viernes, 1 de junio de 2018

SIERVA DE DIOS AGUSTINA RIVAS (1920-1990)

Les comparto el edicto y la oración aprobada por el obispo de San Ramón en la Causa de la Sierva de Dios, María Agustina Rivas, de quien pronto se repatriarán sus restos al vicariato de San Ramón, donde vivió la última etapa de su vida y donde recibió la palma del martirio. Nos informan que la causa avanza, ya se han recogido los pertinentes testimonios y en cualquier momento puede ser declarada beata; pudo haberlo sido con los mártires de Chimbote, pero Dios tiene sus momentos. Agradezco al P. Alfonso Tapia el envío del edicto y la oración.

El 27 de septiembre se conmemora el aniversario del martirio de nuestra hermana María Agustina Rivas López, asesinada por el grupo terrorista Sendero Luminoso, en La Florida, Selva Central de Perú en 1990. Nació el 13 de junio de 1920 en Coracora, provincia de Parinacochas, Ayacucho. Sus padres fueron Dámaso Rivas y Modesta López, quienes tuvieron en total 11 hijos, todos nacidos en Ayacucho. Es en este hogar ayacuchano donde interioriza el valor de la justicia solidaria y aprende las virtudes cristianas, junto a sus diez hermanos.

Vino a Lima en 1938 y en 1942, el 8 de febrero, hace su primera profesión en la Congregación del Buen Pastor. Desde entonces, vivió con fidelidad inquebrantable su compromiso con la Persona y la misión de Jesús Buen Pastor. Vivenció plenamente el carisma de misericordia en su vida comunitaria y apostólica. Transcurre gran parte de su vida en la casa de Barrios Altos. Allí trabajó especialmente en la lavandería y alternaba con el personal y las jóvenes internas.

De 1970 a 1975 acompañó a las Hermanas Contemplativas. Agustina fue para ellas una excelente y abnegada enfermera, un apoyo, un recurso frecuente y fraterno. Luego, en su contacto con jóvenes y niñas en el apostolado, se dio con su habitual abnegación; ellas como todas las personas que compartieron con ella, la encontraron sencilla, alegre y llena de bondad.

En 1986 forma parte de la comunidad del Noviciado. Su testimonio de vida fue un factor importante en la formación de las jóvenes. En 1987 se ofreció para vivir en la comunidad misionera de La Florida (Vicariato de San Ramón). La Congregación había asumido allí desde hacía 11 años un Proyecto de Promoción de la Mujer dirigido a la joven y mujer campesinas y de las zonas nativas, las más pobres del valle, en talleres textiles, respostería y cocina.

Llegamos a la última etapa de su vida, la que puso en evidencia toda su riqueza personal y su opción por los pobres. La situación fue tornándose muy difícil debido a la presencia de grupos subversivos en el valle de Yurinaqui. Permanecer allí era para la Congregación un fuerte desafío, con dos alternativas: o abandonar el rebaño, o ponerse en riesgo constante de "dar la vida" por Él. Las hermanas optaron por lo segundo. Aguchita, pese a su salud quebrantada, siguió fiel a su opción, en absoluta coherencia.

Hasta que el 27 de setiembre de 1990 el Buen Pastor le hizo su último llamado, le dio el privilegio de ofrendar su vida, junto al rebaño. Fue asesinada por Sendero Luminoso, junto a 6 personas del lugar. La Hermana Aguchita (diminutivo cariñoso con el que se la conocía) desarrolló el programa de Catequesis Familiar en todo tiempo y lugar. Era muy querida pues tenía el don de convocar a niños y grandes. A su lado, los pequeños aprendían a rezar, tejer, hacer el pan y cuidar las plantas y los animalitos. Precisamente cuando la columna senderista la llamó para ser ejecutada se encontraba enseñando a las niñas a preparar caramelos toffees. Fue un 27 de septiembre de 1990. Contaba con 70 años. Los cargos que le inculparon los terroristas fueron "por hablar de la paz y no hacer nada, por estar trabajando con los ashaninkas, por estar organizando, por distribuir alimentos...". Monseñor Julio Ojeda, Vicario Apostólico de San Ramón, dirá en la homilía de su funeral: "Ella en su larga y callada vida fue asimilando profundamente la espiritualidad del Buen Pastor. Supo amar a todos y en su sencillez lo fue demostrando en los pequeños detalles del vivir cotidiano, hasta que el Señor considerándola ya madura, le pidió el obsequio de su misma vida, ofreciéndola cruentamente, como signo de que era capaz de amar hasta el extremo".

Tenemos en ella una santa mártir. Aguchita nos mostró el Evangelio durante su vida, a partir de su muerte nos sigue evangelizando con la fuerza radical de las bienaventuranzas.

Hoy, le pedimos nos ayude a entender lo que significa ser artesanos de paz con justicia en nuestro Perú y el mundo y a tomar conciencia del alcance de nuestra entrega "hasta la muerte".

(Con apuntes de la Hna. Delia Rodríguez O. RBP)