martes, 15 de diciembre de 2015

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Monseñor Jose Antonio Roca y Boloña


Hoy que se celebran nuestras Fiestas Patrias me voy a tomar la libertad de hacer uso de este blog, un poco mas orientado a la publicidad, el marketing,  la comunicación y todos los conceptos asociados para validar la frase "hablemos de todo un poco" y reditar un post del domingo 04 de marzo de 2007, extraido de mi blog http://lapaginadelosroca.blogspot.com/  gracias al cual pude poner, en blanco y negro, mi pasión por el estudio de la genealogía y en especial de aquella que corresponde a mi familia, a mis ancestros, a mi origen.

Un día como hoy, 29 de julio de 1914, hace exactamente 98 años falleció mi tío tatara abuelo, Mons. José Antonio Roca y Boloña.  Este post que relata su biografía, sus acciones, sus logros, sus tropiezos, su amor por el Perú, su desprendimiento por lo material y las acciones notables que desarrolló a través de su participación en la historia del Perú.

Han pasado cinco años desde su publicación, producto de muchas horas de lectura  y a la minuciosidad de mi papá, de mi tía Carolina quienes a pesar de ya no estar conmigo, se dieron el trabajo de guardar durante años todos los recortes, publicaciones y demás documentos existentes, guardando también en sus memorias lo relatado por sus padres y abuelos.

De la misma manera, gracias a haber compartido esas misma pasíón con mi querido tío Bernardo Roca Rey (Q.E.P.D.) a quien siempre le estaré agradecida por todo lo mucho que me enseñó y compartió.  Gracias a el pude completar toda la historia desde nuestro origen inicial en Cataluya (ESP) hasta nuestra llegada a América del Sur, pasando por Argentina, Ecuador, Colombia y Perú.

La publico con el orgullo que me produce saberme parte de una familia que, desde su llegada al Perú, no hizo más que honrar su apellido, su origen y su compromiso con sus ideales.

MONS. JOSÉ ANTONIO ROCA Y BOLOÑA

Nació en Lima el 12 de noviembre de 1834. Sus padres, Bernardo Roca Garzón y Teresa Boloña y Roca, habían residido, antes de trasladarse a Lima, en Guayaquil, donde aquél había desempeñado el cargo de Cónsul General de los Estados Pontificios. Miembro de una familia piadosa y acaudalada, José Antonio Roca y Boloña ingresó en 1847 en el Colegio de Guadalupe, donde destacó en los estudios, con una marcada preferencia por los cursos de Letras, y particularmente por la Filosofía.


Terminados sus estudios, comenzó a trabajar como colaborador de su padre en la casa mercantil que éste llevaba, pero pronto, sintiéndose llamado a la vocación sacerdotal, ingresó en el Seminario de Santo Toribio. Este era por entonces un centro de efervescencia intelectual: allí estudiaban no sólo los postulantes a las órdenes sagradas, sino también los hijos de las familias notables de la época. Estudiaron allí personajes como Nicolás de Piérola, Manuel González Prada y Manuel Tovar, amigo de Roca y Boloña y futuro arzobispo de Lima. Ordenado presbítero el 9 de abril de 1859, y ya con el título de maestro, permaneció en el Seminario como regente de estudios y profesor de Elementos de Religión, Francés, Lugares Teológicos, Teología Dogmática y Derecho Eclesiástico, materia esta última en la que llegó a tener el Doctorado.

Fue promotor de la prensa católica, colaborando en publicaciones como «El Católico» (1855-1860) —fundado por Bartolomé Herrera— y «La Sociedad» (1870-1880), de Don Pedro Calderón. Junto con Manuel Tovar, fundó «El Progreso Católico», en 1860, y «El Bien Público». Esta publicación, aparecida por primera en 1865, dejó de editarse en 1866 debido a un incidente con la autoridad política.


Bajo influencias liberales, se promulgó un Reglamento de Policía que prohibía, en uno de sus artículos, que se sacara el Santo Viático por las calles la ciudad, ocasión en que el pueblo fiel, con una vivencia intensa de la piedad eucarística, acompañaba con palio, campanillas y acompañamiento de música al sacerdote que llevaba la comunión a un enfermo El arzobispo Goyeneche hizo oír su protesta ante esta medida por intermedio de Mons. Tordoya, Deán del Cabildo, y el Presidente y Dictador General Mariano Ignacio Prado suprimió el artículo. Sin embargo, la protesta de los redactores de «El Bien Público» continuó y se hizo extensiva también a otros artículos que iban contra la Iglesia.


La respuesta gubernamental fue esta vez el aprisionamiento de Roca y Boloña, Tovar y otros tres párrocos diocesanos que también elevaron su voz de protesta. Embarcados en una nave de guerra en el puerto de El Callao, iban a ser enviados al destierro, cuando el arzobispo Goyeneche intercedió por ellos ante Prado, logrando que se les devolviera la libertad. Pero esto significó el cierre definitivo del periódico católico, cuyo último número lleva fecha del 17 de junio de 1866. Sin embargo, conociendo por estos sucesos la firmeza de Roca y Boloña en la defensa de la fe, el por entonces Presidente del Ecuador, Gabriel García Moreno, lo propuso para el obispado de Guayaquil, ofrecimiento que él declinó.
Monseñor José Antonio Roca y Boloña, amigo y confesor del gran Almirante Grau, Prelado Doméstico de Su Santidad (eclesiástico de la familia del Papa), Canónigo, Dignidad de Maestro Escuela del Venerable Cabildo Metropolitano, Protonotario Apostólico, Doctor y Catedrático de Derecho Eclesiástico en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Regente de Estudios en el Seminario Conciliar de Santo Toribio, Miembro honorario del ilustre Colegio de Abogados de Lima, Miembro Correspondientes de la Real Academia Española de la Lengua, Miembro del Ateneo de Lima, Cofundador y Presidente de la Cruz Roja Peruana, Representante al Congreso, periodista, notable orador y eminente patriota.     
Realizó junto con su amigo, el diácono Manuel Tovar, un viaje a Roma, donde se entrevistó personalmente con el Papa Pío IX, quien lo nombró prelado doméstico suyo. De regreso al Perú, siguió desempeñando su ministerio sacerdotal. En 1870 le fue confiada la Provisoría de la curia eclesiástica. Durante el gobierno de Manuel Pardo fue designado miembro de la comisión encargada de elaborar el Reglamento General de Instrucción. En el desempeño de este cargo, logró evitar que los bienes del Seminario pasaran a la Caja de la Universidad. Discrepancias con el gobierno y con otros miembros de la comisión lo llevaron finalmente a retirarse de ella.

La Guerra del Pacífico (1879-1883), entre Perú y Chile, fue una de las circunstancias históricas que más le permitieron hacer brillar su abnegado valor y su inquietud por la justicia y el amor cristiano. Preocupado por la suerte de los heridos en batalla, organizó las ambulancias de la Cruz Roja; al frente de este servicio, no vaciló en protestar ante el Comité Internacional de la Cruz Roja en Suiza por el atropello cometido por los soldados chilenos al atacar los hospitales de sangre en la batalla de San Francisco (noviembre de 1879), contraviniendo así el derecho de guerra.


Debido a su enérgica denuncia de ésta y de otras injusticias que pisoteaban el respeto debido al vencido, cuando el ejército chileno ocupó Lima (enero de 1881), Mons. Roca y Boloña optó por refugiarse en la serranía para evitar las represalias en su contra. Con la firma del Tratado de Paz de Ancón (20 de octubre de 1883) y el retiro de las tropas chilenas de la capital peruana (enero de 1884) pudo regresar a Lima. Convocado al Congreso Constituyente para aprobar la paz, fue elegido diputado por la capital; partidario de la paz, aun a costa de un doloroso sacrificio, hizo que los ánimos se resignaran a la cesión de territorio peruano que eligió el vencedor.


En 1886 le fue conferido el cargo de presidente de la comisión encargada de preparar las celebraciones del tercer centenario del nacimiento de Santa Rosa de Lima. El 30 de abril de 1886 pronunció un sermón panegírico de la santa limeña, donde, además de presentar unas hermosas y profundas reflexiones sobre el misterio de la Encarnación, alienta a los peruanos a sobreponerse a la adversidad de un país material y moralmente deprimido por la guerra, buscando apoyo en la fe y confiando en la intercesión de quien fuera la primera flor de santidad de América.


En 1892 se fundó en Lima el Colegio de Santo Tomás de Aquino, siendo su primer rector Roca y Boloña. Este, durante el acto de inauguración, pronunció un monumental discurso apologético del Doctor Angélico. Al año siguiente obtuvo la canongía teologal de Lima, y en 1898 el presidente Nicolás de Piérola lo promovió al cargo de dignatario del Cabildo de Lima. Ese mismo año, el 8 de diciembre, pronunció su último sermón, en la ceremonia de imposición del palio arzobispal a su antiguo amigo, Mons. Manuel Tovar. Retirado de toda actividad pública, consumido por la vejez y completamente ciego desde 1906, murió el 29 de julio de 1914.


Mons. Roca y Boloña es recordado como un orador de gran categoría. Son memorables su Discurso sobre la palabra, leído en la sesión inaugural de la Academia correspondiente de la Real Academia Española en el Perú, de la cual fue miembro; sus diversas Oraciones fúnebres, especialmente las pronunciadas durante la misa de exequias de José Gálvez —personaje ilustre muerto en el Combate del 2 de Mayo (1866)—, los que fueran Presidentes de la República José Balta y Manuel Pardo.
A la muerte de Don Miguel Grau Seminario –de quien fuera amigo personal y confesor- en ceremonia realizada el 29 de Octubre de 1879 en la Catedral de Lima y luego de la Misa de Honras pronunció su "Oración Fúnebre" a la memoria del Comandante del Huascar siendo el primero en nuestra patria que hizo El Elogio del Almirante Grau. Se dice que sus palabras conmovieron profundamente a los asistentes.


Esta es la imagen de la Purísima que Miguel Grau Seminario obsequió a Mons. Roca y Boloña, su amigo y confesor, cuando acudió a pedir su bendición en vísperas de su último viaje. Tuve la suerte de verla gracias a mi tió Bernardo.  En la parte posterior Mons. Roca y Boloña escribió: "Miguel, que esta santita nuestrate acompañe y sino te regresa con vida, que te traiga lleno de gloria. 


Sus sermones en el 42° y el 50° aniversario de la Independencia del Perú, en el primero de los cuales desarrolla el concepto cristiano de libertad, examinando en el segundo los principios que confluyen al engrandecimiento de una nación: unidad, orden y sacrificio. Son también numerosos sus panegíricos en honor al Sagrado Corazón de Jesús, a la Virgen María y a los santos, en particular a aquellos que florecieron en suelo peruano: Santa Rosa de Lima, San Francisco Solano y Santo Toribio de Mogrovejo. Las más importantes de sus piezas oratorias, junto con varios de sus escritos, aparecen recopiladas en un voluminoso libro que lleva el título de Verba Sacerdotis.

Sería interesante realizar una investigación para reunir las piezas oratorias que han quedado excluidas de esta recopilación —y que en su época circularon impresas en folletos— y la gran mayoría de sus artículos periodísticos dispersos en varias publicaciones, con el fin de recuperar un testimonio importante del pensamiento católico en el Perú del siglo XIX. Más aún cuando Roca y Boloña parece haber sido una persona de privilegiada capacidad intelectual, según el testimonio que nos ha dejado un amigo y admirador suyo, Gonzalo Herrera, en un artículo necrológico: «La conversación de Mons. Roca era interesantísima. Su erudición literaria, su ciencia teológica; su ilustración general, su memoria privilegiada, su sencillez y su virtud cautivaban fácilmente». Y sobre las dotes oratorias del predicador limeño, que constituían medio adecuado para hacer llegar al corazón de los oyentes una doctrina profunda y elevada, dice el mismo G. Herrera: «La declamación de Mons. Roca era también, como la de Bossuet, bastante original. No era, si se quiere, todo lo artística que pudiera haber sido; pero era particular. Cierta nerviosidad tan natural en él; cierto entusiasmo como repentino que se apoderaba de él; cierto agitamiento fonético que empleaba en las partes solemnes del discurso; cierta majestad en su aspecto y un tino especial para dar a cada palabra la entonación correspondiente; unción sobre todo y grave recogimiento sacerdotal que, precedidos de la buena reputación de Mons., hacían ratificar la máxima retórica: "el orador es el hombre de bien dotado del don de la palabra".


Se puede encontrar en los sermones de Mons. Roca y Boloña algunas aproximaciones teológicas interesantes que, si bien no son totalmente originales, si hablan de una asimilación profunda, reflexiva y meditada de los misterios de la fe. Recordemos que Roca y Boloña fue formador de seminaristas y profesor de teología. Lo interesante de sus sermones en este aspecto no es tanto el aspecto sistemático, sino más bien la presentación de una doctrina en forma pastoral y apuntando a la vivencia y puesta en práctica de la Palabra. Es por eso que más que de exposiciones de teología, podemos hablar de piezas de espiritualidad, de una teología predicada para ser vivida.

Finalmente cierro este post diciendo: "aquel que no conoce cual es su origen, aquel que no sabe de donde viene, jamas tendrá claro hacia donde va".


SEMBLANZA DE EL AMIGO DEL CLERO OCTUBRE 1934

Nació  José Antonio Roca y Boloña el 12 de Noviembre de 1834, en esta ciudad y en el seno de una familia guayaquileña acomodada y prestigiosa, tanto por la pureza de su linaje como por su cristianas virtudes. Fue el vástago primogénito de la unión del acaudalado comerciante don Bernardo Roca y Garzón con su prima hermana Doña Teresa Boloña y Roca. Dice su intimo amigo y biógrafo, don José Antonio de Lavalle, que el hogar de los Roca era "un convento, un santuario, en cicual ambos cónyuges, sin descuidar sus deberes sociales, llevaban la más ajustada vida, cumpliendo estrictamente con los de cristiano". En ese piadoso ambiente se deslizó la infancia del futuro prelado, hasta que ingresó a la afamada escuela de Don Carlos Jure Beaséjour. Distínguese desde sus primeros estudios, por su contracción, seriedad y despejo. Pasa después al Colegio de Nuestra Señora de Guadalupe, donde adquiere un perfecto conocimiento del francés, sobresale en las matemáticas y compite como consumado latinista con su condiscípulo y amigo Manuel  Pardo. En nuestro primer plantel oficial y bajo el memorable rectorado de Don Sebastián Lorente, José Antonio Roca y Boloña concluye el curso de humanidades, dejando bien acreditado su dominio de todas las materias y muy en especial, su predilección por su filosofía. Su natural es afable y sencillo, su palabra fácil y elegante y se gana el afecto de todos sus camaradas por la llaneza de su trato. Abandona Roca los claustros escolares para compartir las actividades mercantiles de su señor padre. La vida todos sus halagos: es rico, inteligente, bien relacionado y de gentil prestancia. Sobre todas las tentaciones que le circundan prevalece sin embargo la vocación que encendieron en su pecho las enseñanzas de Cristo. Cediendo a ella entra al Seminario de Santo Toribio, somete su voluntad y mente a las rigurosas disciplinas del aprendizaje eclesiástico ejerce las funciones de Regente de Estudio y Profesor de Elemento de Religión, Francés, Lugares Teológicos, Teología Dogmática y Derecho Canónico, desde entonces hasta el final de su prolongada y nutrida existencia se consagra con abnegación y fe inquebrantable el cayado y  la mira que le tienden en el Perú los Presidentes José Balta y Manuel Pardo y en el Ecuador Don Gabriel Garcia Moreno.

Periodista de combate, defendió  la buena causa en "El Católico", "El Perú Católico", "El Progreso", "La sociedad" y "El buen Publico". Nota predominante en el conjunto de sus cualidades fue la del patriotismo más activo, vigilante y celoso y cuando asomaron en nuestro horizonte internacional las nubes precursora del conflicto del 79', brotaron de su pluma ardientes páginas condenatorias.

Al pie de la oración fúnebre del Presbítero don José Mateo Aguilar, en el cual define con tan ...belleza de forma como profundidad sacerdotal, añade sobre las intervenciones del clero en las cuestiones políticas de la siguiente apostilla: "No desconozco la importancia de los servicios prestados a la Religión y a la patria, por eclesiásticos dignos, cuya acción en la policía ha salvado mas de un conflicto  y ha cristianizado las instituciones, encarnando en ellas las sanas máximas del Evangelio; pero lo que creo es que la mayoría de los sacerdotes no ha sido dado esta misión; y que es preciso tener mucha seguridad de la vocación divina, para lanzarse en el borrascoso mar de las opiniones, expuesto a perder la fe, la piedad y la autoridad sacerdotal. La mayoría de los sacerdotes tiene una gran campo vasto para desarrollar su talentos y sus virtudes en el ejercicio del santo ministerio; son muy amables los tabernáculos del Señor de las virtudes"

 

Inobjetable fue la tesis; pero el predicador propone ya la política dispone. No pudo sustraerse Monseñor Roca a sus requerimientos. Conocida fue su adhesión a la persona y principios de don Nicolas de Piérola, convocada en 1884 la Asamblea Constituyente de Iglesias, Monseñor Roca y Boloña formó parte de ella como representante por Lima.

 

La Real Academia Española de la Lengua, atendiendo a los grandes merecimientos literarios de Monseñor Roca, lo eligió miembro correspondiente de ella en el Perú; y en la sesión inaugural de nuestra primera Academia, pronunció el discurso de orden. Si mucho me enorgullece ocupar un sitial al lado de vosotros que tanto contribuís con vuestra literatura peruana, cuánto nos sobrecoge y estimula a todos nuestros, a un tiempo mismo y por igual modo, el ejemplo glorioso y fecundo de los Doce Pares del Ingenio que componían aquella brillante asamblea. Presidíala, con la autoridad indiscutible de que le investían su conciencia jurídica, su conciencia jurídica, su probidad y reconocido patriotismo, el proyecto hombre de Estado don Francisco Garcia Calderón. Era su Decano el padre de la Tradición, el escritor jugoso y amenísimo creador y mago de la leyenda virreinal, don Ricardo Palma. Y alternaban en ella la versación histórica y diplomática y la distinción intelectual de Lavalle, el humanismo profundo y la sátira corrosiva del Señor de Arona, el dulce y sereno lirismo de Cisneros, la elocuencia arrebatadora de Tovar y de Roca, la moderna y flexible cultura del Rossel, la erudición bibliográfica y la riqueza mental de Zegarra, el penetrante  y acucioso espíritu investigador de Larrabure y Unánue.

 

Los discursos, sermones, oraciones fúnebres y panegíricos y artículos de prensa de Monseñor Roca y Boloña han sido recopilados por su familia en un grueso volumen de 555 páginas, bajo el titulo de VERBA SACERDOTIS. Tengo noticia, además de que existen en poder de particularidades otras producciones originales del mismo autor que ojalá se editen en breve. En dicho tomo reposan esas piezas magistrales en que centella la verdad divina bajo el armonioso ropaje del estilo. Trasciende en ellas una prolija frecuentación de los místicos españoles y denuncian por su fluidez, musicalidad y soltura, la influencia de Fray Luis de Granada. La Doctrina que en el libro resplandece es tan sana y ceñidamente ortodoxa como intenso el hálito de fe y caridad que lo recorre. No obstante, aunque encierra entre sus pliegos tan vivificadora sustancia, quienes algunas veces asistimos a las pláticas de Monseñor Roca y Boloña, vanamente buscamos en el papel impreso algo que se ha volatizado como un perfume.

 

Habiendo sido Monseñor  Roca y Boloña, en la segunda Mitad del Siglo XIX, una de la personalidades más encumbradas del clero peruano: gozando de tan firme crédito por la austeridad de su vida y el vigor de su talento, no es de extrañar que se le confiara la delicada misión de pronunciar en circunstancias excepcionales y solemnísimas las oraciones destinadas a conmemorar singulares acontecimientos históricos o a rendir el postrer homenaje de la Iglesia y de la Patria a los más destacados personajes contemporáneos. En tales oportunidades, siempre supo hacerlo con imparcialidad y templanza propias de su ministerio, poniendo en resalto la excelencia  del hombre, tendiendo sobre sus defectos y errores el manto de la piedad y de la tolerancia y deduciendo de los sucesos las saludables lecciones en que se manifiesta la voluntad divina en beneficio de su pueblo

Cuando elogia la humildad, la sapiencia y el genio de José Mateo Aguilar, iguala al panegirista de San Ignacio de Loyola en la sublimidad del pensamiento y en la majestad de la expresión. Y ésta a su vez, se torna carbón encendido entre sus labios para estigmatizar el ominoso asesinato del Presidente Balta.

 

Es limitado su bagaje poético. Parece que por desconfianza o modestia no hubiera querido difundirlo con exceso. Apenas se conocen unos conceptuosos sonetos y un "Canto  Fúnebre a los muertos de Miraflores", en el cual campean el más exaltado patriotismo y la emoción más sentida. La obra literaria de Monseñor y Boloña es tan variada e importante que se requería para juzgarla tiempo y espacio de que no dispongo. No pretendo, señores agotar el tema porque antes agotaría la paciencia de mi auditorio.

 

Todos los ocasos son melancólicos. Él de esa vida ejemplar se prolongó en la pobreza, la soledad y el infortunio. Ya habían desaparecido los amigos predilectos que endulzaron con su ameno comercio la horas de juventud y de la madurez. Ya Manuel Pardo, Miguel  Grau, José Antonio Lavalle, Manuel Tovar, Nicolas de Piérola, tantos otros compañeros y contertulios le precedido en la partida. El quebranto nervioso que le aquejaba acentuábase de continuo hasta convertirse en letal misantropía.

 

El 29 de Julio de 1914 se extinguió esa vida de amor y de virtud, cuando ya se encendían en el mundo otras llamas terribles. Sobre la tumba de Roca y Boloña, gloria y prez del clero peruano, podría grabarse como epitafio, conciso resumen de su vida y de su obra. El lema del más bello de sus sermones: Suscitabo  mihi sacerdotem  fidelem

 

EL AMIGO DEL CLERO DICIEMBRE 1934