martes, 19 de agosto de 2014

EL ANTIJESUITISMO DE MANUEL ABAD YLLANA,

OBISPO ILUSTRADO DELTUCUMÁN Y DE AREQUIPA [1]

                                                                   Dr. José Antonio Benito Rodríguez, CEPAC-UCSS

           

            SUMILLA: En el marco del Perú Ilustrado del Siglo XVIII, presento el itinerario seguido por un destacado vallisoletano, premostratense (el único obispo en la historia de América), profesor de la Universidad salmantina, historiador y responsable máximo de su Orden, obispo de Tucumán y de Arequipa. Dentro de la corriente regalista imperante, en 1775, redacta y publica una pastoral en la que justifica la expulsión de los Jesuitas frente a la "desmedida afición y desordenado afecto a estos Padres" por parte de sus fieles.

 

            TRAYECTORIA BIOGRÁFICA

            Nace el uno de enero de 1713 en Valladolid.           A los 13 años, en 1726, ingresa en la orden de los premostratenses. Licenciado en Teología por la Universidad de Santo Tomás de Ávila en 1742, doctor por Salamanca, donde ejerció la docencia en las cátedras de Leyes, Artes[2] y Moral (San Anselmo y Escoto) a lo largo de varios años. Desde la ciudad del Tormes lo fue casi todo en su Orden, Maestro General, Definidor y Vicario General, amén de su mejor historiador.        

            Fue presentado el 22 de septiembre de 1762 como obispo del Tucumán[3]  tomando posesión de su diócesis a finales de septiembre de 1764. Allí comete reformas típicas de la Ilustración, sin dejar de apoyar el regalismo imperante. Junto a la Carta al Rey envía un informe completísimo sobre su visita pastoral refiriéndose de forma especial a las reducciones comparando su situación con los antiguos doctrineros -Jesuitas- y los nuevos. Con ambiente tan hostil, él mismo pedirá traslado a su amigo el Ministro Aranda; el traslado le fue concedido en 1770 para Arequipa.

            Trasladado a la arquidiócesis de Arequipa en 1772, acomete un intenso programa de reformas. La primera fue la división parroquial y multiplicación de las parroquias; de dos pasan a ser cinco y a punto de dividir las de Quequeña o Pocxi, Puquina, Ubinas, Tacna, Tarapacá y Pica. Consideró también la multitud de gastos que encerraba el casco de la ciudad de Arequipa y la imposibilidad de ser atendidos los fieles por solos los dos curas de la catedral, propuso otro plan -aprobado por el virrey- por el que dividía toda la ciudad en cuatro barrios al frente de cada cual estaría un cura; la división, efectuada con criterios apostólicos, reportaría además buenos servicios fiscales. Otra de las reformas fue la de moralidad pública dañada según él por la desenvoltura de las mujeres y el elevado número de criollos americanos o europeos avecindados, separados de sus consortes. Otra manifestación de su ansia de reforma apunta a un aspecto medular en la vida de la archidiócesis: la vida de los religiosos; tenía especial cuidado de los curas párrocos y era muy consciente de las dificultades que debían afrontar en su práctica pastoral. A pesar de su visión negativa de los criollos, manifiesta una honda preocupación por los mismos; por el ambiente que se iba creando en la ciudad tras la visita de Areche, proyectó una leva de mozos arequipeños que fuesen enviados a España para educarles en un ambiente de fidelismo a España. Fue defensor de los indios frente a los corregidores, actuando como catalizador de la maniobra de la reforma de Intendencias. Su inquietud misionera se manifestó en el proyecto de fundación del colegio de "Propaganda Fide" de Moquegua, regentado por los PP. Franciscanos; desde la Recoleta de Arequipa contará con el apoyo de los PP. Franciscanos y sus Misiones Populares por estos lejanos parajes.

             Su obra escrita es considerable, orientándose claramente al estudio histórico de su obra premostratense; otro bloque hace referencia a la expulsión de los jesuitas, destacando la famosa carta en la que explica los motivos de la medida; un tercer apartado se refiere a la tarea pastoral en la que se volcó de forma abnegada, a través de las visitas diocesanas, convocatoria de reuniones, escritos pastorales; un cuarto apartado comprende todas aquellas obras relacionadas con su magisterio universitario; por último, podemos aglutinar en otro apartado las obras netamente espirituales  como semblanzas y novenas marianas. Su prolífica obra literaria tuvo paralelo en la cálida oratoria de su constante predicación. De sermones panegíricos y fúnebres. Su biografía fue elaborada por uno de los mejores cronistas de la Ciudad Blanca de Arequipa y secretario personal del prelado, Juan Domingo de Zamácola[4].

    Aquejado por multitud de achaques y agotado por el dinámico trote que imprimió a su vida, a mediados de 1778, presenta su renuncia al Rey "para que libre de un trabajo insoportable en el día a mis débiles hombros y extenuada salud, pueda tener el consuelo de acabar los cortos días que me quedan de vida con quietud y sosiego entre los Hermanos de mi convento de Valladolid" No pudo regresar a su añorada tierra, pues -como concluye su biógrafo Zamácola- "el día 1 de febrero de 1780 recibió la corona de sus apostólicas tareas, con general sentimiento de todo Arequipa y su cuerpo fue sepultado en su propia iglesia en el panteón de los señores obispos". El eximio historiador Francisco Xavier Echeverría dirá de él: "cuya memoria durará por largos años en los corazones de los arequipeños con el renombre de santo y padre de pobres"[5]

 

            VISITA PASTORAL DIOCESANA EN EL TUCUMÁN

            El 4 de junio de 1766 parte de Córdoba para la visita de todas las iglesias de su jurisdicción, recorriendo más de 1.200 leguas. Sabemos por propia confesión de su autor que en este recorrido pastoral padece dos graves enfermedades[6], lo que le obliga a guardar una paciente convalecencia en la ciudad de Salta desde septiembre de dicho año hasta el mes de junio de 1767.

             Desde allí se dirige a La Rioja donde recibe de mano de Francisco Bucareli el decreto de expulsión de los PP. Jesuitas y la orden de volver a Salta para conversar con el Gobernador de la Provincia. Debido a la gran distancia que le separaba, los rigores del invierno y de la austera geografía, se reúnen en Santiago del Estero. Desde allí regresa a Córdoba diligenciando un informe al Rey sobre las Reducciones de su diócesis, encomendadas a los PP. Jesuitas en su mayoría. Su parecer es bien claro:

            "Éste era que S.M. les quitase todas las reducciones de indios y por eso habiendo yo restablecido una que se perdió años pasados no se la quise entregar. No les quité las otras porque no  tenía poder para tan grande obra y si han logrado el proyecto de reformar todas las milicias españolas y levantar en su lugar otras formadas de los indios de sus Reducciones ni Vuestra Majestad tenía fuerzas en estas partes para quitárselas ni acaso se hubiera podido practicar el decreto de su expulsión" [7].

            Justifica su conducta contraria a los Jesuitas, a pesar del afecto que les había tenido, en haber llegado a su juicio "al estado de incorregibles", no encontrando otra salida que la de la expulsión. Sin embargo y, como si le quedase cierto remordimiento, intenta justificar su posición:

            "Todas estas consideraciones han fatigado mi entendimiento y no poco han mortificado mi voluntad mientras reparaba en la conducta de estos PP. porque los he amado y amo con sencillo y verdadero afecto. Estuve muchos años sin dar crédito a lo mucho que se ha escrito en todos los tiempos contra ellos, ni al V.S. Palafox creí todo lo que escribió al Papa Inocencia hasta que por la lección de otros libros averigüé ser cierto cuanto dijo aquel gran Prelado y por eso fui tenido por desafecto a la Compañía. Los Padres sólo tenían por afectos a los que se metían su propio juicio al suyo y les sujetaban todo su albedrío. Esto me lo ha enseñado la experiencia pues no tenían otro motivo de reputarme por desafecto"[8].

            Junto a la Carta al Rey envía un informe completísimo sobre su visita pastoral refiriéndose de forma especial a las reducciones comparando su situación con los antiguos doctrineros -Jesuitas- y los nuevos. En el denso documento dedica a las Reducciones 130 números en la 1ª parte y 103 en la 2ª. Los siguientes capítulos se dedican a la disciplina eclesiástica, testamentos, los curatos, los indios, y éste (encomiendas, mitas, hospitales, iglesia catedral, seminario, universidad, iglesias y cofradías), comisario de Inquisición y de Cruzada, auxilio Real de la fuerza[9].

            Tras su larga caminata y copioso informe parecen flaquearle las fuerzas a nuestro prelado:

            "[...] me estrechan mucho dos gravísimas dificultades que son la falta de tiempo y la de las fuerzas. Estas son menores que las que traje, porque la diversidad y oposición de climas en una peregrinación de más de 1.200 leguas ha menguado mi antigua robustez. Ya no me puedo quitar el sueño y como soy un hombre solo y de poder bien limitado no hay fuerzas para mucho[10]".

            Alude por último a la extrema pobreza de su diócesis ya que, a pesar de corresponderle siete ciudades, no ha recibido más de 6.000 pesos al año. Se debe, según él, al impago del diezmo, muy menguado a partir de la expulsión de los Jesuitas. Pide al Rey que sus gobernadores publiquen y hagan observar las leyes al respecto. Para tal menester solicita funcionarios españoles desconfiando de los criollos[11].

            Una de las primeras medidas de Manuel Abad será luchar para que no se lleven la universidad a Buenos Aires. En su carta al Rey, Córdoba 7.6-1768, expone sus motivos:

            "No le dé todo V.M. a Buenos y dígnese de conservar a Córdoba en la posesión de una gracia de que necesita para ser algo [...] Y yo me atrevo a asegurar que Córdoba es más a propósito que Buenos Aires para los estudios. En Buenos Aires hay mucho que ver y en que se deleitan los sentidos: y nada les ofrece Córdoba en que se puedan divertir. Es, pues, consiguiente, que aquí sea mayor la estudiosidad y aplicación, porque, no teniendo la juventud aquella variedad de objetos que los podía embelesar en Buenos Aires, precisamente ha de estar más vigoroso su entendimiento para aplicarse a las faenas del estudio[12]".

            Una semana después, 13-6-1768, dirige otra carta al Conde de Aranda, reforzando su posición: "Y haga V.E. por Dios que no nos quite S.M. la Universidad de esta ciudad para llevarla a Buenos aires. A esta ciudad le sobra mucha grandeza, que es lo que le falta a Córdoba[13]". Su gran obra fue la Universidad de Córdoba que se traspasará a los Franciscanos.       

           

            PASTORAL CONTRA LOS JESUITAS E IMPUGNACIÓN

            Córdoba era una ciudad jesuítica. El prelado, aun contra el privilegio pontificio que dispensaba a los jesuitas del pago de los diezmo, se los exigió por los productos de las estancias agrícolas. Escribe una Instrucción, impresa posteriormente en Madrid en 1775, a los fieles de Córdoba sobre la expulsión de los jesuitas[14] en la que manifiesta que fue una "justísima resolución". Sin embargo, se ve en toda la pastoral una gran preocupación por aquietar el espíritu de sus diocesanos justificando la medida real: "A muchos de mis súbditos, si no a todos, les parecerá, que ida la Compañía de estas partes se fue con ella la erudición y la doctrina: mas este parecer es error [...] Quíteseos de la cabeza esa tan vergonzosa y torpe alucinación".

            Toca ahora justificar al Rey dándonos cuenta la impresión de la mayoría de los fieles: "El Decreto que nuestro Católico Monarca ha fulminado contra los Jesuitas y sus temporalidades estará reputado en los corazones de muchos de vosotros por Decreto de un Rey tirano, impío y perseguidor de Dios y de sus Santos...". Alega "tres testigos muy calificados el del Rey de Francia, Portugal y la Casa de Austria" que ya les han expulsado de sus países y la falsedad de atribuírsela a los herejes, puesto que "los que han conspirado contra los jesuitas han sido hombres santísimos". Se declara enemigo, no del Instituto jesuítico sino "de sus excesos" y cómo "se acabó en ellos el verdadero celo". En su apoyo cita a obispos considerados como personas santas, el obispo del Paraguay Bernardino Cárdenas, y el eterno recurrente en diatribas antijesuíticas, el Venerable Juan de Palafox "cuya santidad está confirmada con muy estupendos milagros". Pasa a continuación a criticar de desobedientes a los jesuitas hacia el Papa pidiéndoles que "desterraréis de vuestros ánimos las preocupaciones de que os tiene imbuidos vuestra desmedida afición y desordenado afecto a estos Padres". "No os acreditéis de tales (hombres necios), hijos míos, y advertid, que hasta ahora habéis tenido cerrados los ojos de la razón y sólo los teníais abiertos para ver lo que querían dichos Padres que supieseis"...!Abramos, pues los ojos por las entrañas de Dios...y tengamos por cierto que si esta Religión hubiera seguido las huellas de su gran Padre y patriarca S. Ignacio y no hubieran declinado sus profesores a extremos tan torcidos como los que les ha inspirado su ambición y avaricia no hubieran experimentado castigos tan terribles× Les acusa de haber querido asesinar al monarca en Portugal y de que en Francia prosiguen "con increíble descoco sus estafas, escandalizando a todo el mundo y causando a muchos hombres gravísimos perjuicios". Termina con un discurso de carácter personal: "Si así es arrancado un árbol que dio tantos frutos a la Iglesia ¿qué será de mí que no he dado alguno?". Escribieron una impugnación, escrita probablemente por un eclesiástico cordobés discípulo de los Jesuitas y que circuló en Arequipa más que la propia instrucción. Parece ser que el prelado replicó, aunque no llegó a difundirse su escrito.[15]

            El obispo parece convencido de que los jesuitas estaban organizando "las bases para la futura creación de un gran ejército indígena que, al mando de los misioneros, terminaría con la soberanía española sobre estas tierras para crear un imaginario imperio jesuítico". Sin embargo, y a pesar de explicar su asombro ante el gran trabajo que realizan los jesuitas en las reducciones del Río Salado[16] nada refiere sobre la influencia de las Reducciones jesuíticas en la pacificación del Tucumán contra las entradas de los indios avipones, a quienes habían evangelizado y convertido en dóciles ciudadanos de la Corona castellana. Alegaba el prelado que los había hallado poco adoctrinados, sin recordar la titánica misión civilizadora llevada a cabo con ellos.

            Al ver esta trayectoria no nos sorprenderá el que vea con total pasividad el decreto de expulsión emanado del Rey Carlos III y ejecutado por el gobernador de Buenos Aires Francisco de Paula Bucharelli el 7 de junio de 1767. Era tal el cariño agradecido de los criollos por los jesuitas  que en algunos lugares como Salta y Jujuy, el vecindario se apoderó del gobernador Campero y le llevó hasta la Audiencia de Charcas que lo encarceló y depuso. Monseñor Abad Yllana, mientras tanto, se lamentaba del persistente jesuitismo: "Y si ahora les son tan devotos estos miserables criollos […] qué sería si hubiesen llegado a la altura adonde les encaramaba su ambición?".

            Con ambiente tan hostil, él mismo pedirá a su amigo Aranda traslado, el cual le fue concedido en 1770 para Arequipa. Hallándose el obispo en una hacienda próxima a su sede, Cochinoca, recibió la Real Cédula de ruego y encargo desde Madrid 21 de diciembre de 1770. Envió su poder al Deán y Cabildo de Arequipa para el gobierno de la diócesis debido a su salud quebrantada. Hizo su viaje por Chile, de donde por mar se trasladó a Quilca, entrando en la sede el 13 de mayo de 1772.

            A juicio de V.D. Sierra, su carta a Carlos III, de 3 de junio de 1768, era tal suma de "calumnias, exabruptos, falsedades y tonterías, que sólo una baja pasión al servicio de una causa inconfesable pueden explicar su conducta nunca justificada[17]".

Del mismo parecer es la respuesta de Julio Claro de la que se conserva una copia en Lima, precisamente en la Universidad Antonio Ruiz Montoya[18], y que es todo un alegato en defensa de la Compañía y frente a la pastoral de Abad Yllana. De los 22 folios manuscritos, rescatamos lo más notable. En el capítulo 1 recuerda lo que dice el obispo acerca de la desgracia de los PP. Jesuitas que a todos tiene consternados es uno de los más terribles vestigios de la ira de Dios cuya mano poderosa formara de las piedras otros muchos mejores operarios sino lo desmerecen las desarregladas costumbres. Para el autor de la respuesta "La ida de los PP. Jesuitas es vestigio de la ira de divina para los que quedamos sin ellos pues empezamos a sentir el azote y algún ramal ha de tocar a el obispo en lo más sensible". En el capítulo 2 prosigue el obispo con sus adivinanzas entre el temor de los espantosos juicios de Dios y la esperanza de sus mejores obreros para su viña, faltando PP Jesuitas. La respuesta que da es  por mucho que su "obispo con los presbíteros asistentes se internan cuatrocientas leguas al Chaco a sacar infieles a reducción" no encuentran "ministros que les confiesen y doctrinen, ministros y predicadores que sin el menor interés les enseñen y amonesten" como los Padres. En el 3 dice que si los PP eran tenidos por excelentes cooperadores de nuestra salvación y los hemos perdido nuestra es la culpa y también de S.Y. y que en todos consigue el remedio pues sirviendo a Dios mejor se sacará de esta pérdida mayores ganancias y éstas asegura S.Y. como intérprete de la Divina Voluntad. En el 5 capítulo reprueba el error de los que juzgan que idos los PP se fue con ellos otra doctrina. Responde que "los que han estudiado en la Compañía saben muy bien que  hoy se admira en tantas universidades y en las Indias particularmente en cuyas cátedras se ven mitras y coros doctísimos y en las parroquias" la enseñanza de los Jesuitas. En el Cap. 6 dice que el decreto de extrañamiento contra los Jesuitas estará reputado en el corazón de muchos por decreto de un Rey tirano, impío y perseguidor de Dios y de sus santos. En el Cap. 7 critica el que ha de ser mejor la educación a qué vendrán los decretos expulsivos de los Jesuitas de Francia, Portugal y España si después de expulsados los Jesuitas se vieran en aquellos reinos mayores adelantamientos en letras y en virtud alguna prueba fuera.

En el cap. 8 dice que con mentira han conspirado contra los Jesuitas a pesar de ser tan estimados en Portugal y España. Cita al Pontífice Urbano VIII porque llamó a la Compañía brazo derecho de la Iglesia y dijo también que no juzgaba buen católico a quien la perseguía. El Capítulo 9 advierte que nada sabemos por lo común sino lo que estos Padres han querido enseñarnos y concluye irónicamente que "amándonos Su Ilustrísima [Abad Yllana] en el Corazón de Cristo y habiéndose criado en Salamanca y no en quebrada de indios debemos dar crédito a lo que nos dice de haber sido muy justificada la expulsión de los PP. de Francia y Portugal". En el capítulo 10 dice que Abad afirma que no es enemigo del instituto de los Jesuitas ni de sus personas sino de sus excesos .En los capítulos 11, 12 y 13 refiere por testigos contra la inocencia de los Jesuitas al Señor [Fr. Bernardino] Cárdenas llamándole santo y al Señor Palafox calificándolo de estupendo milagroso .

El resto de la impugnación aporta argumentos contra el subjetivismo y ojeriza del prelado frente a los jesuitas y recuerda el habitual apoyo del que ha gozado la Compañía por parte de los papas y los espíritus más selectos.

 

            Conclusión: En espera de encontrar mayor documentación a favor del escrito e impugnándolo, hemos presentamos la hallada hasta el momento como representativo lance de visiones encontradas ante el acontecimiento decisivo de la historia contemporánea de la Iglesia como fue la expulsión de la Compañía. Sorprende que un espíritu tan selecto como nuestro protagonista se dejase arrastrar por la corriente regalista y antijesuítica imperante. A pesar de todo, el historiador jesuita León Lopetegui dirá de él que fue "piadoso y celante el buen premostratense, ingenuo a veces, como lo demostró en su intervención con los franciscanos, y crédulo en su campaña antijesuítica, tímido ante las revueltas y optimista en sus planes de regeneración de la juventud criolla e india[19]".



[1]He publicado:"El prelado Abad Yllana, ilustrado vallisoletano en Perú", Hispania Sacra Vol.47, Madrid, 800-820. 2005  "Un vallisoletano ilustrado en el Perú: El prelado Manuel Abad Yllana (1713-1780)" Luces y reformas en el Perú del siglo XVIII. Cuadernos de Humanidades, Universidad de Piura, pp.25-104.

[2] S. SIMÓN REY: Las facultades de Artes y Teología de la Universidad de Salamanca en el S.XVIII. Salamanca, 1981.

[3]En 1606 se creó la nueva provincia jesuítica del Paraguay que comprendía las gobernaciones del Tucumán, Paraguay y Río de la Plata y Chile. En 1607 se hizo cargo como primer provincial Diego Torres Bollo que llegó a Córdoba en febrero de 1608 iniciando su obra cultural fundando el noviciado. En 1610 fue declarado Colegio Máximo. El obispo Trejo confirmó la donación en su testamento de 1614 a los jesuitas, autorizando a los superiores para dar grados en arte y teología y el edificio o convictorio "San Francisco Javier". En 1623 se confirieron los primeros grados de bachiller en artes por el obispo Julián de Cortázar. En 1664 se componen las primeras constituciones de la Universidad tomando como modelo las de Lima de S .Marcos. En 1685 se creaba un nuevo colegio convictorio, a los que se suman los alumnos del Seminario conciliar de Loreto que en 1699 se trasladan a Córdoba.

[4] Publicada íntegramente por primera vez en Vida de Monseñor Abad Illana de Juan Domingo Zamácola (Introducción y edición crítica, J.A. Benito) UNSA-Centro de Estudios Arequipeños, Arequipa, 1997.

[5] Francisco Xavier de Echeverría en su Descripción del pueblo e iglesia de Cayma (1804, f.4v) Archi­vo Parroquial de Caima.

[6] AGI, Buenos Aires, 250. Carta al Rey, Córdoba, 24 de agosto de 1768.

[7] Ibídem.

[8] Ibídem.

[9] Ibídem.

[10] Ibídem.

[11] "Nunca las haciendas darán de sí el diezmo que diera estando al cuidado de los Jesuitas  porque con ellos se fue su singular economía: mientras estén cuidadas muchas de ellas por los españoles que ha puesto el Señor Bucareli, algo darán y seguírsenos ha algún alivio. Pero si pasan a manos de paisanos y criollos será muy poco lo que aumente el obispo. Los españoles aunque no sean tan económicos como los Padres, son celosos de su obligación, trabajarán con brío y pagarán el diezmo riguroso. Los criollos trabajarán poco y hurtarán mucho. Por eso uno de los grandes trabajos que ha habido en la expulsión de los Padres ha sido la carestía de hombres fieles y de conciencia de cuya conducta pudiese V.M. fiar la administración de sus haciendas". Ibídem.

[12] F.J. BRABO: Colección de documentos relativos a la expulsión de los Jesuitas de la República Argentina y del Paraguay en el reinado de Carlos III. Madrid 1872. p.151.

[13] F.J. BRABO: Colección de... [29]. pp.151 ss.

[14]  Cartas pastorales del obispo de Córdoba...en las que explica las justas causas que motivaron la expulsión de los jesuitas. Auto del mismo obispo en el que expresa su asombro ante el gran trabajo que realizan los jesuitas en las reducciones del Río Salado. 15 ff. (A.H.P., Toledo, de la S.I. en Alcalá de Henares, Estante 2, Caja 86; Legajo 1359.9). Cartas pastorales del Obispo de Tucumán...sobre los beneficios de la expulsión de los jesuitas, comentadas por el P. Miranda de la S.I. Carta de Carlos III a Clemente XIII explicando las causas de la expulsión de los jesuitas. 81 ff. (AHPTSJ, Estante 2, Caja 82, Legajo 644, 1).

- Carta pastoral...con motivo de la expulsión de los Regulares de la extinguida Orden de la Compañía. Madrid, Joaquín Ibarra, 1775, 24 pp. (BNM, V.E. Caja 355(23) y 372(20); Madrid, Academia de la Historia, 9-17-2-3470; AGI, 133-33; Toledo, Pública, 4-12238; ICI (85) 253.1:271.5, 8295 Ab; Filipinos de Valladolid SK 98)... Biblioteca Nacional del Perú http://bvirtual.bnp.gob.pe/bnp/faces/pdf/fondo_antiguo/1000000890/index.html#18

[15] La impugnación según R. VARGAS UGARTE: Historia de la Iglesia en el Perú. IV, p.301, llegó a España vía Francia. Desde la Península un amigo del Obispo se la remitió invitándole a replicar. Parece ser que el prelado emprendió la inútil tarea pero no se llegó a publicar.

[16]"Sermón de bienvenida p[ar]a la mission del p[adre] Escandón, [por el padre Domingo Roel]". Se recoge el elogio que hace de los jesuitas Mons. M. Abad e Illana. nº 2.4.7.  F.J. CAMPOS Y FERNÁNDEZ DE SEVILLA: Catálogo del fondo manuscrito americano de la Real Biblioteca del Escorial. Madrid 1993, 254-257.

[17] V.D. SIERRA: Historia de la Argentina. Introducción. Conquista y población. Buenos Aires, 1956. p.284.

[18] Colección Vargas Ugarte, Tomo XI, pp.176

[19] L. LOPETEGUI: Historia de la Iglesia en la América Española. Hemisferio Sur. Madrid 1966. p.861.