jueves, 28 de septiembre de 2017
BICENTENARIO 2021: LA TOMA DE CONCIENCIA DE NUESTRA IDENTIDAD NACIONAL Y EL COMPROMISO DE PERFECCIONARLA
sobre EL PATRIMONIO CULTURAL CRISTIANO EN EL PERÚ EN VÍSPERAS DEL
BICENTENARIO, llevado a cabo el jueves 21 de septiembre en la Sociedad
de Beneficencia.
Gracias a la Sociedad de Beneficencia que generosamente nos acogió y
gracias a la UCSS por apoyarnos en todo momento.
Han acudido unas 60 personas y aunque no pudo estar Monseñor Lino
Panizza ni la Dra M. Guerra, resultó brillante por el ponente Dr. P.
Javier Campos, quien fue distinguido con una placa.
PROGRAMA
6:00 p.m.: Dr. Luis Fernando Belleza, Secretario General de la
Sociedad de Beneficencia
6.05 p.m. Presentación: "Aportes del Dr. P. Javier Campos a la
historiografía del Perú, especialmente de su Patrimonio e
Independencia" Dra. Cristina Flórez,
6.15 p.m. "Reflexiones acerca del Patrimonio Cultural Cristiano del
Perú (1821- 2017), en vísperas del Bicentenario" Dr.P. Javier Campos
y Fernández de Sevilla, Director del Instituto Escurialense de
Investigaciones Históricas y Artísticas de Madrid
7:00 p.m : "El rol de la Iglesia en la Historia del Perú: hitos
cronológicos (1821-2017)" Dr. José Antonio Benito Rodríguez Director
del Centro de Estudios y Patrimonio Cultural de la UCSS
7:20 p.m. : "El Bicentenario, memoria y esperanza de la peruanidad"
Dra. Margarita Guerra, Presidenta de la Academia Nacional de Historia
7:25 p.m. : Entrega de reconocimiento a la labor académica del Dr.
Francisco Javier Campos y Fernández de Sevilla: Rv. P. Dr. César
Buendía Romero, rector UCSS
FRANCISCO JAVIER CAMPOS Y FERNÁNDEZ DE SEVILLA
- Natural de Villanueva de los Infantes (La Mancha, Ciudad Real).
- Licenciado en Filosofía y Letras.
- Doctor en Historia.
- Doctor Honoris Causa en "Letras Humanas" por la Universidad Católica
de Miami (Florida, USA).
- Consejero de número de los Institutos de Estudios Manchegos y de
Estudios Complutenses, ambos del Consejo Superior de Investigaciones
Científicas de España.
- Académico Correspondiente de las Reales de la Historia, de la de
Ciencias, Nobles Artes y Bellas Letras de Córdoba, y de la de Bellas
Artes de Santa Isabel de Hungría de Sevilla.
- Miembro del Instituto Historicum Augustinianum de Roma.
- Miembro de la Cofradía Internacional de Investigadores de Toledo.
- Fundador y director del Instituto Escurialense de Investigaciones
Históricas y Artísticas, con XXV Simposia celebrados.
- Director de la Revista de investigación "Anuario Jurídico y
Económico Escurialense" (XLVI vols. en 2013).
- Asesor del Real Consejo de Órdenes Militares para el Patrimonio Cultural.
- Profesor de Historia en los Estudios Superiores del Escorial (Univ.
Complutense).
- Doctor Honoris Causa por la UNMSM en el 2015
- www.javiercampos.com
Su ponencia versó acerca del valor del Patrimonio Cultural Cristiano
en todas sus dimensiones y manifestaciones, así como su presencia
vigorosa en la sociedad peruana que estudia, evalúa y prepara su
Bicentenario. Nos compartió sus trabajos y nos animó a preparar con
seriedad, en equipo, investigaciones que hagan justicia a la excelente
obra de la Iglesia en el Perú.
DRA. GLORIA CRISTINA FLÓREZ
Doctora en historia por la Pontificia Universidad Católica del Perú.
Especialista en Civilización Medieval por la Universidad Católica de
Lovaina (Bélgica, 1975-1977).
Profesora de la Facultad de Ciencias Sociales de la UNMSM y ha sido
Coordinadora de la Maestría en Historia de la Unidad de Postgrado de
dicha Facultad (2007-2010).
Ha integrado el Consejo de Gobierno de la Universidad de Naciones
Unidas (desde mayo del 2004 hasta mayo del 2010). Es miembro del
Comité Peruano de Ciencias Históricas. Integra el Comité Editorial del
Journal of Medieval Iberian Studies. Colaboradora de Revue d'Histoire
Ecclésiastique y Dictionnaire d'Histoire et Géographie Ecclésiastique
(Université Catholique de Louvain).
Entre sus publicaciones: Derechos Humanos y Medioevo: un hito en la
evolución de una idea, así como artículos en libros y revistas
nacionales y extranjeras.
Ha obtenido becas de investigación de la Universidad Católica de
Lovaina y el Ministerio de Asuntos Exteriores de España (1976),
Agencia Española de Cooperación Internacional (Beca de Hispanista en
1990, 2002 y 2003) y Programa de Cooperación Interuniversitaria 2002)
y en el 2005 de la Fundación Carolina.
Directora de la Cátedra Elle Dumba Temple en la UNMSM. Docente
postgrado en la UDEP (Lima).
Fue la responsable del doctorado honoris causa del Dr. Javier Campos
en la UNMSM, 2015, y pronunció el discurso acerca de sus aportes a la
historia del Perú.
En el presente evento nos presentó la trayectoria de nuestro
homenajeado en lo referente a sus estudios sobre el Patrimonio y la
Independencia del Perú.
MARGARITA GUERRA MARTINIÈRE
Doctora en Historia por la Pontificia Universidad Católica del Perú.
Fue becaria del gobierno francés para realizar investigaciones en el
Archivo Nacional de París; al mismo tiempo estudió en la Universidad
de Sorbona (1963-1964). Obtuvo la beca del Instituto de Cultura
Hispánica y de la OEA para realizar investigaciones en España
(1975-1976). Ejerce la docencia en la PUCP desde 1965, siendo
actualmente la profesora principal del departamento de Humanidades de
dicha Universidad. Ha sido docente de la UNIFE, UPC, Ricardo Palma,
Universidad Nacional San Luis Gonzaga de Ica (1967). Ha sido directora
del Instituto Riva Agüero. Desde el 2015 es Presidenta de la Academia
Nacional de Historia del Perú.
Sus últimas publicaciones : Cronología de la Independencia del Perú
(IRA, 2016), Manuel Pérez de Tudela, el Republicano (2016, Fondo
Editorial del Congreso del Perú).
Les comparto que el año pasado con motivo de la presentación de la
obra de nuestro homenajeado Catálogo de las Secciones Papeles
importantes y mancipación del Archivo del arzobispado de Lima
pronunció estas interesantes palabras que rescato y comparto:
Esta obra constituye un aporte muy valioso para los investigadores no
solo de la Historia de la Iglesia, sino para la época en la cual
transcurren las diversas idencias que desembocan en la proclamación
de nuestra independencia. Allí encontramos los expedientes referidos a
la Junta Eclesiástica de Purificación, que estuvo presidida por don
Toribio Rodríguez de Mendoza, uno de los precursores más
representativos y formador de muchos de los patriotas que integraron
el primer Congreso Constituyente en 1822. Contiene alrededor de unos
doscientos expedientes de los curas peruanos o americanos que tenían a
su cargo parroquias o doctrinas, a quienes se les exigió someterse a
la investigación de esta Junta ante la cual deberían probar su
patriotismo. Hay, además, una pregunta que muchos nos haremos en estos
días, y que es de gran trascendencia: ¿En qué medida estamos
respondiendo las generaciones actuales para dar continuidad a la
sociedad libre, justa, solidaria, patriota, democrática e igualitaria
que quisieron dejarnos como herencia nuestros antepasados? Incluso
podemos agregar una sociedad con mística católica. Revivir el ambiente
que vivieron nuestros antepasados desde finales del siglo XVIII y
comienzos del siglo XIX, es algo a lo que nos ayudan los Archivos y
nos facilitan su consulta Catálogos, como el que hoy se presenta.
Desde su actividad investigadora, docente y gestora, y a pesar de su
ausencia, se hizo presente con su mensaje escrito con lúcidas
reflexiones acerca de la celebración del Bicentenario del Perú,
enfatizando el valor de la peruanidad y los desafíos presentes del
Perú.
JOSÉ ANTONIO BENITO RODRÍGUEZ
Natural de Salamanca (España). Vive en el Perú desde 1995. Doctor en
Historia de América por la Universidad de Valladolid (España) en
1994. Diplomado en Educación por la Universidad de Salamanca 1990,
Secretario de la Academia Peruana de Historia de la Iglesia desde
2001. Profesor principal de Historia de la de la Universidad Católica
Sedes Sapientiae, director del Centro de Estudios y Patrimonio
Cultural de la misma, Profesor principal de la Facultad de Teología
Pontificia y Civil de Lima. Director del Instituto de Estudios
Toribianos (IET). Ha publicado 27 libros; los últimos la "Historia del
Seminario de Santo Toribio"y "Cinco Santos" de Fundación Telefónica,
alrededor de 400 artículos sobre diversos aspectos de la historia de
América, el Perú virreinal y republicano. Participa activamente en los
medios por lo que la Conferencia Episcopal Peruana le concedió el
Premio Nacional de Periodismo "Cardenal Juan Landázuri Ricketts" el
año 2015.
Disertó acerca de la necesidad de los momentos más destacados de la
Iglesia en los doscientos años de vida republicana, siguiendo la obra
publicada con el Dr. P. Armando Nieto "Cronología de historia de la
Iglesia del Perú". Por la premura del tiempo, privilegió la lectura de
la Dra. M. Guerra y ponderó el compromiso de los católicos
–eclesiásticos y laicos- en la Independencia del Perú, en concreto en
fechas clave de 1821.
---------------------
BICENTENARIO 2021: LA TOMA DE CONCIENCIA DE NUESTRA IDENTIDAD NACIONAL
Y EL COMPROMISO DE PERFECCIONARLA
Palabras de la Dra. Margarita Guerra, presidenta de la Academia
Nacional de Historia del Perú
Estimados amigos:
Mil disculpas por no poder estar con ustedes en un día tan especial de
recuerdos y esperanzas para nuestro próximo Bicentenario de la
Independencia del Perú. Una imprevista gripe, acentuada por la humedad
del ambiente me priva de tan grata compañía, pero la salud manda y hay
que cuidarse, sobre todo cuando ya la curva de los años lo exige.
Quería sin embargo acompañarlos en este evento porque la labor de
rescate de peruanidad, de identidad que está llevando a cabo la
Universidad Católica Sedes Sapientiae, a través de su Centro de
Defensa de nuestro Patrimonio y de nuestra Memoria Histórica, es un
ejemplo para el mundo académico, pues los logros que están alcanzando
ya están siendo conocidos y han merecido más de un galardón.
Quería compartir con ustedes el día de hoy algunas reflexiones acerca
de qué esperamos de estas ya próximas conmemoraciones que deben llenar
varios objetivos.
El primero de ellos mantener vivo el recuerdo del proceso que vivieron
nuestros antepasados entre finales del siglo XVIII y comienzos del
siglo XIX, que desembocó en el grito final de libertad en 1821, del
cual participaron todos quienes conformaban ya una comunidad de
hombres y mujeres que aspiraban a ser reconocidos como una entidad
autónoma, capaz de tomar sus propias decisiones y que, paso a paso iba
cobrando características nacionales, e iba consolidando una voluntad
común de labrar un futuro común.
El segundo, no solo fue tener un futuro común, sino vivirlo dentro de
ciertos parámetros que diesen paso a una sociedad armónica, en la cual
el bien común fuese una realidad y no una quimera. Quienes dieron vida
y hacienda, hace dos siglos, lo hicieron con toda generosidad, para
consolidar una sociedad abierta a todos los habitantes de estos
territorios que se llamaban americanos o hermanos americanos y que
buscaban la justicia, la paz y la verdad. Más tarde, sin embargo,
empezó a distorsionarse ese ideal, al surgir las luchas por el poder
con la presencia de los caudillos militares, los cuales si bien, puede
decirse que fueron necesarios en un comienzo para evitar situaciones
anárquicas, luego estos mismos salvadores se dejaron llevar por los
apetitos personales y se destruyó una posible unidad americana, que
quizá habría evitado muchos de los conflictos actuales.
El tercero fue ganar prestigio a nivel internacional, es decir, poder
insertarse en la sociedad universal para compartir los conocimientos
ancestrales que les permitieron formar imperios de cultura avanzada
tanto en lo social, como en el aprovechamiento del territorio y sus
riquezas, cuanto en la misma organización social. El Perú fue uno de
los primeros que en el siglo XIX buscó consolidar la unidad americana
para conseguir el respeto de las potencias, pero el sueño Sudamericano
no fue debidamente comprendido y lo que Basadre llamó "los estados
desunidos de América del Sur" se produjo y perdimos muchas
oportunidades de consolidar una "patria grande".
El cuarto, y no menos importante, fue la gran ilusión republicana,
como símbolo de la democracia. No obstante, debemos reconocer que los
conceptos que debieron internalizarse en esta sociedad que luchaba por
la libertad, por la independencia para no ser súbditos de nadie, sino
ciudadanos, no llegaron a ser realmente comprendidos por todos, lo
cual se vio en los congresos, en las asambleas públicas y en el
periodismo. Muchos gritaron república, pero no captaban claramente la
esencia del término. Clamaban libertad, pero no sabían aplicarla, dado
que la libertad tiene límites, marcados por los derechos de los otros,
sin embargo – como hasta hoy – todos exigían derechos, pero no
reconocían la contraparte, es decir, los deberes. Muchos hablaron de
democracia, pero no conseguían pensar en que la democracia implicaba
igualdad para todos. Así, Felipe Pardo y Aliaga en su burla sobre la
Constitución ironizaba como con la Constitución se igualaba al
académico con el negro liberto, considerando esa situación como
irrisoria.
Otro concepto no comprendido fue la Constitución. Todos reclamaron a
San Martín una Constitución y un Congreso como resultado obligado de
la independencia, pro ninguna Constitución resultó suficientemente
satisfactoria, unas muy liberales, otras muy conservadoras, por lo
tanto no se llegaban a respetar en su integridad. Igualmente, el
Congreso fue sinónimo de la institución netamente revolucionaria,
porque se componía mediante elección popular, pero hubo mucha
reticencia a aceptar como sufragista a todos los nacidos en tierra
peruana y mayores de edad. Se impuso la votación indirecta.
¿Qué significa, entonces, el Bicentenario próximo? Yo diría que luego
de doscientos años el Perú, necesariamente ha madurado, la nación se
ha asentado, pero nunca podremos decir que ha llegado a su
consolidación definitiva, porque la nación la conformamos todos,
formamos una sociedad y la sociedad es un organismo vivo que
permanentemente sufre transformaciones y va incrementando sus
componentes y, de una u otra forma los va asumiendo, lo cual da como
resultado un producto en cierta forma nuevo, aunque mantenga una
columna vertebral que es la que articula todos estos aportes y
mantiene la unidad, por esto podemos decir que la nación
constantemente va sufriendo algunos cambios, pero que no desdicen de
su matriz.
Por esto el Bicentenario debe ayudarnos a tomar conciencia de cómo se
ha ido construyendo la nación, nuestra identidad nacional, nuestra
comunidad y cada generación debe dar su aporte para el
perfeccionamiento de esta identidad, que no se cierra en sí misma,
porque el día en que no sea capaz de incorporar los nuevos elementos
que le permiten crecer, esa comunidad habrá muerto, porque su vida se
habría agotado, ya la nación no tendría futuro y como decíamos al
inicio la comunidad nacional se une para un futuro común.
Muchas gracias.
domingo, 17 de septiembre de 2017
SAN JUAN MACÍAS, EL EMIGRANTE QUE APOSTABA CON LOS PAJARILLOS PARA ALABAR AL SEÑOR
Me encanta compartirles esta bella e ingenua vivencia del extremeño
peruanizado y que vivió en compañía de San Martín de Porres. Su
ascetismo nada tiene de adustez; nace del más puro amor a Dios, de su
felicidad de sentirse abarcado por su don:
"Muchas veces, orando a deshoras de la noche, llegaban los pajarillos
a cantar. Y yo apostaba con ellos a quién alababa más al Señor. Ellos
cantaban y yo replicaba con ellos".
Nace en Ribera del Fresno, pueblo de la Alta Extremadura,
perteneciente entonces al priorato nullius de San Marcos de León,
provisorato de Llerena, de la Orden Militar de Santiago y ahora
diócesis de Badajoz. Era el 2 de marzo de 1585. Sus padres, Pedro de
Arcas e Inés Sánchez, eran modestos labradores.Al año siguiente nace
su única hermana. Sus padres eran fervientes cristianos y transmiten a
sus hijos los principios de la vida cristiana, singularmente la
devoción a Nuestra Señora del Valle, patrona del pueblo, aparecida en
1428.
Huérfano a temprana edad, fue criado por un tío que lo dedicó al
pastoreo. Mientras se dedicaba a esta labor, recibe la visita de un
niño que le revela ser San Juan Bautista, y le anuncia un futuro viaje
a tierras lejanas. Ya mayor, viaja a Cartagena de Indias al servicio
de un mercader. Luego se dirigió hacia el sur para llegar finalmente a
Lima; toma los hábitos dominicos en la Recolección de Santa María
Magdalena de esta ciudad (actual Iglesia de la Recoleta) en 1622.
Allí se ocupó de la portería hasta su muerte, acaecida más de dos
décadas después, en 1645. Ofrendaba a Dios numerosas penitencias,
ayunos y oraciones a cambio de la salvación de las ánimas del
purgatorio. Como Martín de Porres -de quien era amigo-, el santo se
destacaba por su profunda humildad y sencillez. Fue famoso por sus
consejos espirituales, solicitados por los distintos estamentos de la
sociedad limeña, desde los mendigos hasta el propio virrey. Juan
Macías cultivó además una ardiente caridad, y se dedicaba a repartir
diariamente alimentos a los menesterosos. "Al pedir a los ricos para
sus pobres, les enseñaba a pensar en los demás; al dar al pobre lo
exhortaba a no odiar"- apuntará Pablo VI.
Destaca su filial devoción a la Virgen María. En 1630 se le apareció
Nuestra Señora del Rosario en la capilla de su convento con motivo de
un temblor de tierra. El mismo Juan contó que Nuestra Señora del
Valle, cuya imagen veneraba en el cuadro que tenía en su celda, le
había hablado y concedido cuanto le había pedido. Con el rezo del
Rosario invocaba a la Trinidad por medio de María. Su contemplación le
llevaba a amar a la naturaleza, al prójimo, su vida consagrada. Dios
obró por su intercesión varios milagros entre los que sobresalen las
constantes multiplicaciones de alimentos.
Juan tenía la costumbre de rezar todas las noches, de rodillas, el
Rosario completo. Una parte la ofrecía por las almas del Purgatorio,
otra por los religiosos, y la tercera, por sus parientes, amigos y
benefactores. A la hora de su muerte, obligado por la obediencia, Juan
Masías confesó haber liberado durante su vida a un millón
cuatrocientas mil almas. Al finalizar el mes de agosto de 1645 enfermó
de disentería. Su celda era visitada por los pobres y los ricos. A su
cabecera se hallaba el virrey, marqués de Mancera. Murió el 17 de
septiembre de 1645, contaba 6O años. Gregorio XVI le beatificó en 1837
y Pablo VI le canonizó en 1975.
Sus numerosos milagros llevarían a Clemente XIII a declararlo
venerable en 1763. Fue beatificado por Gregorio XVI en 1837. Paulo VI
lo elevaría a los altares en 1975.
El 23 de enero de 1949, desde Olivenza (Badajoz), la cocinera Leandra
Rebello Vásquez no podía dar crédito a lo que vieron sus ojos. Se
encontraba en el Hogar de Nazaret, colegio de niños acogidos a la
Protección de Menores, regentado por una institución religiosa fundada
por el párroco del pueblo don José Zambrano. Era domingo y, además de
la comida para los 5O niños, había de preparar alimentos para los
pobres de la población. Los bienhechores designados para ese día no
trajeron los alimentos. La criada encargada de preparar la comida,
advirtiendo la exigua cantidad de arroz (unos 750 gramos), la arrojaba
para su cocción al tiempo que se abandonó en su paisano beato Juan
Macías:"¡Oh Beato, hoy los pobres se quedarán sin comida!"
A continuación, aquella minúscula cantidad de arroz, al cocer, fe
vista crecer de tal modo que al instante fue preciso trasladarla a una
segunda olla; lo que se hizo una y otra vez. La multiplicación del
arroz duró cuatro horas de una a 5 de la tarde cuando el recipiente
que rebosaba fue apartado del fuego por mandato del párroco. Del
alimento gustaron hasta hartarse los chicos del hogar, como la ingente
multitud de pobres y necesitados. Leandra Rebello, protagonista del
milagro de este "conquistador espiritual", presente el 28 de
septiembre de 1975 en la canonización de Juan Macías, es digna
sucesora de espíritus tan sencillamente magnánimos. Lo demuestra su
confianza audaz que atrae el milagro del Cielo.
--------------
CANONIZACIÓN DE JUAN MACÍAS HOMILÍA DEL SANTO PADRE PABLO VI
28 de septiembre de 1975
Venerables Hermanos y amados hijos,
La Iglesia se siente hoy inundada de júbilo. Es el gozo de la madre,
que asiste a la exaltación de uno de sus hijos. Y precisamente porque
es un hijo pequeño, que no brilló durante su vida con los fulgores de
la ciencia, del poder, de la notoriedad humana, de todo eso que hace a
uno grande a los ojos del mundo, la Madre Iglesia experimenta un
regocijo particular. En esta mañana la Iglesia siente resonar de nuevo
en sus oídos las palabras insinuantes y maravillosamente asombradoras
del Maestro, que proclaman, de manera inequívoca, su preferencia por
los sectores más pobres y humildes: ¡Bienaventurados los pobres de
espíritu! A la escucha perenne y atenta de su Divino Fundador y en
fidelidad indefectible a su mensaje, la Iglesia fija hoy sus ojos en
una figura singular, concreción sublime de ideales evangélicos : ¡Juan
Macías! Un humilde pastor hasta los treinta y siete años de Ribera del
Fresno, en España; emigrante sin recursos a tierras del Perú; por
veintidós años sencillo hermano portero del convento dominico de La
Magdalena en Lima. Este es el nuevo Santo, a quien la Iglesia rinde en
este día su tributo de exaltación suprema, tras haberlo declarado
Beato el veintidós de octubre de mil ochocientos treinta y siete.
En su glorificación, como en la de otras figuras humildes cual el
Santo Cura de Ars, San Francisco de Asís, San Martín de Porres, y
otras tantas que podríamos citar, se hace visible el amor sin reservas
ni distinciones de la Iglesia, que valora y ensalza por igual los
méritos ocultos de grandes y pequeños, de pobres o de facultosos,
sintiendo particular complacencia acaso al elevar a los más pobres,
reflejo más vivo de la presencia y predilecciones de Cristo. Por falta
de tiempo, no haremos la exaltación que merecería la humilde y gran
figura de Juan Macías que, con la ayuda del Señor y en el pleno
ejercicio de nuestro ministerio magisterial, hemos inscrito en el
catálogo de los Santos. Solamente aludiremos a las razones que
embargan nuestro ánimo durante este acto solemne. Canonizando a San
Juan Macías nos parece interpretar la intención del Señor, el cual,
siendo rico, se hizo pobre para que nosotros fuésemos ricos por su
pobreza (Cfr. 2 Cor. 8, 9), existiendo en la forma de Dios, se anonadó
a sí mismo, tomando la forma de siervo (Cfr. Phil. 2, 6-7), fue
enviado por el Padre «a evangelizar a los pobres y levantar a los
oprimidos» (Luc. 4, 18), proclamó bienaventurados a los pobres de
espíritu (Matth. 5, 3), puso la pobreza como condición indispensable
para alcanzar la perfección (Cfr. Marc. 10, 17-31; Luc. 18, 18-27) y
dio gracias al Padre porque se había complacido en revelar los
misterios del Reino a los pequeñuelos (Cfr. Matth. 11, 26).
Estas son las enseñanzas lineares dejadas por el Señor, y que el
Magisterio de la Iglesia nos propone hoy, ilustrándolas con un ejemplo
concreto de la historia eclesial. Juan Macías, que fue pobre y vivió
para los pobres, es un testimonio admirable y elocuente de pobreza
evangélica: el joven huérfano, que con su escasa soldada de pastor
ayuda a los pobres «sus hermanos», mientras les comunica su fe; el
emigrante que, guiado por su protector San Juan Evangelista, no va en
búsqueda de riquezas, como otros tantos, sino para que se cumpla en él
la voluntad de Dios; el mozo de posadas y el mayoral de pastores, que
prodiga secretamente su caridad en favor de los necesitados, a la vez
que les enseña a orar; el religioso que hace de sus votos una forma
eminente de amor a Dios y al prójimo; que «no quiere para sí más que a
Dios»; que combina desde su portería una intensísima vida de oración y
penitencia con la asistencia directa y la distribución de alimentos a
verdaderas muchedumbres de pobres; que se priva de buena parte de su
propio alimento para darlo al hambriento, en quien su fe descubre la
presencia palpitante de Jesucristo; en una palabra, la vida toda de
este «padre de los pobres, de los huérfanos y necesitados», (no es una
demostración palpable de la fecundidad de la pobreza evangélica,
vivida en plenitud?
Cuando decimos que Juan Macías fue pobre, no nos referimos ciertamente
a una pobreza -que nunca podría ser querida ni bendecida por Dios-
equivalente a culpable miseria o inoperante inercia para la
consecución del justo bienestar, sino a esa pobreza, llena de
dignidad, que ha de buscar el humilde pan terreno, como fruto de la
propia actividad. ¡Con cuánta exactitud y eficiencia se dedicó a su
deber, antes y después de ser religioso! Sus dueños y superiores dan
claro testimonio de ello. Fueron siempre sus manos las que supieron
ganar el propio pan, el pan para su hermana, el pan para la
multiplicada caridad. Ese pan, fruto de un esfuerzo socialmente
creador y ejemplar, que personaliza, redime y configura a Cristo,
mientras deja en lo íntimo del alma la filial confianza de que el
Padre, que alimenta a las aves del cielo y viste a los lirios del
campo, no dejará de dar lo necesario a sus hijos: «buscad primero el
reino de Dios y su justicia y todo lo demás se os dará por añadidura»
(Cfr. Matth. 6, 25-34). Por otra parte, la ardua tarea de Juan Macías
no distraía su ánimo del Pan celestial.
El, que desde su niñez había sido introducido en el mundo íntimo de la
presencia de Dios, fue en medio de su actividad un alma contemplativa.
El campo, el agua, las estrellas, los pájaros, le hablaban de Dios y
le hacían sentir su cercanía: «Oh Señor, qué mercedes y regalos me
hizo Dios en aquellos campos», mientras guardaba el rebaño. Así
exclama ya anciano. Y recordando su vida de convento, aquel jardín a
donde con frecuencia se retiraba a orar de noche, dirá: «Muchas veces,
orando a deshoras de la noche, llegaban los pajarillos a cantar y yo
apostaba con ellos a quién más alababa a Dios». ¡Frases de encantadora
poesía, que dejan entrever las largas horas dedicadas a la oración, a
la devoción a la Eucaristía y al rezo del rosario! Pero esta vida
interior nunca representó para Juan Macías una evasión frente a los
problemas de sus hermanos; antes bien, partiendo de su vida religiosa,
llegaba a la vida social. Su contacto con Dios no sólo no le hacía
retraerse de los hombres, sino que le llevaba a ellos, a sus
necesidades, con renovado empeño y fuerza para remediarlos y
conducirlos a una vida cada vez más digna, más elevada, más humana y
más cristiana.
El no hacía con ello sino seguir las enseñanzas y deseos de la
Iglesia, la cual, con su preferencia por los pobres y su amor por la
pobreza evangélica, jamás quiso dejarlos en su estado, sino ayudarles
y levantarles a formas crecientemente superiores de vida, más
conformes con su dignidad de hombres y de hijos de Dios. A través de
estos trazos parciales, aparece ante nuestros ojos la figura
maravillosa y atractiva de nuestro Santo. Una figura actual. Un
ejemplo preclaro para nosotros, para nuestra sociedad. Evidentemente,
la cuestión económica se plantea hoy con características bien diversas
de las que tenía en tiempos de San Juan Macías. Los nuevos sistemas
productivos, la acelerada industrialización, la creciente
tecnificación y las conquistas en campo nuclear o electrónico, por más
que hayan hecho surgir no indiferentes problemas para el hombre, han
determinado ciertamente un superior nivel económico y asistencial en
vastas áreas del mundo, por desgracia todavía demasiado limitadas. Por
otra parte, la sensibilidad social se ha incrementado, dando paso con
frecuencia a un tipo de humanismo radical, disociado de toda
referencia al trascendente.
En este contexto se nos ofrece en todo su valor actual el mensaje de
Fray Juan Macías. El no miró la humildad de su tarea, sino que la
cumplió con entrega total y de manera ejemplar. Se dio siempre a los
demás y, en el darse a todos, encontró a Cristo. Su trabajo fue una
exigencia de su condición de hombre y de cristiano, un ejercicio de
fecunda pobreza, un medio de proveer noblemente a su sustento y al de
los pobres. Sin pretender nunca hacer de sus experiencias una
elaborada sociología, ni convertirse en un experto economista, hizo
cuanto estuvo a su alcance por atenuar necesidades y flagrantes
desigualdades. Al pedir a los ricos para sus pobres, les enseñaba a
pensar en los demás; al dar al pobre, lo exhortaba a no odiar. Así iba
uniendo a todos en la caridad, trabajando en favor de un humanismo
pleno. Y todo esto, porque amaba a los hombres, porque en ellos veía
la imagen de Dios. ¡Cuánto desearíamos recordar esto a cuantos hoy
trabajan entre pobres y marginados! No hay que alejarse del Evangelio,
ni hay que romper la ley de la caridad para buscar por caminos de
violencia una mayor justicia. Hay en el Evangelio virtualidad
suficiente para hacer brotar fuerzas renovadoras que, trasformando
desde dentro a los hombres, los muevan a cambiar en todo lo que sea
necesario las estructuras, para hacerlas más justas, más humanas.
Juan Macías supo en su vida honrar la pobreza con una doble
ejemplaridad: con la búsqueda confiada del pan cotidiano para los
pobres, y con la búsqueda constante del Pan de los pobres, Cristo, que
a todos conforta y conduce hacia la meta trascendente. ¡Estupendo
mensaje para nosotros, para nuestro mundo materializado, tarado con
frecuencia por un consumismo desenfrenado y por egoísmo sociales!
¡Ejemplo elocuente de esa «unidad interior», que el cristiano debe
realizar en su tarea terrena, imbuyéndola de fe y caridad! (Cfr. Mater
et Magistra, 51).
Amadísimos hijos, No quisiéramos terminar nuestras palabras sin
mencionar algunas características que concurren en la vida de San Juan
Macías. La primera es su origen español; hijo de una Nación, cuya
historia encuentra sus expresiones más altas y decisivas -que marcan
el carácter de su pueblo- en las figuras de sus Santos, como Santo
Domingo de Guzmán, San Ignacio de Loyola, San Francisco Javier, Santa
Teresa de Ávila, San Juan de la Cruz. Nombres estos que, con sólo
recordarlos, constituyen por sí mismos un auténtico homenaje que se
tributa a España. Un homenaje que nos sentimos contento de poder
subrayar por parte Nuestra, como dirigido a una Nación por Nos tan
amada, y que la Iglesia entera, tan bien representada en el cuadro
solemne de esta plaza de San Pedro por los millares de peregrinos
venidos de todo el mundo, desea rendir con Nos a esa tierra de Santos.
Experimentando en ello un gozo de comunión eclesial, un latido más de
espiritualidad entre los muchos del Año Santo, una manifestación de
fraterna e intensa alegría. Aunque esta alegría podría ser más plena,
si estos días no hubiesen sido ensombrecidos por los acontecimientos
por todos conocidos. El nuevo Santo continúa la tradición recibida
como por una especie de herencia familiar. Una herencia que crece y se
desarrolla en el hogar, en la vida familiar, en el ambiente social y
en la sensibilidad religiosa del pueblo. Esta canonización ¿no es,
pues, un acontecimiento que glorifica una tan alta y noble tradición,
preanunciando al mismo tiempo un nuevo renacer de fervor y de santidad
en los hijos de esa amada Nación? Nos así lo esperamos. La secunda
característica es que San Juan Macías se hizo peruano y en Perú se
santificó. Mientras muchas personas llegaban a América en busca de
riquezas materiales, el nuevo Santo supo encontrar allí una riqueza
espiritual de la que se alimentaron ya los primeros Santos de aquel
Continente. Una riqueza integrada por elementos milenarios del pueblo
antiguo, los indios, y del nuevo, los colonizadores, a quienes va el
mérito de la evangelización de aquel Continente, y que nuestro Santo
incrementó decididamente con su vida.
Desde entonces ¡que vitalidad religiosa a pesar de sus lagunas e
imperfecciones! ¡Qué corrientes de vida espiritual han marcado la
historia de todas aquellas naciones! A todos sus hijos los exhortamos
a ser dignos del ejemplo de santidad dejado por San Juan Macías. Por
último, San Juan Macías fue religioso dominico, de esa gran familia
que tantos Santos ha dado a la Iglesia y cuya labor al servicio de la
Verdad ha sido tan unánimemente reconocida. A ellos dirigimos en este
solemne día un saludo especial, exhortándoles a seguir sus grandes
tradiciones de santidad, a ejemplo de San Juan Macías, de San Martín
de Porres y de Santa Rosa de Lima, síntesis de la santidad dominica en
las nobles tierras latinoamericanas. Un ejemplo y exhortación que
extendemos a todos los miembros de las otras familias religiosas, para
que también ellos sientan una nueva incitación hacia cumbres más altas
de cercanía divina, de esmero espiritual, de clima en el que se
escucha la voz de Cristo. Y ojalá que el nuevo modelo de santidad que
hoy proponemos suscite abundantes fuerzas jóvenes, que se consagren
sin reserva a los ideales siempre válidos, siempre atractivos, del
Evangelio de Jesucristo.
--------------------------------------------------------------------------------
Onoriamo nel nuovo santo Religioso: dopo svariate esperienze, a
trentasette anni Giovanni Macías si sentì chiamato a servire Dio
nell'ordine Domenicano, ma nella sua umiltà volle essere Fratello
Laico. Per un quarantennio, fino alla morte, fu destinato al servizio
di portineria nel convento di Lima. E in questa umile incombenza egli
seppe realizzare e vivere profondamente ed autenticamente la sua
consacrazione religiosa, radicata nell'amore ardente 1009 a Dio, nella
smisurata carità Verso i fratelli più bisognosi, nella pratica fedele
dei Consigli evangelici, nella continua preghiera, lasciando a noi
l'esempio di come si possa testimoniare l'impegnativo messaggio di
Cristo anche nelle piccole ed umili tose.
Cette grande fete de famille a laquelle vous avez le bonheur de
participer réveille certainement en vous le désir d'une vie sainte,
d'une vie enfin engagée sur les pas du Modèle Unique: le Christ! C'est
le chemin ardemment suivi par Saint Jean Macías que Nous venons de
canoniser. Il a surtout voulu être pauvre comme Jésus, et vivre pour
les pauvres! Que cette leçon évangélique, si difficile a entendre
aujourd'hui, gagne enfin nos cœurs. Oh oui, demandons les uns pour les
autres cette grâce de choix, qui est la première des Beatitudes!
On this joyous occasion, as we proclaim and bless the power of God and
the merits of Jesus Christ that have produced in Saint John Macias a
full measure of holy charisms, we honour him and offer him to the
entire Church as a model of the zealous emigrant. After the example of
the Apostles and holy men and women of all ages, he left his homeland
to go forth and to bring Christ to his brethren. In this way he
endeavoured to answer the cal1 of the Evangelist, receiving with joy
the message: «. . . let us love, not in word or Speech, but in deed
and in truth» (1 Io. 3, 18). May all who have emigrated for the
Kingdom of God find strength in the intercession of Saint John Macías.
Liebe Söhne und Töchter!
Die wunderbare nächstenliebe des heiligen Johannes Macías war vor
allem die Frucht seines tiefen, lebendigen Glaubens. Er war ein Mann
des Gebetes, der aus der innigen, mystischen Vereinigung mit Gott sein
Leben in der Nachfolge Christi gestaltete. Seine glühende Verehrung
galt insbesondere der heiligen Eucharistie und dem Rosenkranzgebet.
Gerade als Mystiker zeigt uns der neue Heilige die letzte und
unergründliche Quelle christlicher Heiligkeit. Möge er uns allen darin
Vorbild und durch sein Gebet im Himmel unser aller Fürsprecher sein.
lunes, 11 de septiembre de 2017
SANTO TORIBIO CONFIRMÓ A SANTA ROSA, SAN MARTÍN Y A UN MILLÓN MÁS. Apuntes a propósito de su visita a Quives en 1598
SANTO TORIBIO CONFIRMÓ A SANTA ROSA, SAN MARTÍN Y A UN MILLÓN MÁS
Algunos apuntes a propósito de su visita a Quives en 1598
José Antonio Benito Rodríguez
Mayorga y Villaquejida, las dos localidades que se disputan la cuna de Santo Toribio, ofrecen la misma iconografía: La confirmación de Rosa de Santa María, como vemos en la imagen. Les comparto algunos apuntes sobre este santo encuentro, al hilo de los congresos por el IV Centenario del tránsito al Cielo de la patrona de América.
EL MUNUS SANCTIFICANDI DEL OBISPO Y LA CONFIRMACIÓN
Para que la Iglesia sea capaz de proseguir y completar su obra en el mundo, Cristo la ha dado misión y poder de desempeñar las funciones que El mismo ejercía: enseñar, santificar y gobernar. Cristo determina para su Iglesia una misión que consiste en continuar su obra, una responsabilidad, una función. Pero para ello comunica sus propios poderes de enviarlos, a aquellos que hacían de un doctor o profeta, un sacerdote y un pastor o rey. Así tenemos el munus docendi (haced discípulos a todos), el munus sanctificandi (bautizándolos) y el munus regendi (enseñándoles a observar todo), que es el ministerio pastoral. Estos tres poderes derivan de la única misión de Cristo y persiguen idéntico objetivo ministerial, son poderes para misión de servicio: al Munus docendi compete guardar y trasmitir fielmente el depósito; al Munus sanctificandi, llevar a cabo la obra de salvación mediante el sacrificio y los sacramentos, en torno a los cuales gira la vida litúrgica (Sacrosantum Concilium, 6); y al Munus regendi, pastorear la Iglesia.
Dos ministerios ejerce de modo ordinario el obispo, administrar el sacramento del Orden Sacerdotal y conferir el sacramento de la confirmación:
"Por la Confirmación, cuyo ministro originario es el Obispo, se corrobora su fe y reciben una especial efusión de los dones del Espíritu…El Obispo, ministro originario del Sacramento de la Confirmación, ha de ser quien lo administre normalmente. Su presencia en la comunidad parroquial que, por la pila bautismal y la Mesa eucarística, es el ambiente natural y ordinario del camino de la iniciación cristiana, evoca eficazmente el misterio de Pentecostés y se demuestra sumamente útil para consolidar los vínculos de comunión eclesial entre el pastor y los fieles. (Juan Pablo II, Pastores Gregis, 2003, n.38)
QUIVES, CAPITAL DE LA SANTIDAD
Santa Rosa de Quives está camino a Canta, específicamente en el Km. 63 de dicha vía. Santa Rosa de Quives nació como distrito cuando se dividió el distrito de Arahuay. A la nueva unidad administrativa se le sumó, como un anexo, el pueblo de Santa Rosa de Quives, que recibía el nombre de Quives o Quivi. En la actualidad es uno de los destinos favoritos de los limeños que huyen del ruido y la contaminación de la urbe. Ofrece al viajero un clima agradable y cálido durante todo el año. Se encuentra a 900 metros sobre el nivel del mar[1].
El padre de Santa Rosa, Gaspar Flores, arcabucero en la guardia del palacio del Virrey[2], fue nombrado administrador de un obraje situado en las cercanías de Quive en el que permaneció por espacio de cuatro años. Acerca de la condición socioeconómica de la familia, parece que nunca fue alta. Su padre, Gaspar Flores, arcabucero en la guardia del palacio del Virrey, un año antes de nacer Rosa, fue contratado como cateador de minas en Cajatambo en 1585. En 1595 fue contratado para administrar el obraje de Quives, donde trasladó a toda su familia., fue nombrado administrador de un obraje situado en las cercanías de Quive en el que permaneció por espacio de cuatro años. Su nombramiento quizá comenzó a raíz del inicio del mandato de Luis de Velasco, 24 julio 1596- (según Stephen M. Hart, 2017:159). Contaba en ese tiempo con 71 años y debía superar el salario de 500 pesos anuales que ganaba antes. La minería era un sector cuya mano de obra tenía que ver con la infame mita. Nunca alcanzó a tener una encomienda y tampoco participó en el grupo social alto de la ciudad. Sus ingresos a duras penas alcanzaban para mantener a su numerosísima familia.
Tal sentir coincide con las escasas fuentes que recogen datos sobre el menester como las Actas del Proceso de Beatificación, el Diario de la Visita, las primeras biografías de ambos santos. Así, en el Auto del Cuestionario para el Proceso de Beatificación, de 5 de septiembre de 1617, en la pregunta tres se dice "hasta que siendo de edad de once años poco más o menos, el señor Don Toribio Mogrovejo, Arzobispo de esta ciudad, hizo órdenes de confirmación en el pueblo de Quivi, nueve leguas de esta ciudad y confirmó a la dicha santa niña en el nombre de Rosa de Santa María.[3]
Para conocer detalles de la liturgia de la confirmación nos sirve la quinta pregunta del Cuestionario del mismo Proceso de Beatificación:
Y muchos días entraba a confirmar en las doctrinas sin desayunarse con cosa alguna y a puertas cerradas quedaban dentro de la Iglesia dos y tres mil ánimas, las cuales confirmaba todos, sin salir a comer si no era hasta la tarde, cuando se acababa, que solía ser a las cinco de la tarde... que causaba gran admiración y espanto. Y esto hacía con gran espíritu y fortaleza en las comidas que ordinariamente comía eran tenues, como una olla y alguna vez un bocado de asado y cuando le ponían algún regalo lo daba a los indios y pobres que presentes se hallaban.
Refuerza esta información el testimonio del Contador Gonzalo de la Maza, quien afirma que "esto (el llamarse Isabel) duró hasta que el señor Arzobispo don Toribio Alfonso Mogrovejo lo confirmó"[4]. Acerca del asunto del cambio de nombre en la confirmación, el Padre Fray Luis de Bilbao nos dirá que, aunque ya se le llamaba Rosa, sin embargo, oficialmente, fue confirmada con el nombre de Isabel "Y que aunque es verdad que ha corrido la voz que a esta virgen el señor Arzobispo Don Toribio, le trocó el nombre de Isabel en Rosa, a instancias de sus padres, no lo tiene por tan cierto; y que lo que sabe de su misma madre es que habiendo propuesto firmemente trocarle el nombre en la Confirmación, llegada la ocasión, se le olvidó totalmente, con la costumbre que tenía de llamarla Rosa; y así entiende que se Confirmó, en el nombre que tenía de Isabel; pero que está muy cierto, que el nombre de Rosa lo tuvo desde edad de tres meses hasta que murió; y que por éste y no por el de Isabel, fue conocida y tratada hasta que murió"[5].
El "Libro de las Visitas menciona a Quives al resumir las leguas que el Arzobispo: "ha andado en esta visita que hizo saliendo de esta ciudad de los Reyes en 8 de agosto de 1601 años": De Lima a Carabayllo 4 (leguas); de Carabayllo a Yangas 6 (leguas); de Yangas a Quivi 1[6]. La distancia es de 11 leguas. Al referir a los "confirmados que Su Señoría confirmó en la visita que hizo este año de 1602 son los siguientes: Villa Carabayllo, 9 personas; de Quibi (los siete pueblos; doctrina de Quivi, 7 pueblos, como San Pedro de Yaco, Araguay, Visc, Santa Olalla, San Mateo), 557, de Canta 556 Guama, 648[7]. Acerca de la población existente, constata esta precisa información: "Memoria de los Tributarios reservados, viejos y viejas, muchachos y muchachas de la doctrina de que anduvo Su Señoría Ilustrísima en la visita que salió en prosecución de ella a 8 de agosto del año de 1601 y confirmados en ellas y sínodos de los curas que es en la forma y manera siguiente: Doctrina de Quivi, 7 pueblos. Confirmados año de 1603, 10 ánimas. Por manera que hay en toda esta doctrina de Quivi, 408 tributarios y con ellos y la demás gente, hay 1920 ánimas de todas edades. Sínodo. Tiene el padre de sínodo, 480 pesos ensayados"[8]
M. Mendiburu es más explícito: Rosa "pasó a Canta con su familia en 1597 porque su padre llevó una comisión a esa provincia y residieron en el pueblo de Quivi. Allí recibió Rosa la confirmación de mano de ST que hacía visita a su diócesis; el padrino fue el cura de la doctrina D. Francisco González y se asegura que quedó en ese acto ratificado el nombre de Rosa. En Quive hay una capilla en que se dice estuvo la habitación de Rosa, añadiendo que una piedra que existe dentro, le servía de asiento. Ese pueblo tenía entonces opulentas minas y mucho vecindario, ingenios y oficinas para beneficio de metales; hoy sólo le ha quedado el nombre de Santa Rosa" (Tomo VII, Imprenta Bolognesi, Lima, 1887, p.211)
En 1598, tras vivir la Semana Santa en Lima, visita sus contornos y, tomando el camino del norte, se acerca el 12 de febrero de 1598 a Arnedo o Chancay y Canta. Su presencia en Quives coincide con la morada en el poblado de la familia de Santa Rosa de Lima a quien confirma. El padrino sería el cura de la doctrina don Francisco González[9], el mismo que aparece en la relación de curas prebendados de 30 de abril de 1602 presentados por el virrey[10].
El siempre bien documentado P. Vargas Ugarte: "Tendría unos doce años cuando hubo de dejar Lima para pasar con sus padres al pueblecito de Quive… Gaspar Flores había sido nombrado administrador de un obraje situado en las cercanías y allí permaneció por espacio de cuatro años. La doctrina de Quive estaba al cuidado de los religiosos de la Merced y, estando Rosa en el lugar, vino a visitarla el Santo Arzobispo, Toribio de Mogrovejo. Era esto en el año 1597[11]. Rosa se dispuso a recibir el sacramento de la confirmación y, siendo su padrino el cura doctrinero del pueblo, Francisco González, recibió la unción sagrada de manos del virtuoso prelado"[12].
En la relación del arzobispo B. Lobo Guerrero, en 1619 se da cuenta de que la doctrina de Quibi "tiene nueve pueblos en distancia de diez leguas en llanos y en sierra, el primer pueblo de los llanos dista de Lima 9 leguas, es cura de esta doctrina Cristóbal de Castilla, de edad de 65 años; ha catorce que la sirve con presentación del virrey. En cada uno de los dichos pueblos hay iglesia y pila baptismal. Tiene esta doctrina 1.300 indios e indias de confesión. No tiene hospital ni cofradías"[13].
Como recuerdo de este singular momento, tenemos varias esculturas, cuadros, retablos y hasta templos. Cabe mencionar el retablo esculpido en madera policromada en la casa solariega de Mayorga con el grupo escultórico que representa a Santo Toribio confirmando a santa Rosa de Lima y que está bordeado por diferentes casetones con relieves alusivos a los momentos más destacados de su vida.
Rosa vivió en Quives aproximadamente unos 4 años. A los 14 regresó a Lima y muere el 24 de agosto de 1617. Fue canonizada el 12 de abril de 1671.
En Quives se encuentran en la actualidad los Misioneros de Nuestra Señora de la Reconciliación y del Señor de los Milagros. En una de las lápidas puede leerse:
"Esta es la casa donde vivió Santa Rosa de Lima por los años de 1596-1604. Don Gaspar de Flores, padre de Santa Rosa, ex alabardero de la guardia del virrey administraba una mina de metales preciosos cerca del lugar de Quives. En el jardín del Santuario se conserva una piedra de molino de la época utilizado para triturar los minerales en el obraje. Los lavaderos del mineral fueron sepultados por un huayco cerca del templo. En el altar interior se ha incrustado la piedra donde la santa se recluía para orar. Una de las hermanas de Santa Rosa llamada Bernardita que fue confirmada junta a ella murió en Quives y está enterrada a la entrada del templo. Monseñor E. Lissón, C.M. arzobispo de Lima colocó la piedra de la restauración de la ermita en día 31 de agosto de 1924. El templo donde fue confirmada por Santo Toribio Mogrovejo arzobispo de lima y esta casa han sido declarados monumentos históricos por Ley Nª 10403 del 23 de febrero de 1946. Este conjunto recibió el nombre de santuario (JM 88).
Desde la creación de la diócesis de Carabayllo en 1999, su obispo Monseñor Lino Panizza ha promovido la peregrinación al santuario, especialmente los 30 de agosto, y, en particular, cada 8 de octubre, fiesta de Nuestra Señora del Rosario, día en que acude toda la diócesis con más de 200 autobuses y numerosos fieles caminando. En la actualidad los Misioneros de Nuestra Señora de la Reconciliación y del Señor de los Milagros.
EL SACRAMENTO DE LA CONFIRMACIÓN
El Segundo Concilio Limense, en 1567, ordenaba "que pongan diligencia los obispos en dar el sacramento de la confirmación a todos los indios bautizados y prevean de candelas y de vendas a sus costa por la pobreza de los indios" (C2L, Parte 2ª, 46; en VARGAS UGARTE, Rubén - Concilios limenses. Tip. peruana, S.A., Lima, 1951, T. I, p.246. Por su parte, el Tercer Concilio Limense, (Lima 1583) explica que el sacramento de la confirmación se da "a todos los cristianos bautizados, para que tengan fortaleza en la fe y ley de Dios contra sus enemigos". De modo explícito se prescribe que "cuando se da el sacramento de la confirmación a los indios no se les pida plata ni dierno alguno ni aún les persuadan a que lo traigan, antes a los indios pobres el obispo les provea de candelas y vendas liberalmente" (Act. 2, Cap.13; VARGAS UGARTE, Rubén - Concilios limenses. Tip. peruana, S.A., Lima, 1951, T. I, p.328).
Fiel a lo prescrito en los concilios limenses (C2L, I, 48) de que "todos los que se confirman se asienten en el libro", en el citado "Libro de Visitas" se da razón de los confirmados en Lima de 1592 a 1597 y de 1601 a 12 de enero de 1605, sumando 2.262. Cuando escribe en 1590 al Papa Sixto V le habla de 450.000 confirmaciones. Al dirigirse al Papa Clemente habla de más de 600.000. Su sobrino sacerdote Luis de Quiñones, en 1607, habla de 800.000, y Sancho Dávila, en 1632, de un millón.
Sancho Dávila, que tan cerca estuvo siempre del Santo, cuando fue llamado a declarar en vida del Santo, en 1595, dará pormenores de la confirmación en circunstancias especiales como la concurrencia masiva de fieles o en caso de epidemia:
"Por abreviar y darse prisa no confirmaba sentado, como otros Prelados hacían, sino haciendo en la Iglesia muchas hileras de los indios e iba por cada una confirmando en pie, sufriendo su hedor, que en algunas partes era insufrible, y algunas veces confirmaba a las mil ánimas juntas…En especial, en el tiempo de las viruelas y peste general que hubo en este reino, que por estar todos los indios en sus casas caídos con la dicha enfermedad, se andaba el dicho señor Arzobispo de casa en casa, a confirmarlos, sufriendo el hedor pestilencial y materia de la dicha enfermedad" (IRIGOYEN II, 134)
En el proceso de beatificación de 1632 declaraba con precisión:
"Confirmó en su Arzobispado más de 1.000.000 almas y de las más de ellas fue este testigo padrino de ellos[14],… y nunca consintió que le ofreciesen plata ni otra ofrenda y no llevó velas ni vendas a ningún indio y se enviaron a esta ciudad de los Reyes por un quintal de velas y cien varas de roan. Gastadas y acabadas aquellas, enviaron por otras tantas y si algún indio llevaba alguna candela, se hacía volver a su casa y las velas que daban 1os puebles las dejaba a las Iglesias de los pueblos. que si hubiese de llevar ofrendas candelas y vendas de los que confirmó, le debieran grandísima suma de hacienda. Cada indio llevaba su candela y venda de confirmando como regalo del Arzobispo. Si el material no llegaba de Lima, ordenaba romper las sábanas de su cama. Y muchos días entraba a confirmar en las doctrinas sin desayunarse con cosa alguna y a puertas cerradas quedaban dentro de la Iglesia dos y tres mil ánimas, las cuales confirmaba todos, sin salir a comer si no era hasta la tarde, cuando se acababa, que solía ser a las cinco de la tarde... que causaba gran admiración y espanto…
Comparto, por último, un valioso testimonio que aporta otros detalles complementarios como el de la visita personal por las chozas. Fray Juan Yáñez Solano, natural de la villa de san Clemente (Cuenca) España, O.P. [600v] [603]"porque este testigo vio muchas veces por sus ojos en las confirmaciones que hacía dar a los dichos indios velas[603v]y vendas de su hacienda porque llevaba muchas en unas petacas todo para este efecto y las que ofrecían los españoles se las daba a la iglesia donde confirmaba y les hacía llevar para que sirviesen a los pobres indios y asimismo sabe este testigo que caminó visitando su arzobispado gran [sic] de leguas por caminos como tiene dicho ásperos y peligrosos y frigidísimos y también muy cálidos sólo por la salvación de las lamas que le estaban encargadas y este era su principal intento y por una sola alma caminara muchas leguas y diera la vida como buen pastor como [604]lo hizo muchas veces y así mismo si algunos indios o indias estaban enfermos e impedidos de manera que no pudiesen venir a la iglesia a confirmarse iba en persona a sus chozuelas y ranchos a confirmarlos y consolarlos.
[1] http://www.geocities.com/elcantologo/indexstrosaquives.html
http://www.enjoyperu.com/limaperu/lima-alrededores-canta-lima.php
[2] José A. del Busto "El Arcabucero Gaspar Flores, padre de Santa Rosa" Revista Histórica, Lima, 1960. En el proceso de canonización, el 22 de febrero de 1618 declara que es "gentil hombre de la compañía de los arcabuceros de la guardia de este reino…natural de San Juan de Puerto Rico…de 93 años".
[3] Primer Proceso Ordinario para la Canonización de Santa Rosa de Lima 1617 Transcripción, introducción y notas del P. Dr. Hernán Jiménez Salas, O.P. (Monasterio de Santa Rosa de Santa María de Lima, Lima, 2003, pp.604 pp.) (fol.5v) p.21
[4] Primer Proceso Ordinario para la Canonización de Santa Rosa de Lima 1617, folio 23v/
[5] Ibídem. f.285. p.365
[6] [318v]
[7] [221
[8] pág. 200]".
[9] Ismael PORTAL Lima religiosa (1535-1924) Librería e Imprenta Gil, Lima, 1924, p. 97)
[10] Lissón IV, nº 989, Patronato 248, R.33
[11] No hay acuerdo en las fechas. Unos hablan de 1597, otros de 1598. Me inclino por esta segunda.
[12] La Flor de Lima. Santa Rosa Paulinas, Lima, 5ª ed. 1994 pp.20-21.
[13] (Lissón, V, nº 1282, A de Lima 301)
[14] Acerca de los padrinos, se nos da una información precisa [213v] Ninacaca. En el pueblo de Ninacaca a postrero día del mes de febrero de 1588 años, Su Señoría Ilustrísima confirmó a los siguientes, de que fue padrino Sancho Dávila, siendo cura el P. Diego Flórez, 394. Acerca de los padrinos, los concilios ordenan "que en cada pueblo o parroquia de indios, se señalase un padrino para los que se bautizan [o confirman]; el señalarle empero a éste, será propio del ordinario, el cual podrá también señalar más que uno, como viere convenir al número de gente, con tal de que los así señalados sean ciertos y tales que se les pueda encomendar la enseñanza de los hijos espirituales" (C3L, II, 9).
. Con solo Rosa blasonará el Perú tanto como todo el mundo con sus Apóstoles"
P. Juan de Espinosa Medrano. "Oración panegírica a la gloriosa Santa Rosa, patrona de los Reinos del Perú, Cuzco" .La novena maravilla [1695, Valladolid], (Fondo Editorial del Congreso del Perú-Fondo Editorial del Banco de Crédito del Perú, Lima, 2011)
"Es que es la Rosa Limana el primitivo y espantoso parto de santidad de todo este Nuevo Mundo, en que también han brotado gigantes plantas de virtud y perfección. Los Solano, los Mogrovejos, los Ortices, etc. ¿no son palmas de Idumea, no son olivas palestinas que se van por esos Cielos? Pues entre todas esas, es Rosa la exaltada, la reina, la patrona más principal, la cabeza y mayorazgo de la santidad peruana…
Con ese patrocinio compita Lima con Roma, que acá tenemos nuestra Rosa que presentar ufanos al árbitro soberano de los hombres, y cuando Roma aun de dos Apóstoles tan grandes, que son las más sublimes columnas de la Iglesia, apenas hace una Rosa que ofrecer a Cristo: Qualem Rosam Christo mittet Roma! Lima le dará Rosa que equivalga, emule y contrapese a esas dos más ínclitas cabezas del Cristianismo. Con solo Rosa blasonará el Perú tanto como todo el mundo con sus Apóstoles. Pero llevar la Rosa solo en la boca y no en la imitación, oferta será de sabandija, que arrastra. ¿Qué importará galantear con la Rosa si nos quedamos culebras? Aceptará Dios placentero y benigno la flor; pero mandará pegar fuego a las espinas. Si de manosear a Rosa los ámbares de su memoria, no se nos pega algo a la voluntad, perdido va el entendimiento. En Rosa ha mostrado Su Majestad cuánto sabe hacer por quien le ama. Todos podemos ser Rosas, si como Rosa le amamos todos. Amor, amor; temor, temor; miserables de nosotros a quien tan digno es de temor y de amor. Rosa de oro, honra del Mundo, delicias de Dios, fragancia del Evangelio, crédito de la Iglesia, hacédnoslo entender, alcanzándonos muchos auxilios de gracia, que nos aseguren la Gloria. Ad quan nos perducat" (pp.255-256)
viernes, 8 de septiembre de 2017
HERMANOS OBISPOS DEL CELAM, HOY HACE FALTA PASIÓN PARA EVANGELIZAR COMO SANTO TORIBIO DE MOGROVEJO
ENCUENTRO CON EL COMITÉ DIRECTIVO DEL CELAM
DISCURSO DEL SANTO PADRE
Nunciatura apostólica, Bogotá
Jueves 7 de septiembre de 2017
Queridos hermanos, gracias por este encuentro y por las cálidas
palabras de bienvenida del Presidente de la Conferencia del Episcopado
Latinoamericano. De no haber sido por las exigencias de la agenda, muy
apretada, hubiera querido encontrarlos en la sede del CELAM. Les
agradezco la delicadeza de estar aquí en este momento.
Agradezco el esfuerzo que hacen para transformar esta Conferencia
Episcopal continental en una casa al servicio de la comunión y de la
misión de la Iglesia en América Latina; en un centro propulsor de la
conciencia discipular y misionera; en una referencia vital para la
comprensión y la profundización de la catolicidad latinoamericana,
delineada gradualmente por este organismo de comunión durante décadas
de servicio. Y hago propicia la ocasión para animar los recientes
esfuerzos con el fin de expresar esta solicitud colegial mediante el
Fondo de Solidaridad de la Iglesia Latinoamericana.
Hace cuatro años, en Río de Janeiro, tuve ocasión de hablarles sobre
la herencia pastoral de Aparecida, último acontecimiento sinodal de la
Iglesia Latinoamericana y del Caribe. En aquel momento subrayaba la
permanente necesidad de aprender de su método, sustancialmente
compuesto por la participación de las Iglesias locales y en sintonía
con los peregrinos que caminan en busca del rostro humilde de Dios que
quiso manifestarse en la Virgen pescada en las aguas, y que se
prolonga en la misión continental que quiere ser, no la suma de
iniciativas programáticas que llenan agendas y también desperdician
energías preciosas, sino el esfuerzo para poner la misión de Jesús en
el corazón de la misma Iglesia, transformándola en criterio para medir
la eficacia de las estructuras, los resultados de su trabajo, la
fecundidad de sus ministros y la alegría que ellos son capaces de
suscitar. Porque sin alegría no se atrae a nadie.
Me detuve entonces en las tentaciones, todavía presentes, de la
ideologización del mensaje evangélico, del funcionalismo eclesial y
del clericalismo, porque está siempre en juego la salvación que nos
trae Cristo. Esta debe llegar con fuerza al corazón del hombre para
interpelar su libertad, invitándolo a un éxodo permanente desde la
propia autorreferencialidad hacia la comunión con Dios y con los demás
hermanos.
Dios, al hablar en Jesús al hombre, no lo hace con un vago reclamo
como a un forastero, ni con una convocación impersonal como lo haría
un notario, ni con una declaración de preceptos a cumplir como lo hace
cualquier funcionario de lo sacro. Dios habla con la inconfundible voz
del Padre al hijo, y respeta su misterio porque lo ha formado con sus
mismas manos y lo ha destinado a la plenitud. Nuestro mayor desafío
como Iglesia es hablar al hombre como portavoz de esta intimidad de
Dios, que lo considera hijo, aun cuando reniegue de esa paternidad,
porque para Él somos siempre hijos reencontrados.
No se puede, por tanto, reducir el Evangelio a un programa al servicio
de un gnosticismo de moda, a un proyecto de ascenso social o a una
concepción de la Iglesia como una burocracia que se autobeneficia,
como tampoco esta se puede reducir a una organización dirigida, con
modernos criterios empresariales, por una casta clerical.
La Iglesia es la comunidad de los discípulos de Jesús; la Iglesia es
Misterio (cf. Lumen Gentium, 5) y Pueblo (cf. ibíd., 9), o mejor aún:
en ella se realiza el Misterio a través del Pueblo de Dios.
Por eso insistí sobre el discipulado misionero como un llamado divino
para este hoy tenso y complejo, un permanente salir con Jesús para
conocer cómo y dónde vive el Maestro. Y mientras salimos en su
compañía conocemos la voluntad del Padre, que siempre nos espera. Sólo
una Iglesia Esposa, Madre, Sierva, que ha renunciado a la pretensión
de controlar aquello que no es su obra sino la de Dios, puede
permanecer con Jesús aun cuando su nido y su resguardo es la cruz.
Cercanía y encuentro. Cercanía y encuentro son los instrumentos de
Dios que, en Cristo, se ha acercado y nos ha encontrado siempre. El
misterio de la Iglesia es realizarse como sacramento de esta divina
cercanía y como lugar permanente de este encuentro. De ahí la
necesidad de la cercanía del obispo a Dios, porque en Él se halla la
fuente de la libertad y de la fuerza del corazón del pastor, así como
de la cercanía al Pueblo Santo que le ha sido confiado. En esta
cercanía el alma del apóstol aprende a hacer tangible la pasión de
Dios por sus hijos.
Aparecida es un tesoro cuyo descubrimiento todavía está incompleto.
Estoy seguro de que cada uno de ustedes descubre cuánto se ha
enraizado su riqueza en las Iglesias que llevan en el corazón. Como
los primeros discípulos enviados por Jesús en plan misionero, también
nosotros podemos contar con entusiasmo todo cuanto hemos hecho (cf. Mc
6,30).
Sin embargo, es necesario estar atentos. Las realidades indispensables
de la vida humana y de la Iglesia no son nunca un monumento sino un
patrimonio vivo. Resulta mucho más cómodo transformarlas en recuerdos
de los cuales se celebran los aniversarios: ¡50 años de Medellín, 20
de Ecclesia in America, 10 de Aparecida! En cambio, es otra cosa:
custodiar y hacer fluir la riqueza de tal patrimonio (pater - munus)
constituyen el munus de nuestra paternidad episcopal hacia la Iglesia
de nuestro continente.
Bien saben que la renovada conciencia, de que al inicio de todo está
siempre el encuentro con Cristo vivo, requiere que los discípulos
cultiven la familiaridad con Él; de lo contrario el rostro del Señor
se opaca, la misión pierde fuerza, la conversión pastoral retrocede.
Orar y cultivar el trato con Él es, por tanto, la actividad más
improrrogable de nuestra misión pastoral.
A sus discípulos, entusiastas de la misión cumplida, Jesús les dijo:
«Vengan ustedes solos a un lugar deshabitado» (Mc 6,31). Nosotros
necesitamos más todavía este estar a solas con el Señor para
reencontrar el corazón de la misión de la Iglesia en América Latina en
sus actuales circunstancias. ¡Hay tanta dispersión interior y también
exterior! Los múltiples acontecimientos, la fragmentación de la
realidad, la instantaneidad y la velocidad del presente, podrían
hacernos caer en la dispersión y en el vacío. Reencontrar la unidad es
un imperativo.
¿Dónde está la unidad? Siempre en Jesús. Lo que hace permanente la
misión no es el entusiasmo que inflama el corazón generoso del
misionero, aunque siempre es necesario; más bien es la compañía de
Jesús mediante su Espíritu. Si no salimos con Él en la misión pronto
perderíamos el camino, arriesgándonos a confundir nuestras necesidades
vacuas con su causa. Si la razón de nuestro salir no es Él será fácil
desanimarse en medio de la fatiga del camino, o frente a la
resistencia de los destinatarios de la misión, o ante los cambiantes
escenarios de las circunstancias que marcan la historia, o por el
cansancio de los pies debido al insidioso desgaste causado por el
enemigo.
No forma parte de la misión ceder al desánimo cuando, quizás, habiendo
pasado el entusiasmo de los inicios, llega el momento en el que tocar
la carne de Cristo se vuelve muy duro. En una situación como esta,
Jesús no alienta nuestros miedos. Y como bien sabemos que a ningún
otro podemos ir, porque sólo Él tiene palabras de vida eterna (cf. Jn
6,68), es necesario en consecuencia, profundizar nuestra elección.
¿Qué significa concretamente salir con Jesús en misión hoy en América
Latina? El adverbio «concretamente» no es un detalle de estilo
literario, más bien pertenece al núcleo de la pregunta. El Evangelio
es siempre concreto, jamás un ejercicio de estériles especulaciones.
Conocemos bien la recurrente tentación de perderse en el bizantinismo
de los doctores de la ley, de preguntarse hasta qué punto se puede
llegar sin perder el control del propio territorio demarcado o del
presunto poder que los límites prometen.
Mucho se ha hablado sobre la Iglesia en estado permanente de misión.
Salir con Jesús es la condición para tal realidad. Salir, sí, pero con
Jesús. El Evangelio habla de Jesús que, habiendo salido del Padre,
recorre con los suyos los campos y los poblados de Galilea. No se
trata de un recorrido inútil del Señor. Mientras camina, encuentra;
cuando encuentra, se acerca; cuando se acerca, habla; cuando habla,
toca con su poder; cuando toca, cura y salva. Llevar al Padre a
cuantos encuentra es la meta de su permanente salir, sobre el cual
debemos reflexionar continuamente y hacer un examen de conciencia. La
Iglesia debe reapropiarse de los verbos que el Verbo de Dios conjuga
en su divina misión. Salir para encontrar, sin pasar de largo;
reclinarse sin desidia; tocar sin miedo. Se trata de que se metan día
a día en el trabajo de campo, allí donde vive el Pueblo de Dios que
les ha sido confiado. No nos es lícito dejarnos paralizar por el aire
acondicionado de las oficinas, por las estadísticas y las estrategias
abstractas. Es necesario dirigirse al hombre en su situación concreta;
de él no podemos apartar la mirada. La misión se realiza siempre
cuerpo a cuerpo.
Una Iglesia capaz de ser sacramento de unidad
¡Se ve tanta dispersión en nuestro entorno! Y no me refiero solamente
a la de la rica diversidad que siempre ha caracterizado el continente,
sino a las dinámicas de disgregación. Hay que estar atentos para no
dejarse atrapar en estas trampas. La Iglesia no está en América Latina
como si tuviera las maletas en la mano, lista para partir después de
haberla saqueado, como han hecho tantos a lo largo del tiempo. Quienes
obran así miran con sentido de superioridad y desprecio su rostro
mestizo; pretenden colonizar su alma con las mismas fallidas y
recicladas fórmulas sobre la visión del hombre y de la vida, repiten
iguales recetas matando al paciente mientras enriquecen a los médicos
que los mandan; ignoran las razones profundas que habitan en el
corazón de su pueblo y que lo hacen fuerte exactamente en sus sueños,
en sus mitos, a pesar de los numerosos desencantos y fracasos;
manipulan políticamente y traicionan sus esperanzas, dejando detrás de
sí tierra quemada y el terreno pronto para el eterno retorno de lo
mismo, aun cuando se vuelva a presentar con vestido nuevo. Hombres y
utopías fuertes han prometido soluciones mágicas, respuestas
instantáneas, efectos inmediatos. La Iglesia, sin pretensiones
humanas, respetuosa del rostro multiforme del continente, que
considera no una desventaja sino una perenne riqueza, debe continuar
prestando el humilde servicio al verdadero bien del hombre
latinoamericano. Debe trabajar sin cansarse para construir puentes,
abatir muros, integrar la diversidad, promover la cultura del
encuentro y del diálogo, educar al perdón y a la reconciliación, al
sentido de justicia, al rechazo de la violencia y al coraje de la paz.
Ninguna construcción duradera en América Latina puede prescindir de
este fundamento invisible pero esencial.
La Iglesia conoce como pocos aquella unidad sapiencial que precede
cualquier realidad en América Latina. Convive cotidianamente con
aquella reserva moral sobre la que se apoya el edificio existencial
del continente. Estoy seguro de que mientras estoy hablando de esto
ustedes podrían darle nombre a esta realidad. Con ella debemos
dialogar continuamente. No podemos perder el contacto con este
sustrato moral, con este humus vital que reside en el corazón de
nuestra gente, en el que se percibe la mezcla casi indistinta, pero al
mismo tiempo elocuente, de su rostro mestizo: no únicamente indígena,
ni hispánico, ni lusitano, ni afroamericano, sino mestizo,
¡latinoamericano!
Guadalupe y Aparecida son manifestaciones programáticas de esta
creatividad divina. Bien sabemos que esto está en la base sobre la que
se apoya la religiosidad popular de nuestro pueblo; es parte de su
singularidad antropológica; es un don con el que Dios se ha querido
dar a conocer a nuestra gente. Las páginas más luminosas de la
historia de nuestra Iglesia han sido escritas precisamente cuando se
ha sabido nutrir de esta riqueza, hablar a este corazón recóndito que
palpita custodiando, como un pequeño fueguito encendido bajo las
aparentes cenizas, el sentido de Dios y de su trascendencia, la
sacralidad de la vida, el respeto por la creación, los lazos de
solidaridad, la alegría de vivir, la capacidad de ser feliz sin
condiciones.
Para hablar a esta alma que es profunda, para hablar a la
Latinoamérica profunda, a la Iglesia no le queda otro camino que
aprender continuamente de Jesús. Dice el Evangelio que hablaba sólo en
parábolas (cf. Mc 4,34). Imágenes que involucran y hacen partícipes,
que transforman a los oyentes de su Palabra en personajes de sus
divinos relatos. El santo Pueblo fiel de Dios en América Latina no
comprende otro lenguaje sobre Él. Estamos invitados a salir en misión
no con conceptos fríos que se contentan con lo posible, sino con
imágenes que continuamente multiplican y despliegan sus fuerzas en el
corazón del hombre, transformándolo en grano sembrado en tierra buena,
en levadura que incrementa su capacidad de hacer pan de la masa, en
semilla que esconde la potencia del árbol fecundo.
Una Iglesia capaz de ser sacramento de esperanza
Muchos se lamentan de cierto déficit de esperanza en la América Latina
actual. A nosotros no nos está consentida la «quejumbrosidad», porque
la esperanza que tenemos viene de lo alto. Además, bien sabemos que el
corazón latinoamericano ha sido amaestrado por la esperanza. Como
decía un cantautor brasileño «a esperança è equilibrista; dança na
corda bamba de sombrinha» (João Bosco, O Bêbado e a Equilibrista).
Cuidado. Y cuando se piensa que se ha acabado, hela aquí nuevamente
donde nosotros menos la esperabamos. Nuestro pueblo ha aprendido que
ninguna desilusión es suficiente para doblegarlo. Sigue al Cristo
flagelado y manso, sabe desensillar hasta que aclare y permanece en la
esperanza de su victoria, porque —en el fondo— tiene conciencia que no
pertenece totalmente a este mundo.
Es indudable que la Iglesia en estas tierras es particularmente un
sacramento de esperanza, pero es necesario vigilar sobre la
concretización de esta esperanza. Tanto más trascendente cuanto más
debe transformar el rostro inmanente de aquellos que la poseen. Les
ruego que vigilen sobre la concretización de la esperanza y
consiéntanme recordarles algunos de sus rostros ya visibles en esta
Iglesia latinoamericana.
La esperanza en América Latina tiene un rostro joven
Se habla con frecuencia de los jóvenes —se declaman estadísticas sobre
el continente del futuro—, algunos ofrecen noticias sobre su presunta
decadencia y sobre cuánto estén adormilados, otros aprovechan de su
potencial para consumir, no pocos les proponen el rol de peones del
tráfico de la droga y de la violencia. No se dejen capturar por tales
caricaturas sobre sus jóvenes. Mírenlos a los ojos, busquen en ellos
el coraje de la esperanza. No es verdad que estén listos para repetir
el pasado. Ábranles espacios concretos en las Iglesias particulares
que les han sido confiadas, inviertan tiempo y recursos en su
formación. Propongan programas educativos incisivos y objetivos
pidiéndoles, como los padres le piden a los hijos, el resultado de sus
potencialidades y educando su corazón en la alegría de la profundidad,
no de la superficialidad. No se conformen con retóricas u opciones
escritas en los planes pastorales jamás puestos en práctica.
He escogido Panamá, el istmo de este continente, para la Jornada
Mundial de la Juventud del 19 que será celebrada siguiendo el ejemplo
de la Virgen que proclama: «He aquí la sierva» y «se cumpla en mí» (Lc
1,38). Estoy seguro de que en todos los jóvenes se esconde un istmo,
en el corazón de todos nuestros chicos hay un pequeño y alargado
pedazo de terreno que se puede recorrer para conducirlos hacia un
futuro que sólo Dios conoce y a Él le pertenece. Toca a nosotros
presentarles grandes propuestas para despertar en ellos el coraje de
arriesgarse junto a Dios y de hacerlos, como la Virgen, disponibles.
La esperanza en América Latina tiene un rostro femenino
No es necesario que me alargue para hablar del rol de la mujer en
nuestro continente y en nuestra Iglesia. De sus labios hemos aprendido
la fe; casi con la leche de sus senos hemos adquirido los rasgos de
nuestra alma mestiza y la inmunidad frente a cualquier desesperación.
Pienso en las madres indígenas o morenas, pienso en las mujeres de la
ciudad con su triple turno de trabajo, pienso en las abuelas
catequistas, pienso en las consagradas y en las tan discretas
artesanas del bien. Sin las mujeres la Iglesia del continente perdería
la fuerza de renacer continuamente. Son las mujeres quienes, con
meticulosa paciencia, encienden y reencienden la llama de la fe. Es un
serio deber comprender, respetar, valorizar, promover la fuerza
eclesial y social de cuanto realizan. Acompañaron a Jesús misionero;
no se retiraron del pie de la cruz; en soledad esperaron que la noche
de la muerte devolviese al Señor de la vida; inundaron el mundo con el
anuncio de su presencia resucitada. Si queremos una nueva y vivaz
etapa de la fe en este continente, no la vamos a obtener sin las
mujeres. Por favor, no pueden ser reducidas a siervas de nuestro
recalcitrante clericalismo; ellas son, en cambio, protagonistas en la
Iglesia latinoamericana; en su salir con Jesús; en su perseverar,
incluso en el sufrimiento de su Pueblo; en su aferrarse a la esperanza
que vence a la muerte; en su alegre modo de anunciar al mundo que
Cristo está vivo, y ha resucitado.
La esperanza en América Latina pasa a través del corazón, la mente y
los brazos de los laicos
Quisiera reiterar lo que recientemente he dicho a la Pontificia
Comisión para América Latina. Es un imperativo superar el clericalismo
que infantiliza a los Christifideles laici y empobrece la identidad de
los ministros ordenados.
Si bien se invirtió mucho esfuerzo y algunos pasos han sido dados, los
grandes desafíos del continente permanecen sobre la mesa y continúan
esperando la concretización serena, responsable, competente,
visionaria, articulada, consciente, de un laicado cristiano que, como
creyente, esté dispuesto a contribuir en los procesos de un auténtico
desarrollo humano, en la consolidación de la democracia política y
social, en la superación estructural de la pobreza endémica, en la
construcción de una prosperidad inclusiva fundada en reformas
duraderas y capaces de preservar el bien social, en la superación de
la desigualdad y en la custodia de la estabilidad, en la delineación
de modelos de desarrollo económico sostenibles que respeten la
naturaleza y el verdadero futuro del hombre, que no se resuelve con el
consumismo desmesurado, así como también en el rechazo de la violencia
y la defensa de la paz.
Y algo más: en este sentido, la esperanza debe siempre mirar al mundo
con los ojos de los pobres y desde la situación de los pobres. Ella es
pobre como el grano de trigo que muere (cf. Jn 12,24), pero tiene la
fuerza de diseminar los planes de Dios.
La riqueza autosuficiente con frecuencia priva a la mente humana de la
capacidad de ver, sea la realidad del desierto sea los oasis
escondidos. Propone respuestas de manual y repite certezas de
talkshows; balbucea la proyección de sí misma, vacía, sin acercarse
mínimamente a la realidad. Estoy seguro que en este difícil y confuso
pero provisorio momento que vivimos, las soluciones para los problemas
complejos que nos desafían nacen de la sencillez cristiana que se
esconde a los poderosos y se muestra a los humildes: la limpieza de la
fe en el Resucitado, el calor de la comunión con Él, la fraternidad,
la generosidad y la solidaridad concreta que también brota de la
amistad con Él.
Todo esto lo quisiera resumir en una frase que les dejo como síntesis,
síntesis y recuerdo de este encuentro: Si queremos servir desde el
CELAM, a nuestra América Latina, lo tenemos que hacer con pasión. Hoy
hace falta pasión. Poner el corazón en todo lo que hagamos, pasión de
joven enamorado y de anciano sabio, pasión que transforma las ideas en
utopías viables, pasión en el trabajo de nuestras manos, pasión que
nos convierte en continuos peregrinos en nuestras Iglesias como
—permítanme recordarlo— santo Toribio de Mogrovejo, que no se instaló
en su sede: de 24 años de episcopado, 18 los pasó entre los pueblos de
su diócesis. Hermanos, por favor, les pido pasión, pasión
evangelizadora.
A ustedes, hermanos obispos del CELAM, a las Iglesias locales que
representan y al entero pueblo de América Latina y del Caribe, los
confío a la protección de la Virgen, invocada con los nombres de
Guadalupe y Aparecida, con la serena certeza de que Dios, que ha
hablado a este continente con el rostro mestizo y moreno de su Madre,
no dejará de hacer resplandecer su benigna luz en la vida de todos.
Gracias.