LA OBRA DE SANTO TORIBIO EN LA EVANGELIZACION Y LA FORMACION DE LA CONCIENCIA NACIONAL EN EL PERÚ[1]
Víctor Andrés Belaunde
Hemos considerado como un sólo período en la conquista espiritual del Perú, el que va desde la llegada de los primeros misioneros y se extiende hasta el advenimiento de Santo Toribio. Esta etapa comprende los primeros viajes y excursiones misionadas, la fundación de los conventos, el establecimiento de las reducciones y de las doctrinas, la acción del primer Obispo (después Arzobispo) de Lima, y por último, la acción del Estado que encarnó Toledo. Este es el período heroico de la creación. Hemos visto cómo se destacan los problemas relativos a los regulares como doctrineros y los abusos de los curas y la jurisdicción de los Obispos. La obra emprendida exigía un nuevo impulso, no sólo para conservar y consolidar lo creado, sino para mejorarlo y difundirlo. Las dificultades vencidas surgían de nuevo, pareciendo insuperables. Las distancias y lo abrupto del territorio continuaban obstaculizando el progreso misional. Era muy difícil mantener el impulso heroico de los primeros días. Aparecían la mediocridad y el egoísmo inevitables en toda obra humana. El único factor antiguo definitivamente dominado fué la anarquía política, reemplazada por la afirmación de la autoridad estatal. que culminó en la obra del Virrey Toledo. Sus sucesores defendieron la Colonia de los peligros externos, mantuvieron el orden jurídico y prestaron a la Iglesia el apoyo necesario. Era indispensable que en este momento surgiera una personalidad genial bajo cuya inspiración se consolidara definitivamente la obra realizada.
Providencialmente apareció en la historia del Perú la egregia figura de Toribio de Mogrovejo. Elegido entre los seglares piadosos de elevada cultura, su elevación al Episcopado tuvo los caracteres de un llamamiento excepcional al cual él supo corresponder con la entrega y la oblación absoluta de un apóstol. Para su importante misión tuvo sobre todo Santo Toribio un sentido heroico de la vida, común a la élite española de su tiempo, y además del sello de verdadera autoridad, y de la inspiración de una auténtica cultura teológica y jurídica, ese quid divinum que diferencia a los santos de los demás mortales. Y como feliz culminación de todas estas raras prendas, poseyó la visión amplia y profunda de la enorme misión que el Papado y la Monarquía le confiaban. Pocas veces un hombre estuvo más preparado moralmente y mejor apercibido para llevar a cabo un glorioso destino.
Educado en el Colegio de San Salvador de Oviedo, en Salamanca, adquiere la mejor educación jurídica y teológica que podía darse entonces. Pasó luego como Inquisidor General a Granada, donde se distingue por su sabiduría y sagacidad, y, sobre todo, por su virtud. Ahí le sorprende el llamamiento del Rey que más parece haberse debido a una inspiración que a los consejos e influencias que obran en ocasiones semejantes. Siente como una súbita iluminación este llamamiento que él considera una misión que, por medio del Monarca, le confiere el mismo Dios, y se ~percibe al largo viaje que realiza preparándose con el mejor conocimiento de las tierras de los naturales y de la lengua de la región que debía gobernar espiritualmente. Montalvo, su insigne biógrafo, nos ha dejado, en páginas de sobria elegancia, a pesar del barroquismo dominante, los perfiles del Santo, cuando dice por ejemplo respecto de su humildad: "No era altivez aquella grave compostura, sino conocimiento de los que representaba; pedía reverencias cuando hacía veces de Dios, y sólo desprecios cuando hablaba por sí".58
El nuevo Arzobispo se dio cuenta inmediatamente de que la catequización de los indios constituía la parte fundamental y original de su obra. Es cierto que la administración eclesiástica respecto de las ciudades hispánicas presentaba también problemas más graves que en las diócesis peninsulares; pero al fin, estos aspectos de la administración episcopal suponían una labor ordinaria y en vías de consolidarse. En cambio, el problema lleno de inquietantes complicaciones era el de la catequización de los indios. El Arzobispo vio claramente que ésta no podía efectuarse sin la utilización de los idiomas autóctonos. De aquí que sus primeros afanes se orientaran a componer catecismos en quechua y en aimara, "las lenguas más generales y usadas en estos tiempos" 59• Buscó la ayuda de los teólogos doctos y lingüistas expertos para que también hubiera conformidad en la doctrina cristiana en el lenguaje de los indios 60•
Naturalmente, esta idea fue aprobada por el Concilio Provincial que resumo. El Santo comprendió que, de modo general, la política seguida por los corregidores ofrecía obstáculo a la evangelización, y dirigió al Rey insistentes cartas delatando los abusos que cometían al obligar a los indios a trabajar y al retener los fondos de las comunidades que deberían emplearse en socorrer a los indios necesitados 61• En una palabra, Santo Toribio viene a confirmar la opinión de todos los misioneros sobre las trabas que presentaban los corregidores al bienestar de los indios. En dos empresas fundamentales se refleja la obra de Santo Toribio respecto de los indígenas. Primera, la convocación de los concilios para dar a la catequización mayor autoridad y armonía y cumplir además lo dispuesto por el tridentino; y segunda, la prolija visita del inmenso territorio diocesano. Santo Toribio convocó en 1583 el tercer Concilio diocesano, al que asistieron los Obispos de Quito, Charcas, Cuzco, Santiago y Tucumán. El Concilio luchó contra el grave inconveniente de las denuncias y reclamaciones presentadas contra el Obispo del Cuzco. Santo Toribio quiso que esas reclamaciones se tramitaran sin la presencia del Prelado acusado, pero a ello se opuso la mayoría de los Obispos; la actitud enérgica del Santo llegó a producir la intervención de la Audiencia de Lima.
A pesar del desmedro que para la autoridad del Concilio entrañaba este desacuerdo y la consiguiente demora de los trabajos, la tenacidad del Arzobispo logró la conclusión de éstos en los puntos que interesaban al programa del egregio prelado. Se aprobó la redacción de un solo catecismo; que los indios aprendiesen en su propia lengua las oraciones; que se les diera el Viático y la Comunión Pascual y que nada se les llevara por administrarles los Sacramentos. En cuanto a la instrucción de los indios, conviene transcribir lo ordenado por el Concilio en su canon 45: "Tengan por muy encomendadas las escuelas de los muchachos los curas de yndios y en ellas se enseñen a leer y escrivir y lo demás y principalmente que se abecen a entender y hablar nuestra lengua española y miren los curas que con occasion del escuela no se aprovechen del servicio y trabajo de los muchachos, ni les enbien a traer yerba o leña, pues encargan en esto sus conciencias con obligación de restituyr. Enseñen también la doctrina christiana a los niños y niñas, y no les ocupen en sus aprovechamientos, mas despidanlos temprano, para que vayan a sus casas, y sirvan y ayuden a sus padres, a los quales guarden respeto y obediencia". 62
Cabría también referirse a las prescripciones que establecen penas a los curas de indios que contratan y granjean con éstos; que disponen que los curas visiten los pueblos, por lo menos siete veces al año; que no dejen de dar el Santísimo Sacramento a los indios que, habiendo sido examinados, hallaren tener inclinación y deseo de la comunión; que los indios tengan libertad de casarse fuera de su ayllo; y que a cada parroquia no se le den ni señalen más de cuatrocientos indios tributarios. El estudio de las disposiciones del Concilio revela la más profunda preocupación por la evangelización, y el propósito de llevarla a cabo con toda eficacia, defendiendo al mismo tiempo los legítimos intereses de los indígenas. La obra del Concilio fue apoyada por memoriales que inspiró Santo Toribio. En uno de ellos denunció como abusivo el cobro de las tasas en plata que obligaba a los indios a buscarla alquilándose en distintos trabajos. Santo Toribio criticó severamente la mita que forzaba a los indios a dejar sus mujeres e hijos. En síntesis, puede decirse que por obra de los decretos del Concilio y del memorial en que se le apoyó, la Iglesia fue consecuente con la actitud de los primeros misioneros en la defensa de los aborígenes. La obra de este Concilio fue confirmada y completada por el de 1591. Se sujetó a los curas y religiosos al derecho común, de acuerdo con el Concilio de Trento y se prohibió la intromisión de legos, bajo uno u otro pretexto, en los asuntos eclesiásticos. 63
Respecto de las visitas diocesanas, causa asombro al historiador con~ temporáneo seguir el itinerario de Santo Toribio al viajar por su diócesis, atravesando desiertos, escalando montañas, pernoctando en punas y desafiando peligros sin cuento. Santo Toribio fue el paradigma del pastor ambulante; su ansia era conocer a todas sus ovejas para remediar sus necesidades. Hay que tener en cuenta que la arquidiócesis de Lima comprendía las dos terceras partes del Perú actual y que el Santo quiso visitar pueblo por pueblo, sin omitir ninguno. Recorrió más de seiscientas leguas, bautizó y confirmó miles de almas. La relación de su primera vi~ sita constituye el primer censo del Perú, pues indica respecto de cada pueblo el número de indios tributarios, y, en muchos casos, incluye da~ tos sobre las haciendas y ganados. La primera visita del Santo probó la realidad y trascendencia de la obra misional y doctrinera. Casi todos los pueblos tenían ya iglesia, casa cura, concejo, cárcel y hospital.
La lectura de la relación de esta primera visita lleva a concluir que se había producido la transformación estructural del Perú. Las comunidades y los pueblos -conservando sus caciques, habían entrado dentro de los cuadros de los concejos y corregimientos establecidos por la administración española. Las huacas, sepulturas y montículos habían sido sustituidos en gran parte por iglesias. Los pueblos y aldeas debe~ rían tener otra fisonomía, a causa de los nuevos edificios: templo, casa comunal y hospital. La visita del Arzobispo sirvió para mejorar la condición de las iglesias, para la continuación de las fundaciones, para la creación de hospitales y mejor funcionamiento de los existentes, y sirvió, sobre todo, desde el punto de vista moral, de vigilancia, estímulo, aliento y ejemplo para curas y feligreses. Un hálito de santidad y de fervor pasó por el territorio nacional en los viajes del Santo. La presencia del gran apóstol tenía que despertar la fe en los que no la tenían y avivarla en los indiferentes y tibios. Sobre esto tenemos un testimonio elocuente. El propio Santo nos dice 'cómo se extendía la caridad en los indios: "y de los indios se habrá junta~ do de limosna dos mil cabalgaduras poco más o menos, y mucha plata, ropa y maíz, ganado y trigo con tanta caridad, que yo he quedado admirado, yéndose muchos a buscar para dar limosna, diciendo que querían haden bien por sus almas. . . y se darían muchas gracias a Dios, de ver y entender la voluntad y el ánimo con que estos indios ofrecían la limosna y la inclinación tan santa que han tenido". 64
Sin embargo del carácter heroico de las visitas de Santo Toribio y de su insustituible valor, no sólo para el ambiente religioso del Perú, sino para el conocimiento en esa época de la realidad de nuestro país, fueron censuradas por el Virrey García Hurtado de Mendoza, el cual decía en su carta al Soberano: "Ni yo he visto al arzobispo desta ciudad ni esta xamas en ella y da por escusa que anda visitando su Arzobispado, lo qual tiene por de mucho inconveniente porque! y sus criados andan de ordinario entre los yndios comiéndoles la miseria que tienen y aun no sé si hacen otras cosas peores, de más de los inconvenientes que se sigue de que el arzobispo falte de su iglesia; y también se mete en todas las cosas del patronazgo y no hallo podernos averiguar con él para que los nombramientos derechamente como está obligado, y se entremete todo lo que toca a hospitales, fabricas de iglesias, y todas las demás cosas que son del patronazgo Real".65
Tanto por esta Carta como por la equivocada interpretación que se dio a unas letras de Santo Toribio enviadas a Roma, acerca de la provisión de Obispos, el Rey ordenó a Hurtado de Mendoza que se le amonestara, por Cédula de 29 de mayo de 1593, amonestación a la que, con toda humildad, se sometió el Santo, no sin escribir al Monarca, en carta de 10 de marzo de 1594, las emocionadas líneas que son su lapidaria biografía: " ... esperaba que los trabajos que he pasado des pues que vine a este reino que abra mas de doce años que han sido continuos, discurriendo por este distrito, visitando mis ovejas y confirmando y exerciendo el oficio pontifical por caminos muy travajosos y fragosos, con fríos y calores, y rríos y aguas no perdonando ningun travajo. aviendo andado mas de tres mili leguas y confirmando quinientas mili animas, y distribuyendo mi renta a pobres con ánimo de hacer lo mismo si mucha mas tuviera, aborresciendo al athesorar hazienda, y no desear verla para este efecto mas que al demonio; fueran de consideracion todas estas cosas antes los ojos de vuestra alteza como lo seran, entendiendo estas verdades que aqui digo". Más adelante expresa: "Y si a vuestra alteza le paresce que no soy merecedor de lo que tengo, dándome vuestra alteza y su santidad licencia para poderlo dejar y recogerme a alguna parte para quitarme de estas pesadumbres y cuidados, conservándose en esta parte la dignidad Arzobispal como fuere razón; lo hare de muy buena gana como la divina majestad se sirva y si no conviniere hacerse ansi ni servirse nuestro señor dello, no rrehusare el travajo aunque pase mas persecuciones; y esto represento a vuestra alteza con sentimiento y dolor y encarescimiento que por esto no sabré decir, deseando que nuestro señor alumbre el entendimiento a todos y perdone a lo que hubieren herrado y levantadme tan grandes testimonios, y referido cosas contra la verdad, y quales hayan sido sus intenciones buenas o malas Dios lo sabrá". 66
Esta carta produjo efecto en el ánimo del Rey, pues Don Felipe puso al margen de ella la nota siguiente: "Por la autoridad y decencia del prelado no conviene que el Virrey le dé en estrados la reprensión pública que aparece". 67
Quiso Dios premiar el celo del Santo permitiendo que muriese en plena obra en la soledad del pueblo de Zaña. Leemos con emoción en Montalvo los últimos momentos del Santo, nimbados de poesía y anunciadores de su glorificación. El 23 de marzo. Jueves Santo de 1606, al ritmo de los salmos, que acompañaba en el arpa Fray Jerónimo Ramírez, entregó el alma a su Creador el gran apóstol de la evangelización en el Perú. Respecto de su inmensa obra, vale la pena citar el testimonio de un documento producido a raíz de su muerte. Nos referimos a ·la Relación y Memorial de 1598, publicado por García lrigoyen, en que se dice que el Santo pasó: "predicando a los indios y españoles, a cada uno en su lengua, y confirmando mucho número de gente, que han sido más de seiscientas mil ánimas a lo que entiendo y ha parecido, y andado y caminado más de cinco mil leguas, muchas veces a pie, por caminos muy fragosos y ríos" 68•
Confirma su celo apostólico el proceso de beatificación. "En el amor del prójimo, fue ardentísimo el deseo de la salvación de las almas, no perdonando trabajo ni peligro, visitando y confirmando, predicando aún a los indios por su propia persona y socorriéndolos en sus necesidades y enfermedades a todos los pobres, dándoles largas limosnas, gastando en esto toda su renta con tanto desinterés que no sabía qué cosa era dinero ni codicia, hasta quitar de su propia persona y casa lo necesaria, porque no saliese de ella sin remedio la necesidad, sin decir a nadie mala palabra ni desabrida respuesta". 69
Y en el Decreto de beatificación se dice, hablando de las 1 virtudes del Santo: "Y en primer lugar, la del amor de Dios, no sólo llegar al grado de suficiente, sino aventajarse maravillosamente, de modo que la vida de dicho siervo de Dios se compuso de perpetua oración, o de establecer la fe católica en la nueva Cristiandad del Perú, con solicitud continuada, y en el continuo estudio de introducir la observancia en los decretos del Santo Concilio Tridentino; y en lo que toca al amor del prójimo no haberse concedido. asimismo, el siervo de Dios, lo que conocía ser necesario a los otros"70
NOTAS:
58 Francisco Antonio de Montalvo, El Sol del Nuevo Mundo (Roma, 1683), p. 271. ~9 Carlos García<> lrigoyen, Santo Toribio (Lima, 1906), IV, p. 11. 60 ibíd. .. p. 41. 61 /vid. • p. 34, 97. 128. 263. 62 La Iglesia de España en el Perú. Vol. 111. n. 12. p. 136.- Levillier (Organización de la Iglesia) ha publicado en extenso los cánones del Concilio de Santo Toribio. 63 Vargas ligarte, op. cit., p. 417. 64 García lrigoyen. op. cit., 11, p. 246. 65 Levillier, Santo Toribio Alfonso de Mogrovejo (Madrid, 1920), p. 9-10; y en Organización de la Iglesia, l. p. 487. 66 Levillier, Santo Toribio, p. 13-14. 67 El Padre Leturia, en su magnífico trabajo sobre el Santo (Vid. Renovabis, 1945), cita los textos de Monseñor García lrigoyen y Levillier. 68 García Irigoyen, op. cit., p. 239. 110 Ibíd... III, p. 19. 70 Ibid. p. 53.
[1] V.A. Belaunde dictó el curso "La evangelización y la formación de la conciencia nacional en el Perú" en el Instituto Riva Agüero con cuatro conferencias publicadas en el BIRA Boletín del Instituto Riva Agüero, PUCP. Nº1 Lima. 1951. http://www.acuedi.org/ddata/6019.pdf Transcribo su texto sobre Santo Toribio pp.45-109, actualizado en su obra de madurez Peruanidad Capítulo "La obra de Santo Toribio" pp.175-262 En Fondo del Libro del Banco Industrial del Perú, Lima 1983.