miércoles, 28 de octubre de 2015

Panel en el Seminario

 

UNA IGLESIA AL SERVICIO DE LA SOCIEDAD

PRESENCIA DE DIOS EN LA REALIDAD PERUANA, con motivo de los 50 años de la clausura del Concilio Vaticano II

14 de octubre de 2015

 

Pedro Hidalgo Díaz, pbro.

 

LA MISIÓN DE CRISTO SE CONCRETÓ EN DAR DIOS

Nos convoca este seminario titulado A 50 años del Concilio Vaticano II, Una Iglesia al servicio de la sociedad. El título es muy elocuente pues expresa lo esencial de la misión de la Iglesia: servir. Una Iglesia servidora es una Iglesia fiel al Divino Maestro, quien dijo claramente: «No he venido a ser servido sino a servir y dar la vida en rescate por muchos». Servir al hombre es la causa de Jesús y, consecuentemente, la causa de la Iglesia. Y pues el hombre vive en sociedad, la Iglesia está al servicio de la sociedad, como Jesús. El como Jesús cualifica el talante diaconal de la Iglesia.

¿Cómo sirve Jesús? ¿Cuál es su servicio fundamental? ¿Qué vino a traer al mundo? Citando al papa emérito Benedicto XVI podemos preguntar: «¡Qué ha traído Jesús realmente, si no ha traído la paz al mundo, el bienestar para todos, un mundo mejor? ¿Qué ha traído?» y con Él podemos responder: «Ha traído a Dios. Aquel Dios cuyo rostro se ha ido revelando primero poco a poco… Ha traído a Dios: ahora conocemos su rostro, ahora podemos invocarlo. Ahora conocemos el camino que debemos seguir como hombres en este mundo. Jesús ha traído a Dios y, con Él, la verdad sobre nuestro origen y nuestro destino; la fe, la esperanza y el amor» (Jesús de Nazaret, 69-70).

Si la misión de Jesucristo se concretó como dar Dios, entregar y posibilitar una experiencia de Dios, es ésa también la misión de la Iglesia, prolongadora y continuadora de la obra de Jesús, el Señor.

Servir a la sociedad supone para la Iglesia, primariamente, indicar la presencia de Dios. Esa es su misión fundamental siempre. Y de modo especial en el contexto de un mundo secularista en el que se pretende vivir sicut Deus non daretur. Puede dar la impresión, sobre todo en nuestro mundo seducido por el positivismo científico y un presunto racionalismo, por la eficacia en las soluciones a los problemas, que la Iglesia haya de buscar otra dirección en su actuar, sin embargo, la labor fundamental de la Iglesia en nuestro tiempo tiene que ser vivir la fe cristiana. Vivirla y no sólo enseñarla. «La Iglesia no tiene que ser construida sino más bien vivida»[1]. «La Iglesia no puede hablar sólo de fe sino que también tiene que vivirla»[2]. Se trata de la «fe sencilla y rica: nosotros creemos que Dios existe, que Dios tiene que ver con nosotros. Pero ¿cuál Dios? Un Dios con un Rostro, un Rostro humano, un Dios que reconcilia, que vence el odio y da la fuerza de la paz que ningún otro puede dar. Es necesario hacer entender que el cristianismo es en realidad muy sencillo y, consecuentemente, muy rico»[3].

 

LOS CAUCES DE LA EXPERIENCIA DE DIOS

La experiencia cristiana, o mejor, la experiencia de Dios que el católico puede vivir tiene variados cauces. Y es que la Iglesia cree que Dios actúa, más aún, que Jesucristo se hace presente de muchas maneras. Pablo VI en la encíclica Mysterium fidei transmite esa convicción eclesial dando un elenco de modos de presencia del Señor en su Iglesia:

 

a)    En la asamblea que ora.

b)    En la Iglesia que se entrega a las obras de caridad.

c)    En la Iglesia que predica el evangelio.

d)    En la fe de los creyentes (Ef 3, 17).

e)    En la Iglesia que gobierna.

f)     En el ministerio del sacerdote que celebra la Misa.

g)    En la administración de todos los sacramentos.

El mismo Beato Papa Pablo VI apoyó decididamente la piedad popular, afirmando ante todo la existencia de esta forma de vivencia de la fe extendida en toda la Iglesia, indicó la minusvaloración que a veces se hace de ella y el redescubrimiento casi generalizado de la religiosidad popular. Reconociendo los límites que puede tener esta forma de expresión de la fe indica claramente sus valores cuando está bien orientada. Por eso el Beato Pablo VI señala la preferencia de denominarla piedad popular en vez de religiosidad popular[4]. Un cambio de nombre sugestivo, pues reconoce un auténtico valor para la unión del fiel con Dios en estas manifestaciones de fe. Evangelii nuntiandi reclama de los pastores sensibilidad frente a la religiosidad popular, percepción de sus dimensiones interiores y de sus valores innegables. La visión de la religiosidad popular emergente de esta Exhortación apostólica es sumamente positiva aun afirmando sus posibles riesgos de desviación.

El documento de Puebla hace una valoración de la religiosidad popular reconociendo su existencia en el continente y llamándole catolicismo popular. En el número 444 se lee:

«Por religión del pueblo, religiosidad popular o piedad popular, entendemos el conjunto de hondas creencias selladas por Dios, de las actitudes básicas que de esas convicciones derivan y las expresiones que las manifiestan. Se trata de la forma o de la existencia cultural que la religión adopta en un pueblo determinado. La religión del pueblo latinoamericano, en su forma cultural más característica, es expresión de la fe católica. Es un catolicismo popular.»

Al describir la piedad popular el documento de Puebla, con mirada pastoral penetrante, presenta generosamente los valores que en ella se encuentran. El número 454 del documento expresa esa riqueza:

«Como elementos positivos de la piedad popular se pueden señalar: la presencia trinitaria que se percibe en devociones y en iconografías, el sentido de la providencia de Dios Padre; Cristo, celebrado en su misterio de Encarnación (Navidad, el Niño), en su Crucifixión, en la Eucaristía y en la devoción al Sagrado Corazón; amor a María: Ella y "sus misterios pertenecen a la identidad propia de estos pueblos y caracterizan su piedad Popular" (Juan Pablo II, Homilía Zapopán 2: AAS 71 p. 228), venerada como Madre Inmaculada de Dios y de los hombres, como Reina de nuestros distintos países y del continente entero; los santos, como protectores; los difuntos; la conciencia de dignidad personal y la fraternidad solidaria; la conciencia de pecado y de necesidad de expiación; la capacidad de expresar la fe en un lenguaje total que supera los racionalismos (canto, imágenes, gesto, color, danza); la Fe situada en el tiempo (fiestas) y en lugares (santuarios y templos); la sensibilidad hacia la peregrinación como símbolo de la existencia humana y cristiana, el respeto filial a los pastores como representantes de Dios; la capacidad de celebrar la fe en forma expresiva y comunitaria; la integración honda de los sacramentos y sacramentales en la vida personal y social; el afecto cálido por la persona del Santo Padre; la capacidad de sufrimiento y heroísmo para sobrellevar las pruebas y confesar la fe; el valor de la oración; la aceptación de los demás».

 

NOTAS DEL CATOLICISMO POPULAR LATINOAMERICANO

Pero viniendo más en particular a las notas que caracterizan al catolicismo popular latinoamericano podemos decir, con Jorge Seibold, que «en su religiosidad los fieles viven su relación con Dios de un modo personal, familiar, cercano. Esto implica un trato cordial y de tonalidades afectivas, donde el lenguaje verbal se ayuda de la presencia de lenguajes no verbales como son las imágenes, sacramentales, rituales y simbolismos, que actualizan la presencia de lo divino. Aunque la fe los impulsa y los mueve estos fieles no poseen suficiente instrucción religiosa. Recién en los últimos años está entrando en ellos el aprecio por la escucha y la lectura de la Palabra de Dios. También aunque gustan de participar en fiestas y peregrinaciones religiosas a los grandes santuarios no suelen concurrir con la misma asiduidad y fervor a los actos litúrgicos que se realizan en las iglesias de su vecindad.»[5]. Esta vida de fe y sabiduría abre un riquísimo ámbito de interioridad que se expresa en una vida de oración sencilla, vocal, contemplativa y sin mayores razonamientos. Para muchos de ellos la oración es como la respiración, que los acompaña todo el día

La V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano en Aparecida es especialmente generosa al tratar de la piedad popular. Al tratar de esta realidad subtitula «La piedad popular como espacio de encuentro con Jesucristo». El n. 258 del Documento expresa: «El Santo Padre destacó la "rica y profunda religiosidad popular, en la cual aparece el alma de los pueblos latinoamericanos", y la presentó como "el precioso tesoro de la Iglesia católica en América Latina". Invitó a promoverla y a protegerla. Esta manera de expresar la fe está presente de diversas formas en todos los sectores sociales, en una multitud que merece nuestro respeto y cariño, porque su piedad "refleja una sed de Dios que solamente los pobres y sencillos pueden conocer". La "religión del pueblo latinoamericano es expresión de la fe católica. Es un catolicismo popular", profundamente inculturado, que contiene la dimensión más valiosa de la cultura latinoamericana».

Pasando al ámbito de la descripción, Aparecida indica que «entre las expresiones de esta espiritualidad se cuentan: las fiestas patronales, las novenas, los rosarios y vía crucis, las procesiones, las danzas y los cánticos del folclore religioso, el cariño a los santos y a los ángeles, las promesas, las oraciones en familia. Destacamos las peregrinaciones, donde se puede reconocer al Pueblo de Dios en camino. Allí, el creyente celebra el gozo de sentirse inmerso en medio de tantos hermanos, caminando juntos hacia Dios que los espera. Cristo mismo se hace peregrino, y camina resucitado entre los pobres. La decisión de partir hacia el santuario ya es una confesión de fe, el caminar es un verdadero canto de esperanza, y la llegada es un encuentro de amor. La mirada del peregrino se deposita sobre una imagen que simboliza la ternura y la cercanía de Dios. El amor se detiene, contempla el misterio, lo disfruta en silencio. También se conmueve, derramando toda la carga de su dolor y de sus sueños. La súplica sincera, que fluye confiadamente, es la mejor expresión de un corazón que ha renunciado a la autosuficiencia, reconociendo que solo nada puede. Un breve instante condensa una viva experiencia espiritual»[6].

 

Particular importancia da Aparecida al santuario. Afirma que «Allí, el peregrino vive la experiencia de un misterio que lo supera, no sólo de la trascendencia de Dios, sino también de la Iglesia, que trasciende su familia y su barrio. En los santuarios, muchos peregrinos toman decisiones que marcan sus vidas. Esas paredes contienen muchas historias de conversión, de perdón y de dones recibidos, que millones podrían contar»[7]. El santuario es visto como un espacio de encuentro con el Misterio, con Dios, un encuentro que es eficaz y produce una experiencia de amor divino mediante los dones y favores recibidos o la experiencia del perdón. Es lugar de encuentro con  Dios, un encuentro que hay que preparar, acompañar, sostener.

Es preciso valorar la piedad popular y no considerarla «un modo secundario de la vida cristiana, porque sería olvidar el primado de la acción del Espíritu y la iniciativa gratuita del amor de Dios. En la piedad popular, se contiene y expresa un intenso sentido de la trascendencia, una capacidad espontánea de apoyarse en Dios y una verdadera experiencia de amor teologal». Es por eso que se puede llamar mística popular, pues el encuentro con el amor de Dios que se puede dar en las manifestaciones de la piedad popular es «expresión de sabiduría sobrenatural, porque la sabiduría del amor no depende directamente de la ilustración de la mente sino de la acción interna de la gracia. Por eso, la llamamos espiritualidad popular. Es decir, una espiritualidad cristiana que, siendo un encuentro personal con el Señor, integra mucho lo corpóreo, lo sensible, lo simbólico, y las necesidades más concretas de las personas. Es una espiritualidad encarnada en la cultura de los sencillos, que, no por eso, es menos espiritual, sino que lo es de otra manera». Este importante reconocimiento de la piedad popular como camino espiritual, posibilidad del encuentro con Dios, requiere una seria reflexión que lleva a una convicción y determinación de fomentar con respeto y fiel acompañamiento las manifestaciones de la piedad popular.



[1]       J. RATZINGER, Ser cristiano en la era neopagana, 118.

[2]       J RATZINGER, Ser cristiano en la era neopagana, 127.

[3]       «Alla fine la fede è semplice e ricca: noi crediamo che Dio c΄é, che Dio c'entra. Ma quale Dio? Un Dio con un Volto, un Volto umano, un Dio che riconcilia, che vince l'odio e dà la forza della pace che nessun altro può dare. Bisogna far capire che in realtà il cristianesimo è molto semplice e di conseguenza molto ricco». (BENEDICTO XVI, Encuentro con el clero de Val d'Aosta, 25 de julio de 2005).

[4] «Tanto en las regiones donde la Iglesia está establecida desde hace siglos, como en aquellas donde se está implantando, se descubren en el pueblo expresiones particulares de búsqueda de Dios y de la fe. Consideradas durante largo tiempo como menos puras, y a veces despreciadas, estas expresiones constituyen hoy el objeto de un nuevo descubrimiento casi generalizado. Durante el Sínodo, los obispos estudiaron a fondo el significado de las mismas, con un realismo pastoral y un celo admirable.

La religiosidad popular, hay que confesarlo, tiene ciertamente sus límites. Está expuesta frecuentemente a muchas deformaciones de la religión, es decir, a las supersticiones. Se queda frecuentemente a un nivel de manifestaciones culturales, sin llegar a una verdadera adhesión de fe. Puede incluso conducir a la formación de sectas y poner en peligro la verdadera comunidad eclesial.

Pero cuando está bien orientada, sobre todo mediante una pedagogía de evangelización, contiene muchos valores. Refleja una sed de Dios que solamente los pobres y sencillos pueden conocer. Hace capaz de generosidad y sacrificio hasta el heroísmo, cuando se trata de manifestar la fe. Comporta un hondo sentido de los atributos profundos de Dios: la paternidad, la providencia, la presencia amorosa y constante. Engendra actitudes interiores que raramente pueden observarse en el mismo grado en quienes no poseen esa religiosidad: paciencia, sentido de la cruz en la vida cotidiana, desapego, aceptación de los demás, devoción. Teniendo en cuenta esos aspectos, la llamamos gustosamente "piedad popular", es decir, religión del pueblo, más bien que religiosidad.

La caridad pastoral debe dictar, a cuantos el Señor ha colocado como jefes de las comunidades eclesiales, las normas de conducta con respecto a esta realidad, a la vez tan rica y tan amenazada. Ante todo, hay que ser sensible a ella, saber percibir sus dimensiones interiores y sus valores innegables, estar dispuesto a ayudarla a superar sus riesgos de desviación. Bien orientada, esta religiosidad popular puede ser cada vez más, para nuestras masas populares, un verdadero encuentro con Dios en Jesucristo.» (Evangelii nuntiandi, 48).

[5] Véase el artículo de Jorge Seibold, «Los lenguajes de la mística popular» en  Stromata, Año LXI, Nº ¾, Julio-Diciembre 2005,195-204.

[6] Aparecida, 259.

[7] Aparecida 260.