viernes, 27 de febrero de 2015

LUNA PIZARRO, LA HISTORIA Y LAS ELECCIONES

 

José Antonio Benito, Dr. en Historia de América

 

Dos historiadores destacados del Perú  salieron al ruedo electoral en los pasados comicios: el Dr. Eusebio Quiroz Paz-Soldán y el Dr. Pablo Macera. Nos han recordado que la historia es maestra de la vida, pues siempre aprendemos del pasado; tanto que el historiador Linder llegó a decir que era "la obra viva de los hombres muertos", por lo que se hacía necesario "estudiar los precedentes, tratar de imitar los aciertos y evitar sus errores". Más incisivamente, el catalán E. Lledó escribe que "la obsesión por borrar el pasado colectivo podría ser una clave para justificar cualquier vileza del presente con la impunidad de saber que nunca será recordado". Por su parte, Teodoro del Valle, obispo de Huánuco, en su oración fúnebre sobre Bartolomé Herrera, dijo que "un pueblo sin historia es un huérfano; una nación sin tradiciones es un expósito".

 

Difícil resulta a nuestra sociedad reflexionar, tanto que un partido llegó a poner en su afiche: "Vótenos, pensamos por usted". Afortunadamente, somos muchos los que preferimos pensar per se sin hipotecar tan formidable facultad. Claro que se necesita un tiempito de sosiego, de calma, para decirlo bíblicamente: "la sabiduría del escriba se adquiere en los ratos de sosiego, el que se libera de negocios se hará sabio" (Ec 38, 24).

Con el deseo de ayudarles a reflexionar en los momentos trascendentales que vive el Perú les comparto unos textos extractados de uno de los peruanos del milenio: Francisco Javier de Luna Pizarro, prócer de la Independencia, varias veces diputado en el Congreso, deán de la Iglesia de Arequipa, arzobispo de Lima.

 

Están tomados de su "Discurso al Colegio electoral de la provincia de Arequipa" el 5 de mayo de 1833, en su Catedral, y fueron publicados por aquella fecha en la Imprenta Pública de Francisco Valdés y Hurtado.

 

Comienza leyendo un texto bíblico: "Mirad lo que hacéis: porque no es el juicio de un homb­re el que ejercéis, sino el del Señor, y todo lo que juzgares, recaerá sobre vosotros (Libro 2. de los Paralipómenos, cap.15, v.6). Le recuerda que él como ministro del Señor les propone a su vista la instrucción que el fervoroso Josafat quiso dar a los Jueces establecidos por él. "Mirad, les dice, que nuestro poder no nos pertenece en propiedad, es de Dios de quien le tenemos en depósi­to. Obráis con su autoridad, y proceder debéis como él mismo lo haría, con una luz viva, una entereza incorruptible, cerrando el corazón a toda solicitación o esperanza de provecho indivi­dual".

 

Motiva, a continuación, la importancia de la representatividad popular. "Se reputa al gobierno representativo como la invención más útil y sublime del entendimiento humano. En él s admira un orden que afianza el poder del gobernante a la vez que sostiene la libertad de los gobernados. Conformándose a la mora, impide el que las virtudes del magistrado se corrompan; presta apoyos a su debilidad, pone trabas a su fuerza y le contiene en los límites de la justicia. Haciéndole pode­rosos para el bien de todos, le coloca en la feliz impotencia de hacer el mal de un individuo".

 

Seguidamente invoca qué "provechoso es para un pueblo colocar al frente "de sus negocios un Ciudadanos de luces", un magistrado que lleno de respecto a la dignidad del hombre, concurra a las miras de la Providencia, promoviendo en los pueblos el desarrollo de sus facultades intelectua­les y morales y enderezándoles a la virtud -alma de las Repúblicas, y excitándolos al amor de la patria, a la pureza de las costumbres y dirigiendo las pasiones del corazón humano hacia el bien público".

 

Al diagnosticar el origen de las desgracias no lo encuentra en que un gobierno sea federal o centralista sino en "la falta de jefes": "aquí un militar ambicioso se cree dueño de la administra­ción, por haber trabajado en la independencia del país; allí otro más atrevido, al valor de una facción trata de derrocarle y usurpa un mando a que no fuera llamado por la voluntad general".

 

Aboga por la mejora de las costumbres: "Oh si la primera de las leyes, la ley grabada en nuestro corazón y desenvuelta por la mano divina en el código de la moral universal- el Evange­lio, fuese el primer móvil y la norma de nuestra conducta social!

A pesar de constatar la "cruel discordia" sin embargo invita a "dar algún ensanche a la esperanza" fundado en la protección "divina, la índole apacible de nuestros pueblos, la moral del ejército y en el acierto de la presente elección".

 

Termina apelando a la responsabilidad del momento presente:

 

"¡Conciudadanos! Sois una fracción del cuerpo electoral de la república; pero un solo sufragio puede ser decisivo. Vuestro deberes obrar, como si de cada uno de vosotros pendiese exclusi­vamente el éxito de la elección. Mirad lo que hacéis. La patria angustiada espera de vuestra mano un hombre que pueda gobernar la nave por entre las encrespadas olas de la revolución: que teniendo siempre por norte a la luz, siempre escudado de la ley, haga respetable al estado en el exterior, conserve la paz en el interior, promueva las mejoras que demanda nuestra infancia social; despegue la economía, la beneficencia, la exacta justicia, todas las virtudes que caracterizan a un buen jefe de familia. Responsables sois a Dios y a la sociedad: el bien o el mal que hiciereis recaerá sobre vosotros ¡sobre la dulce patria, caro objeto de nuestro cora­zón! Plegue al cielo merezcáis sus bendiciones y que el ilustrado pueblo de Arequipa tan enemigo de la arbitrariedad como de la licencia, tan amigo de la libertad como del orden, pueda justamente regocijarse en vuestra elección!"

Publicado en EL BÚHO,  Suplemento ARTES Y LETRAS, 3 de noviembre 2000