Agradezco a la Hna. Irma Edquén, vicepostuladora de la Causa de Monseñor Alfonso María Sardinas el envío de la interesante pastoral que les comparto y que fue publicada por la Hna. Bertha Flores Palomino( Hna. Hortensia de Jesús) Vida y Obra de Monseñor Alfonso María de la Cruz Sardinas Zavala, Educador y Mensajero de Paz, (Lima, 2014) pp. 233-245.
Todo un ejemplo de cómo los pastores peruanos como quien fue segundo obispo de Huánuco se han identificado con la problemática de la realidad y la han iluminado desde la palabra revelada en la Biblia, el magisterio de la Iglesia y su propio celo pastoral.
SEGUNDA CARTA PASTORAL 1895 (Diócesis de Huánuco) con motivo de la PACIFICACIÓN DE LA REPÚBLICA
"Nos Fr. Alfonso María Sardinas por la gracia de Dios y de la Santa Sede, Obispo de Huánuco, al Venerable Clero y fieles de nuestra Diócesis, paz y gracia en Nuestro Señor Jesucristo:
Es notorio que sucesos ajenos de mi voluntad, mis muy amados hijos, me obligaron a separarme de vosotros, a pesar mío, prolongándose mi ausencia al extremo de hacérseme ya pesada, por el deseo que siempre he tenido de regresar a vuestro seno. Puedo aseguraros, sin embargo, que aun cuando he estado ausente con el cuerpo, me he hallado continuamente presente con el espíritu, atendiendo en lo que me ha sido posible a vuestras necesidades espirituales, cumpliendo de este modo el deber impuesto por Nuestro Señor Jesucristo, de vigilar por la grey que el Espíritu Santo ha confiado a mi cuidado, lamentando empero que mis esfuerzos no siempre han sido secundados.
LA PAZ COMO LA DA JESÚS
Hallándome ya en medio de vosotros, no puedo dirigiros palabra mejor que la salida de los labios de Jesús rodeado de sus caros apóstoles y discípulos, algunos días después de su gloriosa resurrección y poco antes de subir al cielo: Os dejo la paz, os doy mi paz, pero no como la da el mundo. Esta paz es la que ha bajado del cielo y la que los ángeles anunciaron a los hombres de buena voluntad, cuando nació el Redentor del mundo. Esta paz es la que se comunica por ministerio de la Iglesia a todos aquellos que quieren recibirla, y ella es, la única verdadera, fuera de la cual es imposible hallar felicidad.
Después de las perturbaciones políticas que todos hemos lamentado, y tranquilizado felizmente el país según las aspiraciones de todos, conviene, queridos hijos míos, que la paz celestial mencionada se arraigue entre todos nosotros, de suerte que los individuos, lo mismo que cada familia, así como también cada pueblo goce de este bien inestimable de la paz a fin de que ella sea el principio de una nueva era y mediante su eficacia el País se vaya regenerando.
Los obstáculos que se oponen al establecimiento y consolidación de esta paz son bien conocidos, después que el Espíritu Santo se ha dignado consignarlos en las Sagradas Letras: placeres sensuales, codicia de bienes terrenos y soberbia del corazón, he aquí los tres obstáculos de la expresada paz; ellos son tres elementos mortíferos que acaban con la vida moral y bienestar de los individuos y de los pueblos, y aún a veces con la misma vida física, como sucede en las guerras, las cuales no tienen otro origen, a lo menos en uno de los combatientes. Así nos lo avisa el mismo Dios; en la Sagrada Escritura: ¿De dónde nacen las guerras y los pleitos entre vosotros? ¿No es de vuestras pasiones, las cuales hacen la guerra en vuestros miembros, sirviéndose de ellos como de armas contra el espíritu? (1 Santiago 4), si la justicia presidiese los consejos de los hombres, las guerras serían imposibles.
COMBATIR LA SENSUALIDAD, LA CODICIA Y LA SOBERBIA
Combatir estos tres elementos deletéreos, es el deber de todo hombre que quiere vivir, no sólo cristiana sino también racionalmente. A medida que estas tres malas pasiones sean refrenadas y sujetas al imperio de la ley de Dios, la paz celestial, la justicia y el bienestar, tanto privados como públicos, serán mayores, y el Perú se irá regenerando.
Verdad es que, dado el estado de decaimiento en que se encuentra el hombre es cosa ardua y en cierto modo heroico refrenar sus malas pasiones; pero la Santa Iglesia tiene medios suaves que facilitan poderosamente lo que a la naturaleza mal inclinada repugna, y esos medios se encuentran a disposición de todos. Estos son los santos Sacramentos, en los cuales hay una virtud divina dirigida a amortiguar los concupiscencias y a vigorizar el espíritu; ellos extinguen el letargo espiritual en que yacen por desgracia, de ordinario, los cristianos, a causa de lo cual no se preocupan sino de lo temporal y terreno, que debe desaparecer con la muerte, y no se cuidan de la vida futura y eterna de la cual nadie puede sustraerse: ella debe ser feliz o desgraciada, sin que sea dado a hombre alguno poder eludirlo que, Dios tiene irrevocablemente establecido.
No se condena el cuidado prudente y razonable, acerca de los bienes de este mundo y de la felicidad temporal, antes bien es un deber que no puede descuidar el que ha de atender a otro. Lo que se condena es la solicitud excesiva y el buscar exclusivamente lo temporal, con detrimento de lo eterno; así como el preocuparse únicamente de la presente vida, sin pensar en el cumplimiento de los deberes que tenemos, para con Dios.
Por tanto, queridos hijos míos, esforzaos en vivir según el santo temor de Dios, valiéndonos de los medios indicados de los Santos Sacramentos, a los cuales debéis añadir la oración cotidiana al Padre de las misericordias, a fin de que haga descender sobre el Perú bendiciones celestiales que lo levanten de su postración, y así entre en las vías del progreso.
LA REGENERACIÓN DE LOS HOMBRES Y LAS NACIONES
Debemos todos estar persuadidos, queridos hijos míos, que la regeneración de los individuos lo mismo que de las naciones, no es obra únicamente de los hombres, por grandes que sean sus esfuerzos, pues todo esto no es suficiente, si el auxilio divino no viene a nuestro socorro. Si el Señor no edificase la casa, trabajan en vano los que la levantan. Si el Señor no guardare la ciudad es inútil la vigilancia de los que la custodian (Sal. 126). Palabras son estas de eterna verdad que se han cumplido y seguirán cumpliéndose, hasta el fin de los siglos, por esto debemos emplear la oración salida de un corazón puro si queremos ver al Perú regenerado.
Laudables son las reformas en la legislación y en los diversos ramos de administración pública que las necesitan; pero si los hombres no son justos ni se rigen por los dictámenes de la conciencia; si viven hechos el juguete de sus concupiscencias o a merced de sus malas pasiones, el País no quedará reformado, aun cuando las Cámaras Legislativas hayan hecho grandes esfuerzos para mejorar su suerte. Nada vale tener buenos Códigos, si no son observados y los hombres son malos.
Conviene por tanto, queridos hijos míos, que cada cual ponga su contingente en la labor común de la regeneración del País, procurando consolidar la paz en vuestro propio corazón, en el seno de vuestra respectiva familia y, en las relaciones de verdadera fraternidad que debe existir entre los pueblos.
Es de necesidad imperiosa que cada cual, sea individuo o pueblo, olvide injurias recibidas y perdone ofensas inferidas, no recordando sino que todos somos peruanos, llamados a vivir como hermanos y dejando lo pasado sepultado en el olvido, para estrecharnos mutuamente con el lazo de una fraternidad castiza. El recuerdo de los males pasados no haría más que amargar inútilmente vuestra existencia, y el pensar en venganzas por los males sufridos empeoraría atrozmente vuestra situación, porque pondría a los que sepultáis enemigos en la necesidad de armar su brazo para defenderse en caso necesario. Se comprende que tal situación sería del todo angustiosa y nada a propósito para conseguir la felicidad y la regeneración del país.
PERDÓN, CARIDAD Y TRABAJO
Si el que ha recibido agravios no se resuelve a perdonarnos, ¿Cómo podrá esperar que Dios le perdone sus faltas cometidas? Perdonad y seréis perdonados, ha dicho el Salvador del mundo en su Santo Evangelio, y por esto no puede esperar perdón ni salvación aquel que conserva odio contra su prójimo.
La venganza es no solamente pasión vil y detestable sino que también es con frecuencia causa de la ruina del vengativo: Este no se justifica invocando la razón que cree esta de su parte, ni con la justicia por mucho que esté en su favor, porque la razón y la justicia no autorizan a los particulares para que se tomen satisfacción por sí mismos, ni que inflijan las penas merecidas a los culpables, por cuanto esto es atribución del Poder público, la cual no pueden arrogarse los particulares, sin hacerse reos de grave crimen e introducir la anarquía en la sociedad.
Por mucha que sea la razón y la justicia, queridos hijos míos, hay algo que, en los momentos actuales, es mucho más recomendable, en todo lo que no repugna a la impunidad, esto es, la caridad cristiana, la cual debe extender su dominio sobre todo el Perú y brillar como el Sol de mediodía, ahuyentando así los nubarrones de las malas pasiones y de los resentimientos mutuos, a fin de que la paz se consolide y sea duradera.
Lo que interesa, por tanto, a todos y también a la Nación, es que sobre la base de la paz pública y privada nos consagremos a nuestras respectivas labores; y que aquellos individuos que se encuentran dotados de aptitudes presenten con buena voluntad su concurso a la reconstitución del País, dejando a un lado intereses de partido y otras miras mezquinas, y teniendo sólo presente, que son peruanos y que la Patria reclama sus servicios.
AYUDAR A LA IGLESIA EN SUS NECESIDADES
No, concluiré, queridos hijos míos, sin exhortaros a que permanezcáis fieles a las enseñanzas del mismo Dios que se ha dignado a darnos por medio de su Santa Iglesia y que a Nos incumbe el deber de conservar intactas, para lo cual debéis todos cuidar de no dejaros fascinar por las malas doctrinas, que por desgracia hoy tanto circulan, si la verdad es la vida de la inteligencia; el error es su muerte; y esta muerte es eterna, cuando el error admitido es contrario a una verdad revelada. La Iglesia encargada de la enseñanza de esta verdad, es una madre tierna siempre solícita de que el engaño, sea cual fuere la forma en que se presente, no invada jamás la inteligencia de sus hijos aunque no verse sobre el dogma, sino sólo sea disciplinar.
Como Padre y Pastor de vuestras almas, debo en la situación presente hacer oír mi voz, para precaveros de un error que he sabido ha circulado entre vosotros, el cual consiste en asegurar que en lo sucesivo no tendréis que pagar primicias. Si este error puede halagar a los menos instruidos o poco temerosos de Dios, no puede excusar de un grave reato de conciencia ni de la responsabilidad ante Dios y su Iglesia. El pago de las primicias fue establecido por el mismo Dios en la antigua ley de Moisés, y la Iglesia al promulgarse el Evangelio ha conservado esta ley como obligatoria a los cristianos. Mientras la Iglesia no derogue esta ley, ningún poder humano podrá válidamente destruirla; pero si prevaliéndose de la fuerza se puede llegar a impedir el cumplimiento de la ley, no se logrará por esto destruir esta ley ni extinguir la obligación del pago mencionado, y en este caso permanecerá siempre el pecado y la responsabilidad, tanto del que debe cumplirla, cuanto del que se prevale de la fuerza.
Cuando los altos Poderes del Estado o sea el soberano Congreso se ocupó en otro tiempo de los diezmos, preparó oportunamente la respectiva indemnización, obligándose a satisfacer lo que se juzgó equivalente a los diezmos, porque así lo exigía la justicia. Esto no obstante, la Iglesia no ha sancionado hasta ahora la ley sobre supresión de diezmos, y sólo la ha tolerado, razón de circunstancias. Tratándose ahora de la supresión de primicias, es evidente que se perpetraría una violación flagrante, de la justicia y un ataque a la ley de la Iglesia si cualquiera particular, o aunque fuese una autoridad subalterna, se arrogase la facultad de suprimirlas.
Se ha observado por muchas personas sensatas y en diferentes lugares de la República, que desde que se ha negado a la Iglesia el pago de las primicias, la tierra es menos productiva de lo que lo era antes; observación que se ha efectuado también en otras naciones.
Parece que Dios ha querido manifestar, de un modo patente, que no impunemente se le niega parte de lo que Él generosamente concede a los hombres.
Es justo y conforme al derecho natural, que los Ministros de la Religión por lo mismo que están dedicados al servicio de Dios e imposibilitados de atender a los negocios temporales, sean sustentados, por los fieles, remunerándoles los servicios religiosos y espirituales que de ellos reciben, y así está establecido por el Evangelio, pues quien sirve al altar, es justo viva del altar. Si los empleados del Estado viven de las contribuciones del pueblo al cual sirven, del mismo modo el Clero debe ser sustentado por los fieles, porque éstos no pueden vivir sin Religión, la cual es administrada por el Clero. Esta es una verdad de sentido común, y su desconocimiento pronto haría sentir sus fatales consecuencias.
Si en todo tiempo esta verdad debe ser respetada, lo ha de ser más ahora en que se trata de regenerar el País, debiendo los pueblos comprender que es preciso comenzar por respetar los derechos de la Iglesia y no por la violación de los mismos o creíais por esto, queridos hijos míos, que lo temporal que podéis erogar sea lo que más nos preocupe, pues vuestras almas o tienen un valor incomparablemente más precioso que todo eso, por cuya ranzón os hemos hablado antes de lo que afecte vuestros intereses espirituales.
Reducidos a una vida parca y contentándonos con lo absolutamente necesario, empleamos todo lo demás en beneficios de esta amada Diócesis construyendo el Seminario y otros edificios para la formación del Clero y la instrucción de la juventud; sustentando con nuestros ahorros un buen número de estudiantes, como a todos os consta. Al recomendaros, pues el puntual pago de las primicias es con el objeto de que no gravéis vuestras conciencias, engañados con falsas doctrinas, las cuales conducen a la postre al aumento de pobreza, como insinué antes, porque Dios, se encarga de castigar, por sí mismo a los hombres que le defraudan lo que le está consagrado. Manteneos pues, queridos hijos míos, en la práctica de la justicia, procurad la paz por los medios antes indicados, formad todos una familia, sin distinción de partidos ni diversidad de pueblos, reine la caridad cristiana en vuestros corazones, trabajad todos por la santificación de vuestra alma, para que de este modo el Padre de las misericordias nos colme ahora de bendiciones celestiales y después nos conceda el goce de su felicidad eterna. A este fin y para que el Señor se digne iluminar a la actual Excma. Junta de Gobierno, ordenamos a todos los Venerables Sacerdotes de esta nuestra Diócesis, recen en todas las misas la colecta et famulos, etc. siempre que el rito lo permita, reiterando lo antes dispuesto; y además exhortamos a todos los fieles hagan las oraciones que su devoción les inspire.
Dado en nuestra accidental residencia de Tarma, a 17 de Abril de 1895.
FR. ALFONSO MARÍA
Obispo de Huánuco
Por mandato de S. S. l.
JUAN H. GARAY,
Secretario