sábado, 2 de mayo de 2015

EL HERMANO DE SANTA TERESA, AGUSTÍN DE AHUMADA, MUERE EN LIMA en 1591. Testimonio del jesuita P. Luis Valdivia en el proceso de beatificación 1609

EL HERMANO DE SANTA TERESA, AGUSTÍN DE AHUMADA, MUERE EN LIMA en 1591. Testimonio del jesuita P. Luis Valdivia en el proceso de beatificación 1609

Se trata de un conmovedor testimonio de 1609, vivido en 1591, en Lima –iglesia de san Pedro- donde el P. Luis Valdivia se encuentra con el aventurero hermano de Santa Teresa, Agustín, quien preso de escrúpulos de conciencia se acerca a confesar en la iglesia de San Pedro de Lima por sentir que su santa hermana le avisa que se prepare antes de la muerte, la cual sucedió seguidamente. Destaco el hecho de que en tan poco tiempo la fama de santidad de Teresa estaba bien arraigada, primero en su hermano que llevaba una valiosa reliquia de carne de su propia hermana y del celoso misionero y de los jesuitas que habían leído sus escritos y se encomendaban a ella.

Un destacado misionero jesuita en el Perú y Chile

Luis de Valdivia (Granada, 1562 - Valladolid, 1642) ingresó a la Compañía de Jesús a los 20 años y recién ordenado sacerdote fue trasladado a la Provincia Jesuítica del Perú, donde recibió su formación misionera en Juli, pequeña ciudad a orillas del lago Titicaca, entre 1589-1593. Esta sede todavía estaba marcada por la influencia de su hermano religioso, padre Joseph de Acosta (Medina del Campo 1540 - Valladolid, 1600), quien había vivido allí entre 1572-1586, en particular respecto a la capacidad de los indígenas para entender y apreciar los Evangelios y la importancia de adoctrinarlos en su propia lengua.

Integró el primer grupo de religiosos de esta Orden arribados a Chile en 1593 en la comitiva del nuevo gobernador Martín García Óñaz de Loyola (1549-1598). Su estadía en el país fue en ese entonces por 2 años, compartidos entre visitas a la zona de guerra en el sur y la rectoría de la comunidad santiaguina, regresando a Lima con el cargo de maestro de novicios y profesor de teología. Estaba en esto ya por 3 años cuando en 1600 el nuevo Gobernador designado para Chile, el militar Alonso García Ramón, lo nombró su consejero por su experiencia previa en el país y el preocupante curso de la guerra de Arauco, la cual tenía a su haber las muertes de los gobernadores Pedro de Valdivia (diciembre de 1553) y el propio Martín García Óñez de Loyola (diciembre de 1598). El P. Valdivia permaneció Chile hasta 1606, regresando a Lima a mediados de ese año. Su celo misionero lo llevó a escribir "Arte y gramática general de la lengua que corre en todo el Reyno de Chile con un vocabulario y confessionario", publicada en Lima por entonces.

Las dos ideas centrales del P. Valdivia respecto a las causas de la prolongada guerra de Arauco fueron el rechazo de los indígenas a prestar servicios personales obligatorios a los españoles, así como las crueles características de la misma guerra ofensiva practicada por éstos, que también llevaba a la esclavitud a los prisioneros tomados en las acciones militares. Él quería probar la capacidad del indígena en cuanto a asumir el evangelio, por lo cual su proyecto no buscaba imponer por la fuerza o reprimir, sino más bien incitar, convencer e inducir pautas de comportamientos, transformando las costumbres e instaurando una norma común homogénea. Así, su estrategia evangelizadora puede resumirse en vigilar, civilizar y proteger a las poblaciones indígenas dóciles respecto de la influencia o antagonismos de los grupos indios enemigos.

En su segunda época de actividad en Chile (1606-1619), iniciada con su visita a la Corte madrileña en 1607 de la cual pudo regresar a Concepción sólo a mediados de 1611, su actuación pública en defensa de los aborígenes despertó seguidores y detractores, llegando a existir entre él y el franciscano fray Pedro de Sosa, en ese tiempo Padre Guardián de su convento, y con el mismo Gobernador Alonso de Ribera (1560-1617), en su 2º período de gobierno iniciado en 1612, especie de versiones locales de las famosas Polémicas de Indias, las sostenidas entre fray Bartolomé de Las Casas y el jurista Juan Ginés de Sepúlveda ante el Consejo de Indias en Valladolid en 1550-1551, cuyo meollo fue probar si el indígena podía ser convencido pacíficamente de las bondades del cristianismo –por lo tanto la guerra ofensiva en su contra era injusta– o si por su 'duro' entendimiento debía ser dominado militarmente –por lo tanto esta guerra era justa–.

Aceptada por el Rey la guerra defensiva respecto a Arauco fue fijada una frontera estable con ellos y el permiso para el ingreso evangelizador en las zonas de paz definidas previamente con los jefes araucanos interesados. Luego de acuerdos con algunos lonkos, con ocasión del Parlamento de Paicavi el 26 de noviembre de 1612 (donde participaron entre otros personajes el Gobernador Ribera y el P. Valdivia, por los españoles, y el toqui Pelantaro y el lonko Anganamon, por los araucanos),en diciembre siguiente, autorizados por el propio P. Valdivia ingresaron tres religiosos misioneros a Elicura, siendo al día siguiente brutalmente torturados y asesinados por los seguidores de Anganamon, quien estaba enojado porque, pese a sus reclamos, no le habían devuelto a tres de sus mujeres, una de ellas una cautiva española, más dos hijos suyos tenidos con ésta y con una de las dos indias, fugadas pocos días antes de sus dominios con la complicidad de un soldado español (la autoridad militar española y el mismo P. Valdivia rechazaron entregar estas fugitivas a Anganamon aduciendo como excusa que estaban recién cristianizadas, pero también porque suponían que, de regresar, serían asesinadas por su traición). Este atroz crimen afectó los afanes misioneros del P. Valdivia, en tanto que el Gobernador Ribera dispuso el reinicio de las ofensivas militares. La disputa entre los defensores de la guerra defensiva y la ofensiva continuó hasta 1625, en que el rey Felipe IV formalmente derogó la primera y reestableció la esclavitud de los rebeldes. En el intertanto el P. Valdivia, desilusionado de lo poco conseguido en el país pese a tantos esfuerzos, en noviembre de 1619 se regresó a Lima y de allí a España al año siguiente. Sus ideas respecto a guerra defensiva se fueron paulatinamente afianzando desde el Parlamento de Quilín, en enero de 1641, bajo el Gobernador Francisco López de Zúñiga y Meneses, Marqués de Baides (1599-1655), quien fungió al frente de esta Capitanía General entre 1639-1646.

En sus últimos años el P. Valdivia sirvió en el convento de Valladolid como prefecto de estudios y director de la Congregación de Sacerdotes del Colegio de San Ignacio. En este contexto publicó otro afán de sus años misioneros, los "Nueve Sermones en Lengua de Chile" (impreso en Valladolid en 1621).

La política de guerra defensiva de P. Valdivia también influyó en las misiones guaraníes del Paraguay, norte argentino y sur brasileño, y aún en la Nueva España respecto del conflicto chichimeca en el período de los Virreyes Marqués de Villamanrique, Luis de Velasco y el Conde de Monterrey (1585-1600). En el aparente fracaso de su estrategia misionera debe tenerse en cuenta que el Padre General Muzio Vitelleschi (gobernó entre 1615-1645) decidió distanciar a la Compañía de Jesús de injerencias directas en las políticas contingentes de los países conquistados. El regreso del P. Valdivia a España debe ser entendido más como acto de obediencia a este cambio de estrategia pastoral que como derrota suya o de su plan de guerra defensiva.

(Tomado de: http://www.icarito.cl/biografias/articulo/v/2009/12/258-7148-9-valdivia-s-j-luis-de.shtml)

Un buen artículo: Fernando Armas Asín: "Los comienzos de la Compañía de Jesús en el Perú y su contexto político y religioso: La figura de Luis López" Hispania  Sacra, ISSN 0018-215X, Vol. 51, Nº 104, 1999 , págs. 573-612

-          Luis de Valdivia: Primer sermón bilingüe Mapuche-Español (1606)

-          Historia de Chile de Alonso de Ovalle: Jesuitas asesinados por guerreros mapuches en Elicura (1612)

 

El más aventurero de los hermanos de Santa Teresa

 

Agustín de Ahumada. Nacido en 1526, partió para el Perú con la armada de Pedro de La Gasca. Fue el más aventurero de los hermanos. Siguió al capitán Hernán Mejía en campañas de conquista por la Sierra y participó con sus hermanos Lorenzo y Jerónimo en Jaquijahuana. salió también para América en 1546 y el 8 de abril de 1549 estuvo en el Perú en la batalla de Jaquijaguana. Según algunos historiadores era el prototipo de aventurero. En la guerra con Girón partió de Lima para Huamanga con su primo el capitán Luis de Tapia. Vuelto a Lima se halló en Ate, Surco y Pachacamac, logrando vencer en Pucará. Se trasladó a Chile con el Gobernador García Hurtado de Mendoza, luchando contra los araucanos. Participó en la expedición descubridora de Chiloé, sirvió como capitán en el fuerte de Arauco y fue teniente del Gobernador Rodrigo de Quiroga. El Virrey Toledo le responsabilizó del gobierno de los Quijos, Sumaco y la Canela, por considerarle "hombre cuerdo y atinado". Regresa a España en busca de mercedes como la conseguida gobernación de Tucumán y una encomienda de indios que le proporcionaba 1500 pesos de renta. En 1570, en una carta que le escribía Teresa a su hermano Lorenzo, le escribía: Estoy con harto cuidado de Agustín de Ahumada por no saber cómo va en las cosas de Nuestro Señor. Harto se lo ofrezco [1].

 

Doña Orofrisia, sobrina política de la santa, en el Proceso de Madrid declaró: Esta testigo oyó al gobernador Agustín de Ahumada, hermano de la Madre Teresa, que, estando en Chile o en el Perú en un gobierno y hacienda que le importaba más de diez o doce mil ducados cada año, le llegó una carta de la Madre en que decía que se saliese de aquel lugar y dejase aquella hacienda, porque, si no lo hacía, perdería la vida y pondría dolo (engaño) en el alma, y él se partió luego que recibió esta carta y dejó la hacienda y gobierno y, dentro de muy breves días, el que había entrado en su lugar, con todo el lugar fue muerto por los enemigos; por donde se entiende que la Madre tuvo revelación de que fuera lo mismo de él si no le avisara [2].

La Santa tuvo un activo intercambio epistolar. Fue vecino y encomendero en Cañete, pero pronto regresó a Lima, allí vivió pechando y pidiendo cargos de importancia hasta ser nombrado gobernador de los Quijos, en el área de Bolivia actual, conquista que fracasó, aún fue propuesto para el Tucumán. Su hermana estaba al tanto de sus movimientos y atendía a veces sus peticiones, habiendo recibido carta suya le respondía conocer una carta escrita por la marquesa de Villena al virrey, recomendándolo, pero agregaba : "Harto me lastima verle en esas cosas todavía...", más preocupado de títulos y rentas que de salvar su alma.

En 1585 regresa a España en busca de mercedes como la conseguida gobernación de Tucumán y una encomienda de indios que le proporcionaba 1500 pesos de renta.

Agustín de Ahumada en definitiva murió en Lima, en 1591, casi diez años después que su Santa hermana, "quitado de ruidos por haberlos dejado muchos años antes", anota José Toribio Medina, fue confesado por el padre Luis de Valdivia y al tenor de sus palabras asistido por aquella, que se le habría aparecido para acompañarlo en su hora final.

Lo que declaró en el proceso el P. Luis Valdivia:

 

En el proceso de Madrid, el P. Luis Valdivia afirma que es de Granada, tiene 46 años, es hijo de Alonso Núñez de Valdivia y Leonor de Mendoza, ha sido rector y provincial de Chile. Art. 81: Año 1609, 29 de enero: "habrá 21 años, que estando este testigo en la ciudad de los Reyes, en el colegio de la Compañía de Jesús, de San Pablo, ejercitando el oficio de maestros de novicios, llegó de España un caballero llamado fulano de Ahumada, natural de Ávila, que venía proveído por Gobernador del Reino de Tucumán; y luego que llegó le dio una gran calentura, con la cual se movió a confesarse como para morir, y entró a la Compañía a pedir un padre que fuese teólogo, y la obediencia mandó a este testigo fuese a confesarle sin conocerle. Y haciendo este oficio, le contó lo siguiente…: yo, padre, soy hermano indigno de la madre Teresa de Jesús, que Vuestra Paternidad habrá oído decir y he estado muchos años en el Reino de Chile sirviendo a SM con gran cuidado y trabajo; y estando allí, tuve una carta de mi hermana, en la cual, como tan celosa de mi salvación y que se la pedía a Dios muy de veras, porque me quería más que a todos mis hermanos, me escribió estas palabras: Hermano mío, no tome oficio en las Indias, porque me ha revelado Nuestro Señor que si le toma y muere en él, se condenará. Pásame eta carta tanto miedo, que lo más presto que pude salí de aquel Reino de chile y con tener echadas raíces de tantos servicios y prendas de que los gobernadores de Chile me hicieran, me bajé al Perú, donde también la pudiera esperar de los Virreyes si pretendiera; pero di de mano a todo por esta carta de mi hermana y fui a España a pretender allá. Murió mi hermana y al cabo de años, como no me hacían merced en España y los del Consejo me decían que pretendieses para Indias, done era justo remunerar servicios hechos en ellas, la necesidad me obligó a pretender este oficio en Indias contra el dictamen de mi hermana y contra el de mi conciencia, en la que estaba impresa esta carta. Al fin, después de años de pretender, me dio SM el gobierno de Tucumán, que traigo y aunque según la carne me holgué de este oficio y me embarqué con contento, pero toe el camino eh traído en lo íntimo de mi alma grandes remordimientos, mucha inquietud y turbación; y ayer cuando me dio esta calentura, cesaron todos y he sentido una paz grande, y se me asentó que mi buena hermana anda por aquí y que para que me salve, me ha negociado la muerta antes de entrar en oficio, de lo cual tengo grandísimo consuelo, y me parece cosa cierta que me he de morir de esta enfermedad y salvarme; y al contrario, que si fuera al oficio, me condenara, y así aborrezco ahora el oficio como al demonio. Y este testigo se holgó extraordinariamente de topar y conocer prenda tan conjunta de la santa madre Teresa y que se ofreciese ocasión en que él pudiese servirle en algo por haber muchos días que este testigo se encomendaba a ella cada día como a Santa; y por no haber oración propia suya, este testigo le había compuesto una con su antífona y tuvo grande por merced de Dios que se le ofrecieses este caso en que servir a Nuestro Señor y a esta Santa. Consoló este testigo a este caballero al principio, procurando quitarle esta imaginación por los medios más prudentes que se le ofrecieron, pero no pudo y entendió desde luego ser verdad lo que decía no obstante que la enfermedad no parecía que obligaba a eso por ser tan a los principios y por los efectos siguientes que experimentó en el sobredicho caballero, los cuales también experimento el reverendo fray Domingo Blaus, fraile de la Orden de Santo Domingo, que entonces residía en el convento de Lima y ahora es obispo de Chiapa. Lo primero, tenía este caballero una grande alegría sin género de pena de su enfermedad ni de su muerte, lo cual no podía ser cosa natural en persona de mucha edad y que con tantas ansias deseó y alcanzó aquel gobierno que forzosamente le dejaba con la muerte y era menester mucho favor del cielo para no sentirlo.

Lo segundo, porque hablaba con tanta desestima de los oficios del mundo, que aficionaba al desprecio de él oyéndole; lo cual era señal de tener luz superior.

Lo tercero, porque trató luego con grandes veras de hacer una muy buena confesión de lo más de su vida, en la cual le ayudó Dios tanto, que en solos tres días que vivió, se acordaba de las cosas más menudas de muchos años, y pidió el Santísimo Sacramento luego y lo recibió con gran devoción sin aguardar a que lo dijesen medios ni confesores.

Lo cuarto, porque él mismo quitaba a los medios la esperanza de su vida, con lo cual les admiraba.

Lo quinto, porque concluyó muy presto con lo que tocaba a su testamento y a lo temporal empleando el tiempo en oír habar a de Dios y de las cosas de su alma.

Todo esto le asentó a este testigo en el alma ser verdad de lo que decía; murió al tercero día y no ha visto jamás muerte de seglar con tan gran paz y quietud y esperanza de su salvación; no había menester decirle cosas motivas a devoción, porque abundaba su alma de ellas, y este testigo le decía: bien parece, Señor, que su santa hermana y madre Teresa le ayuda a Vuestra Merced; a lo que respondía que así era; y llegando la hora de su muerte, sacó una reliquia que traía al cuello, de su hermana, que era un pedazo de carne, blanco como la leche, de la anchura y longitud de un dedo, poco más o menos y la mostró a este testigo, engastada en plata; la cual veneraron ambos. Y el dicho caballero dijo a este testigo, que en pago de haberle ayudado en esta ocasión y de la devoción que tenía con la santa Madre y su hermana, este testigo le dejaba para después de sus días aquella reliquia y así se la entregaron. Y, sabiendo el virrey don García de Mendoza, virrey del Perú, que estaba la dicha reliquia en poder de este testigo, para consuelo de la virreina, su mujer, que se llamaba doña Teresa de Castro, se lo contó, y ambos enviaron por esta reliquia. Y no queriéndola soltar este testigo, su Provincial le ordenó la enviase, que no quedaría sin ella, y nunca más se la volvieron, entreteniéndole de día en día; lo cual hasta hoy siente y llora este testigo. Y apretando ya el dichoso tránsito de este caballero, tuvo una manera de paroxismo, estando a solas con este testigo como a las once de la noche el cual dudó si aquel paroxismo era cosa sobrenatural, así por las cosas que precedieron a él, como por el modo con que volvió en sí; y con tanta curiosidad preguntó este testigo al dicho caballero qué había sido aquello, si era cosa sobrenatural, que no me lo negase, por el amor grande que este testigo le tenía, que él lo callaría. Y dijo: mercedes son de mi hermana y añadió unas palabras que no se acuerda la forma de ellas, pero la substancia significaban haber tenido revelación de su salvación o grandes prendas de ella por medio de la santa madre Teresa. Y este testigo tuvo para sí por cosa cierta, que en aquella hora le asistió su hermana, la dicha santa madre Teresa, y corrió algo de esta voz en Lima entonces después de muerto. Dejó su muerte a este testigo y a todos notablemente consolados y edificados y aumentó en este testigo mucho este caso la devoción con la dicha santa madre Teresa y desde entonces propuso tenerlo en la memoria teniendo por cierto que vendría tiempo en que se tratase de su Canonización para declararlo como lo declara para honra y gloria de Dios y de su Santa…Y este testigo ha visto el libro que el padre doctor Ribera, cátedra de Escritura, de la SI en Salamanca escribió sobre ella. El cual y otros muchos de la SI grandes letrados y grandes siervos de Dios, se encomendaban a la dicha santa Madre cada día como a Santa y testificaban el gran favor que hallaban en su intercesión. Y este testigo en sermones y pláticas así a seglares como a religiosos, ha traído las palabras y ejemplos de su libro y de su vida, de la dicha madre Teresa para hacer fruto en las almas con ellas"  

 Procesos de Beatificación y canonización de Santa Teresa de Jesús, editados por el padre Silverio de Santa Teresa, Tomo III, Ed. Monte Carmelo, Burgos, 1935.(pp.296-299).

 



[1]  Carta 24 del 17 de enero de 1570.

[2]  Proceso I, p. 400.