domingo, 17 de abril de 2016

LAS OBRAS DE MISERICORDIA EN EL PERÚ 7

DAR DE BEBER AL SEDIENTO

Va directamente unida a la primera de dar de comer al hambriento. Sobre dar de beber al sediento, la mejor historia de la Biblia es la de la Samaritana a quien el Señor le pide de beber. (Ver Jn. 4, 1-45).

Y pocos pueblos valoran tanto el agua como los que viven en el desierto. De hecho, para la Biblia este lugar es un paradigma de la propia situación humana. Israel, al encontrarse sin agua, se queda a Moisés de que va a morir de sed y de hambre y Yahvé le proporciona agua y maná, salvándolo de su angustiosa situación. La Iglesia, a lo largo de los siglos ha buscado imitar la acción divina buscando por todos los medios que nadie perezca por sed.

¡Cuántas campañas en el Perú de agua para todos, agua limpia! ¡Cómo se valora en los Pueblos Jóvenes donde todavía deben conseguirla con cisternas!  Momentos dramáticos por catástrofes, huaicos, por las sequías…Cabe destacar el papel de Cáritas en tantas ocasiones.

Santo Toribio obró de modo misericordioso como nuevo Moisés en varias de sus caminatas. La señal más célebre fue en Macate, departamento de Ancash, diócesis de Chimbote. Cuentan las crónicas que el Santo "al ver que las buenas tierras se quedaron sin agua, rogó por los habitantes del lugar, e inspirado por Dios subió a una altura a media legua del pueblo. Allí, revestido de pontifical, golpeó cual otro Moisés con su báculo tres veces las rocas, y de ellas brotaron tres brazos de agua cristalina que hasta ahora da vida, verdor, lozanía a aquella región." También se guarda la tradición en el distrito de Llumpa, Conchucos, cerca de Piscobamba, de haber hecho brotar buena agua de una parte muy alta para regar el valle de Llacma.

Un milagro encantador de calmar el agua pero en bravos animalitos lo obró nuestro San Martín. Cuenta el testigo Marcelo de Ribera que en unas recreaciones que hubo, trajeron al convento unos toros y terneras para que los coristas jugasen con ellos; y estuvieron cuatro días sin comer. Y sabiéndolo el siervo de Dios, se afligió mucho y en presencia de este testigo cargó a toda prisa botijas de agua y las iba poniendo en la puerta del noviciado. Y, al día siguiente, se publicó el caso en todo el convento. Fue que, después de tener mucha agua y hierba que trajo de la caballeriza del convento, se le abrieron las puertas del noviciado a más de medianoche y metió la dicha agua y hierba y la fue repartiendo a cada uno según la edad que tenían. Y siendo animales tan furiosos, se le domesticaron y amansaron de tan suerte que llegaban al siervo de Dios como a besarle el hábito. Y un religioso, llamado fray Diego de la Fuente, le oyó hablar y que decía a los toros: "El hermano mayor, deje, deje de comer a los menores". Y con esto se volvió a salir. Y para mayor prueba  del caso hallaron las botijas quebradas en  que les había dado de beber, por donde conocieron que se le franquearon las puertas (Proceso, p. 137).

En el siglo XVIII, el economista Adam Smith planteó la paradoja del diamante y el agua, considerando que a pesar de que el agua es tan útil para los seres humanos y esencial para el sustento de la vida, sin embargo, es menospreciada y vendida excesivamente barata. Contradictoriamente, los diamantes, cuya utilidad real para la vida es nula y sirven únicamente en su condición de joya, se venden a precios altísimos. Las personas pueden sobrevivir sin diamantes, pero si estuvieran en medio del desierto durante tres días, valorarían un vaso de agua más que todos los diamantes del mundo. Lo que ocurre es que los diamantes tienen precios elevados debido a una cierta utilidad (o satisfacción) marginal alta que se relaciona con su limitada reserva. La utilidad total del agua es mayor, pero tiene una utilidad marginal inferior debido a su abundancia relativa. La paradoja del economista Smith concluye afirmando que si la exigencia depende de la utilidad del producto, el agua debería ser más valorada.

Podríamos decir que calmar la sed vale más que regalar un diamante. Por algo nos enseñará el mismo Jesús: "Y cualquiera que les dé de beber un vaso de agua porque son de Cristo, yo les aseguro que no quedará sin recompensa.» (Mc 9, 41)

Nos lo recuerda el Papa Francisco en su encíclica "Laudato Si", donde dedica un apartado especial dedicado a: "La cuestión del Agua" (27-31), en el Capítulo Primero, sección segunda: "El agua potable y limpia representa una cuestión de primera importancia, porque es indispensable para la vida humana y para sustentar los ecosistemas terrestres y acuáticos" (n.28)  Oremos con el Santo de Asís: "Alabado seas, mi Señor, por la hermana agua, la cual es muy humilde, y preciosa y casta". Ahorremos el agua, luchemos para que llegue limpia y abundante a todos los lugares.