viernes, 12 de mayo de 2017

LOS SACRIFICIOS ENTRE LOS INCAS SEGÚN FEIJOO DEBIDO A LA IDOLATRÍA

 

Benito Jerónimo Feijoo 1676-1764[1]

Cartas eruditas y curiosas / Tomo tercero
Carta Décimo séptima

Como trata el demonio a los suyos

24. Ya que hemos examinado en orden al asunto las tres partes del Mundo antiguo, Asia, África, y Europa, vamos a ver cómo lo hacía el demonio con los habitadores del nuevo Mundo, mientras permanecieron en la idolatría. Peor aún que con los Idólatras del antiguo. No hay especie de crueldad, que este horrible tirano no ejerciese con aquellos miserables. Las víctimas humanas eran muy frecuentes en aquellas vastísimas Regiones. En el Perú sacrificaban niños de cuatro a diez años por los intereses de los Incas. De suerte, que si el Inca estaba enfermo, para impetrar su salud, o si emprendía alguna guerra para que obtuviese la victoria, se recurría a este abominable sacrificio. Sacrificaban también al mismo fin doncellas, que sacaban de unos Monasterios, donde las tenían encerradas, que también allá sugirió el demonio se fundasen Comunidades de Vírgenes Religiosas para su culto; y en hacerlas quitar la vida inhumanamente, debajo de la engañosa persuasión de que eso convenía para la felicidad del Monarca, explicaba al amor con que miraba a aquellas esposas suyas.

25. Fuera de esto, cuando daban el Penacho al nuevo Inca, que era la insignia de la potestad Regia, como acá el Cetro, o la Corona, sacrificaban doscientos niños de edad que expresé arriba.

26. En el Imperio de Méjico, y Naciones vecinas eran innumerables las víctimas humanas, que se ofrecían a los Ídolos. Es verdad que sólo se sacrificaban los prisioneros de guerra. ¿Pero qué importa? Todos eran comprendidos [179] en el destrozo. Los Mejicanos sacrificaban a los que cautivaban en las guerras con otras Naciones; y éstas recíprocamente sacrificaban los que podían cautivar de los Mejicanos. El P. Acosta, a quien principalmente sigo en estas noticias de la América, por ser el Escritor más autorizado en ellas, dice, que muchas veces se hacían guerra aquellos bárbaros, sin otro motivo que el de hacer prisioneros para sacrificar. Como dijesen los Sacerdotes de los Ídolos, (y lo decían muchas veces) que sus Dioses estaban hambrientos, luego se decretaba la guerra contra tal, o tal Nación; y el empeño principal en las batallas era coger vivos unos a otros, para tener víctimas que matar. De aquí resultaba ser éstas tantas, que hubo ocasión que la suma de los sacrificados en varias partes en un mismo día subió a veinte mil.

27. Creo que no ignora Vmd. que en estos sacrificios había la inhumanísima circunstancia (o por mejor decir esta era la esencia de ellos) de abrirles el pecho a los sacrificados con un cuchillo de pedernal, y arrancarles el corazón estando vivos.

28. En varias Regiones del nuevo Mundo no había, a la verdad, estos sacrificios; pero en esas mismas tenía el demonio otros modos de dar pasto a su sevicia. En unas, por sugestión suya, cuando moría algún personaje principal, se hacía lo mismo que arriba dije de algunas Naciones Africanas, matar muchos de sus más allegados, o por dependencia, o por amistad, para que fuesen a servirlos en el otro Mundo. En otras lo hacían mucho peor con los prisioneros de guerra, que en las Provincias donde los sacrificaban; porque no contentándose con matarlos a sangre fría, les daban la muerte más cruel que podían imaginar; como los hacían los Iroqueses, que atando a sus prisioneros al tronco de un árbol, ya les metían las astillas de cañas entre la carne y uñas de los dedos; ya con materias encendidas los iban tostando en varias partes del cuerpo; ya con sus propios dientes les iban sacando bocados de las carnes, que comían a la vista de aquellos miserables. Y todo [180] esto hacían que durase lo más que se pudiese. En otras, en que no eran tan despiadados con los prisioneros, aunque no igual la crueldad, era mayor el horror; porque los mataban para comerlos, procurando antes cebarlos, y engrasarlos, como acá se hace con las bestias, que nos sirve de alimento.

29. En otras ha inspirado el demonio unas modas, o modos de adornarse igualmente disformes, que dolorosos. Algunos de estos refiere el P. Gumilla en su bella Historia del Orinoco, que si mueven la compasión por trabajosos, excitan la risa por extravagantes. Hay Naciones, donde a las niñas, luego que nacen, les ajustan las madres debajo de las rodillas, y sobre los tobillos, a alguna distancia de ellos, dos fajas, o cintas de torzal de pita, tan fuertes, que les duran toda la vida, y con la comprensión las están atormentando todo el tiempo que crece el cuerpo. El efecto de ellas es abultarse en volumen monstruoso, como una grande bola, la parte de las piernas, que está entre las dos fajas. Y esto tiene aquella gente por cosa de mucha gracia, y donaire. Es gala en muchas partes taladrar las orejas, e ir sucesivamente ensanchando el agujero hasta que cabe por él una bola de trucos. Los Indios Rocones, Nación montaraz de Buenos Aires, al punto que nace la criatura, le rasgan la boca por uno, y otro lado, de modo que las aberturas llegan a las orejas. A la Nación, que llaman de los Entablillados, dieron los Españoles este nombre, porque luego que sale a luz el infante, poniéndole en prensa la parte superior de la cabeza entre dos tablas, la una por la frente, y la otra por el cogote, la dejan ridículamente afilada. Las Indias Achaguas tienen por gala unos grandes bigotes artificiales, que en la niñez les forman sus madres, abiéndoles en la cara con un colmillo del pez Payara, que es agudo como una lanceta, las rayas necesarias, para que los bigotes queden garbosos; y después de enjugar la sangre con cierta tinta ennegrecen aquellas cisuras, con que están hechos los bigotes para toda la vida. Las grasas hediondas, y abominables, con que untándose pretenden [181] dar lustre al cuerpo, y a la cara son comunes a varias Naciones Americanas. Omito otras muchas modas semejantes, que refieren éste, y otros Autores.

30. Finalmente, la horrenda inhumanidad, que practican con los enfermos, ¿cómo podía menos de ser sugerida del demonio? El Padre Gumilla, testigo de vista, dice, que los dejan morir, sin que ninguno de los parientes, y domésticos de la menor seña de sentimiento, o ponga, ni con palabras, ni con obras, la más leve aplicación a su alivio, y consuelo. Todo lo que hacen, es ponerles la comida a mano, la misma de que usan los demás; y que coman, que no, nadie les dice palabra. Con los viejos inválidos parece que proceden del mismo modo, o acaso peor; porque yo le oí al R.P. Mro. Fr. Gabriel de Tineo, que fue Superior de seis Provincias Franciscanas en la América, y hoy reside en esta Ciudad de Oviedo, que viendo a un pobre viejo de aquellos Gentiles enteramente desatendido, y abandonado de sus domésticos mismos, y corrigiéndolos él sobre esta inhumanidad, uno de ellos le respondió secamente: ¿Pues de qué puede servir éste ya en el Mundo?

31. Ve aquí, señor mío, expuesto bastantemente a la larga cómo trata el demonio a los que le sirven, y adoran. Estos son los regalos, que les hace; estos los deleites, y comodidades que les procura. Hagan, pues, otros el aprecio que quieran de esas Relaciones, que en las Naciones Idólatras acumulan tantos, y tantas, que usan para sus fines del pacto que hicieron con el demonio. Yo creo, que como en el pacto dada una de las partes contrayentes pone, o admite las condiciones que quiere, los hombres siempre capitularían con el demonio, que les diese unas grandes felicidades temporales, y el demonio vendría en ello por hacerlos eternamente infelices. ¿Pero vemos esas felicidades temporales entre los Idólatras? Todo lo contrario, como llevo largamente probado en esta Carta.

Cartas eruditas y curiosas / Tomo quinto
Carta XXX

Satisface el Autor a una supuesta equivocación sobre los sacrificios,
que hacían los vasallos de los Incas del Perú,
ofreciendo al Sol víctimas humanas

http://www.filosofia.org/bjf/bjfc530.htm

1. Muy señor mío: Recibí la de V. S. con la estimación debida a las expresiones de honor, con que me favorece en ella, muy correspondientes a su regia nobleza, pero muy desproporcionadas a mi corto mérito. Y pasando al asunto, que movió a V. S. a tomar la pluma, digo, que tengo buenos fiadores de lo que en el tercer Tomo de Cartas escribí de los sacrificios, que hacían los vasallos de los Incas, ofreciendo al Sol víctimas humanas. Nuestro Historiador Antonio de Herrera en su Década 5, cap. 5, dice expresamente cuanto yo escribí en la materia, como V. S. podrá ver fácilmente, pues no hay libros de más sobra en Madrid, que los cinco, que componen la Historia de Herrera reimpresos en Madrid el año de 1730; sobre que advierto, que este Autor, en todo lo que mira a las Indias Occidentales, es digno de la mayor fe, porque de orden del Rey se le manifestaron todos los Instrumentos contenidos en el Archivo del Consejo de Indias.

2. Lo mismo que Herrera en el lugar citado, dice el Padre José Acosta en su Historia Natural, y Moral de las Indias, lib. 5, cap. 19. En él podrá ver V. S. los sacrificios de niños de cuatro a diez años, por los intereses de los Incas: el de 200 niños en la Coronación de aquellos soberanos: también de las Doncellas, que para este efecto sacaban de los Monasterios. Así, señor mío, bien lejos de equivocarme yo en atribuir a los Peruanos lo que [436] de los sacrificios horribles de los Mejicanos dice el Padre Acosta, sobre V. S. cayó sin duda la equivocación. El padre Acosta habla con distinción de unos, y otros en dos capítulos inmediatos: en el 19 habla de los sacrificios de los Peruanos, que inmolaban éstos en obsequio de sus Incas; y en el 20 de los Mejicanos. Estos a la verdad, eran en mayor número, pero intervenía la circunstancia, que los hacía menos horribles; esto es, que solo sacrificaban sus enemigos prisioneros de guerra, y nunca los naturales del mismo Imperio; al contrario los Peruanos, que sacrificaban sus mismos naturales, vasallos de los Incas. Distinción, que en dicho capítulo 20 nota el mismo P. Acosta.

3. Nada obsta contra esto la alegación, que V. S. hace de Autores, que dicen, que los sacrificios de los Peruanos eran de frutos de la tierra, y de algunos animales. También dicen esto los Autores, que he citado: el Padre Acosta en el lib. 5, cap. 18, y Herrera en el citado cap. 5, §. I. Lo que se deja entender del contexto de uno, y otro Autor, es, que los sacrificios de lo brutos, y cosas inanimadas eran los cotidianos, y comunes; pero los de víctimas humanas solo se practicaban en los casos extraordinarios, que ellos mismos señalaban, y yo también señalé, siguiéndolos a ellos. Por tanto si el Inca Garcilaso, u otros Autores sólo hablan de estos últimos sacrificios, es porque solo quisieron hablar de los de práctica común, y no de los extraordinarios. No ignoro el grande mérito del Inca Garcilaso, el cual leí una buena parte en mi juventud; hoy no le tengo, ni aquí hay quien le tenga. Pero en ninguna manera se opone a su veracidad, y buena fe el que omitiese la relación de los sacrificios, que se hacían extraordinariamente, contentándose con dar noticia de los anuales, y diarios. No ignoro que los Incas reformaron infinito la barbarie dominante en los Reinos que conquistaron, y que estos fueron por la mayor parte unos Príncipes muy magníficos, de insigne conducta, y acertado gobierno; pero donde reina la Idolatría, por más que los Príncipes sean bien intencionados, [437] siempre queda un grande resto de barbarie.

No quiero cansar más a V. S. a quien deseo servir con alta veneración, y afecto que merece, no solo por su soberana estirpe, más también por su propia persona, la cual ruego a N. S. conserve muchos años. Oviedo, y Enero 5 de 1751.

O. S. C. S. R. E.


{Benito Jerónimo Feijoo (1676-1764), Cartas eruditas y curiosas (1742-1760), tomo quinto (1760). Texto tomado de la edición de Madrid 1777 (en la Imprenta Real de la Gazeta, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros), tomo quinto (nueva impresión), páginas 435-437.}