sábado, 7 de mayo de 2016

LAS OBRAS DE MISERICORDIA EN EL PERÚ. 13 PERDONAR LAS INJURIAS

La misericordia es una calle de doble sentido. Si queremos recibir la misericordia de Dios, entonces debemos ser misericordiosos y perdonar a los que nos han hecho mal. Los versículos bíblicos sobre este tema son muchos, muchísimos:"Sed misericordiosos como vuestro Padre celestial es misericordioso"."Mía es la venganza: yo pagaré, dice el Señor." "No se ponga el sol sobre vuestro enojo." "Perdona las ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden…" (El Padre Nuestro) "No te digo 7 veces, sino 70 veces 7 veces… tienes que perdonar…" "Deja tu regalo y reconcíliate primero con tu hermano…" "Padre, perdónalos porque no saben lo que están haciendo." "En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso."

Una pista que puede ayudarnos en el área del perdón es la de aceptar el hecho de que todas sus personas de nuestra vida nos harán daño en algún momento. El lugar más común en que somos heridos se encuentra en el contexto de nuestra familia, con los miembros de la familia. La clave es la siguiente: perdona inmediatamente. Tan pronto como alguien te hace daño o hiere, entonces ora por esa persona y perdona inmediatamente. Si lo haces habrás ganado una importante victoria sobre ti mismo y mostrar a Dios cuánto lo amas por practicar la misericordia.

De la venganza al diente por diente llevó un paso largo; de la ley del Talión al perdón fue un paso de gigante. "Perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden",es un punto del Padre Nuestro, que el Señor aclara un poco más en San Mateo, al final del Padre Nuestro: "Queda bien claro que si ustedes perdonan las ofensas de los hombres, también el Padre Celestial los perdonará. En cambio, si no perdonan las ofensas de los hombres, tampoco el Padre los perdonará a ustedes". (Mt. 6, 14-15).

Perdonar las ofensas significa que no buscamos vengarnos, ni tampoco conservamos resentimiento al respecto. Significa tratar a quien nos ha ofendido de manera amable. No significa que tenemos que renovar una antigua amistad, sino llegar a un trato aceptable.

El mejor ejemplo de perdón en el Antiguo Testamento es el de José, que perdonó a sus hermanos el que hubieran tratado de matarlo y luego hayan decidido venderlo. "No se apenen ni les pese por haberme vendido, porque Dios me ha enviado delante de ustedes para salvarles la vida". (Gen. 45, 5). Y el mayor perdón del Nuevo Testamento:"Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen". (Lc. 23, 34). Jesús dio un cambio revolucionario, perdonar siempre, a todos, del todo, setenta veces siete o sea siempre, ofrecer la otra mejilla, responder al mal con el bien. Lo deja claro el Padrenuestro cuando le pedimos perdón al Padre porque "también nosotros perdonamos a los que nos ofenden".

Pienso en el milagro del perdón otorgado por Dios en la confesión y pienso en tantas iglesias que siempre ofrecen esta gran oportunidad. El santuario del Señor de los Milagros de Nazarenas siempre tiene un confesor disponible, lo mismo sucede con San Pedro en el centro de Lima y tantas iglesias durante las misas. De gran interés las Jornadas del perdón y los Centros de Reconciliación

El P. Ángel Peña nos relata un bello ejemplo en su libro "La alegría del perdón" y que conoció personalmente. Una chica terrorista vino un día a mi parroquia de Arequipa, diciéndome que quería confesarse, porque había matado a varias personas, junto a sus camaradas comunistas, en sus incursiones a los caseríos de la Sierra. Desde muy niña, su corazón había estado lleno de rencor a sus padres, que eran alcohólicos, y la habían tenido muy descuidada, hasta el punto de que varios hombres la habían violado. Era tanto el odio que sentía que la ira y el deseo de venganza era un fuego en su interior. Por eso, no encontró mejor medio de vengarse que unirse a los terroristas, que andaban por la zona, para poder desfogar su odio contra todo y contra todos.

Los terroristas la usaron de cocinera y la llevaban a sus incursiones armadas, donde también ella mataba sin compasión. Así estuvo varios años hasta que se fue hastiando de ese infierno de vida, sobre todo, teniendo que ser la mujer de cualquiera de sus compañeros, la cocinera y la sirvienta de todos. Por fin, un día se escapó y huyó lejos de aquellos lugares, donde sus compañeros no la pudieran encontrar. Y se fue a Arequipa a trabajar, pero siempre llevaba dentro el odio, que no la dejaba dormir ni descansar bien. Felizmente, comenzó a trabajar en una familia muy católica y la orientaron para que pudiera confesarse y pudiera por fin perdonar y perdonarse a sí misma por todo el daño que había hecho. Para ella fue como un renacer de nuevo, pues volvió a sentir la alegría de vivir. Dios la había liberado de la cadena del odio que la tenía como esclava, y no la dejaba vivir en paz.

Como escribe el P. Peña "amar es perdonar y perdonar es amar. Perdonar es sanar y odiar es enfermar. Ama y perdona para ser feliz".