentar la recaudación fiscal, favorecer el mayor desarrollo del comercio y de la minería e incrementar el número de efectivos militares para cubrir las necesidades defensivas de los territorios americanos.

Los aspectos fiscales tuvieron crucial importancia, y un punto central fue la legalización del reparto de mercancías; era ésta una práctica frecuente en el Perú desde el siglo anterior, y consistía en la venta compulsiva a la población indígena de productos que no necesariamente aquélla requería. Muchos corregidores de indios organizaron esos repartos, ya que por medio de ellos lograban beneficios económicos, actuando como intermediarios. La legalización de esa práctica en el siglo XVIII fue vista por muchos como la consagración de un abuso. La Corona, sin embargo, entendió el reparto como un sistema eficaz para lograr dinamizar el mercado, introduciendo en él a la población indígena, con los consecuentes beneficios fiscales de ese aumento de las actividades mercantiles. Otra importante etapa reformista fue la centrada en el aumento del impuesto de la alcabala y en la visita general del virreinato del Perú. El período gubernativo del virrey Amat concluyó poco antes de que esa etapa se iniciara. Sin embargo, el impacto que el conjunto de reformas tuvo, en especial sobre la población indígena, explica que desde mediados del siglo XVIII se advirtiera un notorio incremento de las revueltas en el territorio virreinal.

Ello explica también el hecho de que a lo largo del siglo XVIII los nombramientos de virreyes del Perú recayeran sobre militares, cuando en tiempos de los Austrias esos nombramientos recaían fundamentalmente en juristas o cortesanos. Los planes reformistas de los Borbones consideraron que se requería que una mano fuerte estuviera a cargo de los virreinatos y gobernaciones americanos, con el fin de restablecer la autoridad real. Además, parte de ese restablecimiento incluía la defensa de las costas frente a los ataques de los enemigos europeos de España, para lo cual se diseñó un ambicioso plan de construcción de fortificaciones. Especial empeño puso Amat en esa tarea, al punto de afirmar que la defensa territorial y el cuidado de los aspectos militares constituían la "más interesante" de las obligaciones que tenía como virrey. En efecto, un año después de tomar posesión del Gobierno del Perú fue declarada la guerra a Inglaterra, con lo cual se puso especial atención a la defensa de las costas, con una estrategia que implicó un doble objetivo: el reforzamiento de las guarniciones y el remozamiento de las fortificaciones. Amat consideró de vital importancia emprender un serio plan de defensa del Callao, ya que encontró ese puerto —al que consideraba el más importante del Pacífico— bastante desguarnecido. Por eso, emprendió obras de reforzamiento del Real Felipe, que hasta entonces constaba sólo de un cerco que consideró bastante precario. Además, organizó cuerpos de milicias en muchas provincias, comprometiendo a la población civil en ello, lo cual también le sirvió como una manera de calibrar el apoyo de la población a su autoridad.

En el ámbito económico, un sector que creció en el tiempo del virrey Amat fue el minero. Después de muchas décadas de estancamiento o de franca disminución de la producción de plata en el virreinato, la segunda mitad del siglo XVIII supuso una recuperación productiva en ese ámbito. Potosí y Cerro de Pasco fueron yacimientos que mostraron un aumento en sus rendimientos, aunque no se llegó a los volúmenes del siglo XVI o de inicios del XVII. Para la época que nos ocupa, la mayor producción de plata era la que se daba en el virreinato de Nueva España. Sin embargo, durante el gobierno de Amat se descubrieron las importantes minas de Hualgayoc —cerca de la ciudad de Cajamarca—, lo cual supuso el inicio de un importante desarrollo económico y comercial en el norte del Perú. Otro importante empeño de Amat —en el contexto del reformismo borbónico— fue el de reducir el poder de los grandes comerciantes de Lima, agrupados en el Tribunal del Consulado. Desde la metrópoli se consideraba que la pérdida de parte de la Corona del control del comercio transatlántico se debía, en buena parte, al creciente desarrollo del contrabando y del tráfico de barcos neutrales, todo lo cual beneficiaba a los comerciantes americanos, al igual que a los extranjeros. Puso Amat especial empeño en la lucha contra el contrabando, y lo cierto es que los ingresos aduaneros se incrementaron notablemente durante su gobierno.

De acuerdo con la inspiración ilustrada propia de la época, Amat se propuso promover el desarrollo de las actividades académicas en la Universidad de San Marcos, la cual afrontaba desde tiempo atrás importantes problemas: por ejemplo, el de la notoria inasistencia de profesores y de alumnos a las clases, o el de las irregularidades que se producían en la provisión de las cátedras. Dispuso el virrey que los catedráticos hicieran exposiciones públicas periódicamente, a las cuales los alumnos estuvieran obligados a asistir; promovió que la elección de aquéllos fuera hecha exclusivamente por sus méritos; dispuso la creación de la biblioteca universitaria; y apoyó el desarrollo de los estudios de Matemáticas. Además, durante su gobierno se creó el Convictorio de San Carlos.

La expulsión de los jesuitas fue uno de los grandes acontecimientos producidos durante el gobierno del virrey Amat en el Perú, respondiendo también a las políticas del reformismo borbónico. El despotismo ilustrado dominante en la Corte madrileña tuvo como uno de sus principales objetivos el aumento de las atribuciones y prerrogativas de la Corona en el ámbito eclesiástico. En ese contexto, la Compañía de Jesús apareció como la principal defensora del Papa y de la curia romana, y su expulsión en 1767 supuso un avance en las políticas regalistas. Desde los inicios de su gobierno, Amat adoptó una serie de disposiciones encaminadas a recuperar la primacía de las autoridades civiles sobre determinados asuntos en los que la Iglesia había ido logrando predominio. Así, se propuso limitar el desarrollo de las cofradías en Lima, al considerar que muchas de ellas habían abandonado en la práctica su carácter piadoso; por otro lado, ordenó realizar un inventario de todos los bienes de la catedral de Lima; ordenó el cumplimiento de la disposición emanada de la metrópoli en el sentido de no pagar los emolumentos de los eclesiásticos que se ausentaran de sus correspondientes diócesis sin autorización de las autoridades civiles; y dispuso que si alguna doctrina a cargo de un miembro del clero regular quedaba vacante, debía ser entregada a un clérigo secular, en tanto se realizara una adecuada reforma de las órdenes religiosas, para desterrar las costumbres relajadas que se atribuían a sus miembros. Sin embargo, las medidas reformistas impulsadas por Amat en el ámbito eclesiástico no llegaron a ponerse en práctica de modo pleno y, por tanto, el aspecto más relevante fue el de la expulsión de los jesuitas, sobre cuyas consecuencias han sido ofrecidas diversas interpretaciones por los historiadores. Lo cierto es que los miembros de la Compañía de Jesús dirigían muchos de los centros educativos más importantes del virreinato, y además manejaban grandes propiedades agrícolas, con lo cual fue muy notorio el impacto producido por su expulsión. Según el propio virrey, ése fue uno de los asuntos "más laboriosos" que enfrentó en su gobierno: no sólo por la gravedad del mismo, sino por la discreción y urgencia con el que hubo de acometerse; no debe olvidarse, además, la antigua vinculación de Amat con la Compañía, al haber sido alumno de los jesuitas durante su infancia.

Amat intervino en la edificación de templos o en la restauración de los que habían sufrido los estragos del referido terremoto de 1746. Así, en 1771 se estrenó el templo del monasterio de las Nazarenas, dedicado al Señor de los Milagros. El antiguo templo, poco importante arquitectónicamente, había sido destruido por el terremoto. El virrey Amat intervino personalmente en la ejecución de los planos del nuevo templo, el cual fue edificado en buena medida gracias a sus personales aportaciones económicas. Igualmente, promovió la edificación de una nueva torre para el templo de Santo Domingo, ya que la antigua había quedado seriamente dañada.

Una de las figuras centrales en la vida de Amat en Lima fue la de Micaela Villegas —la Perricholi—, joven actriz —aproximadamente cuarenta años menor que el virrey— con quien mantendría una relación amorosa que ha sido materia de interés de muchos cronistas e historiadores. En efecto, la figura de la Perricholi es una de las más célebres del período virreinal, aunque lo que se ha escrito sobre ella ha estado, en buena medida, más vinculado a la leyenda o a la novela que a la realidad. Se conocieron en el ambiente del ya mencionado Coliseo de Comedias de Lima, cuyos espectáculos histriónicos se reanudaron pocos meses después de la llegada de Amat al Perú, siendo él un asiduo concurrente a esas veladas. Todo indica que por entonces Micaela Villegas desempeñaba papeles secundarios en algunas comedias, y que el apoyo del virrey facilitó el posterior éxito en su carrera artística.

El 17 de julio de 1776 fue relevado por Manuel de Guirior, después de quince años de gobierno. Partió a España en noviembre del mismo año, luego de un período gubernativo ciertamente intenso, y con setenta y dos años de edad. A pesar de su fuerte temperamento —"de los arranques frecuentes que tenía como soldado terco, y de sus tendencias a la arbitrariedad", al decir de Mendiburu—, Amat hizo numerosos amigos en Lima, y su influencia social en la capital virreinal fue ciertamente mayor que la que alcanzaron muchos otros vicesoberanos. Por otro lado, sin embargo, fueron también muy insistentes las versiones que le atribuyeron actuaciones ilícitas —por ejemplo, recibiendo dinero de diversas personas con el objeto de obtener determinados beneficios—, a partir de las cuales habría formado una importante fortuna. En este sentido, después de su regreso a la Península se publicaron en Lima numerosos panfletos y textos variados condenando muchas acciones del virrey, como sus supuestos derroches, su enemistad con los jesuitas y los públicos amores con Micaela Villegas. Tuvo, pues, muchos enemigos, y durante los meses previos a su regreso a la Península —tras haber dejado ya el poder virreinal— tuvo que sufrir ataques, críticas y comentarios sarcásticos de diverso tipo, muchos de ellos a través del medio impreso. De ellos, el que más resonancia alcanzó fue el Drama de Dos Palanganas, que por el odio y mordacidad reflejados —fue, sin duda, el escrito más duro en cuanto a sátira política de toda la época virreinal—, al igual que por su carácter anónimo, generó desde un principio diversas especulaciones entre los historiadores.

Al parecer tuvo un hijo con Micaela Villegas, tal como ella expresamente lo indica en su testamento: Manuel de Amat y Villegas, que años después fue enviado por su madre a educarse en Europa, volviendo posteriormente al Perú.

En cuanto al virrey, tras su regreso a la Península vivió retirado en Barcelona, en una finca de su propiedad. En edad muy avanzada contrajo nupcias con una sobrina suya, y en esa etapa construyó el denominado palacio de la Virreina, en la misma ciudad, donde falleció el 14 de febrero de 1782.

 

Bibl.: M. de Mendiburu, Diccionario Histórico-Biográfico del Perú, t. I, Lima, 1931, págs. 410-472 (2.ª ed. con adiciones y notas bibliográficas publicada por Evaristo San Cristóval); V. Rodríguez Casado y F. Pérez Embid,Memoria de gobierno de Manuel Amat y Junient, virrey del Perú, Sevilla, Escuela de Estudios Hispano-Americanos, 1947; V. Rodríguez Casado y F. Pérez Embid, Construcciones militares del Virrey Amat, Sevilla, Escuela de Estudios Hispano-Americanos, 1949; R. Vargas Ugarte, SI, Historia del Perú. Virreinato (Siglo xviii),Lima, 1956; A. Sáenz-Rico, El Virrey Amat. Precisiones sobre la vida y la obra de Don Manuel de Amat y Junyent,Barcelona, Ayuntamiento, Museo de Historia, 1967 (2 vols.); G. Lohmann Villena, Un tríptico del Perú virreinal: el Virrey Amat, el Marqués de Soto Florido y la Perricholi. El Drama de dos palanganas y su circunstancia, Chapel Hill, University of North Carolina, 1976; S. O'Phelan Godoy, Un siglo de rebeliones anticoloniales. Perú y Bolivia, 1700-1783, Cuzco, Centro de Estudios Regionales Andinos Bartolomé de las Casas, 1988; J. de la Puente Brunke,José Baquíjano y Carrillo, Lima, 1995; V. Peralta Ruiz, "Las razones de la fe. La Iglesia y la Ilustración en el Perú, 1750-1800", en S. O'Phelan Godoy (compiladora), El Perú en el siglo xviii. La era borbónica, Lima, Pontificia Universidad Católica del Perú- Instituto Riva-Agüero, 1999, págs. 177-204; J. Fisher, Bourbon Peru. 1750-1824,Liverpool, Liverpool University Press, 2003; C. Pardo-Figueroa Thays y J. Dager Alva (dirs.), El Virrey Amat y su tiempo, Lima, Instituto Riva-Agüero-Pontificia Universidad Católica del Perú, 2004.

José de la Puente Brunke

 

viernes, 27 de septiembre de 2019

BENITORODRÍGUEZ, J.A., El Seminario de Santo Toribio en la Historia (1590-1973), su trayectoria vital. Reseña del P. Jesús Salamanca

BENITO RODRÍGUEZ, J.A., El Seminario de Santo Toribio en la Historia
(1590-1973), su trayectoria vital,
 Lima 2016, 388 pp.

El autor, docente de la Facultad de Teología Pontificia y Civil de Lima y director del Instituto de Estudios Toribianos en la misma, busca dar a conocer la singular y benéfica trayectoria del seminario de Santo Toribio de Mogrovejo, que tanto ha aportado al bien de la Iglesia en el Perú como afirma en su introducción: «ninguna institución educativa ha prestado tantos servicios a la sociedad peruana en casi 500 años de existencia como el Colegio – Seminario de Santo Toribio, de sus aulas  saldrán  líderes de influencia decisiva en el Perú y América Latina, tanto en el mundo virreinal y republicano». (p. XVII).

La obra brinda las primicias de un proyecto exhaustivo, que busca ayudarnos a conocer la amplitud de miras y la hondura vital de una de las instituciones educativas más fecundas en toda la historia del Perú. Esto sirve de estímulo a los seminaristas e historiadores a profundizar más en ella.

Se pretende no tanto presentar las "viejas glorias" sino abrir nuevos horizontes. De aquí, la urgencia de renovación profunda de los seminarios y la necesidad de nuevas vocaciones.

El volumen comienza con una introducción explicando el ser y sentido del seminario, donde el autor refiere que la iniciativa del seminario limeño debe enmarcarse en la propuesta del Concilio de Trento (1542- 1563). «El seminario es una institución genuinamente conciliar tridentina,  puesto que fundamenta  los pilares básicos de los futuros centros de formación sacerdotal diocesana». (p. XXVI)

El  primer capítulo, titulado El fundador y sus cimientos, comienza explicando el proyecto del primer arzobispo de Lima, Jerónimo de Loayza, quien solicita al rey la orden necesaria para que se cumplan y funden los Seminarios que manda el Concilio de Trento.

En el segundo apartado, el autor nos narra la preocupación de santo Toribio de Mogrovejo, segundo arzobispo de Lima, por la fundación del seminario de Lima. Quien convoca al cabildo y recurre oportunamente al rey para que declarase al Patronato cuanto antes se fundase de su propia hacienda. De hecho, el seminario fue fundado con el propio peculio del santo.

En los dos siguientes apartados; se resalta la figura de santo Toribio de Mogrovejo, dado que hablar del seminario nos conduce a hablar del santo. «Efectivamente, hay pocos peruanos tan conscientes de su misión como este "santo padre" de la Iglesia en América. Nacido en Mayorga (Valladolid), en 1538, y muerto en Saña (Perú), en 1606, trazará una estela singular y recorrerá un camino por el que podrán caminar todos los peruanos con el único objetivo de llegar a la meta que es Dios». (p. 6) Asimismo, señala los firmes principios legados por Santo Toribio de Mogrovejo, que están reflejados en las primeras constituciones del Seminario y que con este celo y perseverancia se han mantenido por 428 años.

En el siguiente apartado, narra el conflicto con el virrey marqués de Cañete, quien ante la fundación del Seminario de Lima por el santo, pretextó que se violaba el Real Patronato. El arzobispo, por su parte, al constatar el hecho cerró el seminario a los dos meses de fundado y denunció el hecho ante la Audiencia. Finalmente, el propio rey Felipe II, en contra de sus propios intereses y se su propio prestigio, desautorizará al mismo virrey enviándole la presente Real Cédula el 15 de mayo de 1592. Esta respuesta marcó lo que sería la posición regia con relación al gobierno de los seminarios: firme apoyo a los obispos  contra las actitudes prepotentes de virreyes y gobernadores.

Más adelante, en un nuevo apartado, el autor afirma que «casi siempre que a los contemporáneos de Santo Toribio se les convocaba para informar sobre su vida, coinciden en relacionar la vida ejemplar del arzobispo Mogrovejo con la iniciativa de fundar el seminario de Lima. De modo que los testigos dejan bien claro la dadivosidad y el celo del fundador por su obra.»(p. 21)

En el penúltimo apartado, Benito expone claramente que el nuevo seminario  tuvo como fin formar la identidad y el perfil sacerdotal querido por el prelado para la "nueva Iglesia de las Indias", según el Concilio de Trento y del Tercer Concilio Limense.

Finalmente, el último aparatado está dedicado al primer rector del seminario, el presbítero Hernando de Guzmán, quien con 25 años asume el cargo. Fue nombrado rector del seminario el 7 de diciembre de 1591,  se desempeñaría en el cargo de rector por más de 40 años. Finalmente, fallece el 3 de diciembre  de 1636 en Lima. Se concluye la audacia de Mogrovejo al apostar por un jovencísimo sacerdote para un cargo tan trascendental.

Entre las principales conclusiones, me interesa destacar la importancia de la permanencia en el tiempo y la estabilidad del seminario de Lima lograda a lo largo de casi medio milenio, siendo responsable de la educación de futuros obispos y personajes emblemáticos del mundo social y religioso del Perú; la estrecha relación del mundo del seminario con la sociedad peruana, cabe mencionar que entre los próceres que van preparando el clero renovado del Nuevo Régimen tenemos a varios alumnos y profesores toribianos; y por último, el Seminario nos habla de personas que se forjan integralmente para donarse a los demás como otros Cristos.

Se trata de un libro que con rigor histórico y concisión nos relata la vida del Seminario de Santo Toribio de Mogrovejo de Lima. Estoy seguro de que la lectura de este libro contribuirá enormemente a conocer y valorar la rica historia de la Iglesia que peregrina en Lima con el único afán de llevar el Evangelio.

Señalaremos, por último, que el libro cuenta con un importante aparato gráfico que comprende fotografías históricas y actuales, del interior y exterior del seminario; y 10 anexos que complementan el desarrollo del libro con  información adicional,  acerca de  la historia del seminario de Lima y de la historia de la Iglesia del Perú en general.

 

Pbro. Jesús Salamanca