martes, 1 de abril de 2014

LA PRESENCIA DE LA IGLESIA EN LIMA COLONIAL: Educación, Asistencia y Caridad. P. Armando Nieto

LA PRESENCIA DE LA IGLESIA EN LIMA COLONIAL:

Educación, Asistencia y Caridad

P. Armando Nieto Vélez, S.J. Revista CULTURA N° 11 Asociación de Docentes de la USMP, Año 15, Lima 1997, pp.39-47.

Lo que vamos a tratar a continuación, sirve para que veamos cómo se empalma nuestro presente, con las raíces históricas si de nuestra Lima antigua. Los estudios que se realizan acerca de nuestro Centro Histórico, nos ayudan a conocer las raíces históri­cas, sin este motivo o si no tomamos conciencia del sentido de lo que estamos haciendo por Lima, nuestra acción queda sin base, sin fundamento.

La transformación cultural del Perú es innegable, porque ha ha­bido muchas culturas importantes en su historia; desde tiempos an­tiguos como los de Lima prehispánica o del Perú prehispánico.

Pero hay una transformación que es fundamental, y es la trans­formación religiosa que se opera en el Perú, a partir del siglo XVI. La educación y el progreso por los caminos de la técnica, el arte, el oficio y la ciencia son importantísimos y necesarios. Pero dentro de una recta jerarquía de valores; tiene mayor sentido el cambio inte­rior, que es el conocimiento y la práctica del bien, desterrar el mal de la sociedad y del individuo.

Desde el comienzo de la colonización hay un esfuerzo por parte de la Iglesia Católica de alentar este cambio en la sociedad. Hay un paisaje cultural que se asienta sobre el paisaje telúrico, por ejemplo; cuando uno va por la sierra y ve a lo lejos una capilla, una iglesia, un santuario; y oye el son de las campanas, sabe que hay algo nuevo, como un espíritu nuevo que alienta a las poblaciones, por pequeñas que sean.

 

Los misioneros recurren a las artes (la pintura, la música, la ar­quitectura, el arte escénico), para decir la verdad de la Fe, de mane­ra más asequible, más clara y fácil de entender: el culto, la liturgia, las procesiones, las capillas, los coros, las fiestas religiosas, etc. (En la pelícu­la La Misión -y es una exageración del guionista- vemos cómo los coros se asemejan a los coros de Viena, Roma o París en Francia). Algo curioso es que al lado de cada iglesia siempre hay un hospital, un orfanato, una escuela. Esto significa que la iglesia ha contribuido a la cultura.

Incluso los nombres de muchas de nuestras calles, plazas, nos trans­portan a ese pasado que hoy queremos revivir. Esta cultura de alfabeti­zación y cristianización de la que hablamos, no se podría entender sin la obra de la iglesia, sin la presencia viva de la iglesia.

Cuando uno recorre, por ejemplo; la India, China, los grandes países del Oriente, pueden pasar días sin advertir la presencia de la Iglesia. Ello sería imposible en América, donde cada paso hay tantas capillas, iglesias, imágenes e instituciones. Podemos encontrar centenares de hombres, que recuerdan y evocan creencias religiosas de nuestra Iglesia.

Por eso no se podría hablar de cultura peruana, sin hablar de la Igle­sia. Vamos a ver principios generales. Existen dos principios teológicos, que los ayudarán a comprender el tema. En la obra de Cristo tenemos:

a)   La encarnación. Cristo es judío, habla arameo.

b)   La redención. Cristo libera al hombre del pecado y del mal.

San Pablo, cuando evangelizó el mundo antiguo, el mundo helénico, el mundo romano, veía que había cosas que no estaban bien. Pero veía que para anunciar a Cristo no debía empezar desde cero olvidándose del pasado de sus oyentes. Debía "asumir" la cul­tura, asumir la cultura nativa.

Los primeros misioneros, que respetan en su variedad las cultu­ras, nos muestran lo que es encarnarse. Por otra parte, tenemos la redención, como todos sabemos hay valores y hay antivalores que tienen que ser transformados, superados y eliminados.

Cuando San Pablo llega a Roma, habla en el capítulo I, de la Car­ta a los Romanos que el hombre no iluminado por la Fe, según las antiguas prácticas, tenía tendencias que podían llegar a ser aberrantes: esclavitud, opresión, corrupción, perversiones.

En la historia peruana, que representa una postura de encarna­ción y redención, es el célebre Padre José de Acosta. El propugnaba la idea de que encarnarse en la cultura nativa, no significa destruir­la. Hay que respetar la cultura, no necesariamente dejando intactas todas y cada una de sus formas, sino entendiendo el verdadero sig­nificado, reconociendo ahí una presencia humana. Sabía reconocer una gran cultura que ha creado, por ejemplo, los andenes, la agri­cultura, el Tahuantinsuyo (que es una obra titánica), y sabía distin­guir lo esencial de lo accesorio; no darle a todo la misma importan­cia. Y así poco a poco ir labrando la cristianización del Perú.

Hay una palabra que se empleaba mucho en el siglo XVI: "policía", pero no se refería a la institución que sirve hoy para dar seguridad a una comunidad, nación o pueblo. En el castellano antiguo significa la humanización del hombre, darle rudimentos de una vida social, de respeto mutuo, limpieza, aseo, etc., que atañen a la convivencia.

Tenemos un ejemplo puntual: el quechua, el aymará o el yunga; lenguas que fueron mantenidas y usadas, como instrumento de evangelización por los misioneros. La tarea de los misioneros fue eficaz, porque mientras en otros países, se pretendía ignorar los idio­mas nativos, en el Perú se respetaron las lenguas nativas.

La importancia del quechua fue reconocida por los Concilios limenses sin excepción; porque era ilógico obligar a los nativos a aprender de golpe el castellano, y a la vez era injusto hacer que olvidasen su lengua. La castellanización se ve en cambio más útil en el mundo antiguo en el siglo XVIII.

El proceso de unificación no consistía solamente en saber hablar el castellano. Hasta ese momento el catecismo se enseñaba en quechua, y obligatoriamente se les exigía a los misioneros saber el quechua, para poder ser enviados a distintas partes del país.

 

Dice Raúl Porras Barrenechea, que la Iglesia fue la defensora de las lenguas nativas en el Perú. Imaginemos las dificultades y la tenacidad de los primeros misioneros, que no tenían las facilidades con las que contamos nosotros ahora: (cintas grabadas, gramáticas y los medios para aprender el idioma). Ellos tenían que aprender pacientemente los nom­bres de las cosas, señalando los objetos y pidiéndole a algún niño que les indicara, cómo se decía correctamente determinada palabra en quechua.

El misionero apuntaba en una hoja de papel la fonética del voca­blo. Y como a veces algunos niños bromistas daban informaciones erróneas, al terminar el día comparaban si lo que habían oído era correcto. Con el tiempo alcanzaron una mayor perfección que se vio reflejada en su fructífera tarea de evangelización.

El Padre Diego González Holguín fue un jesuita, autor de un diccio­nario quechua-español. La Universidad de San Marcos ha reeditado por tercera vez esta excelente obra. La segunda vez fue en el tiempo de Raúl Porras Barrenechea en el año 1950. Es un diccionario excelente, que ayuda mucho a los educadores. Con motivo de la tercera edición, hace algunos años, en la ceremonia que se llevó a cabo en el Museo de Historia Natural de la Av. Arenales, el lingüista Alfredo Torrero intervi­no haciendo un elogio de esta obra: "debo reconocer que si no fuera por Gonzáles Holguín, o por Fray Domingo de Santo Tomás, el quechua se hubiese perdido. En ese tiempo no había interés de recogerlo fuera de los religiosos encargados de la transmisión del evangelio".

Vemos pues que esta excelente obra de cultura, se debió a esos sa­cerdotes que conformaron una legión. El Concilio legisló para que no se ordenaran sacerdotes, los que no conociesen lenguas nativas. La política de españolización viene a ser obligatoria desde el siglo XVIII, con los Borbones. Ya entonces hacía falta una política de unificación, en favor del castellano pero sin destruir el quechua.

Es importante hablar acerca de las escuelas, los colegios y las univer­sidades. En Lima se fundó la universidad de San Marcos en 1551, según la Real Cédula del 12 de mayo de 1551. Se llamó en un principio Estu­dio General de los Reyes ó Estudio General de los Dominicos, porque fue la Orden de Predicadores la que pidió al Rey la creación de la uni­versidad. Como había que denominarla con un nombre o patrono y por lo general se buscaba el nombre de un santo, se optó por presen­tar una serie de nombres, pero había mucha preferencia entre las au­toridades por uno o por otro y esto complicaba las cosas. Finalmente se llegó a una solución salomónica: los representantes de la iglesia, los dominicos, el Arzobispo, el Virrey dieron sus candidatos.

Luego se realizó el sorteo y salió ganador el nombre de San Marcos y he ahí porqué la Universidad se llama desde 1574 San Marcos. Famo­sa en todo el virreinato del Perú, salieron de sus aulas, profesionales notables en todo orden.

Mas desconocido es el punto de los colegios en la época colonial. Hay que diferenciar los Colegios Mayores, que eran para laicos generalmente, de los colegios religiosos que impartían enseñanzas a los miembros de las órdenes. A diferencia de ellos, los seminarios eran más bien para la for­mación de los sacerdotes seculares. Entre los Colegios Mayores tenemos por ejemplo: el Colegio de San Felipe, el Colegio de San Martín, etc.

Es importante también resaltar que el Seminario Conciliar de Santo Toribio fue fundado por el Santo Arzobispo en 1591. Es nece­sario aclarar que Santo Toribio le puso ese nombre en honor de su santo patrono que era Santo Toribio de Astorga, santo español del siglo VII que vivía cuando todavía España estaba dominada por el islamismo. Cuando Santo Toribio fue canonizado en el s XVIII lógi­camente se hace el cambio y el seminario limeño pasa a referirse a Santo Toribio de Mogrovejo.

Luego tenemos los Colegios Religiosos: el Colegio de Santo Tomás de Aquino de la Orden de los Predicadores. Estaba situado en la es­quina de Andahuaylas y Junín, muy cerca del Congreso. Este colegio es el colegio Mercedes Cabello de Carbonera, es muy distinto por su­puesto al Colegio Santo Tomás que está al costado de la Iglesia de Santo Domingo, entre el jirón Conde de Superunda y el Malecón Rímac.

El Colegio de Nuestra Señora de Guadalupe o de San Buenaven­tura eran franciscanos. Tampoco existe como local de colegio ahora.

Ahí preparaban a sus religiosos, ubicado en lo que es el Palacio de Justicia, al término del actual jirón Azángaro.

El colegio de San Idelfonso era de los padres agustinos. Funcio­naba en el local que es hoy la Escuela Superior de Bellas Artes.

Finalmente, el Colegio de San Pablo de los jesuítas, es el más antiguo porque fue fundado en 1568 funcionaba en la manzana de San Pedro, en la cuarta cuadra del jirón Azángaro, donde ahora también están la Biblioteca Nacional y el Banco Central de Reserva.

En la casona de San Marcos se halló entre 1610 y 1767 el noviciado de San Antonio Abad de la Compañía de Jesús, con la expulsión de los jesuítas funciona allí el Convictorio de San Carlos, tiene una pre­ciosa capilla, que sirvió de Salón de Grados a la Facultad de Letras. La Iglesia adepta a la Iglesia de San Antonio de Abad es actualmen­te Panteón de los Próceres en la esquina del Parque Universitario y Azángaro. Data esta transformación del II Gobierno de Leguía.

Cada parroquia, cada orden, cada iglesia contaba con Escuelas de Primeras Letras, donde se enseñaba a escribir y contar. Lo que sería en la actualidad la primaria. Existía una, junto a la Iglesia de los Desamparados, la cual se ubicaba detrás de Palacio de Gobierno. La iglesia fue demolida en 1938 en la época del General Benavides, porque se quería ensanchar la parte posterior del Palacio de Gobier­no. En ese lugar había trabajado en el siglo XVII, el jesuita, el Padre Francisco del Castillo y él fundó esta iglesia con el apoyo del Virrey Conde de Lemos. Había ahí una Escuela de Primer Grado y allí los padres daban a los alumnos materiales para el estudio como papel, pluma y cartillas, para el aprendizaje de las primeras letras. También había otras escuelas en otras iglesias de Lima.

Ahora hablaremos de las obras de asistencia social, las llamadas obras de caridad. Aliviar al pobre y al enfermo es esencial al cristia­nismo. Basta leer en el evangelio las parábolas del buen samaritano y del juicio final, donde se nos dice que se nos juzgará por lo que hemos hecho con los más pobres.

 

Es lógico que la Iglesia estableciese las obras de caridad. El hom­bre es hijo de Dios y todos somos hermanos: esto es algo que no podemos olvidar. Dos órdenes religiosas se crearon especialmente para atender a los enfermos: la Orden de los Hermanos de San Juan de Dios y la Orden de Nuestra Señora de Belén, de los padres Betlemitas, los cuales tenían un hospital al final de al actual Av. Grau, en Borbones. Hoy es dependencia del Ejército.

La de San Juan de Dios subsiste todavía. Los Hermanos tienen ahora el Hogar Clínica en la Carretera Central. Es interesante saber que esta orden fue creada por San Juan de Dios en España. En el Virreinato sostuvieron un local asistencial en un costado de nuestra actual Plaza San Martín, frente al hotel Bolívar.

Finalmente nos referiremos a los gremios y cofradías. Podemos defi­nirlos como los cuerpos representativos de los grupos artesanos. Fueron muy importantes en el virreinato y en Lima por su gran influencia social, y por el gran espíritu de beneficencia que los animaba. Al igual que los gremios medioevales, nacieron también a la sombra de la Iglesia.

Las cofradías albergaban generalmente a los del mismo oficio con sus grados de maestros, oficiales y aprendices. Sólo los maestros te­nían licencia para abrir una tienda. Podemos apreciar la importancia que tenían las cofradías, porque los nombres de las calles de Lima tienen que ver con las cofradías: plateros, espaderos, petakeros, alfa­reros, colchoneros, mercateros, plumereros, etc.

Había una cofradía o gremio que reunía a los que se ocupaban en la fabricación de espadas, armas blancas. Los plateros tenían como patrón a San Eloy; los zapateros o curtidores tenían como patrón a San Crispín. En los hospitales tenían como patronos a San Cosme y a San Damián, que fueron mártires de los tiempos romanos. También tenemos el gremio de los petateros, quedaba en el actual pasaje Olaya, que comunicaba el Portal de Botoneros con la calle Plateros de San Pedro. Luego tenemos el gremio de los carpinteros, cuyo patrono es San José, tenía una capilla en la calle de Santa Apolonia, a la espalda de la Catedral. Esto en cuanto a lo que se refiere a los gremios de españoles o criollos.

Los indígenas tenían cofradías que alcanzaron notable crecimien­to: la de Copacabana en el Rímac, bajo el puente. La cofradía del Niño Jesús de Huanc3 en la Iglesia jesuíta de San Pedro, ésta se encuentra entrando a la mano derecha, en la segunda capilla lateral. El primero de enero, los indígenas celebraban la gran fiesta del Niño Jesús de Huanca, en la cual los devotos se congregaban en la plazuela para expresarle su devoción.

Las cofradías más antiguas son las de la Vera Cruz en Santo Domin­go, y la del Santísimo Sacramento en la Catedral. Tenemos la también la cofradía de la Soledad en la calle del mismo nombre. Algo digno de resaltar es que la cofradía de la Vera Cruz recibió este nombre, por­que tenía una reliquia de la cruz de Cristo, la cruz del Calvario y fue muy bendecida por los pastores.

Había también cofradías para las cárceles, con sus mayordomos y hermanos, que cuidaban de llevar ayuda a los presos. En ese entonces las cárceles más importantes en Lima era: la cárcel de Corte y la cárcel de la Inquisición. Hacia 1593 existían unos 100 presos por lo común, 50 españoles y 50 indios o negros. La cofradía pagaba de sus arcas: médico, barbero y cirujano.

El Hospital de la Caridad y el de San Andrés, tenían también sus cofradías por la proliferación de pestes, y de muchas enfermedades. Estas cofradías tenían mucho trabajo, porque tenían que atender a los enfermos y« los damnificados en las desgracias. Los Hermanos no sólo atendían c los enfermos sino que enterraban a los que no conta­ban con los mínimos recursos económicos, y acompañaban a los con­denados a mué "te y cuidaban de sepultarlos.

Era un lejano antecedente del Seguro Social, en donde se daba una cuota, que 3ra utilizado cuando sobrevenía alguna enfermedad, o cuando se casaban o en la vejez.

Cuando murió en 1575 el Arzobispo Jerónimo Loayza, pidió ser enterrado en el hospital que él había fundado, en la plaza de Santa Ana. Llevaron su cuerpo posteriormente a la cripta de la Catedral de Lima donde están enterrados los arzobispos de Lima, debajo del Al­tar Mayor. El mausoleo de la Iglesia de Santa Ana decía lo siguiente: "Los Hermanos 24 de la Hermandad del Real Hospital de Santa Ana dedican y consagran este sepulcro al ilustrísimo Fray Jerónimo de Loayza como a su fundador y patrón. Año de 1639".

También, aunque no toca directamente a Lima colonial, el Callao tuvo un hospital famoso: el de San Juan de Dios, que se llamó en un tiempo el Hospital de San Nicolás, y tenía su cofradía propia. Los sa­cerdotes diocesanos de Lima también tenían un hospital: el Hospital de San Pedro, que en la actualidad ya no existe.

¿Por qué se le dio el nombre de Hospital de San Pedro?

El actual centro de los jesuítas recibió ese nombre por una razón histórica. Cuando los jesuítas son expulsados por orden de Carlos III en 1767, los que reciben la propiedad de San Pablo son los filipenses, que eran justamente los que llevaban el Hospital de San Pedro unas cuadras más arriba junto al colegio de San Idelfonso.

Entonces la gente de Lima comenzó a llamar San Pedro al local, quedaba en la cuarta cuadra de Azángaro y se perdió el nombre de la primera ubicación que era San Pablo. El templo de San Pedro, origi­nalmente era el templo de San Pablo, inaugurado en 1638.

Al final de esta charla, podemos corroborar que Lima tiene raíces muy antiguas y que el papel de la Iglesia no podría ser fácilmente igno­rado. Cuando se preparaba la Constitución de 1979 un artículo decía: el Estado reconoce el papel importante de la Iglesia Católica en la forma­ción histórica, cultural y social del Perú y la agradece su colaboración. Este artículo se ha repetido tal cual en la constitución del 1993.

Cuando se debatió este artículo en el Congreso de 1978, que pre­sidía Haya de la Torre, algún representante que no era de la Iglesia Católica dijo que le parecía una discriminación enojosa, mencionar expresamente a la Iglesia Católica; añadió que debía hacerse lo mis­mo con las demás confesiones. Varios representantes, no solamente católicos sino incluso agnósticos, se pronunciaron y dijeron que no se trata de preferencias ni discriminación, sino que es reconocer un hecho evidente y objetivo. No se puede negar el papel importante de la Iglesia en la formación cultural del Perú.