martes, 20 de febrero de 2018

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La república católica dividida: ultramontanos y liberales-regalistas (Lima, 1855-1860)

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IBERICO_RUIZ_ROLANDO_REPUBLICA.pdf (1.489Mb)

Fecha de envío

2014-01-24

Autor

Iberico Ruiz, Rolando

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URL

http://tesis.pucp.edu.pe/repositorio/handle/123456789/5073

La dedicatoria no tiene precio: "A mis padres, Rolando y Mari, la fina caricia de Dios en mi vida". Esto sí que es ser memorioso y anclarse en las raíces como advierte continuamente el Papa Francisco.

Ayer me acerqué por el Instituto Riva Agüero y tuve la suerte de conseguir y leerme este librito, tan bien editado y que es el fruto de una tesis de licenciatura, premiada por la Fundación M.J. Bustamante de la Fuente y el IRA, en el 2012, defendida en el 2013 y puesta en internet en el 2014.

Vaya por delante mi felicitación y gratitud por ayudarnos a conocer este quinquenio del Perú, forjado en torno al pensamiento católico que se movía en el oleaje ideológico del liberalismo regalista y la fidelidad a la Iglesia. Sólo objetaría el que pareciera que esta segunda opción fuese una ideología más a la que se califica o descalifica con un término peyorativo "ultramontano".-

Me limito a compartirles la introducción, el índice, las conclusiones y sus prácticos anexos con el glosario de urgencia sobre los términos ideológicos de la época y los oficios del Cabildo Metropolitano.

Objetivos de la tesis

La presente investigación estudia los debates político-teológicos entre dos grupos católicos a mediados del siglo XIX en el Perú. Estos formaron parte de disputas transnacionales que cambiaron el rostro de la Iglesia católica universal. Los grupos fueron el ultramontano y el liberal-regalista. Ambos tenían posturas contrapuestas sobre la relación Estado-Iglesia y la participación de la Sede Apostólica en la Iglesia local. El ultramontanismo fomentó el proceso romanizador y buscó la firma de un concordato que legitimara la autoridad romana sobre la Iglesia peruana. Por otra parte, el liberalismo-regalista rechazó la autoridad jurídica y doctrinal del papado sobre la Iglesia local y consideró el Patronato eclesiástico como un derecho estatal. La Revolución de liberal de 1854 y la Constitución de 1856 generaron un fuerte rechazo entre los clérigos, los militares, y otros grupos de la sociedad. A pesar de ello, los ultramontanos triunfaron como los portadores del discurso auténticamente católico. Además, la política de Ramón Castilla, que evitó enfrentarse con la Iglesia y se desligó a fines de 1857 de los liberales, favoreció la victoria ideológica del ultramontanismo.

De la misma manera, la tesis estudia el contexto histórico en el que surgen las ideas políticas y teológicas del ultramontanismo y del liberalismo-regalista, la relación con los debates eclesiales en Europa; así mismo, se analiza la romanización liderada por el Papado y las jerarquías locales. Este estudio se basa en diversas fuentes ubicadas en archivos y bibliotecas de Lima. La documentación de archivo y la bibliográfica han sido tomadas del Archivo Arzobispal de Lima (AAL), el Archivo del Cabildo Metropolitano de Lima (ACML), la Biblioteca Nacional del Perú (BNP), la Biblioteca del Instituto Riva-Agüero (BIRA) y la Biblioteca de la Pontificia Universidad Católica del Perú. En el siglo XIX, el rol de la prensa como órgano de información moderna, no podía dejarse de lado en la investigación. Por ello, se han consultado fuentes periodísticas como El Católico, de tendencia ultramontana; El Católico Cristiano, de tendencia liberal-regalista, y El Comercio, donde se publicaron artículos de ambos bandos.

Índice de contenidos

Introducción 4

 Capítulo 1. La Iglesia católica durante la primera mitad del siglo XIX: Europa, América Latina y el Perú 12 1.1. El catolicismo durante la época de la Ilustración europea: el caso de Francia, España e Hispanoamérica 13 1.2. Las consecuencias de la Revolución francesa sobre la Iglesia católica en Europa 22 1.3. Gregorio XVI y Pío IX: el triunfo del ultramontanismo 27 1.4. Independencia, república e Iglesia católica en Hispanoamérica: el Perú en perspectiva comparada (1800-1850) 33

Capítulo 2. Roma, la Iglesia peruana y el Estado: política y religión en conflicto (1855-1860) 48 2.1. La Iglesia católica amenazada: el reformismo liberal de la Convención Nacional (1855 – 1857) 49 Debates políticos entre católicos: del Estatuto Provisorio a la disolución de la Convención Nacional (1855-1857) 50 2.2. Roma y la Iglesia católica peruana: el sueño de la independencia eclesial 65 2.3. Estado e Iglesia católica: la Constitución de 1860 y el proyecto de Concordato con la Sede Apostólica 74 El proyecto de Herrera, el concordato y la Constitución de 1860 77

Capítulo 3. La Iglesia es Romana: el triunfo de la eclesiología ultramontana frente a la teología liberal-regalista 84 3.1. Eclesiologías en debate: Papado, episcopado e Iglesia católica 85 Ultramontanos y liberales-regalistas: entre la teología pro-romana y la postura conciliar-episcopalista 86 La Iglesia católica como la societas perfecta ultramontana 94 3.2. La romanización de la Iglesia católica en el Perú: la experiencia del catolicismo universal 100 La romanización las estructuras de la Iglesia católica en el Perú 105 Fidelidades en conflicto y elecciones episcopales 107 3.3. El triunfo ultramontano: educación, jubileos y devociones 110 Conclusiones 115 2 Fuentes bibliográficas 121 1. Fuentes primarias. 121 a. Archivos y bibliotecas. 121 b. Periódicos. 121 c. Impresos y otras fuentes documentales. 121 2. Fuentes secundarias. 123 Anexos 133 Ilustraciones 139

Conclusiones

En esta investigación, se ha estudiado los conflictos político-teológicos ocurridos durante el ciclo de debates abierto por la Revolución liberal de 1854 entre los años de 1855 y 1860. Estas disputas ideológicas fueron parte de una discusión transnacional que involucró al mundo católico, capitaneado por el papado, y al mundo secular. En el periodo anterior al marco temporal de la investigación, el ultramontanismo se instaló en la Iglesia peruana gracias al arzobispo Luna Pizarro y a Herrera quienes reformaron la educación bajo dicho principios y lograron que el clero se formara bajo estos valores. En los años que siguieron al marco temporal del estudio, los debates se tornaron más políticos, con un progresivo afianzamiento del poder del Estado y de la secularización de algunos espacios ocupados por la Iglesia, tales como los registros civiles, los cementerios, entre otros. Los debates tuvieron dos frentes: las relaciones con el Estado y la teología sobre la Iglesia católica.

Dos sectores fueron protagonistas: los ultramontanos y los liberalesregalistas. Los ultramontanos afirmaron las prerrogativas jurídicas y doctrinales del papado junto a la necesidad de firmar un concordato que regulase las relaciones entre la Iglesia católica y el Estado. A este sector pertenecían los miembros de la jerarquía y el clero más joven, formado desde los años de 1840. Por otra parte, los liberales-regalistas defendieron el patronato del Estado, como derecho propio, que incluía prerrogativas a nivel disciplinar. También consideraron que el poder jurídico y doctrinal de la Iglesia radicaba en la autoridad de los concilios y que los obispos tenían los mismos derechos que el papa. En este sentido, la teología ultramontana estuvo adscrita a la oposición papal al liberalismo. Por ello, los ultramontanos descalificaron continuamente a los católicos liberales-regalistas al acusarlos de "protestantes", "cismáticos" y "herejes", mientras ellos se identificaron como la voz de lo auténticamente católico.

 Por su parte, los liberales-regalistas mantuvieron el discurso católico ilustrado del siglo XVIII, que integraba en su discurso liberal ribetes galicanos, jansenistas y regalistas. Rechazaron la injerencia romana en la vida de las Iglesias locales y el fortalecimiento del rol del papa a nivel jurídico y doctrinal. Por ello, calificaron a los ultramontanos de "curiales" porque defendían los intereses de la curia romana, un órgano extranjero que solo velaba por sus intereses, en lugar de los nacionales. 116 Ambos grupos poseían una profunda formación teológica, histórica y eclesiástica, incluidos los católicos laicos que conformaron el sector liberal-regalista. Laicos como José Gálvez y Francisco Javier Mariátegui eran capaces de hacer análisis exegéticos de textos bíblicos y discutir la versión ultramontana de la historia eclesiástica. Ello muestra que el conocimiento y el quehacer teológico no eran exclusividad del mundo clerical; más bien revela que el sistema educativo tenía un fuerte contenido religioso.

Con la victoria del ultramontanismo y la progresiva secularización, los clérigos tendrán casi exclusivamente el control del conocimiento religioso. La teología y la exégesis bíblica se restringirán solo a los clérigos, mientras que las catequesis y las devociones conformaran el mundo formativo de los laicos. Esta tendencia se mantiene, casi inalterada, hasta la actualidad. Como consecuencia de la clericalización del conocimiento teológico y religioso, los laicos pasaron a ocuparse de la organización "militante" de la Iglesia. En este sentido, el triunfo del ultramontanismo a mediados del siglo XIX otorgó a los laicos el rol de la militancia como el brazo político de la Iglesia en el mundo secular. Los fieles católicos serán los encargados de combatir la secularización y el liberalismo desde su compromiso activo con la Iglesia que se manifestaba en protestas, participación activa en las devociones y en encuentros formativos, y la defensa de la "causa católica" del Perú.

 La investigación ubica los debates entre ultramontanos y liberales-regalistas dentro del proceso de reacción del catolicismo a los nuevos valores modernos. Por ello, la presencia del papado en la vida institucional de la Iglesia católica se hizo visible a través de las directivas, alocuciones, las bulas de colación canónica del episcopado y las encíclicas pontificias. Incluso, el papa gracias a los jubileos y crónicas de sus actividades publicados en El Católico, fue una figura real entre los católicos. Tenía el papel de líder espiritual y doctrinal de la lucha del catolicismo contra el avance de las fuerzas del mal, encarnadas en el liberalismo. Al proceso romanizador, también, contribuyó la jerarquía local que enviaba comunicaciones y consultas dirigidas a la Silla Apostólica y enviadas a través del internuncio instalado en Bogotá. La romanización de la Iglesia peruana significó el abandono de la "antigua tradición", defendida por los liberales-regalistas, para reconocer la supremacía de Roma, que tenía autoridad para tratar políticamente temas disciplinares con el gobierno civil. Sin embargo, los ultramontanos aceptaron en la práctica el derecho del Estado a elegir a los obispos y miembros de los cabildos.

 Los ultramontanos peruanos compartieron los principios de sus pares europeos como la defensa del poder absoluto del papa y la comprensión de la Iglesia católica como una societas perfecta. Esto les permitió hablar de la Iglesia como una sociedad autónoma con su propia legislación y autoridad doctrinal. Interpretaron el conflicto de acuerdo al registro papal, establecido desde inicios del siglo XIX, como una lucha entre las fuerzas del bien, encabezadas por el pontífice, y las fuerzas del mal, entre quienes estaban liberales radicales, ateos, y liberales-regalistas.

A pesar de ello, consideraron vital conseguir la protección y el reconocimiento del Estado que garantizaba la exclusividad del culto católico en el Perú. Reclamaron la oficialidad de la religión católica en el Estatuto Provisorio de 1855, combatieron la tolerancia de cultos debatida en la Convención Nacional y se opusieron a la Constitución de 1856 que abolió los diezmos y los fueros. Sin embargo, los ultramontanos evitaron entrar en conflicto con miembros del Estado. Además, estaban vinculados al gobierno civil a través de Bartolomé Herrera, el arzobispo Pasquel, quien mantuvo una actitud de cautela, y los diputados Tordoya, Terry y Bandini, miembros todos del Cabildo Metropolitano de Lima. En este sentido, el conflicto entre el ultramontanismo y el liberalismo nunca adquirió el rostro de un conflicto violento entre Estado e Iglesia, pues Ramón Castilla evitó a toda costa una confrontación abierta con la jerarquía. La oposición de esta siempre estuvo orientada contra la Convención Nacional, pero no contra el Ejecutivo. La persistencia de Castilla por mantenerse en el poder lo condujo a evitar profundizar las diferencias con la Iglesia católica. La rebelión conservadora liderada por Vivanco en Arequipa fue ocasión para que Castilla abandonase a los liberales y su constitución.

 El movimiento conservador arequipeño tuvo un claro componente religioso, que expresaba bajo el lema "viva Jesucristo" su total oposición al liberalismo de la Convención Nacional. En este sentido, se podría hablar de regiones políticoreligiosas con intereses políticos conservadores. Además, no se puede obviar la importante presencia del obispo de Arequipa, José Sebastián de Goyeneche, uno de los miembros más destacados del ultramontanismo peruano. Si bien, este aspecto no es tratado directamente por esta investigación, queda abierta para un estudio más amplio sobre el catolicismo peruano decimonónico. Entre 1855 y 1860, los editores de El Católico se esforzaron en demostrar que el catolicismo era fuente de "perfección" de los valores de la modernidad, pues como garante del orden, la paz y la estabilidad permitía el desarrollo y el progreso nacional. Por tanto, el ultramontanismo aceptó la república como nuevo paradigma de la organización política y redefinió el lugar del catolicismo en esta nueva situación.

Por ello, la Iglesia católica era necesaria como baluarte del desarrollo nacional y daba unidad y cohesión al conjunto del país. Solo el catolicismo otorgaba "salud" a la nación. Los parlamentarios de 1860 ratificaron la abolición de los diezmos, razón por la cual Bartolomé Herrera abandonó la presidencia del Congreso. Aquel había presentado un "Proyecto de Constitución" donde resumía el conjunto de su pensamiento político. Consideraba Herrera a la Iglesia católica como un poder conservador que garantizaba el orden y la estabilidad de la República. Por ello, el Estado debía reconocer la autoridad romana sobre la Iglesia peruana que debía regularse mediante un concordato. La constitución de 1860 recogió la necesidad de negociar un concordato. Sin embargo, la crisis económica y política del Estado impidieron siquiera iniciar los trámites diplomáticos para la obtención de un acuerdo con la Sede Apostólica. En Europa, sectores del laicado católico se acercaron al liberalismo y abandonaron el regalismo, el jansenismo y el galicanismo.

Estos grupos liberales católicos abogaban por la paridad de los valores evangélicos con los liberales, defendían la libertad de la Iglesia frente al Estado, y reconocían la primacía papal. La versión hispanoamericana y, concretamente, la peruana eran los liberales-regalistas que recogían los valores liberales pero integrados con las doctrinas teológicas del siglo XVIII. Entre sus miembros destacaron Francisco Javier Mariátegui, Francisco de Paula González Vigil, y los hermanos José y Pedro Gálvez quienes eran los más jóvenes. Las ideas regalistas habían perdido legitimidad, ya que el ultramontanismo representaba la postura teológica sostenida por el papado. Las posibilidades de imponer la teología política regalista estaban pérdidas, porque Roma había prohibido, desde fines del siglo XVIII, esas doctrinas teológicas y, en el caso del Perú, el Estado no estaba dispuesto a romper relaciones con la Iglesia católica.

Otro aspecto fue el fortalecimiento de las devociones. En las páginas de El Católico se publicaron notas con información sobre retiros, ejercicios espirituales, y diversas prácticas devocionales como novenas, fiestas, trisagios, entre otros. Estas revelan la importante figura del cura predicador como formador de los laicos y del papel de los sacramentos y la vida litúrgica. En el fondo estas nuevas prácticas estaban construyendo una nueva identidad católica fundada en la vida litúrgica y en la centralidad del papado como estructurador de la unidad de la Iglesia católica. Además, El Católico publicó crónicas papales y eclesiales que mostraban los conflictos globales que la Iglesia atravesaba en otras partes del mundo. Estas generaron una noción de comunidad universal entre los ultramontanos, jerarcas y clero urbano, que consideraban su defensa del catolicismo como parte del proyecto pontificio para detener la revolución y el liberalismo. En este sentido, la prensa católica generó un sentido de solidaridad con los otros católicos perseguidos en otros países. Todos estaban inmersos en la lucha contra los valores de la revolución y del liberalismo.

 El catolicismo decimonónico forjado según los paradigmas ultramontanos contenía elementos secularizadores en su estructura teológica, política y devocional. En el Perú, el reclamo por el concordato y el desarrollo de la teología de la societas perfecta implicó un proceso de distinción de la esfera religiosa de la política, más no la separación de dichas esferas. La lucha por el concordato implicaba reconocer la independencia de la Iglesia frente al Estado, así como su dependencia de Roma. Por ello, el Estado debía abandonar su autoridad en asuntos de la disciplina eclesiástica, y solo debía garantizar la protección de la Iglesia y la exclusividad del culto católico. Por un lado, se exigía autonomía disciplinar; por otro, se buscaba recrear unas relaciones nuevas con el Estado a partir de un nuevo actor: la Santa Sede. A nivel teológico, la eclesiología de la societas perfecta representaba la justificación teológica de la autonomía absoluta de la Iglesia frente a cualquier intervención política. Ella era suprema en todo sentido, pues su perfección dependía del acto sagrado de su fundación y de su mismo fundador Jesús-Cristo. Por tal razón, era superior al Estado y a la sociedad, y se convertía en fuente de orden, paz y progreso para las naciones católicas.

Los Estados verdaderamente católicos podían obtener de la societas perfecta la plenitud de sus ideales republicanos, sin perder de vista que sus fines eran la vida plena en el cielo. La victoria ultramontana en el Perú significó la configuración de una Iglesia católica sustentada en una sólida estructura clerical orientada hacia Roma, en la constante práctica de la liturgia con especial énfasis en la misa, en su supremacía moral sobre la sociedad y el Estado, y en la formación de un laicado militante pero liderado por los clérigos. La devoción al papa se irá ampliando a lo largo del siglo y se consolidará en el siglo XX. Desde ese momento, será el pontífice siempre la autoridad suprema e indiscutible de la Iglesia católica. Nadie podrá cuestionar su autoridad jurídica y doctrinal, especialmente luego del concilio Vaticano I, menos aún realizar críticas contra sus decretos. La clericalización de la estructura de la Iglesia católica significará el regreso a los principios sacerdotales tridentinos que defendían la sacralidad y el rol santificador del sacerdote sobre su comunidad. Con ello, se acentuará la disminución del papel laical en la vida institucional eclesiástica. Paradójicamente, ya el jansenismo había promovido un clero ligado más su rol sagrado y con una actitud moral impecable. Dos ejemplos ilustran la interiorización de este proceso.

En 1873, el liberal y regalista, Francisco Javier Mariátegui, publicó su Manual del regalista con la finalidad de superar la tremenda ignorancia que tenía la juventud de las "regalías nacionales", especialmente en lo referente a las relaciones Iglesia-Estado, pues se había olvidado los derechos estatales sobre el catolicismo.354 Cuarenta años después, en 1913, el señor Fausto Ortiz de Zevallos, parte de la elite económica limeña, afirmaba en su testamento haber sido "antiguo alumno del Seminario de Santo Toribio, Terciario Franciscano y Director y Delegado de la Obra Expiatoria de Montigleon de Francia en el Perú". Luego de confesar su fe católica declaraba en forma clara y directa "que nunca he sido masón ni liberal, y que privada y públicamente he sido sumiso al Sumo Pontífice, como único soberano y señor legítimo de los Estados Pontificios y de todos sus derechos".

 

Glosario

1. Conciliarismo. Es una teología surgida en la Baja Edad Media que considera al concilio como la suprema autoridad de la Iglesia. Su doctrina afirma que el concilio representa a toda la Iglesia y obtiene la potestad directa de Cristo, por lo que todos los fieles, incluido el papa, están sometidos a su potestad.

2. Concilio. Se trata de una asamblea que reúne a los obispos bajo la presidencia del papa, y cuya autoridad proviene de Dios para declarar dogmas o reformar las prácticas eclesiales.

3. Cuadrante decimal. Era la información detallada de la recaudación de los diezmos, en especie o en dinero, de los obispados.

4. Diezmos. Eran los impuestos de diez por ciento cobrados de los ingresos totales agrícolas y que tenían la función de mantener a la jerarquía eclesiástica: obispos y miembros del Cabildo. 5. Disciplina eclesiástica. Según la teología católica, la disciplina eclesiástica se dividía en externa e interna. La primera es el derecho de la Iglesia para celebrar sus asambleas y sínodos, la liturgia y la oración, normas religiosas, elección e institución de sus ministros seculares y regulares, y el derecho del fuero. Por otra parte, la disciplina interna se refiere a la administración de los sacramentos. Ambas disciplinas están unidas. Un ejemplo de ello es el ejercicio del fuero eclesiástico por el que la iglesia puede castigar a un rebelde o a un hereje, pero también tiene el sacramento de la penitencia que permite hacerlo en el ámbito espiritual. Lo secular y lo espiritual se unen en el doble ejercicio de la disciplina eclesial. 134

 6. Eclesiología. Es una rama de la teología que estudia el papel que desempeña la Iglesia como una comunidad orgánica. Además, estudia su relación entre el mundo y sus fines espirituales.

7. Episcopalismo. Es una doctrina teológico-jurídica, surgida a fines de la Edad Media, que defiende la potestad de los obispos y rechaza la primacía papal. Por tanto, cada obispo tiene la misma autoridad jurídica y doctrinal que el pontífice.

8. Fuero eclesiástico. Es el derecho que tenían los ministros del altar a ser procesados en causas civiles y criminales únicamente por jueces eclesiásticos. De esta forma, los miembros de la Iglesia se encontraban exentos del poder civil.

9. Galicanismo. Fue un movimiento teológico-político francés que defendía la autoridad del monarca galo sobre la Iglesia local y rechaza el poder pontificio. Su principal figura fue el obispo francés Bossuet. El galicanismo se extendió ampliamente durante el siglo XVIII gracias a la educación. A mediados del siglo XIX, con el ascenso del ultramontanismo, esta doctrina perdió fuerza hasta ser totalmente desacreditada por el concilio Vaticano I.

10. Jansenismo. Fue un movimiento teológico-político que tuvo un fuerte impacto en el catolicismo del siglo XVIII. Debe su nombre al obispo Jansenio quien puso énfasis en el aspecto moral del catolicismo, rechazando el probabilismo jesuita. Esta corriente se identificó con el galicanismo gracias a la obra del padre Quesnel, quien puso énfasis en la autoridad de los obispos y en la necesidad de la moral sacramental y litúrgica entre los fieles católicos.

11. Inmaculada Concepción. Este dogma, declarado por Pio IX el 8 de diciembre de 1854, considera que la Virgen María fue preservada del pecado original por obra de Dios, pues iba a ser la receptora del Hijo de Dios. La declaración del dogma fue una manifestación de la infalibilidad pontificia, antes que se declarase tal dogma, y fue un signo del favor divino en tiempos de lucha contra el liberalismo.  

12. Novena. Es un ejercicio de devoción que se realiza durante nueves días con la finalidad de pedir por alguna obtención o de honrar a algún santo. Las novenas suelen preceder las fiestas de los santos patronos de alguna parroquia. Esta devoción se inicia con una misa solemne para dar paso a alguna oración.

13. Primicias parroquiales. Era un ingreso monetario o agrícola que gozaban las parroquias para la manutención del párroco y el clero que ayudaba, así como para el sostenimiento del templo.

14. Regalismo. Es la doctrina política que defendía las regalías o derechos del monarca español para administrar la disciplina de la Iglesia. Durante el siglo XVIII, los borbones reforzaron el regalismo sobre la Iglesia a través de la formación de una jerarquía regalista y fiel a los intereses del monarca.

15. Rigorismo moral. Pertenece al ámbito de la teología moral jansenista que afirmaba la necesidad de reforzar la conducta moral de los fieles. Era central por tanto la confesión, la misa y la sobriedad litúrgica.

16. Secularización. Es una autorización otorgada a un religioso con votos solemnes y simples para vivir por un tiempo o permanentemente fuera del claustro. También, significa el proceso canónico por el cual un religioso deviene en presbítero secular.

17. Sínodo. Hace referencia a varias instituciones del catolicismo. El sínodo episcopal es una reunión de obispos convocada por el papa para tratar algún tema pastoral. El sínodo provincial reúne a los obispos sufragáneos de una provincia eclesiástica bajo la presidencia del obispo metropolitano. Un sínodo diocesano es una reunión convocada por un obispo con la participación de los clérigos regulares y seculares y de los canónigos. Finalmente, hasta el siglo XIX la palabra sínodo equivalía a concilio.

18. Societas perfecta. Esta eclesiología afirma que la Iglesia tiene por su institución y derecho divino todos los poderes de una constitución perfecta, esto es, un poder legislativo, un poder judicial, un poder gobernativo y coercitivo. En este  sentido, como societas perfecta la Iglesia tiene la misma jurisdicción que un estado. Esta teología permaneció hasta la mitad del siglo XX cuando el concilio Vaticano II reformuló la eclesiología católica.

19. Trisagio. Son los himnos en honor de la Santísima Trinidad donde se repite tres veces la palabra "santo".

20. Vicario capitular. Es un presbítero elegido por el Cabildo eclesiástico, que con jurisdicción episcopal puede administrar los negocios espirituales y temporales de una diócesis en sede vacante.

Organización del Cabildo Metropolitano de Lima en el siglo XIX

 a. Deán. Preside el Cabildo y el oficio divino en la Catedral.

b. Arcediano. Examina a los clérigos antes de ordenarse como presbíteros y puede realizar visitas en la diócesis.

c. Chantre. Dirige el canto y enseña a cantar en el coro catedralicio.

 d. Maestreescuela. Maestro que enseña la gramática latina a los miembros del coro.

 e. Canónigo doctoral. Es el asesor jurídico del Cabildo, que deber ser graduado en derecho canónico.

f. Canónigo lectoral o teologal. Es el teólogo del Cabildo que debe ser graduado en Sagrada Teología. Se encarga de explicar las Escrituras, informar de cuestiones bíblicas a los otros canónigos, velar por la precisión y contenido de las moniciones y catequesis. En algunos casos, se encargaba de formar a los seminaristas.

 g. Canónigo magistral. Es el predicador propio del Cabildo.

h. Penitenciario. Se encarga de administrar el sacramento de la penitencia para algunos pecados cuya absolución está reservada por tratarse de una falta grave.

i. Racionero. Es un canónigo con derecho a ración, por lo que dispone de parte de las rentas de la Catedral.

j. Medio racionero. Es un canónigo con derecho a ración y que dispone de la mitad de las rentas de la Catedral correspondientes al racionero. 138

 k. Tesorero. Administrador de la economía de la Catedral y quien vela por el reparto de los diezmos entre los canónigos.