sábado, 30 de agosto de 2014

Crónicas procesionales: religiosidad católica popular – siglo XIX. María Belén Soria Casaverde

Crónicas procesionales: religiosidad católica popular – siglo XIX. María Belén Soria Casaverde (Historiadora del SHRA-UNMSM) Ediciones del SHRA-UNMSM, Lima 2014, 267 pp

En este trabajo analizo los aspectos sociales y escenográficos de cinco fiestas religiosas y populares celebradas en Lima decimonónica. Estas fiestas son la Semana Santa o "Fiesta de los Dolores", Domingo de Cuasimodo o "Procesión del Santísimo", Corpus Christi, Santa Rosa de Lima, identificada como el culto de la "Conciencia Nacional", y la procesión del Señor de los Milagros o "Rodeo de las Viejas". Además, incorporamos en ese grupo a la fiesta de "La Vieja", pues si bien esta no fue propiamente una celebración religiosa constituía un espacio de diversión interétnica en medio de la Cuaresma, periodo de recogimiento, ayuno y penitencia que se extendía entre el miércoles de ceniza (termino del carnaval) y Sábado Santo. Esta breve inobservancia de la penitencia cuaresmal era compartida por los sectores populares y aristocracia limeña, la cual dominada por un refinado afrancesamiento no dudaba en promover grandes y suntuosos bailes de máscaras durante la noche de "La Vieja".

 

Las crónicas locales del diario El Comercio nos han permitido organizar una minuciosa información sobre el universo festivo religioso limeño y cómo fue cambiando este durante el siglo XIX. En ese sentido, podemos advertir la abigarrada interdependencia entre religiosidad, secularismo y tradición que se expresaba en las llamadas fiestas de tabla, y cuyas características principales fueron las siguientes:

 

1.- La continuidad del barroco festivo colonial: Aunque la Independencia redujo el número de fiestas de tabla la devoción popular continuó con el mismo fervor, celebrándose procesiones en cada una de las iglesias por impulso de los gremios y cofradías. Asimismo, el deseo espiritual de "ganar indulgencia plenaria" formó parte de la vida cotidiana de los  limeños.  La existencia misma de una columna periodística denominada "crónica religiosa" o "relijión", la cual daba cuenta del santoral diario y las iglesias donde los feligreses podían oír misas y participar en los jubileos, trisagios, sacramentos y procesiones para ganar indulgencias, revela la importancia que tuvo la dimensión religiosa en la idiosincrasia capitalina. Ciertamente, ganar indulgencia significaba lograr un estado de pureza espiritual mediante la redención de los pecados, que era el objetivo máximo de todo cristiano. Contra esta tendencia, las crónicas periodísticas, impregnadas de secularismo, exhortaban a buscar "otro género de espectáculos", pues el mundo festivo republicano se había reducido a "hacer novena para cada uno de los santos del calendario".  

Sin embargo, hasta mediados del siglo XIX, los limeños mantuvieron pleno respeto por las tradiciones religiosas. Ese fue el caso de la "Bula de Cruzada", recurrida para evitar la pena espiritual que conllevaba comer carne sin permiso pontificio durante el ayuno cuaresmal. Dos tercios de las rentas obtenidas por la compra de bulas sirvieron para financiar los hospitales y misiones de infieles, mientras el tercio restante fue destinado a los gastos de la Santa Sede. De igual modo, los fieles continuaron vistiendo estricto luto en Semana Santa y las comparsas de diablos, gigantes y papahuevos acompañaron a las fiestas del Domingo de Cuasimodo y Corpus Christi. Aunque, algunos religiosos criticaron estas coreografías religiosas populares porque contrariaban el significado espiritual de las procesiones, otros no podían negar que esos danzantes aseguraban una mayor afluencia de feligreses y curiosos. Por ese motivo, en los inicios de la República, la Iglesia se opuso a la orden policial que prohibía la salida de las "mojigangas". De otro lado, la fiesta del Corpus Christi, que representó  la "exaltación y triunfo" de la Eucaristía y el fortalecimiento de la fe católica en el Santísimo Sacramento, permitió en lo político consolidar el concordato entre Iglesia y Estado. El ambiente festivo religioso se rodeó así de la solemnidad y magnificencia rendida por el cuerpo jerárquico de la sociedad.

En sentido inverso, la devoción por el Señor de los Milagros creció al margen del reconocimiento eclesiástico y estatal. Apenas inaugurada la vida republicana, el culto al Cristo moreno no fue considerado en la relación de fiestas de tabla, únicas a las cuales estaban obligados a concurrir el Gobierno y las corporaciones civiles y religiosas. A pesar de su arraigo popular, participar en su procesión solo otorgaba "rogativa", pues la "indulgencia plenaria" estaba reservada para los participantes en las fiestas de otros santos.  

 

2.-Aparición de los primeros elementos de modernismo contrarios a las formas tradicionales de religiosidad: El culto religioso favoreció la adaptación de ciertos elementos simbólicos tradicionales a la nueva realidad independiente. El caso más importante fue el de Santa Rosa de Lima, cuyo culto se identificó con la "Conciencia Nacional", pues su imagen fue utilizada como símbolo del criollismo republicano, patrocinando bendiciones divinas y asociándola con los premios y reconocimientos otorgados a los buenos patriotas.  A su vez,  el culto santarrosino reforzó la identidad nacional representada por las damas limeñas, pues a las procesiones concurría "un gran número de mujeres vestidas con hábitos y blancas rosas artificiales, alrededor de la cintura y en la parte debajo de las sayas". Además, la procesión de Santa Rosa de Lima constituyó el último refugio para las damas que se resistían a europeizar sus vestimentas y relegar al olvido el traje tradicional de la saya y manto, considerada como la vestimenta de "marcado nacionalismo". Incluso algunos afortunados chinos, que habían logrado superar la condición servil, patrocinaron el culto santarrosino para alcanzar el reconocimiento de la sociedad limeña.

 

3.- El aburguesamiento propiciado por la época del guano renovó la escenografía religiosa e introdujo elementos de secularización: El boato y dispendio de los ingresos del guano estimularon la parafernalia religiosa adoptándose mayor número de luces, encintados, arreglos florales, escogidas piezas musicales y fuegos artificiales, entre otros elementos efectistas.  Por ejemplo, en 1854, el diario El Comercio anunció el regreso de las añoradas quince andas que durante Semana Santa salían de la iglesia de San Agustín.  Una década después, la Archicofradía de Nuestra Señora de la O dispuso la remodelación del templo de San Pedro para adoptar la nueva disposición espacial propia de los templos europeos. Fueron entonces colocados asientos para los feligreses con el propósito de desterrar la vieja práctica de sentarse en el suelo. Probablemente en zonas populosas, como Barrios Altos o el Rímac, la escasez de recursos impidió la modernización arquitectónica de las iglesias. Más allá de esta renovación modernista, el culto siguió aferrándose a la tradición simbolizada por la mistura de las comidas, los bailes frenéticos y fuegos artificiales.

La bonanza económica producida por el guano vino aparejada de la secularización de las clases altas de la sociedad. Esta actitud se manifestó mediante la renuencia de esta a ejercer la mayordomía de las fiestas religiosas. En junio de 1861, el Vicepresidente de la República, Juan A. Pezet, el cónsul de Bélgica y otros acaudalados vecinos de Chorrillos fueron elegidos mayordomos de la procesión de San Pedro, patrón de esa aristocrática villa. No obstante, todos ellos decepcionaron la confianza del pueblo chorrillano, que esperaba una costosa celebración del santo, pues prefirieron asistir a los festejos del natalicio del empresario Pedro González Candamo.  La modernización impactó también en las costumbres y vestido nacional. Algunas crónicas propiciaron el reemplazo de la saya y manto por la crinolina.  Las devotas que vestían saya y manto afrontaron además la censura de los moralistas, que exigían suprimir el uso de dicho vestido para evitar "la licencia que se tomaban algunos jóvenes para con las tapadas y la ocasión que estas tenían de salir de sus buenas costumbres sin ruborizarse, a favor del ocultamiento de su rostro".  Contra esta tendencia se levantaban quienes defendían la religiosidad como elemento de nacionalidad, pues "en el Perú toda persona ilustrada posee algunos conocimientos acerca de la historia y literatura europea; pero nadie casi se ocupa de tener siquiera un conocimiento mediano de nuestra historia y literatura nacional" (Gonzales de la Rosa, Manuel. "Prólogo del editor". En: De Oviedo y Herrera, Luis Antonio. Santa Rosa de Lima: poema heroico)

 

4.- La pobreza y abatimiento moral producido por la Guerra del Pacífico despertó la añoranza por el pasado y propició el resurgimiento temporal de la escenografía religiosa caída en desuso: En la posguerra del Pacífico se produjo el retorno de los gigantes y papa huevos en las fiestas del Domingo de Cuasimodo y del Corpus Christi. Hubo también mayor interés por cumplir el recogimiento propio de la Semana Santa. Al respecto, en 1891 las autoridades municipales dispusieron la prohibición de toda clase de espectáculos durante los siete días que mediaban entre los domingos de Ramos y Resurrección. Esa medida, relajada desde la época del guano, disgustó a los aficionados de las obras líricas y funciones de circo, pues alegaron que estas "nada de pecaminoso encierran".  Más tarde, en marzo de 1902, cuando la municipalidad limeña dejó sin efecto la prohibición de espectáculos en Semana Santa, sobrevino la inmediata protesta del Arzobispo de Lima, Manuel Tovar, quien cuestionó la autoridad política por propiciar el debilitamiento del culto católico. Contrario a la emulación de las prácticas religiosas de las grandes urbes, monseñor Tovar preguntó entonces al Gobierno: "¿por qué no se imita el reposo dominical de Inglaterra y de los Estados Unidos? El presente libro analiza todos estos desencuentros entre religiosidad y laicismo, porque constituyen elementos importantes que nos permiten entender la construcción de la identidad nacional durante la república peruana decimonónica. Sin duda, las fiestas religiosas crearon ambientes propicios para la fusión entre el fervor católico, el sentimiento patriótico y la idiosincrasia popular urbana y rural.