miércoles, 26 de diciembre de 2018

La Iglesia del Perú ante el Bicentenario

CUANDO LOS JESUITAS FUERON EXPULSADOS DEL PERÚ

Bien merecidos cuántos homenajes recibieron en 2018 los Jesuitas por los 450 años de su llegada al Perú. Numerosos eventos –congresos, exposiciones, celebraciones- nos lo han recordado. Uno de los grandes regalos ha sido la primorosa publicación del libro sobre la iglesia de San Pedro por parte del Banco de Crédito, "San Pedro de Lima: la iglesia del antiguo colegio San Pablo"  http://www.fondoeditorialbcp.com/library/customshelf/bcp/.

Entre los valiosos artículos rescato el de su párroco actual P. José Enrique Rodríguez, en su entrañable artículo "San Pedro, viaje a la imaginación" (pp.1-20), que alude a un momento de particular estremecimiento, la expulsión de los jesuitas de la Casa, su "extrañamiento" (pp.11-14). Será un hito que marca el inicio de la edad contemporánea de la iglesia universal; además, para el Perú, será un momento decisivo para entender el complejo tiempo de fines del virreinato y comienzos de la etapa republicana.

Contamos, además, con el valioso artículo "El allanamiento del noviciado de San Antonio Abad" del P. Armando Nieto Vélez, S. J. publicado por Manuel Marzal-Luis Bacigalupo Los Jesuitas y la modernidad en Iberoamérica 1549-1773, Fondo Editorial PUCP-IFEA-Universidad del Pacífico, Lima 2007, (Vol.II, 291-298).

La injusta y desacertada medida de desterrar a los jesuitas de España y sus dominios en 1767 por parte del rey Carlos III, obedeció a complejas y variadas motivaciones, en las que contaron las maniobras de la masonería o de la impiedad, en la que confluyeron obispos ilustrados y regalistas, juristas, sacerdotes, frailes y burócratas. Los pretextos fueron las tensiones del Paraguay el «motín de Esquilache» del 23 de marzo, domingo de Ramos de 1766, en Madrid. El fundamento jurídico fue preparado por Pedro Rodríguez de Campomanes, quien el 31 de diciembre de 1766, acumula todo tipo de acusaciones. La instrucción junta consignas de estrictez y rigor para con los religiosos, impidiendo que se comuniquen por escrito o de palabra «hasta su salida del Reino por mar»; y advertencias humanitarias de buen trato hacia los ancianos y enfermos. Se prohíbe a los encargados de la ejecución del extrañamiento incurrir «en el menor insulto a los religiosos».

A Perú llegaron los documentos el día 20 de agosto de 1767 a las 10 de la mañana, y el virrey Manuel de Amat los hizo cumplir el 8 de setiembre. Con gran secreto convocó a quienes debían participar en el operativo, de modo que en Lima no trascendió nada de lo que iba a ocurrir. A las 2 de la madrugada del 9 de septiembre, Amat distribuyó las comisiones con 700 hombres para la ocupación de los cuatro edificios de la Compañía en la capital. Estos eran el Colegio Máximo de San Pablo, el Noviciado de San Antonio Abad, la Casa Profesa de los Desamparados y el Colegio del Cercado.

A las 4 de la mañana se dirigió la comisión desde el palacio del virrey, con una «compañía de artilleros y bombarderos» de sesenta hombres, al mando del capitán Fermín Lizarazo y el sargento mayor marqués de Salinas. En menos de diez minutos recorrieron las diez cuadras que medían entre la Plaza Mayor y el noviciado. En total fueron 38 religiosos los intervenidos. Acto seguido, el oidor Messía y Munive requirió al rector Doncel para que dijese qué religiosos se hallaban empleados fuera del noviciado. Todos sacaron sus jergones, ropa, cajas, pañuelos, tabaco, chocolate y útiles de aseo, así como los breviarios y libros de devoción. En los carruajes que ya estaban aguardando en la puerta del noviciado, 14 jesuitas fueron conducidos al Colegio de San Pablo. Los jóvenes que no tenían todavía ningún vínculo canónico con la Compañía de Jesús regresaron, en su mayoría, a sus casas.

En los días siguientes, se procedió al inventario del inmueble (hoy casona de San Marcos) que fue publicado en 1956 por Luis Antonio Eguiguren, director del Archivo Nacional y presidente de la Corte Suprema de la República. Allí están indicados 3.563 títulos y 4.961 volúmenes, de teología, filosofía, literatura griega, latina y castellana.

Los expulsos, vía Cabo de Hornos o Panamá, partieron al Puerto de Santa María (España). El 29 de octubre de 1767 se embarcaron en el navío El Peruano 181 jesuitas. La primera etapa duró 32 días hasta Valparaíso, donde subieron al barco 24 jesuitas de Chile. El segundo grupo de desterrados salió del Callao el 15 de diciembre de 1767 en la Balandra de Otaegui, rumbo a Panamá, Cartagena, La Habana, Cádiz el 23 de noviembre de 1768: A las dos anteriores expediciones se sumaron otras dos: una con 120 jesuitas, que salió del Callao en el navío Santa Bárbara el 26 de marzo de 1768. La otra, el 24 de abril, a bordo de El Prusiano, que zarpó del Callao tomando la peligrosa y pesada ruta del Cabo de Hornos, con ochenta jesuitas de la provincia del Perú. La mayor parte de los exiliados fueron a parar a los Estados Pontificios. Los españoles y criollos fueron enviados a Ferrara, lugar asignado a la provincia del Perú, y los demás, a sus respectivas provincias. Muchos pidieron la dispensa de sus votos, sobre todo los estudiantes, como fue el caso de los hermanos Juan Pablo y Anselmo Viscardo y Guzmán. El Papa Clemente XIV declaró extinguida la Compañía de Jesús del 21 de julio de 1773.

Fiándose de las promesas del gobierno español de permitir el regreso a sus países de origen a los que salieran de la Compañía de Jesús, abandonaron ésta 91 sacerdotes, 43 escolares y 28 hermanos de la provincia del Perú, casi todos criollos. En el momento de la supresión de la Compañía de Jesús (1773), los jesuitas de la provincia del Perú eran aún 99 sacerdotes y 39 hermanos.

Por real cédula de 1769, ejecutada por Amat a través de la Junta de Temporalidades, el local del noviciado sirvió para el nuevo Colegio o Convictorio de San Carlos, sobre la base de los antiguos colegios de San Martín (jesuita) y Real de San Felipe. En la segunda mitad del siglo XIX, el edificio fue cedido a la Universidad de San Marcos. El templo de San Carlos, convertido en 1924 en Panteón de los Próceres.

José Antonio Benito


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