sábado, 26 de junio de 2021

APORTES DE LA IGLESIA CATÓLICA A LA NACIÓN PERUANA EN EL BICENTENARIO

APORTES DE LA IGLESIA CATÓLICA A LA NACIÓN PERUANA EN EL BICENTENARIO

José Antonio Benito

Si partimos del Perú como patria, nación y estado -desde el momento de la Independencia-, conviene recordar el concepto de peruanidad como realización de la síntesis viviente que la integra, tal como lo definiese Víctor A. Belaunde. En esta larga trayectoria, siempre la Iglesia ha caminado de la mano de la nación, tanto en la época virreinal como la republicana. Resaltamos sus aportes en estos doscientos años de vida independiente.

Así, podemos constatar cómo la Iglesia católica contribuyó con la gesta emancipadora con próceres destacados, entre ellos Toribio Rodríguez de Mendoza quien fue Rector del Real Convictorio de San Carlos que contribuyó a la formación de líderes patriotas, varios de los cuales participaron en el primer Congreso y en la gesta patriota independentista.

Considerando la geografía eclesial en el momento de la Independencia, la Iglesia católica contaba sólo con seis diócesis: Lima, Cuzco, Trujillo, Arequipa, Huamanga y Maynas-Chachapoyas. En el momento del Bicentenario, 2021, las jurisdicciones eclesiásticas -diócesis, prelaturas, vicariatos- son 46, incluyendo al Obispado Castrense

Jorge Basadre reconoce que la Iglesia tuvo una significativa contribución en la perspectiva de vida peruana que se concretó en un ideal de superación individual y colectiva que debía ser obtenido por el aprovechamiento de sus riquezas, la defensa y acrecentamiento de su población, la creación de un mínimo de bienestar para cada ciudadano y de oportunidades adecuadas para todos.  Las formas de materializarla eran, por un lado, la preocupación ideológica, espiritual, tendiente a la afirmación patriótica de la nacionalidad; y por otro la búsqueda del desarrollo material del país[1].

El mismo General San Martín propuso a Santa Rosa de Lima como Patrona de la Orden del Sol, institución creada con el objetivo de premiar los servicios que personas civiles y militares hubieran realizado en favor de la emancipación nacional. Por otro lado, San José fue declarado Patrono de la República del Perú en1828 por el Congreso Constituyente, restituyendo la fiesta del Santo Patriarca en el calendario de fiestas de guardar.

Preclaros padres de la patria fueron clérigos, tales como Francisco Javier de Luna Pizarro, Bartolomé Herrera, Deán Valdivia. Basadre mismo sostiene que el sacerdocio en el Perú contribuyó a fundar la Patria; alentó a los libertadores; estuvo íntimamente ligado tanto a la vida pública como a la vida social y privada; trabajando por la cultura, orientando desde el aula y la tribuna, defendiendo los más altos valores espirituales y morales, compartiendo las grandes festividades y los más luctuosos momentos de la nacionalidad.

La Iglesia en la época y posteriormente promovió la escolarización de los hermanos indígenas, la educación gratuita propiciada por el Estado, la incorporación de las artes plásticas y musicales a través de la educación, creando centros de educación básica y universitaria, impulsando la enseñanza técnica, la educación secundaria, profesional y superior femenina, la educación de huérfanos, la educación de adultos, el sindicalismo apostólico de profesores; renovando la formación pedagógica, así como la participación de los padres de familia en la escuela, aportando con eminentes educadores y educadoras. Siempre quedarán los casos emblemáticos de las dos universidades más destacadas del Perú, la Universidad de San Marcos fundada por la Iglesia por la congregación de los Dominicos en 1551 y la Pontificia Universidad Católica del Perú en 1917 por el Padre Jorge Dintilhac de los Sagrados Corazones.

El mismo Jorge Basadre lo pone de relieve en su ponencia "La obra civilizadora del Clero en el Perú Independiente" (Lima 1951) al destacar que como grupo selecto de la Iglesia "contribuyó a fundar la Patria; alentó a los libertadores; estuvo siempre unido a la vida pública como a la vida social y privada; trabajó por la cultura; orientó desde el aula universitaria y la tribuna del Congreso; ganó tierras y almas en la selva desde el convento de Ocopa; defendió los más altos valores espirituales y morales en todo momento; enseñó un vivir más alto y a bien morir; compartió las grandes festividades y los más luctuosos momentos de la nacionalidad".

También la Iglesia jugó un rol clave en la fundación de las ciudades, el cuidado de las fronteras, la organización de Monasterios y conventos, así como Concilios, Juntas, Sínodos, que permitieron el desempeño territorial de la República con la incansable labor de los Misioneros y de maestros en el arte, la arquitectura, la escultura, la pintura, la lingüística.

Sobresalieron desde mucho antes Santos, beatos, venerables, siervos de Dios con conmovedora labor caritativa y social.  Las propias Fiestas patronales fueron convertidas en patrimonio cultural y genuinas expresiones de religiosidad popular y de veneración mariana como son la Candelaria de Puno, Chapi, Cocharcas o la Virgencita de La Puerta de Otuzco. Con razón el Papa Francisco pudo referirse al Perú como "tierra encantada".  Recientemente -en mayo del 2021- el Vaticano ha aprobado el martirio de la religiosa Agustina Rivas, hermana del Buen Pastor, víctima del ciego terrorismo de Sendero en 1992. Los santos, mártires y misioneros constituyen el gran tesoro del Perú, el mejor contrapunto a la indiferencia y olvido de los peruanos más olvidados.

La Nación peruana y la Iglesia fueron, son y serán aliadas en los tiempos actuales, tal como recoge la misma Constitución vigente, reconociendo a la Iglesia r como "elemento importante en la formación histórica, cultural y moral". Es una relación de autonomía e independencia que se manifiesta en la mutua y fecunda colaboración que se manifiesta permanentemente como ahora en la lucha contra la covid-19 y en su papel mediador en la contienda electoral.

Tal espíritu fue recogido por el Papa Francisco en su gozosa visita al Perú en el 2018 cuando afirmó: «Quiero renovar junto a ustedes el compromiso de la Iglesia Católica, que ha acompañado la vida de esta Nación, en este empeño mancomunado de seguir trabajando para que Perú continúe siendo una tierra de esperanza». Para seguir forjando la peruanidad en un clima de libertad, reconciliación, desarrollo de toda la persona y de todos los peruanos, fieles a su identidad, pero abiertos a la globalización, nos dejó una fórmula que es un legado y un desafío de nuestra Iglesia: Caminar unidos en la esperanza.

. Ilustración: Semana Santa de Lima, Pancho Fierro

[1] Cfr. Basadre, Jorge, Historia de la República del Perú, 1822-1933. Tomo I, El Comercio.

jueves, 24 de junio de 2021

P. Enrique Christie Gutiérrez capellán en la Guerra del Pacífico (1842-1882)

  • P. Enrique Christie Gutiérrez, nacido y muerto en Lima, sirvió heroicamente como capellán en la Guerra del Pacífico (1842-1882)

Resulta conmovedor "descubrir" héroes olvidados, auténticos cristos de bondad y misericordia, hasta en la horrenda guerra peruano-chilena del Pacífico. En medio de tantos odios fratricidas, su inmolación sacerdotal como un nuevo Padre Damián, apóstol de los leprosos, muere en el Hospital Dos de Mayo, apestado contagiado por atender a los enfermos de tifus del Lazareto, nos abre surcos de paz y entendimiento, para momentos tan difíciles como el presente, sin que nadie nos robe la esperanza.

Fue uno de los 47 capellanes que sirvieron en las filas de las fuerzas armadas chilenas en la Guerra del Pacífico. La mayoría eran sacerdotes seculares o diocesanos, el resto fueron Franciscanos, Jesuitas, Claretianos y Dominicos. La coordinación de los mismos fue ejercida por el "Capellán jefe o Capellán mayor", quien aunó voluntades y destinaba a los sacerdotes a los lugares donde más se les necesitaba. Desde Santiago eran dirigidos por el vicario Monseñor Joaquín Larraín Gandarillas quien, de acuerdo con el gobierno, los nombraba y destinaba a los buques de guerra de la armada, hospitales de sangre o a alguna de las divisiones del ejército, y desde allí atender al personal de los diferentes batallones

Nació en Lima el 17 de octubre de 1841, hijo de David Christie, inglés y Carmen Gutiérrez, chilena, quienes habían contraído matrimonio por el rito anglicano. A los cuatro años, la familia se traslada a Valparaíso y posteriormente a Santiago. Ejerció profesionalmente como contador en la Armada y en el Banco Nacional de Valparaíso y de Santiago. Con 35 años, fue ordenado sacerdote el 16 julio de 1876 en Valparaíso. Fue capellán de la Verónica en Santiago, Secretario Contador de la Casa de Refugio. Murió en Lima el 13 de septiembre de 1882.

El 29 de mayo de 1879 recibió el nombramiento de capellán del  Blanco Encalada y en el Amazonas.  Le  correspondió participar en el combate de Angamos dando "elocuentes pruebas de serenidad, valor y patriotismo",  ayudar a rescatar a los heridos y atender a los moribundos del Huáscar. Confiesa, administra el viático, consuela tanto a chilenos como a peruanos.   
También estuvo en las batallas de Tacna, Chorrillos y Miraflores. El hecho de que fuera capellán del Blanco no implicaba que no atendiera a las tripulaciones de los otros navíos ya que según los testimonios de la época, estaba siempre pronto "para prestar sus servicios en las otras naves en que puedan ser necesarios".  
Fue ascendido a Capellán Mayor del Ejército, en reemplazo de Javier Valdés, el 13 de  marzo de 1882.  En la ocupación chilena de Lima, ejerce su ministerio en el Hospital Dos de mayo y el del Callao, así como en las guarniciones del puerto y de Lima.

En su carta de 26 de abril de 1882 comparte la brillantez de la fiesta del Sagrado Corazón en el hospital en que él cantó la misa, predicó el P. Valdés, ante la enorme concurrencia entre la que figuraban "hasta algunas señoras peruanas". Un día de la octava del Corpus, queriendo celebrar misa en la Catedral, se encuentra en la sacristía con el rector del Seminario de Santo Toribio, el P. Manuel Tovar, a quien le solicita permiso y "vi con gusto que el caballero se portó muy bien; todo me facilitó, llamando él mismo al sacristán e indicándome el altar de la Purísima como el más devoto. Por delegación del mismo señor Tovar, uní privadamente en matrimonio en casa particular, a un capitán Orbeta, chileno, con la señorita peruana, María Luisa Ramírez".  En la post data aprovecha para pedir ayuda para las "niñitas peruanas" atendidas por las religiosas del hospital Guadalupe del Callao.

El 26 de abril de 1882 comunica la muerte en Huacho del capellán Juan Francisco Astete y Zapata, quien durante 30 años había residido en Perú y que tanto apoyo le brindó pues era  "excelente sujeto, muy piadoso, instruido y celoso". Da cuenta del apoyo brindado por dos celosos franciscanos descalzos que predican misiones populares en los hospitales y culminan con confesión y comunión general, siendo ayudados por cuatro jesuitas. "No tengo palabras para manifestar el celo, abnegación y piedad de los dos sacerdotes que, sin más inte´res que la gloria de Dios y la salvación de las almas, me acompañan voluntariamente, con permiso de su prelado, en mis tareas. No indico sus nombres, porque ellos a saberlo se ofenderían".

Desgraciadamente, cinco meses después, el 5 de septiembre de 1882,  la muerte lo sorprendió cuando desempeñaba ese cargo, víctima de un tifus, "contraído en la asistencia de nuestros soldados acometidos en esa horrorosa enfermedad durante la campaña del interior. El sacrificio al deber y patriotismo, sin que fueran bastante a salvarle su vigorosa salud, que tanto le ayudó durante la guerra en la que ejerció infatigable su sagrado ministerio, ya sea exhortando al soldado, ya consolando al moribundo y atendiendo al herido, ni los esfuerzos profesionales de los doctores (dos médicos peruanos)".

Recibió cristiana sepultura en el cementerio Presbítero Matías Maestro, cuartel Nuestra Señora de Lourdes, n.50, con una lápida que recuerda su talante sacerdotal por el misal, la estola y el birrete.

Datos tomados de Monseñor Joaquín Matte quien rescató doce de sus cartas personales ("Cartas del capellán mayor de la Guerra del Pacífico, Pbro. D. Enrique Christie Gutiérrez" Anuario de Historia de la Iglesia en Chile, I, 1, 1983, pp181-199), tras cien años de olvido.

viernes, 18 de junio de 2021

LA PUCP DEDICA SU "Cuaderno del Archivo de la Universidad", Nº 62 AL P. ARMANDO NIETO, S.J.

EL P. ARMANDO NIETO SE MERECE ESTE CUADERNO Y MUCHO MÁS. Amigos, les comparto el envío del Archivo de la Universidad PUCP agradeciendo la colaboración en el Cuaderno del Archivo de la Universidad 62: Armando Nieto Vélez, S.J. (1931-2017) y facilitándonos el link del Repositorio institucional de la PUCP, donde podrá ver el texto completo del Cuaderno 62. Presentado por la Dra. Margarita Guerra, se ofrecen los interesantes testimonios-semblanzas "Armando Nieto, modelo contracultural en tiempos de la posverdad" de Juan Dejo Bendezú, S.J. "Armando Nieto, S.J., el maestro, el amigo: una evocación" de Gabriel García Higueras, "Sobre la relación epistolar entre Armando Nieto y José Agustín de la Puente Candamo" de José de la Puente Brunke. En el siguiente apartado se brindan treinta testimonios personales y adhesiones. Además, un texto inédito de su última conferencia académica rescatada. Por último, entrañables fotos del Archivo PUCP y de los colaboradores.
Pueden acceder a todos los textos y las fotos en:
Agradezco la gentileza de Marita Dextre Vitaliano, administradora del Archivo PUCP , por su generosidad.