viernes, 1 de junio de 2018

Fr. Vicente Palacios del Hoyo, OFM (1932-2018)

P. Alfonso Tapia

Vio la luz un 24 de julio de 1932 en Carcedo, un pueblecito de la provincia de Burgos, en España. Fue el segundo de cinco hermanos; junto con sus padres Constantino y Mercedes, les tocó vivir la guerra y posguerra civil española, en la cual el único vencedor fue  la destrucción, el hambre y la  miseria.

Los hermanos franciscanos pasaban por los pueblos buscando niños y jóvenes con deseos de servir a Dios en las misiones franciscanas. Así, a los doce años, en noviembre de 1944 ingresa en el Colegio Seráfico de Anguciana  (La  Rioja)  y  el  29  de  octubre  de  1945  se  embarca  con  20muchachos como él para "el Perú". Entre ellos iba también Herminio Puente. Hasta llegar al Callao fueron 80 días. En el colegio del Callao estudia 2º, 3º y 4º de secundaria. El 31 de marzo viste el hábito franciscano y culminado el noviciado profesa el 12 de abril de 1950. En el convento de Ocopa hace 5º de secundaria y los estudios filosóficos y teológicos. Profesa de votos solemnes el 14 de octubre de 1953 y es ordenado sacerdote el 6 de enero de 1958.

 

Su primera obediencia le lleva a Huancayo por cuatro cortos meses. Trasladado al Callao se dedica a la formación de los jóvenes como profesor y vice maestro de 1954 a 1964; con los mismos cargos pasó al colegio de Anguciana de 1964 a 1972. Después regresó al Perú al convento de San Antonio de Cajamarca hasta 1975. Después será párroco y guardián del convento de Barranco y en 1978 se integra al Vicariato Apostólico de Requena en Tierra Blanca. Disfruta en sus giras por el río acompañado siempre de algunas religiosas Franciscanas Misioneras de la Natividad que apoyaban en la evangelización y la labor social. La escuela de cada caserío se convierte en despacho, templo, dormitorio… Lleva además su organito electrónico a pilas, con la música y su hermosa voz sabe captar la atención de chicos y grandes, pero será su bondad la que conquiste los corazones de las personas para Dios.

 

Le tocó vivir los años del terrorismo y en una ocasión los terrucos interceptaron un bote donde él viajaba, quisieron matar a un señor y éste les suplicaba que por favor no lo hicieran, que tenía hijos menores. El p. Vicente se ofreció y dijo: "mátame a mí en su lugar". Los terrucos desconcertados no mataron a nadie. Después el p. Vicente decía: "yo sabía que no me iban a hacer nada por ser sacerdote"…

 

Será Mons. Julio Ojeda, amigo de infancia, quien lo reclame para que le ayude en el Vicariato de San Ramón el año 1992. Estuvo primero en Oxapampa, pero pronto asumió la parroquia de San Ramón, más cerca de Monseñor Julio, eso fue el 1993, también completaban la comunidad el hermano Herminio Puente y Fr. Daniel Córdova, los cuatro amigos desde la infancia.

Siempre preocupado por los enfermos y pobres decide reforzar la ayuda que ya venía dando y organiza el 2001 la Acción Social Parroquial que hasta ahora funciona. Con la ayuda del p. Daniel Córdova pusieron en marcha el Consejo Parroquial. En San Ramón cambió el bote por la camioneta y aquí podía ir y volver en el mismo día. También fue canciller del Vicariato.

Monseñor Gerardo Zerdin le pedirá el 2003 que apoye el seminario "Pío Sarobe" del Vicariato de San Ramón que funcionaba en Villa Rica. Para los seminaristas era profesor de música, confesor, padre, paño de lágrimas y abuelo. Se le veía feliz entre los seminaristas y les inspiraba esa piedad sencilla y profunda que él vivía. También era vicario parroquial siempre solícito para cualquier servicio, especialmente los enfermos.

 

El capítulo del 2005 lo destina a la comunidad franciscana de la Merced con los padres Lucinio Ortega y Felipe Quirós. También vivía con ellos el p. Víctor Medina. En esta época le pide Mons. Gerardo que acompañe a la Renovación carismática católica del Vicariato.

 

El año 2014 fue enviado a reforzar la comunidad franciscana de Barranco, con dolor por dejar la selva, pero obedeció, como siempre lo había hecho. Grande fue su alegría cuando el 2017 le permitieron volver a la selva, nuevamente a la parroquia de la Merced. Aquí como siempre repartía su tiempo entre la visita a los enfermos, la celebración de los sacramentos, las salidas a las comunidades y la oración. Después de Navidad se enfermó de los bronquios y se empezaron a complicar las cosas, se le veía débil, pero no perdió su alegría. El 6 de enero cumplió 60 años de sacerdote y el sábado 20 insistía al p. Pepo que él quería ir el domingo a San Luís de Shuaro. Esa noche se complicó su salud, lo llevaron de emergencia al hospital de la Merced y a las 5 de la mañana del domingo 21 entregó su alma a Dios de manera silenciosa, como siempre hizo en su vida.

 

Desde tempranito empezó a correr la noticia generando asombro, desconcierto y gratitud a Dios por la vida del p. Vicente. Se organizó su velatorio en la parroquia de la Merced, donde tantas exequias celebró. De todos los lugares fue llegando la gente: La Merced, San Ramón, Villa Rica, Oxapampa, Perené. Los ojos de muchos se bañaron en lágrimas.

 

En la Misa de cuerpo presente en la Merced sintetizamos su vida en tres palabras: una virtud, una debilidad y una pasión.

Una virtud: la bondad. El p. Vicente fue un hombre bondadoso por los cuatro costados, para todos. Él mismo decía: "El mejor apostolado es la bondad". Su trato con todos era exquisito y siempre amable. Jamás levantó la voz a nadie y con paciencia y cariño atendía a todos. Su sola presencia transmitía paz. También de él se puede decir que "pasó por el mundo haciendo el bien".

Una debilidad: los enfermos y los pobres. En el hospital de la Merced las enfermeras ya sabían cualquier enfermo que pida un sacerdote, llamen al p. Vicente y al poco de colgar el teléfono aparecía Vicente para acompañar, consolar, confesar, ungir y lo que haga falta. Procuraba no llevar las manos vacías, aunque sea unas galletitas. Conseguía una platita de España para ayudar con medicinas. En una ocasión trepó el cerro a gatas para visitar un enfermo, otra lo cargaron como costal de papas para cruzar el río Cacazú y visitar otro enfermo.

 

Una pasión: JESUCRISTO. Para el p. Vicente, toda pastoral se limitaba a dar a conocer la persona de Jesucristo para que enamorados de Él le sigan. "Si hemos conseguido esto, ya está todo". Hablaba de Él con pasión, pronunciaba su nombre con fuerza y claridad remarcando con un gesto vertical de su mano. Siempre fiel a sus tiempos de encuentro personal con Jesús, luchaba por vivir en su santa presencia todo el día y esa presencia la transmitía a los que nos acercábamos a él.

 

Descansa en paz p. Vicente, creemos que ya estás en el cielo cantando al Señor.