jueves, 31 de mayo de 2018

MONSEÑOR EMILIO LISSÓN CHAVES, C.M. “EL OBISPO DE LOS POBRES” ARZOBISPO DE LIMA 1918 – 1931. 1] José Antonio Ubillús Lamadrid, C.M

MONSEÑOR EMILIO LISSÓN CHAVES, C.M. "EL OBISPO DE LOS POBRES" ARZOBISPO DE LIMA 1918 – 1931[1]

José Antonio Ubillús Lamadrid, C.M

El Perú es mundialmente conocido como tierra de santos, aunque algunos como Mons. Emilio Lissón son poco conocidos. Del Perú son San Martín de Porres, y Santa Rosa de Lima, santo Toribio de Mogrovejo, San Juan Macías, San Francisco Solano, la Beata Ana de los Ángeles… Y tantos otros seguidores silenciosos de Jesucristo entre los que habría que destacar tantos misioneros anónimos que transmitieron la fe con la palabra y el testimonio de sus vidas en los lugares más recónditos del Perú.[2]

1.     Familia, infancia, adolescencia juventud

Monseñor Emilio Lissón nació el día 24 de mayo de 1873 en el seno de una familia cristiana de Arequipa (Perú) y fue bautizado a los dos días de nacido en la parroquia del Sagrario de Arequipa. Le impusieron los nombres de Juan Francisco Emilio Trinidad para respetar tradiciones y devociones familiares. Lo llamaron Emilio. La experiencia de fe la recibió no sólo de su madre, sino también de su abuela materna. Y desde niño aprendió a hacerse la señal de la Cruz, a rezar el Padre Nuestro, el Ave María y asimilando el Catecismo explicado de la Doctrina cristiana del P. José García Mazo, libro conservado, y muy usado, en la biblioteca de la casa.

El padre falleció prematuramente y correspondió a la madre guiar y proteger la infancia de Emilio.

Tenía doce años, había terminado los cinco años de instrucción primaria. Entraba la adolescencia. En septiembre de 1884 la madre lo llevó al Colegio Seminario "San Vicente de Paúl" de la Congregación de la Misión de Arequipa.

En ese colegio lo recibió el padre Hipólito Duhamel, quien como director del plantel, había introducido nuevos métodos de enseñanza que permitían a los alumnos desarrollar sus capacidades intelectuales y fortificar sus inquietudes vocacionales, asimilando al mismo tiempo los inalterables principios evangélicos y morales del cristianismo.

Durante los ocho años -1884 a 1892- en los que frecuentó el colegio "San Vicente de Paúl" el P. Hipólito Duhamel, quien, como recordaba posteriormente Víctor Andrés Belaunde, futuro  Presidente de la ONU, en 1948, ejerció notable influencia en la formación integral de aquella generación a la que pertenecieron, al lado de Emilio Lissón el propio Belaúnde, su hermano Rafael, Juan Gualberto Guevara –que fue el primer peruano en recibir la dignidad cardenalicia-  y otros hombres probos, íntegros y honrados, instruidos para servir, que empezaron a actuar en la vida política, cultural y religiosa del país, desde los primeros años del Novecientos.

Según Belaunde, el padre Duhamel supo inspirar en esa generación el culto del humanismo cristiano, el amor del paisaje y de la historia, el respeto del pasado y de la latinidad y la afición a las literaturas de España y de Francia. Al mismo tiempo, enseñó a establecer netos deslindes, a buscar soluciones en la fe, en el orden y en la razón, a denunciar anomalías en injusticias, a buscar el bien común.

2.     Vocación sacerdotal y misionera

Transcurrido el último decenio del siglo XIX cuando Emilio Lissón concluía sus estudios escolares y debía optar entre prepararse para actuar en la vida civil del país, seguir estudios de humanidades o emprender la carrera de las ciencias y de la técnica. Estaba dotado de la inteligencia necesaria para tomar cualquiera de estos caminos.

Pero sentía con ardor que su lugar estaba en el seno de la Iglesia. Superado los estudios de filosofía, pidió y obtuvo el ingreso en el Seminario Mayor de Arequipa, "San Jerónimo", que era regentado por los padres lazaristas o vicentinos, pertenecientes a la Congregación de la Misión. Ya iba muy adelantado en los estudios teológicos, cuando pidió el ingreso en la mencionada Congregación.  Bajo la protección de los sacerdotes de la Congregación de la Misión, dejó Arequipa, se embarcó en Mollendo rumbo a Lima y del Callao, en 1892, partió rumbo a Marsella y a París, la ciudad luz que en esos finales del siglo XIX era el centro cultural europeo y mundial de mayor importancia y, al mismo tiempo era la capital de la frivolidad  y de la diversión, de la belle-époque, de los hermanos Lumière con sus imágenes en movimiento, de Tolouse Lautrec y de Ofenbach.

Eran también los tiempos del positivismo y del idealismo, los tiempos en que maduraba el pensamiento modernista, con sus contradicciones; el periodo de la maduración del socialismo y del conflicto entre trabajadores y empresarios. Del fortalecimiento de la burguesía.

3.     Su formación en París

El 18 de mayo de 1892 Emilio Lissón empezó, en París, su seminario interno (noviciado) en la Congregación de la Misión. Tenía veinte años, podía presentar un curriculum studiorum excepcional. Dos años más tarde, después de haber dado muestras de disciplina y de adhesión al espíritu y carisma de la Congregación de la Misión, que es el mismo espíritu y carisma de su fundador San Vicente de Paúl, emitió los Votos y continuó los estudios de Teología, Sagrada Escritura y Ciencias Naturales. El francés se había convertido en su segunda lengua; estudiaba el inglés y el italiano así como el latín y el griego. De todas las asignaturas superó brillantemente los exámenes.

Considerando que estaba apto para recibir las órdenes, recibió en primer lugar las órdenes menores, luego el subdiaconado y diaconado. Finalmente, el 8 de junio de 1895 fue ordenado de sacerdote en la Casa Madre de la Congregación de la Misión de París.

Para ordenarlo se hizo necesaria una dispensa especial pues no tenía la edad canónica para recibir el presbiterado. Un rescripto de Roma autorizó su consagración sacerdotal.

4.     Regreso al Perú

El padre Emilio Lissón regresó al Perú inmediatamente después de su ordenación. Seguramente desembarcó en el puerto de Mollendo y luego siguió viaje a Arequipa, donde el padre Duhamel lo destina la dirección del Seminario Menor de la diócesis y del Colegio Apostólico de la Congregación de la Misión.

Al mismo tiempo que dictaba clases en los seminarios mencionados, se matriculó en la Universidad de San Agustín para seguir cursos de Geología y de Ciencias Naturales y para completar su formación humanista siguió también varios cursos de Jurisprudencia. Trabajaba con ahínco, estudiaba y enseñaba prestando atención en inculcar principios éticos y despertar el amor a los pobres. La fe,  la esperanza y la caridad fueron para el padre Emilio una guía y un motivo de vida, de una vida conducida con humildad.

Hacia 1902 se le encargó la dirección del Seminario Menor de Arequipa, al mismo tiempo que dictaba las asignaturas de Teología y de Derecho en el Seminario Mayor.

 

5.     Rector del Colegio Seminario de Trujillo

En 1907, a la muerte del Rector del Rector del Colegio Seminario "San Carlos y San Marcelo" de Trujillo, el padre Teófilo Gaujon, sus superiores lo destinaron al rectorado de ese ateneo y a desempeñarse como director espiritual de los alumnos.

En ese tiempo el seminario trujillano recibía también alumnos que no aspiraban al sacerdocio, pero que debían completar su formación para proseguir estudios universitarios. Entre los alumnos del padre Emilio se encontraba un adolescente que recordará sus lecciones en la madurez. Ese alumno se llamaba Víctor Raúl Haya de la Torre, el líder político que supo enunciar sus ideas sociales, crear un partido y ejercer una notable influencia en la historia peruana.

6.     Un paréntesis

Abriendo un paréntesis habrá que explicar cuáles fueron las relaciones entre la Iglesia Católica y el Estado en el Perú hasta el 19 de julio de 1980 en que se firmó en Lima un Concordato, que puso fin al Patronato concedido en 875.

Desde cuando José de San Martín emanó en Huaura un estatuto provisorio para el país que estaba emancipándose, se estableció que el Jefe del Estado asumía el protectorado de la Iglesia en el Perú, lo que significaba que, en virtud de una declaración unilateral, el Rey de España cesaba en sus funciones de Protector de la Iglesia, que le había concedido Julio II, el 28 de julio de 1508 con la Bula Universalis Ecclesiae regimini.

A partir de 1821, ese protectorado de facto fue ejercido, con diversas modalidades, por todos los Presidentes del Perú. Consideraba el gobierno peruano que el ejercicio del protectorado era un atributo de la soberanía, olvidando que para ejercerlo era indispensable una concesión pontificia. El tema fue ampliamente tratado con la Secretaría de Estado por los primeros representantes diplomáticos del Perú ante la Santa Sede, el canónigo Bartolomé Herrera y Luis Mesones.

El Perú pretendía firmar un concordato en el que la Santa Sede reconociera al Presidente de la República el ejercicio del Patronato. De parte Pontificia se sostenía –con razón- que el patronato era una concesión del Sumo Pontífice.

 Pío IX puso fin al dilema, que tanto angustiaba a la diplomacia peruana. El 5 de marzo de 1875, con la Bula Preclara Inter Beneficia concedía –concedía no reconocía- al Presidente del Perú y a sus sucesores pro tempore, el goce, en el territorio de la República, del derecho del de Patronato, de que gozaban por gracia de la Sede Apostólica, los Reyes Católicos de España, antes que el Perú estuviese separado de su dominación.

 A partir de entonces y hasta 1980, los Presidentes del Perú ejercieron de jure y por gracia de la Santa Sede Apostólica el Patronato de la Iglesia del Perú, y, en consecuencia, gozaban de la facultad de presentar a la Sede Apostólica, con ocasión de la vacanza se la Silla Arzobispal o de las Sillas Episcopales, Eclesiásticos dignos y aptos… para ocupar las sedes vacantes.

7.     Nombrado Obispo de Chachapoyas

En el ejercicio de esa potestad, en 1909, el Presidente del Perú, Augusto B. Leguía, elevó preces a Su Santidad Pío X, presentando una terna para el nombramiento del Obispo de Chachapoyas. El 10 de septiembre del mismo año se nombró a Emilio Lissón Chaves –que se encontraba en Trujillo- Obispo de Chachapoyas. Un sacerdote lazarista (vicentino) que se distinguía por su acrisolada piedad, por su rara modestia y por su afición al estudio. Era además de carácter firme y emprendedor y de grandes iniciativas. Tenía treintaisiete años al tiempo de su nombramiento. Hasta entonces había prestado servicios en Arequipa y en Trujillo, dos de las ciudades más importantes del Perú y su experiencia había sido la de docente y director espiritual en los colegios seminarios de esas ciudades.

Chachapoyas se encuentra en la vertiente oriental de los Andes; era un centro de modestos agricultores con un amplio territorio, 250.000 kilómetros cuadrados, que se extendía de los Andes a la Ceja de Selva; cuya jurisdicción episcopal comprendía entonces los actuales departamentos de Amazonas, San Martín y Loreto. Sus habitantes, en buena parte eran analfabetos y el Evangelio no había llegado a muchas comunidades indígenas, carecía de vías de comunicación, tenía una economía primitiva, basada en la agricultura, en la que predominaba el trueque.

8.     Su gran labor misionera en Chachapoyas

A su llegada a Chachapoyas fue recibido por el clero local. Inmediatamente pudo notar la necesidad de aumentar su número mediante la llamada y la formación diocesana y la colaboración de clérigos regulares; a partir de 1913 acogieron su llamada doce misioneros Pasionistas españoles, que instaló en varias parroquias de la diócesis, algunas de ellas ubicadas en alejadas aldeas de la Selva. Igualmente obtuvo la asistencia de los Padres Franciscanos para organizar el Colegio Diocesano. No podía olvidar Monseñor Lissón su vocación docente ni descuidar su misión de amparar a los desvalidos y de anunciar el Evangelio entre quienes no tenían noticias de la Buena Nueva de la Salvación. A veces se sentía como los primeros misioneros del siglo XVI. Lo angustiaba la carencia de medios. La distancia. La indiferencia. Trabajaba con alegría, sin pausas de descanso: le daban fuerzas la oración y su fe inquebrantable.

Para conocer la situación, tomar contacto directo con los fieles y remediar las necesidades de su Diócesis hizo dos visitas pastorales. Sus medios de transporte fueron la canoa, la mula y no pocas veces el carrito de San Fernando: un ratito a pie y otro caminando.  Se entregó totalmente al servicio de su grey, colocándose al lado de los pobres y preocupándose por la educación de los niños y la formación de nuevos sacerdotes, al mismo tiempo que organizaba las misiones ad gentes.  Se sentía un Obispo misionero pero prestaba también su atención a las necesidades de los centros urbanos.

En sus visitas pastorales había advertido la carencia de infraestructuras para beneficiar los recursos naturales de la zona. Para remediar esta carencia se dedicó a la promoción social e hizo instalar talleres de mecánica, una imprenta, un aserradero, una carpintería, un almacén y un molino para pilar arroz. Al mismo tiempo organizaba las misiones, abría un colegio menor con residencia para los alumnos y, siguiendo el ejemplo de Santo Toribio de Mogrovejo, que tan presente tuvo, convocó cuatro Sínodos diocesanos en los años 1911, 1913, 1916 y 1918. No era autoritario. Al contrario, concebía su misión como producto de un esfuerzo común y coordinado. Su actividad no conocía descanso, nada podía detener su voluntad de servicio, su deseo de promover socialmente a la comunidad dotándola de los instrumentos materiales necesarios sin dejar de predicar el mensaje evangélico.

En los nueve años que duró su misión apostólica en Chachapoyas, realizo dos viajes a Roma para cumplir con la visita ad Limina que periódicamente deben hacer los Obispos para conferir con el Sumo Pontífice y venerar las tumbas de Pedro y Pablo.

Contaba Monseñor Lissón que cuando lo recibió Pío X, éste le dijo: Hijo, necesitas más piernas que cabeza para ser Obispo de Chachapoyas. Respondió con humildad Monseñor Lissón: Santidad, esa exigencia pastoral sí que la tengo.

9.     Arzobispo de Lima

Habiendo quedado vacía la Silla Episcopal de Lima, el Presidente José pardo solicito de la Santa Sede la promoción del Obispo de Chachapoyas como XXVII Arzobispo de Lima. El 25 de febrero de 1918 fue consagrado Monseñor Emilio Lissón como Arzobispo de Lima y Primado del Perú, quien tomó posesión de la nueva sede en una solemne ceremonia celebrada en la catedral de Lima, con asistencia del clero diocesano, del clero regular y de las autoridades civiles.

La residencia tradicional de los Arzobispos, ubicada al lado del Iglesia de Sagrario y de la Catedral, se encontraba en malas condiciones de habitabilidad. Monseñor Lissón optó por ocupar unos locales en el Seminario de Santo Toribio, que le hacían recordar los años de su labor docente y le permitían seguir de cerca la formación de los futuros, a quienes dirigía en las tardes útiles pláticas para afinar su formación espiritual. Despertar y alentar vocaciones así como promover la formación integral de quienes aspiraban al sacerdocio  fue una permanente preocupación del Arzobispo Lissón. Emanaba severas disposiciones para reglamentar la vida del clero, para fomentar la vigencia del magisterio de la Iglesia y para impulsar la enseñanza del Doctrina Cristiana.

En el curso de su gestión episcopal, se crearon cinco seminarios menores de educación primaria y secundaria, entre éstos cabe mencionar a "Externado de Santo Toribio" en Lima, que encomendó a los Hermanos de La Salle que había solicitado en 1920 a la Casa Generalicia de la Congregación.

Proyectaba en esos años Monseñor Lissón la creación de una Universidad Católica intitulada a Bartolomé Herrera, pero no logró realizarla debido a la falta de apoyo en todo sentido.

Los esquemas de la sociedad se estaban transformando debido a los vientos del siglo XX a una nueva visión de las estructuras sociales y a un anhelo de igualdad y justicia. El gobierno que presidía Augusto B. Leguía había obtenido su legitimización y una Asamblea Constituyente había emanado una nueva Constitución que permitía la reelección inmediata del Jefe del Estado, en contraste con la tradición constitucional que la había siempre prohibido. No es ésta la ocasión para detenerse en el examen de los once años –de 1919 a 1930- en los que gobernó Augusto B. Leguía con elegante mano firme. Sin embargo debe reconocerse que durante ese prolongado régimen el país se modernizó, que se realizaron obras públicas e irrigaciones. Este reconocimiento, que aumenta cada día más, bien podría calificarse de una reivindicación in crescendo del Presidente Leguía. 

No ignoraba el Arzobispo de Lima la situación que atravesaba el país. Tenía conocimiento directo de los sufrimientos de la clase trabajadora y por ello propició la construcción de casas para los obreros, al mismo tiempo que apoyaba la publicación de la revista La Tradición y alentaba la fundación de la Acción Católica para difundir el magisterio de la Iglesia y su doctrina social.

Los agudos problemas del proletariado y la necesidad de encararlos en una perspectiva de paz y de justicia social, animaron a Monseñor Lissón, inspirado en la Encíclica De Rerum Novarum que había promulgado León XIII a finales del siglo XIX, a emanar una pastoral en la que proponía:

1.     Participación racional y equitativa en las utilidades de las empresas industriales, así como en los riesgos que de ella se deriven. Adviértase desde luego que el salario es la primera forma de esa participación.

2.     Los obreros tendrán representación en los directorios de las industrias.

3.     De común acuerdo se determinará la parte de las utilidades que corresponden al obrero, además de su salario.

4.     El obrero como garantía de estabilidad en su trabajo estará como reserva, en poder del capitalista, una parte de su salario según sus condiciones y en razón inversa al número de los miembros de su familia. Esta reserva le será entregada junto con la utilidad que le corresponde al verificarse el balance en tiempo convenido.

 

No es difícil imaginar la reacción de los empresarios ante estas novedosas propuestas del prelado que en su tiempo fueron recibidas como disgregadoras de las relaciones entre empresarios y trabajadores, lesivas de los intereses de las empresas y como una interferencia episcopal en temas que no eran de su competencia.

Su labor pastoral, su preocupación por el bien social, sus silenciosas obras de caridad, granjearon al Arzobispo el afecto y la adhesión del pueblo limeño. Visitaba las parroquias limeñas, los hospitales, las escuelas recorriendo a pie las calles de la ciudad o subiendo a los tranvías, que eran entonces los únicos medios de transporte urbano.

 

El Presidente Leguía que sentía necesidad de aumentar la popularidad y que a partir de 1921 había inaugurado una política de alegres y dispendiosas celebraciones, no perdía ocasión para demostrar su simpatía hacia Monseñor Lissón, dispuso que, en vísperas de los centenarios de la independencia del Perú y de las batallas de Junín y Ayacucho, que consolidaron la independencia, el austero palacio arzobispal de Santo Toribio fuera reconstruido adoptando un fantasioso estilo neovirreinal. Además, como gesto de amistad regaló el Presidente a Monseñor Lissón un automóvil, que éste vendió para destinar el recabado a obras de caridad. Para que el prelado pudiera desplazarse con comodidad, el Presidente puso a disposición de Monseñor Lissón un automóvil presidencial.

 

Eran gestos de cortesía que no comprometieron la independencia del Arzobispo, que vivía con austeridad.

 

10.  Consagración del Perú al Sagrado Corazón de Jesús

 

El 25 de abril de 1923, después de haber oído la opinión de todos los obispos peruanos, Monseñor Lissón publicó una Carta Pastoral en la que anunciaba la celebración de una solemne ceremonia para la consagración del Perú al Sagrado Corazón de Jesús como un testimonio de acendrada devoción del pueblo peruano y del rol de la Iglesia en la vida espiritual y social del país. El Presidente Leguía, en su calidad de Patrono de la Iglesia en el Perú manifestó su adhesión a la iniciativa y comunicó su deseo de presidir la ceremonia.

 

Se convertía así una manifestación religiosa en un acto político. Inmediata fue la reacción del director de la revista Variedades, el escritor Clemente Palma, del diario de oposición El Comercio y de la Federación de Estudiantes que presidía Víctor Haya de la Torre. Mientras Clemente Palma y el diario El Comercio se limitó a elevar una protesta, la Federación de Estudiantes organizó una manifestación que realizó el 23 de mayo, la misma que degeneró en graves actos de vandalismo contra las iglesias.

 

En conversaciones privadas, Haya de la Torre afirmaba que días antes del 23 de mayo, se encontró con Monseñor Lissón –su antiguo profesor del seminario de Trujillo- para expresarle que la manifestación que se organizaba no era ni contra él, ni contra la Iglesia sino contra el Presidente Leguía.

 

Advertía el Presidente que declinaba su popularidad en vísperas del renuevo de su mandato presidencial y tomaba las medidas necesarias para captar simpatías políticas. No dejaba de poner en evidencia su adhesión a la Iglesia, asistiendo a funciones religiosas, elogiando la labor de la jerarquía católica y facilitando sus programas de promoción social.

 

En febrero de 1929, cuando se había abierto la campaña para las elecciones presidenciales, el Nuncio Apostólico Monseñor Gaetano Cicognani, en una ceremonia realizada en el Palacio de Gobierno con asistencia de la Jerarquía católica de Lima, del Cuerpo Diplomático y de las autoridades civiles, impuso al Presidente Augusto B. Leguía las insignias de Caballero de la Orden Militar de Cristo, la máxima condecoración pontificia que le había otorgado Su Santidad Pío XI.

 

11.  Caída del Presidente Leguía y destierro de Mons. Lissón

 

Después de once años de gobierno el régimen que había instaurado en 1919 Augusto B. Leguía y que de año en año se había convertido en una dictadura, se derrumbó como consecuencia de un Golpe de Estado encabezado en Arequipa por el Comandante Luis Miguel Sánchez Cerro que contaba con la adhesión de los intelectuales arequipeños y la aprobación de las mayorías nacionales.

 

Una vez que se encarceló al ex Presidente, se instituyó un Tribunal de Sanción Nacional ante el cual se acusó a Monseñor Emilio Lissón de haber legitimado el régimen dictatorial forzando el sentimiento católico de la mayor parte de la sociedad peruana. También se le acusó de haber malversado los bienes de Arzobispado mediante la creación de la Sindicatura Eclesiástica y la inversión de fondos de empresas llamadas al fracaso económico. Algunos eclesiásticos llegaron a sostener que el Arzobispo carecía de una sólida formación teológica.

 

Pagaba Monseñor Lissón con esas acusaciones su adhesión a la doctrina social de la Iglesia, su rectitud moral, su independencia, su lealtad a la doctrina, su rectitud, su dedicación a los pobres, su anhelo de paz y de justicia social. El Tribunal de Sanción examinó las acusaciones contra el prelado y las rechazó en pleno.

 

No quedaron satisfechos quienes dirigían la política esos años turbulentos e hicieron e hicieron llegar a la Santa Sede sus reservas contra Monseñor Lissón, contra quien renovaron las acusaciones de haber tenido indebidas injerencias en la política, de haber administrado mal los bienes de la Iglesia y de carecer de una sólida formación teológica. Se le hubiera debido defender. ¿Qué autoridad podían tener las autoridades civiles o un grupo de sacerdotes para renovar contra Monseñor Lissón imputaciones que había desechado un tribunal de sanción y quién podía dudar de la sólida formación teológica de quien se había formado con rigor científico en  el Seminario Mayor de Arequipa y en el Teologado de la Congregación de la Misión de París, donde tuvo como profesor al conocido misionero lazarista P. Guillaume Pouget, quien tuvo una influencia profunda  sobre un gran número de profesores y estudiantes universitarios de la época, tales como: Jacques Chevalier. Jean Guitton, Emmanuel Mounier, Gabriel Marcel… etc.

 

Confirió el Arzobispo con el Nuncio Apostólico, quien le hizo saber que en Roma se prefería que abandonara la sede limense. Obedeció y tomó voluntariamente la vía del destierro. En Roma solicitó audiencia de Pío XI, quien leo recibió el 20 de febrero de 1931. Se puso de rodillas, besó el anillo piscatorio y con voz emocionada y clara empezó a exponer la verdad de los acontecimientos. Lo interrumpió el Pontífice y le dijo: Usted no tiene nada de qué defenderse, no hay ninguna acusación canónica contra Usted; hemos usado este procedimiento paterno para su bien y el de los feligreses.

 

No había acusaciones, tenía la conciencia tranquila y se sentía en comunión con Dios. Optó por renunciar formalmente al cargo de Arzobispo de Lima y en Roma retirarse con humildad a la Casa Internacional de la Congregación de la Misión de la vía Marco Antonio Colonna.

 

Monseñor Mariano Holguín asumió la dirección del Arzobispado en calidad de Administrador Apostólico de 1931 a 1933, año que fue consagrado Arzobispo de Lima Monseñor Pedro Pascual Farfán.

 

12.  Estadía en Roma

 

Monseñor Emilio Lissón fue designado Arzobispo titular de Methymna. Solicitó volver al Perú como párroco en Chachapoyas o como misionero en la Amazonía. Se consideró que no era oportuno satisfacer su pedido.

 

Carecía Monseñor Lissón de un patrimonio económico, había vivido siempre austeramente, con discreción, moderadamente. En Roma debía encontrar una actividad remunerativa para hacer frente a sus necesidades.

 

Como un simple sacerdote servía de guía a quienes visitaban las catacumbas y las iglesias romanas. En la Congregación de la Misión confesaba a seminaristas y sacerdotes, a los que al mismo tiempo orientaba y aconsejaba. Era también capellán de las Religiosas Reparadoras del Sagrado Corazón, una Congregación de origen peruano, solicitado para acompañar retiros espirituales en varias comunidades religiosas. Pero se daba también tiempo para hacer estudios de arqueología e historia de la Iglesia y para realizar investigaciones en el Archivo Vaticano. A él se dirigió el gran historiador peruano Raúl Porras Barrenechea, en 1935, para obtener copias de documentos e impresos conservados en el Archivo y Biblioteca del Vaticano, destinados al volumen Las relaciones primitivas de la conquista del Perú.

 

En esos mismos años había tenido oportunidad de conocer a Monseñor Marcelino Olaechea y Loizaga, Obispo de Pamplona, y al futuro Cardenal de Sevilla Pedro Segura, quienes lo animaron a trasladarse a España, donde los estragos de la guerra civil habían diezmado la comunidad clerical.

 

13.  Monseñor Lissón en España

 

Con la debida autorización el Arzobispo dimisionario de Lima dejó Roma y se embarcó el 24 de mayo de 1940 rumbo a España, donde llegó el 6 de junio del mismo año, siendo recibido por miembros de la Congregación de la Misión (Padres Paúles). Con la ayuda de la Congregación emprendió una peregrinación por las tierras de Ignacio de Loyola, de Teresa de Jesús y de Juan de la Cruz, que le permitió profundizar su misticismo y su devoción meditando sobre la obra excepcional y los escritos e inspiraciones de estos místicos españoles.

 

A su llegada a Sevilla se dirigió a los Padres Paúles, en cuya casa fue acogido con espíritu fraterno y en espera de poder servir en esa diócesis como modesto misionero. El Arzobispo de Sevilla, el Cardenal Segura, lo llamó para pedirle que actuara en calidad de Obispo auxiliar. Volvía a desempeñarse en el apostolado, como lo hacía en Lima, acercándose a los pobres y asistiendo, en particular, a la devota y alegre comunidad gitana. Se desplazaba a pie y se detenía de casa en casa; bendecía a los enfermos y asistía a los moribundos.

 

Al mismo tiempo recopilaba la documentación, en total 4. 533,  en el Archivo de Indias para publicarlos en la obra de cinco tomos Historia de la Iglesia de España en el Perú, en los que registró los documentos relativos a la historia del Perú de 1522 a 1800, dando muestras de su paciente dedicación a la historia. Tres de los grandes historiadores del Perú –José Agustín de la Puente y Candamo, Guillermo Lohmann Villena y Miguel Maticorena- fueron testigos de su paciente tarea en el Archivo de Indias de Sevilla, así como de su filial afecto a los gitanos y mendigos sevillanos.

                                                                                  

Los cinco volúmenes se publicaron en Sevilla en 1943. Su lectura permite, por ejemplo, formarse una idea del impacto que produjo en la corte de Carlos V el descubrimiento del Perú; la voluntad del Emperador de favorecer la evangelización, de evitar maltratos y el deseo de atender a los hijos de Atahualpa, como resulta en una Real Cédula de 1547, conservada en el Archivo de Indias: Audiencia de Lima 566, Libro 5, Folio 50.

 

La relación documental de Monseñor Lissón no es sólo de primera importancia para la historia de la Iglesia en el Perú, sino que es de indispensable uso para localizar en los archivos españoles la documentación necesaria para escribir la historia de la formación de la sociedad peruana entre 1532 y 1800.

 

En 1950 todavía se dejaba sentir en España la necesidad de Obispos debido a la vacancia de trece diócesis, que habían quedado vacantes después de la guerra civil. Monseñor Lissón se puso a disposición de la Conferencia Episcopal para administrar los sacramente, especialmente el de la confirmación y el de la ordenación presbiteral, así como para realizar visitas pastorales. El Obispo de Valencia, Monseñor Marcelino Olaechea lo invitó a trasladarse a esa ciudad y le dio hospitalidad en el Palacio Episcopal. Desplegó una gran actividad en Valencia, en Sevilla, en Badajoz, en Alicante, en Teruel, en Cuenca, en Madrid, en Salamanca, en Albacete, en Jaén, en Murcia y dondequiera se le mandara; actuó siempre confiando en la Divina Providencia.

 

España atravesaba una época turbia de su historia, las familias como el clero habían quedado lacerados por la guerra civil. La pobreza cundía en los campos, en las aldeas y en las ciudades. Viudas y huérfanos sufrían en silencio. Monseñor Lissón se presentaba en sus casas llevando el consuelo de su palabra y la asistencia material de la que disponía. Donaba su abrigo, se desprendía de su sombrero, del paraguas y alguna vez del anillo episcopal para socorrer a los necesitados. Se hospedaba en modestas casas de los labriegos, con quienes condividía alegrías y penurias. Con ellos recitaba el Rosario.

 

Los gitanos de Sevilla y de Valencia lo respetaban por la disponibilidad que demostraba, porque los ayudaba en lo material y en lo espiritual, porque comprendía sus necesidades. Lo llamaban: Monseñó er zanto. Burgueses, aldeanos y campesinos lo llamaban el Obispo de los pobres. Una fuerza compulsiva, la gracia del Señor, lo inducía a cumplir esas obras de caridad.

 

Encontrándose en Huelva, en marzo de 1945, los cófrades de Nuestro Padre Jesús en las Penas de las Tres Caídas, lo invitaron a bendecir esa milagrosa imagen y como reconocimiento, gratitud, admiración a su labor apostólica y expresión de filial afecto, se le nombró Hermano Mayor Honorario.

 

Demostró siempre un lúcido entendimiento y una firme voluntad de servir.

 

Habían pasado veinte años desde su fortuita salida de Lima y solicitó permiso para regresar al Perú sin pretender dignidades, quería volver al terruño, dejar ser exilado… Se le autorizó pero con la condición que fijara su residencia en Arequipa. Al mismo tiempo se le hizo saber que sería más oportuno que continuara su trabajo cerca de los prelados de Sevilla y de Valencia. Acogió la insinuación y optó por permanecer en España.

 

Había renunciado a volver al Perú, pero soñaba con el terso cielo arequipeño, con el suave rumor de los ríos amazónicos, con el verde perfumado de los bosques, con la garúa limeña. Jamás profirió palabra alguna contra sus acusadores. Al contrario, en su interior, los había perdonado y los encomendaba a la misericordia de Dios.

 

Prosiguió su labor como Obispo Auxiliar de Sevilla y Valencia. Iba de una ciudad a otra explicando el Evangelio con claridad sin rebuscamientos literarios, dando muestras de su dedicación integral, de su infinita capacidad de obedecer y de servir con abnegación y alegría.

 

14.  Enfermedad, muerte y retorno a Lima

 

En 1960 se quedó sin poder hablar y no pudo más celebrar la misa diaria; se ocupaba en mirar el crucifijo, rezar el Rosario y leer el Kempis. Contaba con el apoyo de su entrañable amigo Monseñor Olaechea, quien designa a un Hermano para que lo cuidase en todo momento. Lo mismo hacía su secretario personal, el Padre Puertas, así como las Hijas de la Caridad y los Padres Paúles de Valencia. La muerte le llega en el Palacio arzobispal de Valencia el 24 de diciembre de 1961, tras quince días en estado de coma, dejando el recuerdo de una vida ejemplar, de sus enseñanzas, de su caridad y un ejemplo de perfección y de resignación a lo largo de su vida terrena. El 26 se celebra el funeral en la catedral, presidió Monseñor Olaechea y acudieron muchos sacerdotes, religiosos, religiosas y fieles. Fue enterrado en la Catedral de Valencia, donde estuvo hasta el 24 de julio de 1991, en que volvieron sus restos al Perú, a la catedral de Lima. Los obispos, canónigos, sacerdotes, sacerdotes vicentinos, Hijas de la Caridad, religiosas de diversas congregaciones y un nutrido grupo de fieles, los recibieron como las reliquias de un santo. Quienes fueron testigos de la identificación del cadáver manifiestan que su cuerpo estaba incorrupto y que fue motivo de un emocionante encuentro sobrenatural. Desde el día de Santiago Apóstol, 25 de julio de 1991, sus restos mortales se veneran en la Catedral de Lima, capilla de Santa Rosa de Lima. En febrero de 1992, los 55 Obispos de la Conferencia Episcopal Peruana, después de un largo debate, votaron, por unanimidad, que era necesario iniciar los pasos para introducir la causa de canonización  del que fuera vigésimo séptimo arzobispo y metropolitano de Lima, el misionero Vicentino, Monseñor Emilio Francisco Lissón Chaves.

 

15.  En camino hacia los altares

 

El 20 de septiembre de 2003 el Arzobispo de Valencia instaló un Tribunal Eclesiástico con sede en España y otros Vice-Tribunales para que examinaran la vida ejemplar y virtudes heroicas de Monseñor Lissón con miras a postular su beatificación.

Igualmente, el 20 de julio de 2004, el Arzobispo de Lima, Cardenal Juan Luis Cipriani, instituyó el Vice-Tribunal correspondiente, ante el cual asumió la postulación de la causa Monseñor Raimundo Revoredo Ruiz, de la Congregación de la Misión.

 

En esa oportunidad el Cardenal Cipriani declaró que la apertura del proceso ante el Vice-Tribunal limeño es motivo de gran alegría para nuestra Arquidiócesis y para el país entero. Y agregó: Para nosotros sucesores de Monseñor Lissón es una obligación el imitar sus virtudes y pedir a Dios que nuevamente bendiga a nuestra tierra peruana a lo largo de estos años como un posible nuevo santo.

 

Termino esta reseña sobre Monseñor Emilio Lissón Chaves, Obispo de los Pobres, citando la parte final de un texto que  Víctor Andrés Belaúnde, citado páginas atrás, escribió a propósito de la primera Carta Pastoral de Monseñor Lissón como Arzobispo de Lima: Los que creemos que los sentimientos religiosos constituyen un tesoro de fuerza espiritual que no debe extinguirse, los que deseamos que la Iglesia cumpla su misión con entera libertad y eficacia, apartada de pequeños intereses y de turbias miras de una imposible dominación política, tenemos que recoger con entusiasmo las palabras de Monseñor Lissón, y saludarlas como una nueva aurora del catolicismo en el Perú[3]..

 

 

 

 

BIBLIOGRAFÍA

 

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-          WIKIPEDIA, la enciclopedia libre (Internet: "Emilio Lissón".

                                             

                                                 San Isidro Lima, 06 de agosto de 2017

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

  

 

 

       



[1] Para escribir esta reseña sobre Mons. Emilio Lissón Chaves me he servido fundamentalmente del texto de una conferencia, "Monseñor Emilio Lissón – Pastor de los Pobres", pronunciada por el Dr. Julio Macera Dall'Orso el 2 de marzo de 2012 en la ciudad de Roma – Italia. También he consultado a los siguientes autores y títulos que figuran en la Bibliografía

[2] Cfr. F. DOMINGO:"Mons. Emilio Lissón Chaves, C.M. El Obispo de los Pobres" en ANALES 3(2003), 206-219).

[3] La Pastoral del Arzobispo, Mercurio Peruano, 1918.