domingo, 14 de diciembre de 2014

MOGROVEJO Y ROBLEDO, Toribio Alfonso de (P. Fidel González)

MOGROVEJO Y ROBLEDO, Toribio Alfonso de

MOGROVEJO Y ROBLEDO, Toribio Alfonso de. (Mayorga, 1538; Zaña, 1606) Arzobispo, Santo

Contenido

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Introducción

El 23 de marzo de 1606, Jueves Santo, moría en Zaña, un poblado del norte del Perú, su segundo arzobispo, Don Toribio Alfonso de Mogrovejo. Con él se cerraba la primera fase de la historia de la evangelización del Continente Americano y se abría una nueva etapa. El Concilio Plenario Latinoamericano de 1899 lo proclamaba "luminar y ejemplo de la evangelización en el Continente", y el papa San Juan Pablo II lo proclamó en 1983, patrono del episcopado americano. Por su parte, Benedicto XVI, en el Consistorio celebrado en Roma para el nombramiento de nuevos Cardenales, precisamente el 23 de marzo del 2006, lo comparaba en cierto sentido a la figura de San Ambrosio.

Toribio de Mogrovejo, eximio jurista de Salamanca, juez en Granada, fue elegido obispo en 1579, cuando todavía no era sacerdote. Consagrado diácono, sacerdote y obispo, se embarcó inmediatamente rumbo a su misión. Toribio de Mogrovejo ha sido considerado como gran defensor de los indígenas y figura fundamental en la historia de la evangelización del Nuevo Mundo. Convocó tres Concilios Provinciales de toda la América del Sur y trece Sínodos; trazó las pautas de la evangelización en aquellos países, las que durarían más de tres siglos y que todavía rezuman profunda actualidad. Hizo publicar catecismos y otras obras pastorales en diversas lenguas indígenas; fundó el primer seminario para la formación de sacerdotes. De los veinticinco años que vivió como pastor de su inmensa archidiócesis, dedicó 17 a recorrer aquel basto y difícil territorio en visitas pastorales, anunciando la Palabra de Dios, creando parroquias y misiones y fomentando todo tipo de obras apostólicas y educativas. Fue beatificado en 1679 y canonizado en 1726.[1]


Contexto general de la historia eclesiástica de América en el siglo XVI

Toribio de Mogrovejo señala, junto con algunos otros grandes personajes misioneros eclesiásticos y civiles, el lazo de unión entre dos épocas históricas sea en la historia civil como en la eclesiástica del Nuevo Mundo iberoamericano. Por una parte nos encontramos un mundo zarandeado, el característico del primer dramático choque y encuentro entre dos mundos, las problemáticas de la conquista y los comienzos y planteamientos del trabajo de la evangelización en el Nuevo Mundo; y por otra parte, el nacimiento del mundo del mestizaje cultural y católico iberoamericano, como recuerdan los obispos latinoamericanos en Puebla en 1978.

En esta historia encontramos tres polos o puntos fundantes: las Antillas de Santo Domingo, Cuba y Puerto Rico; el mundo de México, y el mundo del Perú, del Incario. En el caso mexicano encontramos la presencia del Acontecimiento Guadalupano y el comienzo de la actividad misionera metódica en el Continente. En el caso del Perú, quizá el más dramático, encontramos figuras fundamentales, y por nombrar algunas recordamos las de Loaysa, Toribio de Mogrovejo, Acosta en el campo eclesiástico y misionero, y las del virrey Toledo (por recordar una figura significativa) en el campo civil.

La figura de Toribio de Mogrovejo, combinada e inseparable de la de Acosta y de la de otros padres jesuitas, se ha convertido en una de las primeras fuentes de la nueva acción pastoral y misionera en el Nuevo Mundo; en un cierto sentido, promoviendo y apoyándose en pensadores y misioneros como Acosta, se convierte en uno de los primeros forjadores de la conciencia eclesial inicial latinoamericana propia, y por lo tanto en un apoyo de la conciencia democrática y de amor a la propia fisonomía y libertad de estos pueblos. Difícilmente se puede valorar el alcance de la actividad pastoral y misionero del Segundo Arzobispo de Lima separado de las situaciones vividas, de su notable experiencia jurídica, hija de la Escuela jurídica de Salamanca, y de su amistad y del apoyo recibido por la Compañía de Jesús.

El problemático comienzo de la experiencia peruana del arzobispo Toribio de Mogrovejo

Desde que llegó al Perú en 1581, Don Toribio de Mogrovejo se entregó en cuerpo y alma al servicio de la Iglesia naciente. El Tercer Concilio de Lima ayudó sin duda al nuevo Arzobispo a reflexionar y a responder a problemas de suma urgencia. La situación de la joven Iglesia andina era precaria. Las guerras civiles, las ambiciones de algunos españoles y las desavenencias entre religiosos y eclesiásticos, todos ellos involucrados en graves problemas inmediatos e impostergables, no creaban las mejores condiciones para anunciar a las poblaciones indígenas las verdades de la fe cristiana.

Sin embargo, con la llegada del virrey Toledo y el programa de visitas que él se había propuesto para solucionar los problemas y pacificar el territorio, las cosas habían cambiado; a partir de la década de 1570, y sobre todo en las de 1580, cuando Mogrovejo llegaba al Perú, era ya posible mirar con más confianza el horizonte y dibujar las líneas que darían a los misioneros la confianza necesaria para llevar a cabo sus proyectos. Muchos eran pesimistas y los trabajos y esfuerzos desplegados para anunciar el evangelio no se veían recompensados con una respuesta clara y evidente por parte de las poblaciones nativas.

Esta problemática nos la recuerda el jesuita Acosta en las primeras páginas de su obra De procuranda indorum salute, con la siguiente conversación que tuvo con un sacerdote:

"Recuerdo que viajando yo una vez por la provincia del Callao entré en discusión con un sacerdote que había en ella. Se quejaba amargamente de que llevaba muchos años predicando en aquel pueblo de indios (Laxa se llamaba) y no había logrado nada; antes bien continuaban tan infieles como siempre, y en sus costumbres, mucho peores. Veía en ellos tanta contumacia y malicia que tenía la seguridad de que no quedaba esperanza posible de salvación para ellos, aunque varones apostólicos dedicasen su vida a predicarles".[2]


Acosta en su libro pregunta al sacerdote como llevaba a cabo su ministerio, qué sabía él de la vida y cultura indígenas, cómo predicaba y si lo hacía en las lenguas de los indios. Quería también saber qué vida cristiana llevaban los sacerdotes y si a veces no se daban casos de ambiciones y a pego al dinero:

"¿Perciben los indios que su párroco está apegado al dinero, que es un negociante y busca lucro, que abusa de sus servicios y sudores con miras a sus propios negocios, que los amenaza y golpea cuando le han faltado al respeto y sin embargo apenas mueve un dedo para castigar delitos y crímenes enormes? ¿Se dan cuenta de su trato familiar con las mujeres y de los hijos que a veces vienen de ese trato? ¿Ven que da su propio dinero a pobres y enfermos, que se aviene a tolerarlos con bondad y paciencia, o más bien manda sobre sus súbditos con soberbia y cólera?".[3]


Este diálogo entre el sacerdote del Callao y Acosta resume las preocupaciones de Acosta que narra en su libro De procuranda indorum salute. Tales fueron también las de los dos primeros arzobispos de Lima, el primero Loaysa y el segundo Mogrovejo, que apenas llegado se rodea de personas del talante de Acosta. Había que evangelizar siguiendo las pautas del Evangelio, promover las justicias y por lo tanto combatir la explotación de los indios, y catequizar a los indios introduciéndoles en los principios indispensables de la fe cristiana. Había que corregir algunas prácticas muy discutibles, como la celebración indiscriminada de bautismos y la falta de una verdadera catequesis impartida a los indígenas. Los dos arzobispos fueron conscientes de que el camino era largo para construir sobre una base sólida la nueva Iglesia indiana. La tarea inicial de abrir brechas le tocó a Loaysa; la tarea de consolidar sobre bases permanentes la evangelización va a ser obra de Mogrovejo.

La situación era, en cierto sentido, totalmente novedosa en la historia de la evangelización. De hecho los siglos XVI y XVII, ya en plena edad moderna, serán siglos de experiencias misioneras, algunas fuertemente polémicas, como en el caso de los jesuitas, tanto en América como en el Extremo Oriente y en Etiopia.[4] Don Toribio de Mogrovejo, como todos los misioneros, había venido de España, una España compacta en su fe de creencia católica. Todos habían conocido a judíos y a musulmanes, que eran gentes al margen del mundo católico europeo. El Nuevo Mundo no se podía entender fácilmente a la luz de aquellas experiencias históricas, por ello había que buscar nuevas prácticas misioneras y pastorales.

La idea de misión tal cual hoy la entendemos, se fue definiendo a partir del siglo XVI. En ello los jesuitas dieron una notable contribución. El propio Ignacio de Loyola empleó ese vocablo.[5] El citado padre José de Acosta explica cómo los jesuitas entendían esta misión en su obra ya mencionada De Procuranda Indorum salute en el capítulo que intitula Missionum usus in Ecclesia antiquus et frequens :

"Si nuestra contribución a la salvación de los indios es quizá menor en lo que toca a regentar parroquias de indios, la utilidad de las misiones puede ser, sin duda, una amplia compensación. Entiendo por "misiones" esas salidas y giras que se emprenden pueblo tras pueblo para predicar la palabra de Dios. Su práctica y su buena fama es mucho mayor y está más extendida de lo que cree la gente. Ya en la primitiva Iglesia, tan floreciente, se puede ver una doble clase de servidores del Evangelio".[6]


Con esta descripción Acosta indica la existencia de dos modos de misión en la Iglesia desde tiempos primitivos. A la primera le llama fija: "Unos se encargaban de unas poblaciones fijas, para educarlas e instruirlas con un cuidado específico y permanente". Y tras citar varios pasos de Pablo (Tit. 1,5; Hech. 20, 17 y 28) y de Pedro (1Pe 5,1-3), y del Apocalipsis (2-3), continúa: "De la necesidad de que estos servidores del Evangelio permanezcan y residan fijos entre los pueblos que les han sido confiados, hablan muy insistentemente los sagrados cánones. Hasta tal punto que a los que leen y leen los sagrados concilios antiguos, casi les causa hastío un mismo tema repetido tantas veces y tan machaconamente. Este es, en definitiva, el lugar que en la Iglesia de Dios corresponde a los párrocos de indios: su función es imprescindible y muy beneficiosa para las nuevas plantas".[7]


Acosta recuerda también que hubo en la Iglesia otro género de evangelizadores que no tenían residencia fija. Explica estas modalidades de misión usando la imagen de un ejército y de sus estrategias militares: "En un ejército organizado con buena estrategia están, primero, los contingentes militares establecidos en una plaza fija. Su principal tarea es no abandonar la posición, pues de ello depende la victoria: han de perder la cabeza antes de retirar el pie de donde lo han fijado. Están, después, las tropas auxiliares y la caballería de armadura ligera. Su función correlativa es maniobrar de un lugar para otro y entrar en acción inmediatamente donde haya peligro: reforzar al soldado que está a punto de sucumbir; rechazar al enemigo que se infiltra; ayudar en todo lo que haga falta. Muchas veces la victoria conseguida hay que atribuirla a su fidelidad y esfuerzo. Exactamente lo mismo ocurre con nuestros contingentes militares cristianos, organizados como en terrible orden de batalla. Hay dos frentes: uno, el de los que luchan en un sitio determinado; otro, el de los que maniobran por todo el campo para ayudar a todos".[8]


Por ello para Acosta con la palabra "misión" se designa toda empresa apostólica y toda práctica pastoral que vaya más allá de la pastoral corriente parroquial en uso. El lugar fijo (típico de las parroquias) no era la única forma de difundir el Evangelio. Al contrario, la experiencia del Perú, y del Nuevo Mundo en general, apuntaba hacia una gran movilidad misionera. La evangelización de los indígenas exigía tiempos largos. La "misión" entre ellos exigía una permanencia en sitios alejados y dispersos donde habitaban los naturales, que ciertamente se intentarían "reducir" o reunir en lugares apropiados, experiencia base de la evangelización en el Nuevo Mundo ya desde sus mismos comienzos. Ya las Congregaciones Primera y Segunda de la Compañía celebradas en el Perú, habían adoptado este tipo de "misión entre paganos indios". Acosta la re propone y Mogrovejo, como arzobispo la adopta y la promueve en su acción misionera y pastoral.

Evangelización en el contexto del Patronato

No hay que olvidar que la evangelización del Nuevo Mundo se da en el contexto del Patronato. Es necesario preguntarse quiénes fueron los evangelizadores y cómo fue anunciado el Evangelio e "implantada" la Iglesia. Sólo estudiando estas preguntas se puede entender el alma del catolicismo iberoamericano, sus características, sus sombras y sus luces.[9] La evangelización fue obra de religiosos, de obispos, del clero secular, de conquistadores y criollos, de indígenas bautizados. Aquí radica la paradoja de esta historia.

Cada uno tiene un papel que no es indiferente, y que hay que ver superando todo método maniqueo en el estudio de esta historia. La concepción cristiana del mundo ha constituido el pilar fundamental de la personalidad de la mayor parte de estos actores. Muchos no eran santos; vemos en muchos el barro de la miseria y del pecado mezclado al esplendor de una fe cristiana convencida. A su manera eran «defensores fidei».[10]


En este contexto va visto, sobre todo, el Patronato y el sentido "misionero" de la Corona, que combina su finalidad claramente política con el sentido religioso y cristiano de la «Christianitas» medieval. Los cronistas y los documentos de la época lo repiten continuamente: la dilatación de la monarquía no es un fin meramente político en las intenciones de la Corona, sino también un medio para la expansión de la fe, como escribirá Lope de Vega en su Arcadia: "Al rey, infinitas tierras; a Dios infinitas almas".

El jesuita "indiano" del siglo XVII Antonio de León Pinelo (1592-1660), condensa en estas palabras la razón de ser de la monarquía católica en las nuevas tierras: "Es necesario conservar y pretender el fin temporal de la protección de las Indias para que en ella se consiga el espiritual de su conversión, con firmeza y perseverancia".[11] Estas palabras condensan el pensamiento de estos primeros protagonistas de la presencia cristiana europea en el Nuevo Mundo. Así los pobladores de la ciudad de Trujillo de Honduras rechazan su abandono aunque las circunstancias les sean adversas: "Pues Dios había sido servido de ser en aquella ciudad bendito y alabado y hasta allí había llegado la santa fe, que ellos querían hacer que se perpetuase y que Él tendría cuidado de ellos para ampararlos y ayudarlos".[12]


Y Felipe II rechazó la propuesta del Consejo de Indias de abandonar las Filipinas porque representaban un peso para la Corona: "Cuando no bastaran las rentas y tesoros de las Indias, proveer a de los de España...porque las islas de Oriente no habrían de quedar sin luz de predicación, aunque no tengan oro ni plata".[13] La misma razón la encontramos en uno de los virreyes del Perú del siglo XVII cuando se opone al abandono de Chile, cuya conservación era demasiado gravosa para la monarquía: "No se puede abandonar la fe allí donde ha sido plantada".[14]


Este carácter fundacional de la que se llamará enseguida "realidad indiana", no se puede soslayar para entender toda la historia de entonces y la que seguirá con su carácter «mestizo». La historia del Patronato, que es anterior de por sí a la presencia ibérica en América, tiene que ser entendida a la luz de los factores señalados. El sistema ha traído consigo ciertamente beneficios en aquellos momentos, pero también innumerables tensiones y límites que hay que destacar. Tales tensiones van a crecer a medida que avanzan los años y se politiza cada vez más el sentido y la concepción del poder y del gobierno de los Estados europeos en la edad moderna. En este contexto del Patronato hay que señalar cómo el nuevo arzobispo de Lima, don Toribio de Mogrovejo, tuvo que enfrentarse repetidas veces con choques y malentendidos con el poder político cuando pretendía gobernar totalmente los asuntos eclesiásticos.

Conflictos en el caso del arzobispo Mogrovejo

Todos los testigos que conocieron a Don Toribio de Mogrovejo como arzobispo afirman unánimemente que el arzobispo era un hombre sabio, humilde y prudente, pero al mismo tiempo fuerte y enérgico cuando se requería. Uno de los testigos de su Proceso de Canonización afirma:

"Habiendo sido inquisidor y siendo arzobispo en este reino, era tan humilde y tan llano como si fuera un novicio de las más reformadas Religiones de la Iglesia, no compitiendo con nadie; y aunque era uno de los mayores letrados en derechos que había en este reino, con que decía su sentencia y la afirmaba no era con rumor o arrogancia, sino diciendo que así lo sentía él."[15]


El arzobispo, como sucedía con frecuencia en los demás virreinatos de la Corona española, tuvo que enfrentarse en varias ocasiones con virreyes y corregidores. El tema de la polémica solía ser el campo de la respectiva competencia en materias económicas, y en la aplicación de las normativas que se desprendían del Patronato real, de los fueros eclesiásticos y de la justa independencia que la jerarquía eclesiástica exigía de aquella civil, ya que con frecuencia ésta se entrometía en demasía en el campo eclesiástico. Hay que tener presente que tales intromisiones eran praxis común en todos los estados católicos de entonces, como el galicano o los del Sacro Romano Imperio Germánico, por no decir en las nuevas iglesias nacionales autónomas bajo los regímenes protestantes (luteranos o calvinistas) o anglicanos donde el régimen civil y político coincidía - o mejor -, absorbía el eclesiástico con la aplicación radical de las viejas teorías de Marsilio de Pádua o del llamado "erastianismo"[16] en sus diversas aplicaciones.

Después de todo, el régimen del Patronato español fue el que en este tiempo tuvo mayor respeto y consideración por la autonomía episcopal. En las controversias y tiras y aflojas con la autoridad civil, se ve la fuerte personalidad del Prelado limeño y su defensa por la propia autonomía y derechos episcopales, no dudando con frecuencia, en recurrir al mismo Rey o al Consejo de Indias. Citamos algunos ejemplos de tales choques.

Uno bastante conocido fue a causa del dinero perteneciente a las comunidades indígenas y destinado para su uso: el del culto y el de la caridad en sus hospitales. El arzobispo solía encontrarse con este problema durante sus visitas pastorales; así en 1585 había surgido el problema de las llamadas "Cajas de Comunidad". Se trataba de que el dinero de las comunidades indígenas, fruto de tributos y diezmos, y depositado en las cajas correspondientes de la comunidad, era usado por los corregidores y mandatarios civiles con otros fines. El arzobispo en la polémica recurrió al Rey el 4 de abril de 1585. Madrid respondió con una Real Cédula, fechada el 29 de enero de 1587, al virrey del Perú, Don Fernando Torres y Portugal, Conde de Villar, en la que daba razón a las quejas del arzobispo.

En otra ocasión, el arzobispo, visitando Jauja en 1588 se encontró con que el corregidor, Don Martín de Mendoza, se apropiaba del dinero de la "Caja de la Comunidad", destinado a la Iglesia y a los hospitales. La cuestión fue llevada ante la Audiencia y ante el virrey Don Fernando Torres y Portugal y luego ante su sucesor Don García Hurtado de Mendoza. Como la cuestión no se resolvía, fue llevada ante el mismo rey. No siempre era necesario recurrir a Madrid. A veces el asunto se resolvía pacíficamente, como en el caso del corregidor de Cajatambo, Don Alonso de Alvarado, cuando el 2 de julio de 1585 el virrey y la Audiencia dieron razón al arzobispo sobre la cuestión del dinero de la "Caja de la Comunidad".

Otro ejemplo de estos conflictos fue la llamada "cuestión del Cercado" entre el arzobispo y el virrey, Don García Hurtado de Mendoza, marqués de Cañete. Se trataba del traslado a un barrio, llamado del Cercado, de los indios que habitaban el barrio de San Lázaro.[17] Los indios se opusieron y algunos huyeron antes de obedecer aquel traslado forzoso. El arzobispo se hallaba fuera de Lima, pero enterado sobre el asunto se puso del lado de los indios y "nombró al célebre quechuista Don Alonso de Huerta que los atendiese en lo espiritual y cuidase de una ermita que estos indios emigrados de San Lázaro habían levantado en honor de Nuestra Señora de Copacabana. El Virrey ordenó la demolición de la ermita y la imagen hubo de ser trasladada a la Catedral".[18] Comenta Vargas Ugarte que Santo Toribio no se amilanó, y "el tiempo que todo lo remedia vino a darle la razón. Apenas cesado don García de Mendoza en su gobierno, muchos de los indios que habían emigrado al Cercado volvieron a su antiguo barrio y allí levantaron una iglesia a la Virgen de Copacabana, que todavía existe".[19]


Otras controversias son características del ambiente de los siglos XVI-XVII en los que tanta importancia se daba al protocolo, a las preferencias y a los honores. Detrás de cada detalle, el historiador puede fácilmente descubrir el tema de la lucha por los propios derechos y pretensiones. Así en 1591 cuando el arzobispo compró una casa para alargar el seminario, colocó en su fachada su escudo episcopal. En un régimen de patronato donde los edificios sagrados eran propiedad de la Corona y ésta debía promoverlos, sostenerlos y repararlos, el virrey Don García Hurtado de Mendoza mandó quitar dicho escudo por la fuerza. No solamente esto; el virrey, siguiendo la práctica del patronato, quiso intervenir en el nombramiento del rector, en la elección de los colegiales y la gestión de la Casa. El arzobispo excomulgó a los responsables, clausuró el seminario y acudió ante la Audiencia sin demasiado éxito, por lo que se dirigió al rey quien le dio razón en todos los detalles que habían originado la polémica.[20] Hay que notar que aquel método de las excomuniones y de los entredichos eran armas espirituales bastante usadas en aquella época.

Otro asunto delicado fue el de la correspondencia con el papa. El régimen del Patronato incluía, entre otras praxis, que los obispos debían pasar por el rey en sus comunicaciones con Roma. Ello había traído en el pasado momentos de fricción, como en el tiempo de la publicación de las famosas bulas y breves de Paulo III sobre el tema de la esclavitud (1539), precisamente por no haber cumplido con dicha praxis. Será uno de los puntos más delicados y conflictivos a lo largo de toda la historia del Patronato.

En un memorial enviado al papa por el arzobispo Mogrovejo en 1593, sin haberlo pasado a través del consejo de Indias, el arzobispo se quejaba de la política de dicho consejo en tema de hospitales y de construcción de iglesias en Perú. El consejo reaccionó con energía y quiso, en un primer momento, llamar al arzobispo a Madrid para que rindiese cuentas de lo sucedido; y luego ordenó al virrey y a la Audiencia de corregir al arzobispo. ¿Qué había de cierto en aquel memorial? Santo Toribio escribe al rey el 10 de marzo de 1594, desde Lambayeque, negando que hubiese escrito tal memorial; al mismo tiempo mostraba su disposición a renunciar a la archidiócesis si el rey y el papa lo consideraban conveniente; exponía además otra serie de problemas urgentes de su archidiócesis. No obstante todo, el santo arzobispo, que había estado ausente de Lima en sus visitas pastorales desde los tiempos del famoso memorial de 1593 hasta 1597, tuvo que presentarse ante el nuevo virrey del Perú, Don Luis de Velasco, ya hábil virrey en la Nueva España, para cumplir aquella penosa orden.

Otras pequeñas anécdotas de la vida del santo arzobispo nos muestran las susceptibilidades del momento a las que ya nos hemos referido, como la que cuenta el franciscano fray Jerónimo Alonso de la Torre.[21] En ocasión de una ceremonia donde se encontraban virrey y arzobispo, solo pusieron la silla del virrey debajo del dosel acostumbrado, quedando la del arzobispo fuera del mismo; el arzobispo colocó la suya bajo el dosel diciendo "bien cabemos, que todos somos del Consejo de su Majestad".[22] Hoy nos parecen nimiedades; entonces no lo eran, pues ello significaba entre otras cosas el puesto jerárquico y la relación entre los dos poderes (el civil y el eclesiástico) con consecuencias prácticas más graves de cuanto hoy nos podemos imaginar.

Además, en el caso de nuestro arzobispo, no se trataba de búsqueda de honores y privilegios, sino de la defensa de lo que él consideraba un derecho inalienable de la Iglesia en su autonomía. Su posición nunca escondió rencor o búsqueda desatinada de tales honores. Como declararía Fray Antonio Rodríguez, hijo de Vicente Rodríguez, limosnero del arzobispo para los "vergonzantes", el santo arzobispo mostraba "valor y pecho apostólico con que se opuso a todos […] en defensa de la jurisdicción eclesiástica y pobres indios, sin temer ni deber". Y luego añade que no obstante el virrey hubiese usado con él "muy grandes desafueros, en medio de ellos y en su defensa estaba como un cielo sereno donde no llegan las tempestades, sin haberle oído jamás palabras contra los que tantas licenciosas y malas obras le hacían".[23]


La Iglesia en América del Sur en la vigilia de la llegada del nuevo arzobispo

Dos hechos marcan el fin de la década de 1560 y el comienzo de la década de 1570: la presencia del virrey Francisco de Toledo en el Perú y la llegada de los jesuitas.[24] Aunque distintos, los dos eventos tienen algo que ver entre sí. Por un lado, Toledo creía que la presencia de la Compañía de Jesús podía servir muy bien los objetivos fijados por la Junta Magna de 1568 para el Perú. Por otra parte, la Compañía de Jesús tenía necesidad de su apoyo, porque las otras órdenes religiosas habían ya echado raíces en los Andes y tenían ya su propio estilo muy marcado.

Toledo deseaba que los jesuitas se comprometiesen con los objetivos de su misión organizadora y participasen en la gran visita que emprendía de todo el Perú. En su comitiva inicial acompañaban al virrey, Martín García de Loyola, sobrino de San Ignacio de Loyola, y los jesuitas Jerónimo Luis de Portillo y Luis López. Se unirá más tarde José de Acosta.[25] La Compañía de Jesús aceptaba participar en el plan desarrollado por el virrey, pero mantenía una cierta distancia frente a algunas de las demandas. En primer lugar, no compartía todas las exigencias que Toledo quería imponer acerca de la participación en la visita general. En segundo lugar, no asumía las responsabilidades pastorales que obedecían a los criterios de una política global del virrey y no a los objetivos que ella juzgaba importantes.[26] La incomprensión entre Toledo y los jesuitas nació principalmente a propósito de las doctrinas.

Las razones esgrimidas por los jesuitas se refieren a la incompatibilidad de la vida de los doctrineros con sus objetivos institucionales. Concretamente, la doctrina comprendía ciertas reglas administrativas y financieras que los jesuitas no aceptaban. Por otra parte, Toledo deseaba verlos en casi todas las ramas de actividades eclesiásticas y pensaba en entregarles todo aquello que hasta entonces estaba en manos de otras órdenes. La solución sería objeto de diferentes arreglos.[27]


No cabe duda que las orientaciones de las primeras congregaciones tuvieron una influencia decisiva sobre el desarrollo de las actividades pastorales de la Compañía de Jesús en el Perú. Con razón Vargas Ugarte subraya la importancia de las decisiones tomadas en la Primera Congregación acerca de los catecismos para indígenas. En ella se recomendaba que hiciesen dos, uno breve y otro más desarrollado. Cada uno respondía a las exigencias de la evangelización. Desde el Primer Concilio limense se señalaba la importancia de unificar criterios en estas materias. El Segundo Concilio lo recordaba y el Tercero lo confirmará. Estas Congregaciones generales de los jesuitas los preparan para emprender el trabajo de traductores y difusores de la doctrina cristiana en las lenguas indígenas.[28]


La presencia de Toledo y de los jesuitas cambió bastante el mapa de la presencia de la Iglesia en el Perú. Las medidas drásticas del virrey acerca de la reducción de los pueblos de indios y la voluntad de la Corona de no dejar solo en manos de los religiosos la administración e incluso las actividades pastorales, intentaban corregir entre otras cosas, la ausencia del clero secular en los primeros decenios de la presencia española en el Perú. Por otra parte, los jesuitas abrían nuevos campos en las actividades pastorales y se entregaban con más energía y voluntad a las tareas llevadas a cabo por otras órdenes religiosas. Con el arzobispo Mogrovejo y la celebración del Tercer Concilio limense, su presencia se hará sentir cada vez más decisiva en los diversos campos de la actividad pastoral.

La muerte de Loaysa y la vuelta de Toledo a España

El primer obispo y luego arzobispo de Lima, Jerónimo de Loaysa, y el virrey Toledo estaban de acuerdo en convocar lo que vendría a ser el Tercer Concilio de acuerdo a las normas tridentinas y al deseo manifiesto del Monarca y del Papa.[29] Pero las Indias no eran el Viejo Mundo, y las distancias y las nacientes instituciones eclesiásticas carecían de una infraestructura que les sirviera de soporte seguro. Para complicar más las cosas, Loaysa muere en 1575. El virrey esperará al nuevo arzobispo para fijar la fecha de la celebración. La presencia del virrey es de capital importancia, porque están en juego las relaciones entre el religioso y el secular, entre la Iglesia y el Patronato.

Toledo trata de convencer a los obispos de Quito y de Cusco a convocar el concilio aunque esté vacante la sede episcopal de Lima. Finalmente, en 1579 el virrey convoca al concilio, aunque los prelados trataron de retrasar lo más posible su celebración. El propio Toledo es llamado a España. El nuevo virrey y el nuevo prelado tendrán la tarea de dar cumplimiento a la convocatoria. Como problema de fondo era evidente la tirantez entre los poderes civil y eclesiástico, entre el clero religioso y el clero secular. En este ambiente se celebrará el Tercer Concilio de Lima.

La política llevada a cabo por la Corona no va a cambiar con la ausencia de Toledo. Era evidente que Felipe II estaba dispuesto a llevar a cabo lo que se había propuesto a partir de la Junta Magna de 1568. Y también quedaba claro que las nuevas autoridades administrativas deberían conformarse con estos objetivos. Por lo tanto, el anuncio de la celebración del concilio debería interpretarse como la expresión de las intenciones reales de llevar a cabo la reforma general del territorio peruano a la luz de la legislación creada en torno al Patronato de Indias.[30]


¿Quién era Don Toribio Alonso de Mogrovejo?

Vida en España

Toribio Alfonso de Mogrovejo, nace en Mayorga, Tierra de Campos, famosa por sus trigales, en el antiguo reino de León (España) en noviembre de 1538,[31] "en el seno de una antigua familia, de prosapia cantábrica, de prestigio siempre mantenido y de una ininterrumpida tradición de juristas".[32] Fue el tercero de cinco hermanos; entre ellos se incluyen su hermana María, que sería monja dominica y moriría en concepto de santidad hacia 1614 en el convento mayorguino de su Orden y a su hermana Grimanesa,[33] que le acompañará durante toda su vida peruana. Sus padres fueron Alfonso de Mogrovejo, natural de Mayorga, y Ana Robledo, natural de la vecina Villaquejida. Eran hidalgos, de origen cántabro; su escudo de armas, que será el del futuro arzobispo, está constituido por tres flores de lis, castillo y león rampante. Morirá en Zaña (Perú) el 23 de marzo de 1606.[34]


Los primeros 40 años españoles de Toribio de Mogrovejo transcurrieron en el estudio y en los trabajos de la administración pública, sobre todo en el Santo Oficio o Inquisición. Había comenzado sus estudios de gramática y de humanidades en la ciudad regia de Valladolid. Se trasladaría luego a la ciudad universitaria de Salamanca (1562-1563) para estudiar filosofía y derecho, obteniendo el grado de Bachiller en Cánones (1563). De Salamanca pasa a la universidad de Coímbra en Portugal (1564-1566), donde enseñaba un tío suyo, el eminente Dr. Juan de Mogrovejo, entonces maestro en aquella Universidad y más tarde en Salamanca; en Coímbra ayuda a su tío a preparar para su publicación su obra jurídica. Pasa luego a Santiago de Compostela donde se licenciará en derecho canónico (6 de octubre de 1568). Pero su carrera jurídica la acabará en Salamanca.

Toribio volvió de nuevo a la Universidad de Salamanca, y precisamente al ilustre Colegio Mayor de San Salvador de Oviedo en febrero de 1571. Allí permaneció hasta diciembre de 1573. Entre 1572 y 1573 se doctoró en derecho. En aquel mismo diciembre de 1573 fue asignado al tribunal de la Inquisición de Granada. Permanecerá en dicho cargo hasta septiembre de 1580. Había recibido, como se usaba entonces por algunos universitarios, la tonsura clerical, que le permitía recibir las provisiones de algún beneficio eclesiástico. Fue por entonces cuando Felipe II lo propuso para arzobispo de Lima.

Segundo Arzobispo de Lima

Era un caso extraño pero no único. Otro gran obispo de aquella reciente iglesia hispanoamericana, Don Vasco de Quiroga, había sido propuesto y elegido como primer obispo de Michoacán en México, por el rey-emperador Carlos V. Era también él un jurista, no sacerdote, al servicio de la Corona española, oidor de varias Audiencias, primero en España, y luego, en momentos difíciles y dolorosamente conflictivos, en México. ¿Cómo es que Felipe II pensó en el jurista don Toribio de Mogrovejo para la sede arzobispal del importante virreinato de Perú?

Aquel inmenso virreinato acababa de salir de una de las crisis más duras por las que había pasado el reciente Imperio ultramarino español. El primer obispo y arzobispo limeño, Loaysa, había muerto en 1575. Dejaba una prometedora obra en el campo de la primera evangelización, en la pacificación del virreinato tras las sangrientas guerras civiles, en la implantación jurídica de la naciente iglesia, y sobre todo dejaba una gran obra legislativa escrita, que había que completar y aplicar. La diócesis era inmensa y desconocida. La sede metropolitana de Lima comprendía casi todo el Perú actual y tenía como sufragáneas a todos los obispados de la América hispana al sur de Nicaragua.[35] "El mundo incaico pedía un pastor de almas capaz de escalar aquella tierra de águilas",[36] y ¡la frase no es simplemente hiperbólica!

Ante el problema que planteaba la sucesión de Loaysa, intervino el Doctor don Diego de Zúñiga, oidor de la Cancillería de Granada, antiguo alumno de San Salvador de Oviedo en Salamanca y buen conocedor del joven jurista Toribio de Mogrovejo. Él había influido en su tiempo para que fuese enviado a Granada. En aquellos entonces nada podía presagiar el futuro derrotero indiano de Toribio. Ahora intervenía de nuevo Zúñiga aconsejando al rey Felipe II su nombre como arzobispo de Lima, a pesar de que sólo era un clérigo de primera tonsura. El rey lo presentó como arzobispo al Papa el 28 de agosto de 1578, y el Papa, que era a la sazón Gregorio XIII, lo preconizó como tal en el consistorio del 16 de marzo de 1579.[37]


El obispo electo contaba entonces 39 años. El joven jurista no deseaba aceptar el cargo, pero la insistencia sobre todo de algunos de sus amigos y antiguos compañeros de estudios en Salamanca en el Colegio Mayor de San Salvador de Oviedo, como don Diego de Zúñiga, miembro del consejo real, y sus mismos familiares, lo decidieron finalmente a aceptar aquella misión. Así nos lo testificaba su sobrina doña Mariana de Guzmán y Quiñones como consta en las Actas del Proceso de su beatificación:

"Y en especial sus hermanos le persuadieron a que lo aceptase, y le reconvenían diciendo que si deseaba ser mártir (que así siempre lo decía) […] aquella era buena ocasión de serlo; y que así aceptase el dicho oficio […]. Con que por fin aceptó […] y por echar de ver que convenía para exaltación de la Iglesia y conversión de los indios infieles de este Reyno y para salud de las almas de ellos".[38] El nuevo elegido había escrito al Papa una carta donde le decía, entre otras cosas: "Si bien es un peso que supera mis fuerzas, temible aún para los ángeles, y a pesar de verme indigno de tan alto cargo, no he deferido más el aceptarlo, confiado en el Señor y arrojando en él todas mis inquietudes".[39]


Toribio debió recibir todas las órdenes sagradas, las llamadas órdenes menores y las mayores (subdiaconado, diaconado y presbiterado) en Granada; la consagración episcopal tuvo lugar en Sevilla en agosto de 1580.

El viaje hacia el Nuevo Mundo

Se embarcó rumbo a Perú desde el puerto fluvial del Guadalquivir en Sevilla, la verdadera capital de las "Indias españolas de Occidente"; el río desembocaba en el Atlántico en San Lucas de Barrameda, de cuyo puerto las naos españolas comenzaban el cruce del Océano pasando por las islas Canarias. Le acompañaba su hermana menor Grimanesa, casada con su primo don Francisco de Quiñones, y de sus sobrinos Antonio, Beatriz y Mariana, y de su criado Sancho Dávila, y de otro servidor, Don Antonio de Balcázar, que será luego su provisor y vicario general, y un séquito de ocho personas entre las que se encontraban algunos servidores negro-africanos. Su hermana y su fiel criado ya no se separarán de él el resto de su vida.

La flota, al mando del almirante don Antonio Manrique, navegaría durante tres meses y medio antes de llegar a su destino. Eran escalas obligadas las Canarias, Santo Domingo y finalmente Panamá; aquí había que cruzar el istmo para pasar al Pacífico; y de aquí, de nuevo navegando, se llegaba hasta las costas peruanas. El Prelado prefirió desembarcar en Paita, a unos 1.100 kilómetros de Lima, y seguir vía tierra hasta Lima.[40] En total el viaje desde Sevilla duró tres meses y medio. Poseemos numerosos diarios y crónicas de aquellos viajes penosos, donde vientos, tempestades y piratas eran peligros que acechaban continuamente a los pesados galeones españoles.

La carga estaba cuidadosamente medida. Cada pasajero tenía derecho a determinadas libras de peso. Las disposiciones reales permitían a los misioneros poder llevarse una abundante carga de libros. Y así fue el caso de nuestro arzobispo que cargó con su biblioteca. La había heredado de su tío el doctor don Juan Mogrovejo, catedrático en Coímbra y luego en Salamanca. El heredero se había visto obligado a vender parte de ella a un librero de Salamanca, Antonio de León, por la suma de 7,000 reales, tras la muerte de su padre, para poder sufragar los gastos de sus estudios y para ayudar a su hermano Lupercio que tenía que casarse. Aquellas ventas y préstamos lo dejaron casi e la ruina.[41]


Un hombre de letras como Mogrovejo, se dio inmediatamente al estudio del nuevo mundo que le esperaba, aprovechando aquellos largos meses de travesía. Llevaba en su biblioteca la "Gramática o Arte general de la lengua general de los indios del reino del Perú" (Valladolid 1560), del dominico fray Domingo de Santo Tomás, obispo de La Plata o Charcas.[42] Pero ya la entrada en su diócesis inmensa, a pie, le puso inmediatamente en contacto con aquella compleja realidad. Entraba en Lima el 24 de mayo de 1581 por el barrio de los pescadores de Bajo el Puente hasta la iglesia del hospital de San Lázaro (futura iglesia de indios).

Lima estaba vacante desde la muerte de Loaysa, cinco años antes (1575). Ya no dejaría jamás el territorio de su diócesis-esposa en los 25 años que le quedaban de vida. No la abandonó ni para visitar España, como era usual en muchos obispos del Patronato, ni para las visitas "ad limina" a Roma, ya que los obispos lejanos, como los de América, gozaban de la facultad de realizar tales visitas canónicas a través de procuradores.[43] Así lo haría el santo arzobispo, como nos lo recuerda su sobrina doña Mariana de Guzmán y Quiñones.[44]


Pastor de cuerpo entero

El nuevo arzobispo será un santo sucesor de los apóstoles de cuerpo entero; va a distinguirse por muchas cosas; algunas son ya proverbiales, como su incansable celo apostólico, sus visitas pastorales que tienen mucho de heroico y de épico, su celo sin límites por la evangelización de los indios, la defensa de la justicia y de sus derechos, los numerosos concilios y sínodos provinciales y diocesanos que convoca (entre ellos destacan el III, IV y V limenses de 1582-83, 1591, 1601 respectivamente); el III ha sido estatuto jurídico y pastoral vigente hasta el Concilio Plenario Latinoamericano de 1899, que incorpora en sus cánones parte del Tercer limense de 1582-1583. Celebró trece sínodos diocesanos. Ordenó y editó el texto único trilingüe del catecismo mayor y menor como instrumento obligatorio de evangelización en lengua indígena. Abrió el camino de las órdenes sagradas a los indios y naturales, sin discriminación. Fundó el primer seminario diocesano tridentino de América y fomentó el colegio indígena para hijos de caciques indios. Don Toribio Alfonso de Mogrovejo fue un incansable apóstol itinerante del territorio andino. Giró tres visitas pastorales generales, además de otras numerosas visitas parciales y personales al territorio de su inmensa diócesis. Fue la versión perfecta del obispo-apóstol itinerante.

Sería beatificado por Inocencio XI el 28 de junio de 1679 y canonizado por Benedicto XIII el 10 de diciembre de 1726. El Concilio Plenario Latinoamericano de 1899 lo declara "Totius episcopatus americani luminare maius" (Acta 4), y Juan Pablo II lo ha declarado patrono del episcopado americano.

La suya ha sido una obra inmensa y muy variada: responsabilidades como arzobispo de una de las sedes más importantes del Nuevo Mundo y una misión delicada en aquellos momentos fundamentales de los comienzos de la Iglesia en América. Todas sus gestiones como arzobispo iban acompañadas de un interés bien marcado por el derecho y por la preocupación misionera y pastoral. Sus actuaciones con los sínodos y concilios, en sus visitas pastorales, en sus relaciones con los virreyes, corregidores y con todo el poder público expresan estas inquietudes. Toribio de Mogrovejo se revela como un extraordinario jurista y eclesiástico, pero también como un hombre avezado en el mundo político y diplomático de su tiempo. Todos estos aspectos muestran el acierto de su elección por Felipe II, aconsejado por hombres perspicaces como Zúñiga.

Las investigaciones hechas en torno a la figura del Santo Arzobispo limense son significativas; algunas de ellas notables; otras de carácter divulgativo. Su vida apostólica despertó, tanto antiguamente como en nuestros días, admiración y devoción. ¿Por qué? No hay una explicación única. Una razón que quizá pueda explicar el interés por la obra del gran Arzobispo, reside en el hecho de ser una experiencia apostólica dinámicamente amplia sobre el proceso de evangelización, en un momento histórico decisivo para los destinos espirituales y temporales de la Iglesia y de los intereses de la Corona española en América.

De igual manera, habría que agregar la gran preparación jurídica de este Arzobispo, la originalidad y perspicacia en su elección, y su peculiar estilo apostólico de obispo "reformado" y "tridentino" como su contemporáneo europeo san Carlos Borromeo en Italia, o san Juan de Ribera en España. Juntos todos estos objetivos no cabe la menor duda que muchos buscan en su obra las fuentes de una experiencia episcopal misionera peculiar en la historia de la evangelización americana del siglo XVI.

El interés por el Santo Arzobispo no puede ser fundamentalmente de naturaleza erudita; es sobre todo de naturaleza misionera; de cómo Santo Toribio de Mogrovejo resuelve algunos de los problemas relativos a la evangelización de los indios, y al cuidado pastoral de los españoles y criollos. Al fijarnos en su manera de actuar como evangelizador, podremos también comprender como el arzobispo Toribio de Mogrovejo usa los grandes principios de la reflexión jurídica y teológica, para transformarlos en una práctica misionera y pastoral adecuada en tiempos conflictivos.

Entender estos gestos suyos es de alguna manera entrar en lo más profundo de su acción pastoral. Así lo entendieron los hombres de los siglos XVI y XVII. Y también lo entienden hasta ahora los que miran con atención la obra de Santo Toribio de Mogrovejo.[45]


Notas

  1.  Actas de los Procesos de Beatificación y Canonización del S. d. D. Toribio Alfonso de Mogrovejo, 15 voll., Archivo Arzobispal de Lima: I vol. 1631-1632; 13 vol. De 1657-1664; 1 vol. de 1689-1691. Causa de beatificazione e canonizzazione: Beat. 2.7.1679: Reg. Decr. S.D. 1679-1680, f. 81; Breve Beat. 28.6.1679: Bull. Rom., XIX, 1676-1689, pp. 190-191; Can. 10.12.1726; Bolla Can.: Bull. Rom., XXII, 1724-1730, pp. 460/464.
  2.  ACOSTA, José de, De procuranda indorum salute, en Col. Corpus Hispanorum de pace, XXIII, I, 1987, 181.
  3.  ACOSTA, José de, o. c., I, 183.
  4.  Cabe remarcar en este sentido la experiencia del colaborador del arzobispo Mogrovejo, el p. J. De Acosta. Mucho después de haber escrito su obra De procuranda indorum saluteescribió en 1587 el Parecer sobre la guerra de la China y la Respuesta a los fundamentos que justifican la guerra contra la China, escritos polémicos contra otro jesuita, el padre Alonso Sánchez.
  5.  Cf. SPANO, Dionigi, Inviati in missioneLe istruzioni date da S. Ignazio, Roma, Centrum Ignatium Spiritualitatis, 1979: en esta obra se muestran las fuentes ignacianas sobre el tema y concepto de misión a través de las numerosas instrucciones de San Ignacio a sus jesuitas misioneros, donde claramente se especifica el concepto ignaciano de misión.
  6.  ACOSTA, José de, De procuranda Indorum salute, II, cap. XXI, 1, edición citada C.S.I.C, p. 331.
  7.  ACOSTA, José de, De procuranda Indorum salute, II, cap. XXI, 2, edición citada C.S.I.C, p. 331.
  8.  ACOSTA, José de, De procuranda Indorum salute, II, cap. XXI, 3, edición citada C.S.I.C, p. 333.
  9.  JUAN PABLO II, "A los Religiosos...", n. 8: habla "más de luces que de sombras, si pensamos a los frutos duraderos de fe y de vida cristiana en el Continente"
  10.  P. E. TAVIANI, La personalità e gli intenti di Cristoforo Colombo nella scoperta delle Americhe, in I Diritti dell'uomo e la Pace nel pensiero di Francisco de Vitoria e Bartolomé de las Casas. Studia Universitatis S. Thomae in Urbe. Ed. Massimo. Milano 1988, 30. Hubo numerosos caso de conquistadores que dejaron las armas para entrar en un convento tanto en México como en Perú; así Gaspar Díaz, compañero de Cortés, adoptó la vida eremítica y el arzobispo Zumárraga tuvo que imponerle mitigar sus penitencias; Alonso Aguilar entró en los dominicos; Sínodos o Cintos de Portillo, Medina, Quintero, Escalante, Lintorno y Burguillos (éste no dio tan buen ejemplo) entraron en los franciscanos, etc...Cfr. Bernal Díaz del Castillo, su compañero en su obra, cap. CCV, II, 535-536.
  11.  LEON PINELO Antonio, Tratado de las confirmaciones reales de encomiendas, oficios y casos en que se requieren para las Indias Occidentales. Madrid 1630, 1, 19.
  12.  PEDRAZA CRISTOBAL DE, Relación de la Provincia de Honduras, en Colección de documentos inéditos relativos al descubrimiento, conquistas y organización de las antiguas posesiones españolas de ultramar. 2ª serie. Madrid 1885, 11, 422.
  13.  PORREÑO Baltasar, Dichos y hechos del señor rey don Felipe II. Madrid 1639, 69.
  14.  EYZAGUIRRE GUTIERREZ Jaime, Historia de Chile. 2 vol. 1965 - 1972, I, 153.
  15.  Actas/Procesos 1631, f. 209 v.
  16.  Corriente de pensamiento que depende del médico alemán Thomas Erastus (1523-1583), que escribió un tratado de política en el que sostiene en el campo de las relaciones Estado - Iglesia la preeminencia del Estado, también en las materias de orden espiritual; ejercerá un gran influjo en la política eclesiástica inglesa; radicaliza así aún más el pensamiento de Marsilio di Padua (+1342) en su "Defensor Pacis".
  17.  SÁNCHEZ PRIETO, p. 122. ANGULO, Domingo, El barrio de San Lázaro de la ciudad de Lima, en Monografías históricas sobre la ciudad de Lima, II, Lima, 1935, 89 168. ANGULO, Domingo, Orígenes del barrio de San Lázaro. Santa Liberata, en "Revista Histórica" (Lima 1917), t. V, pp. 410 421.
  18.  VARGAS UGARTE, R, Vida de Santo Toribio, 71.
  19.  VARGAS UGARTE, R, Vida de Santo Toribio, 71-72.
  20.  Cfr. testimonio del fray Juan Yañez Solano, Procurador general de la Provincia de San Juan Bautista, de la Orden de Predicadores en el Perú, Actas/ Proceso, 1632, f. 609v-610r.
  21.  Guardián en los conventos de: Cochabamba, Zaña y del Callao.
  22.  Actas/Procesos 1660, f. 434v y 455r.
  23.  Actas/Procesos 1660, f 207v - 208r.
  24.  Sobre la llegada de los jesuitas a Perú, cf. ALTAMIRANO, D. F., Historia de la provincia peruana de la compañía de Jesús, La Paz, 1891; EGAÑA, E. de, et alii, Monumenta peruana, 1 6, Roma, 1954 1961; VARGAS UGARTE, R., Los jesuitas del Perú (1568 1767), Lima, 1941.
  25.  LEVILLIER, Roberto, Don Francisco de Toledo, supremo organizador del Perú, I, Buenos Aires, 1935, 205. Véase también VARGAS UGARTE, Rubén, Historia general del Perú, II, Lima, 1971, 186.
  26.  VARGAS UGARTE, Rubén, Historia de la Compañía de Jesús en el Perú, Burgos, 1963, 69 72.
  27.  VARGAS UGARTE, Rubén, Historia de la Compañía de Jesús en el Perú, 135 ss.
  28.  VARGAS UGARTE, Rubén, Historia de la Compañía de Jesús en el Perú, 105.
  29.  Cfr. VILLEGAS, Juan, S.J., Aplicación del Concilio de Trento en Hispanoamérica (1564 1600). Provincia eclesiástica del Perú, Montevideo, Instituto Teológico del Uruguay, 1975 ; el autor presenta en varios apéndices algunos documentos fundamentales sobre la ejecución y cumplimiento de las disposiciones tridentinas, tanto de Felipe II como del arzobispo Toribio de Mogrovejo y de otros personajes, eclesiásticos y civiles del Perú ; tales normas se refieren sobre todo al tema de la residencia de los obispos y párrocos, la enseñanza del catecismo, la predicación y la administración de los sacramentos por parte de los párrocos, el tema de los beneficios, el económico, y otros puntos relativos a la catequización, sacramentos y a la formación de los sacerdotes y misioneros. Toribio de Mogrovejo fue uno de los primeros obispos que fundó un seminario conciliar para la formación de sacerdotes según lo establecido por el Concilio de Trento.
  30.  VARGAS UGARTE, Rubén, Historia de la Iglesia en el Perú, I, Lima, 1953, 362.
  31.  Las biografías de Santo Toribio de Mogrovejo nos dan diversas fechas de su nacimiento: el 11, el 16 y el 18 de noviembre de 1538. También algunos discuten el lugar de su nacimiento: la mayoría de los autores se inclinan por Mayorga de Campos; alguno por Villaquejida, no lejos de Mayorga y lugar de nacimiento de su madre.
  32.  LORENZO GALMÉS, en Historia de la Iglesia en Hispanoamérica y Filipinas, Obra dirigida por Pedro Borges, BAC, Madrid 1992, I, 388.
  33.  Ya en vida del arzobispo don Toribio de Mogrovejo, Clemente VIII concede al arzobispo el 12.06.1592 que su cuñado don Francisco de Quiñónez y su esposa doña Grimanesa puedan educar a sus hijas Beatriz, de 13 años, María, de 11 años, y Mariana de 8 años en un monasterio femenino de la ciudad; el papa pone algunas condiciones: que las monjas estén de acuerdo, que el monasterio tenga ya otras jóvenes educandas, que las tres hermanas entren solas y sin servidoras o criadas, que tengan más de 7 años de edad y menos de 25, que vistan con sencillez y sin joyas (oros o sedas), que observen las leyes de la clausura y de la comunicación con los externos, que cooperen a su mantenimiento cada semestre, que haya celdas vacías para ellas en el noviciado y que el número de las jóvenes presentes no esté completo, que las dichas jóvenes no se vayan con ánimo de volver de nuevo, a no ser que quieran tomar el hábito monástico (en METZLER, II, n. 19, p. 60). Doña Grimanesa y sus hijas Mariana de Guzmán y María de Quiñónez, vivirán religiosamente en el monasterio de la Encarnación de Lima; tras 14 años de vida en aquel monasterio en 1608, y tras la muerte de Toribio De Mogrovejo, deseaban entrar como monjas en el monasterio de Santa Clara de Lima, fundado por el mismo arzobispo; Paulo V, con el parecer positivo de los cardenales de la S. Congregación de Obispos y Regulares, da la facultad al nuevo arzobispo para que las tres mujeres puedan entrar en dicho monasterio, y si lo desean de emitir los votos religiosos y de que ocupen el primer lugar, después de la abadesa, si las monjas lo permiten (Breve de Paulo V, del 18.07.1608, en METZLER, II, n. 431, p. 274); Encontramos otras intervenciones de Roma (Paulo V) en cuestiones que tienen que ver con doña Grimanesa el 15.07.1607 (una disputa sobre el uso de aguas de riego en una propiedad, con los jesuitas, en METZLER, II, n. 383, p. 251). METZLER, II, n. 996, p. 568, presenta una facultad de Urbano VIII, fechada el 12.08.1628 en la que concede a Mariana de Guzmán, sobrina del arzobispo (Mogrovejo) de visitar una vez al año el monasterio femenino de Santa Clara de Lima, acompañada de su madre doña Grimanesa de Mogrovejo, hermana del arzobispo. Nos resulta confusa esta facultad, dado que el arzobispo Mogrovejo ya había muerto en 1606, y cómo se dice arriba madre e hija ya vivían en dicho monasterio; Metzler nos da la noticia y la referencia, pero no nos ofrece el texto del documento que se halla – según tal dato – en ASV, Armarium XXXVIII 12 f. 5r; Annales Minorum (comenzados por Lucas Wadding et alii, Romae 1731 – Quaracchi 1948 ) XXVII 518.
  34.  Zaña (región de Lambayeque, provincia de Chiclayo); fue fundada por los españoles con el nombre de Villa Santiago de Miraflores de Zaña, por su estratégica ubicación, que servía de entrada hacia la sierra norte, vía Cajamarca, y además era un lugar intermedio entre dos valles significativos, que son el Jequetepeque y Lambayeque; dos caminos importantes cruzaban la zona, los que unían costa y sierra; además de su importancia geográfica como nexo y ubicación, el valle presentaba una riqueza natural atractiva por la fertilidad de la tierra.
  35.  A la muerte de Loaysa (25.10.1575) fue presentado como arzobispo de Lima Diego Gómez de la Madriz, trinitario, nacido en Palencia (nacido entre 1520/1530 y + Badajoz 15.08.1601), habiendo rechazado el obispado de Charcas, fue presentado para Lima por Felipe II, pero al encontrarse vacante Badajoz, Felipe II le ofreció esta diócesis (13.06.1578) por lo que nunca pasó a Lima; tomó posesión de aquella diócesis (11.09.1578). Fue un obispo reformador, muy unido al arzobispo Guerrero de Granada del que había sido provisor y vicario general (cfr. ASV Acta Vicecancell. 15 f. 219c; 15 f. 248c); Hierarchia Catholica, III, 225.
  36.  GALMÉS, Lorenzo, 389.
  37.  Fue nombrado el 16.03.1579 (ASV Acta Vicecancell. 15 f. 227c). Recibirá el palio el 16.05.1579 (ASV Acta Vicecancell. 15 f. 268); a su muerte el 23.03.1606, le sucede en Lima Bartolomé Lobo Guerrero, de S. Fe (16.11.1607) (ASV Acta Vicecancell. 14 f. 77); Hierarchia Catholica, III, 225. VARGAS UGARTE, Rubén, Vida de Santo Toribio, Impr. Gráfica industrial, Lima 1971, 20. J. METZLER, America Pontificia, 3 vols. Ciudad del Vaticano 1991 y 1995, no recoge la Bula de nombramiento del Prelado, señal de que no la encontró en los Registros Vaticanos, mientras recoge otros documentos pontificios referidos o destinados al arzobispo Toribio de Mogrovejo a lo largo de su pontificado límense. Encontramos los siguientes documentos: Breve de Gregorio XIII del 15.04.1583, en el que se le da al Arzobispo límense la facultad de absolver casos reservados (I, n. 408, pp. 117871788); Breve de Gregorio XIII del 12.07.1584, por el que se le da al Arzobispo límense la facultad de celebrar los sínodos diocesanos cada dos años y no cada año y los provinciales cada siete años (debido a las distancias y otras dificultades) (I, n. 424, pp. 1220-1221); Breve de Sixto V, del 22. 02.1586, con licencia de traslado a otro monasterio de dos monjas del monasterio de la Concepción de Lima al de La Plata (I, n. 448, p. 1258); Carta de Gregorio XIV, del 27 de mayo de 1591, al Arzobispo Mogrovejo, en la que alaba el celo y la piedad del Arzobispo (I, n. 551, pp. 1442-1443). El p. Diego de Zúñiga, procurador de la provincia jesuítica peruana viajó a Roma, dando la relación sobre la situación pastoral de la Iglesia peruana al Papa (visita "ad limina" por procurador del 1591); el Pontífice quedó impresionado de la relación, sobre todo del celo misionero del arzobispo, de sus arduas visitas pastorales y de la convocación de los concilios provinciales, así como de los cooperadores excelentes que tenía el Arzobispo; el p. Diego, volviendo a Perú con otros compañeros misioneros jesuitas, llevaba consigo esta carta en la que el Romano Pontífice mostraba sus sentimientos de comunión y de gratitud y su interés por aquella Iglesia. Otros documentos se refieren a cuestiones relativas a la vida de algunos monasterios femeninos (Breves de Clemente VIII, del 23.11.1595: en II, nn. 68 e, 69, p. 86); el senato de Lima se había quejado con el papa Clemente VIII de que el arzobispo no había administrado ordenaciones sacerdotales; de que enviaba a los seminaristas con las cartas dimisorias a otros obispos; tal modo de proceder causaba graves incomodidades a los seminaristas debido a los viajes largos y difèiciles y era contrario a los deberes de un obispo; el Papa ordenaba al arzobispo de dar las ordenaciones al menos una vez al año "por santa obediencia" (II, n. 81, p. 92).
  38.  Actas/ Procesos, 1659, f. 431r.
  39.  15 de abril de 1580; en ASV, Lettere dei vescovi, vol. 10, fol. 214, cit. En SÁNCHEZ PRIETO, Toribio de Mogrovejo, Apóstol de los Andes, Madrid, BAC, 1986, 112; VARGAS UGARTE, R., Vida de Santo Toribio, 20.
  40.  El puerto de Paita, en norte del actual Perú y casi limitando con Ecuador, fue de capital importancia por su lugar estratégico y de conexión con el interior del Continente, sea por vía de tierra, sea también por vía fluvial conectando con ríos como el Marañón, afluente del Amazonas. La ciudad se llamó San Francisco de Nueva Esperanza y fue fundada ya a raíz de la conquista española.
  41.  SÁNCHEZ PRIETO, 32.
  42.  SÁNCHEZ PRIETO, 193.
  43.  Ningún Obispo americano se trasladó a Roma para la "visita ad limina" durante este periodo; los obispos americanos y asiáticos podían realizar la visita ad limina cada 10 años: cfr. Congregatio concilii. Relationes 450 (ad limina); M. CAMUS IBACACHE, La visita ad limina desde las iglesias de América latina en 1585-1800, en "Hispania sacra", 46 (1994) 159-189; R. ROBRES LLUCH,- V. CASTELL MAIQUES, La visita ad limina durante el pontificado de Sixto V (1585-1590)Datos para su estadística general. Su cumplimiento en Iberoamérica, en "Antología annua", 7 (1959) 147-213; Les chemins de Rome. Les visites ad limina à l'époque moderne dan l'Europe Méridionale et le Monde Hispano-Américain (XVIe-XIXe siècle), sous la direction de Philippe Boutry et Bernard Vincent, Ecole Française de Rome, 2002: (Aliocha MALDAVSKY, Les visites ad limina des archevêques de Lima au XVIIe siècle, pp. 213-234). La obligación de la visita ad limina fue restablecida por Sixto V en 1585; los obispos americanos la realizarían por medio de un procurador. En los Archivos vaticanos se encuentran nueve relaciones de estas visitas efectuadas de esta manera entre 1599 y 1692. En el siglo XVIII se encuentra la indicación de una efectuada así en 1722 (sin relación encontrada) y luego otra de 1883. Tomamos los datos de los estudios aquí citados. Entre 1599 y 1603, el arzobispado de Lima contaba con 10 obispos sufragáneos: Cusco (creado en 1537), Charcas (hoy Sucre, 1552), Quito (1546), Santiago de Chile (1561), Paraguay (1547), Tucumán (1570), Panamá (1513), Nicaragua (1531), Popayán (1546), La Imperial (1564): ASV, Congregatio concilii. Relationes 450 (Limana); R. VARGAS UGARTE, Episcopologio de las diócesis del antiguo virreinato del Perú desde sus orígenes hasta la Emancipación, 1513-1825, s. f., s. l. Un año antes del muerte de Santo Toribio son creadas en 1605 las diócesis de Santa Cruz de la Sierra y Chuquiabo (actual La Paz). Las diócesis de Arequipa y de Trujillo habían sido creadas nominalmente en 1577, pero sin tener algún obispo; solamente en 1609 Arequipa y Huamanga se separan de Cusco, y se crea Trujillo entre Lima y Quito (P. BORGES, Historia de la Iglesia en Hispanoamérica y Filipinas (siglos XV – XIX), I, BAC, Madrid 1992, 156. La provincia eclesiástica de Charcas es erigida en 1609 con Paraguay, Tucumán, Santa Cruz de la Sierra y Chuquiabo como sufragáneas, y Popayán pasa a la provincia de Santa Fé (de Bogotá); Nicaragua pasa a la provincia de México a partir de 1640. Entonces la provincia eclesiástica de Lima coincidirá casi a las fronteras políticas de su Audiencia. Las relaciones de los obispos eran enviadas a Roma a través del Consejo de Indias en Madrid, que a su vez lo enviaba a Roma través del embajador español ante el Papa. La myoer parte de las veces (en este periodo 6 sobre 13 veces) los procuradores en Roma fueron jesuitas residentes en Roma o enviados por la provincia jesuítica del Perú. Fue Toribio de Mogrovejo el que comenzó esta predilección, ya en tiempos del general Claudio Acquaviva al que le da un poder en este sentido (1583); anulada tal decisión por una bula del 1585, el arzobispo escribe al Papa, sin pasar por Madrid, en 1587, solicitando el poder cumplir con aquella obligación en el modo señalado (a través de procuradores jesuitas) y le fue concedido (R. ROBRES LLUCH,- V. CASTELL MAIQUES, 206). En 1599 Mogrovejo nombra como sus procuradores a tres jesuitas residentes en Roma, entre ellos Bartolomé Pérez, asistente de España, para que lo hagan cada año; tales jesuitas debían también solicitar en España el envío de misioneros, como lo hizo escribiendo al Rey y recomendando sus procuradores los pp. José de Arriaga y Diego de Torres en 1601 (cfr. SOMMERVOGEL, t. VI, par. 523); pero otras veces son jesuitas que viajan ex profeso desde Perú para esta misión (MALDAVSKY, 217).
  44.  Actas/Procesos 1659, f. 433r – 433v. Las visitas "ad limina" de la provincia eclesiástica de Lima en el periodo referido tuvieron lugar en 1599, 1603, 1612, 1631, 1637 y 1661. El arzobispo Mogrovejo en su relación "ad limina" de 1599 y de 1603 da las fechas de los concilios por él celebrados hasta aquellas fechas y añade también algunos párrafos sobre sus diócesis sufragáneas (Cusco, Charcas, Quito, Popayán y Panamá) y sobre la de Cartagena de Indias, sufragánea de Santa Fe, así como sobre las consagraciones episcopales efectuadas, así como otros datos importantes sobre las "doctrinas" de su diócesis, las ciudades, las dificultades de las visitas pastorales, sobre la capital, Lima.
  45.  Causa de beatificación y de canonización: Beat. 2 jul. 1679: Reg. Decr. S.D. 1679-1680, f. 81; Breve Beat. 28 jun. 1679: Bull. Rom., XIX, 1676-1689, pp. 190-191; - Can. 10.dec. 1726; Bulla Can.: Bull. Rom., XXII, 1724-1730, pp. 460-464.

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FIDEL GONZÁLEZ FERNÁNDEZ